Sociedad

Las mujeres podrán libremente consagrarse al periodismo

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Fotografía: Jens Schott Knudsen (CC).

Hace seis años, en Artículo femenino singular, una antología dedicada a mujeres articulistas desde los inicios del periodismo hasta el siglo XX, el profesor Teodoro León Gross y yo titulamos la introducción al volumen «En cuanto el ambiente se haya despejado…» en alusión al comentario que Magda Donato (Madrid 1868 – Ciudad de México 1966) había realizado sobre el quehacer periodístico femenino en España. Esta pionera del reporterismo encubierto decía que «En cuanto el ambiente se haya despejado por completo de su estrechez y de su mezquindad molesta, las mujeres podrán libremente consagrarse al periodismo, que solo ellas pueden hacer llegar a su pleno desarrollo». Magda Donato mostraba esta confianza en el trabajo periodístico de las mujeres, en enero de 1918, en su sección «Femeninas» en El Imparcial. Tenía que «despejarse el ambiente», tal y como lo expresaba, para que las mujeres pudieran ocupar un lugar en la prensa generalista. En muchos sentidos debía ampliarse esa mirada, principalmente masculina, para que la incorporación y el reconocimiento de las mujeres en la prensa se convirtieran en un hecho.

Las mujeres que se dedicaban al periodismo en aquella época se consideraban una excepción, cuando no una excentricidad. El recorrido que se vieron obligadas a realizar pasaba, en primer lugar, por salir del espacio privado que se les había asignado, para adentrarse en los espacios públicos de socialización: salones, cafés, academias o tertulias. Y, de ahí, a las redacciones y a los distintos ámbitos de poder. Había que salir de lo marginal para hacerse un hueco en los medios.

Desde los inicios del periodismo en España, algunas pocas mujeres en efecto se hicieron hueco, y consiguieron infiltrarse en los periódicos. Y a pesar de las dificultades, lograron un espacio propio. Entre las más conocidas: Fernán Caballero, Concepción Jimeno de Flaquer, Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal, Carmen de Burgos, Isabel Oyarzábal o Concha Espina. Y lo estaban haciendo a comienzos del XX, junto a Magda Donato: Eva Canel, Sofía Casanova, Consuelo Álvarez, Josefina Carabias, María Luz Morales Godoy, Irene Polo y un largo etcétera, especialmente en estos primeros treinta años del siglo y previos a la Guerra Civil, que vendría a truncar, entre tantas cosas, el progresivo afianzamiento de la mujer en la prensa española.

Habría que esperar hasta bien entrados los años cincuenta para hablar nuevamente de mujeres periodistas, como Pilar Narvión, Pura Ramos o Mary G. Santa Eulalia. Pero sería a finales de los sesenta y dentro ya del clima que fraguaba la transición donde volvemos a encontrar una avalancha de mujeres, similar al de las etapas republicanas y feministas de Magda Donato. La nómina es muy extensa sin duda Carmen Rico Godoy, Maruja Torres, Pilar Urbano, Juby BustamAnte, Nativel Preciado, Carmen Rigalt, Rosa Montero, Sol Gallego-Díaz, entre otras muchas. «En la radio y televisión  ha costado mucho la incorporación de las mujeres pero ahora son más fuertes y sólidas. Hubo un grupo de mujeres fundamentales en los medios audiovisuales en los setenta y después como Carmen Sarmiento, Mercedes Milá, Rosa María Calaf, Marisa Flores, Marisa Ciriza, Juby Bustamante. Y dos mujeres de cultura democrática que vinieron ya con otro talante como Julia Otero y Concha García Campoy», comentaba Lorenzo Díaz, en 2014.

Ya «han pasado décadas desde que Curri Valenzuela fue la primera mujer en tener mesa en la redacción de la agencia EFE, o que Carmen Sarmiento fuera la primera mujer en cubrir una guerra, o Pilar Narvión, la primera subdirectora de un periódico nacional como Pueblo o Pepita Carabias y la propia Narvión fueran corresponsales de medios de comunicación de ámbito nacional. Hoy se cuentan por docenas las mujeres que ocupan puestos similares», afirma la veterana periodista Pilar Cernuda.

Son ciertos estos logros. La mujer en este poco más de un siglo que va desde las declaraciones de Magda Donato hasta nuestros días se ha ido instalando en los medios de comunicación y en otros puestos de trabajo que antes eran impensables.

En crisis

Asumida esta situación ¿se ha despejado verdaderamente el ambiente en pleno siglo XXI para las mujeres en el periodismo?

Isabel San Sebastián lo tiene claro: «Hemos avanzado poquísimo. En mis treinta años de ejercicio de la profesión la situación ha cambiado para las mujeres periodistas en la base, donde cada vez son más, pero no en el vértice». Las oportunidades no son las mismas para las periodistas «no tanto por ser mujeres como por ser madres». La mayoría de las que asumen puestos de poder no tienen hijos. En la televisión han cambiado algo las cosas pero más en «entretenimiento» que en «información o información política».

Anabel Díez pone el foco en la crisis de los medios de comunicación que deviene de la crisis del sistema económico que tuvo un impacto tan brutal en los medios como en el sector de la construcción. El cierre de periódicos en España, como en el resto de Europa y en Estados Unidos, dio lugar a miles de periodistas despedidos y a la puesta en marcha de un nuevo modelo de trabajo precario, como primera característica, y con nuevas exigencias profesionales. Ahora bien, afirma, «aunque la crisis económica es el meollo central que sumió en la crisis a los medios que no han encontrado aún el modelo de negocio a seguir, también se ha aprovechado la circunstancia del enorme desempleo, para que las contrataciones incluyan condiciones salariales y de trabajo escasamente atractivas. Y se cubren todos los puestos».

Soledad Gallego Díaz redunda en cómo en la actualidad la crisis del modelo de negocio y la crisis económica han colocado a los periodistas, hombres y mujeres, en una terrible situación de precariedad laboral, con cada vez menos derechos laborales. Pero subraya que «en el caso de las periodistas la pérdida es aún mayor, como siempre sucede cuando se trata de retrocesos laborales. Las primeras en sufrirlos somos las mujeres». Pilar Cernuda ahonda en esta precariedad actual «para desgracia de quienes quieren dedicarse a esta profesión con la pasión necesaria, el panorama laboral es penoso». Pero considera que esta situación lastimosa es así para hombres y mujeres por igual: «No advierto ninguna diferencia o ventaja  por el hecho de ser hombre o mujer».

Gallego Díaz también encuentra luces dentro de la formidable expansión digital que nos rodea y que «ha permitido también a muchas mujeres periodistas encabezar sus propios proyectos, con independencia o como socias en igualdad de condiciones y ese camino está resultando muy interesante». Luces en la era digital que Anabel Díez matiza por la necesidad perentoria de que «el tráfico» sea incesante y masivo, con la repercusión que esto tiene en los contenidos, que están muy condicionados. «¿Y qué atrae sobre todo al tráfico? Hay muchos análisis al respecto pero es evidente que los sucesos, el sexo van por delante aunque también se pretende, y algunos lo consiguen, que la política se ponga al nivel de las anteriores, junto a los asuntos llamados rosa o del corazón». Y Ana Romero apuntala, «en la cúpula, en el lugar donde se toman las decisiones en los medios, solo hay hombres». Y que esta realidad se ha reproducido de los medios analógicos a los digitales por la sencilla razón de que «son una réplica llevada adelante por aquellos que salieron de los medios en papel y que han buscado refugio en lo digital para venir a reproducir todo exactamente igual».

Otra veterana como Karmentxu Marín coincide en que la crisis ha sembrado miseria y la precarización en la profesión, en la cual, además, se han perdido miles de puestos de trabajo. «Pero curiosamente y valga la ironía entre las mujeres las condiciones de trabajo siguen siendo peores que las de los compañeros varones». Y aporta datos concretos para hacerse  a una idea de cómo está el patio.  Basta con citar, comenta, el Informe Anual de la Profesión Periodística 2015, presentado hace unas semanas en la Asociación de la Prensa de Madrid. «El paro profesional es de un 64% entre las mujeres y un 36% entre los hombres; entre 2014 y 2015 las categorías profesionales de las mujeres directoras, directoras adjuntas, subdirectoras y redactoras jefas en medios impresos  pasó de un 6,7% al 7,8% (¡Loado sea el cielo, pero fíjense qué dígitos!): en medios audiovisuales, del 6% al 7,8%, y en digitales, del 3,5% al 3,9%. Eso sí: de los licenciados en Periodismo en 2014, 63,1% eran mujeres y 36,9%, hombres. Las tablas salariales avalan, en la mayor parte de los segmentos remunerativos, esta situación de inferioridad de las mujeres con respecto a los varones periodistas. La tabla 45 sobre salarios del citado Informe 2015 es realmente significativa.

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Tocar Techo

Si bien la presencia de las mujeres en las redacciones españolas, y en las facultades de comunicación, es notable, también lo es el omnipresente e insalvable techo de cristal. La mayoría de los puestos directivos los ocupan hombres. Es una excepción en el panorama mediático que dos mujeres como Cristina Fallarás y Ana Pardo de Vera dirijan diario16.com y público.es, respectivamente. Si no fallan las estadísticas, solo una de cada cinco directivos es mujer. Es una constante entre las periodistas actuales establecer una vinculación entre el techo de cristal y la precariedad laboral. Como señala Lucía Lijtmaer: «ninguna mujer pasa en España de jefa de redacción salvo algunas excepciones». Y añade que a esta realidad se suma el hecho de que «el periodismo diario, especialmente el político, sigue considerándose como un espacio tradicionalmente “de macho”».

Anna Grau considera que las mujeres periodistas ahora mismo «copan o por lo menos predominan en la clase de tropa, la infantería del periodismo, porque ahí suelen ofrecer virtudes (la capacidad de hacer varias cosas a la vez por ejemplo) que las hacen más estimadas. Además en todos los oficios creativos y mal pagados encontramos a más mujeres que hombres… pero a medida que escalamos en la cadena de mando la cosa se complica. Hay muchas mujeres en la base de la pirámide del periodismo y muy pocas en la cúspide, reinonas de los magacines televisivos aparte… pero estas últimas gozan de la patente de corso de hacer un producto pensado para audiencias femeninas. Es mucho más difícil encontrar una mujer dirigiendo un periódico económico o simplemente prensa generalista. Allí parecen más de “fiar” los hombres».

Colegas mexicanas y argentinas comparten esta misma sensación. La argentina Daniela Pasik comenta: «Un rápido paseo por los medios gráficos en Argentina deja ver que los cargos directivos y las columnas de opinión políticas, por ejemplo, son casi monopolizadas por hombres. Recientemente se entregaron los premios de FOPEA (Foro de Periodismo Argentino), y los jurados eran todos hombres. Por supuesto, de los diez premiados, solo hubo una mujer (Cecilia González)». Periodista premiada que coincide con lo expuesto: «La gran pregunta para mí —dice González— es por qué casi no hay jefas  en los medios de comunicación, ni columnistas».

Con todo, las periodistas españolas dedicadas a política son numerosas. No hay más que atender a las tertulias radiofónicas y televisivas, pero también en la prensa, para que surja una nómina más que respetable: Lucía Méndez, Anabel Díez, Olga Rodríguez, Marisol Hernández, Esther Esteban, Nativel Preciado, Esther Palomera, Isabel San Sebastián, Esther Jaén, Carmen Moraga, entre otras muchas.

Entre noviembre y diciembre de 2014, con motivo del libro sobre el columnismo escrito por mujeres mencionado al inicio del artículo, León Gross y yo organizamos el congreso «Artículo femenino singular. La historia de las mujeres en el periodismo español», en Málaga gracias a la Fundación Manuel Alcántara. Y en este evento una mesa de diálogo fue para las mujeres dedicadas a la opinión política entre las que se encontraban Isabel San Sebastián, Anabel Díez, Lucía Méndez y Esther Palomeras.

En esta ocasión, Isabel San Sebastián recordaba cómo su columna de contenido político, «El contrapunto», en los años noventa, en ABC, resultaba un hecho insólito. Era «muy novedoso y extraordinario, por lo machista que era la sociedad en ese momento». «La opinión de una mujer valía mucho menos que la de un hombre». Y añadía «Seguimos pesando mucho menos las mujeres que los hombres. Esto es una rémora». Anabel Díez comentaba que habían cambiado mucho las cosas pero que la presencia de los hombres seguía siendo abrumadora en las redacciones a pesar de que en la profesión y en la facultad eran más las mujeres. «De manera natural las cosas o no llegan o con una lentitud apabullante. En el periodismo de opinión política ha costado mucho y se ha ganado a pulso». Lucía Méndez corroboraba que seguían siendo minoría las periodistas que hacen opinión política en los diarios y añadía: «las mujeres tenemos que demostrar más a menudo, con mayor intensidad, con más número de horas, que somos igual de capaces que los hombres, a pesar de tener familia e hijos». Y Esther Palomeras apuntalaba: «Ya no somos agentes secundarios pero sigue habiendo escasez. Nuestra opinión sigue siendo minoritaria».

Pero, siendo justas, tampoco nos engañemos, a esta «reivindicación estadística» hay que ponerle matices como los que señala Alba Muñoz: «Ojo: una mujer no garantiza ni contenidos feministas, ni contenidos de izquierdas, ni periodismo de largo aliento, ni experimentación, ni rutinas laborales compatibles con la crianza. Pero tampoco hemos probado nunca…» Quizá ya sea el momento ¿no? Sobre todo el de visibilizar mujeres en cargos directivos, pero no solo para que se las vea, sino para que se las escuche, que se convierta en una normalidad, tanto el que lo hagan bien como el que lo hagan mal. De derechas, de izquierdas o mediopensionistas. Que deje de ser un hito, un logro que una mujer acceda a determinados cargos de responsabilidad en los medios de comunicación.

¿Qué hay que conciliar?

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Fotografía: Toxteth TV (CC).

Junto al infrecuente acceso a los puestos directivos de las periodistas emerge el asunto de la conciliación laboral y de la maternidad. ¿Es posible desarrollar una carrera profesional en el periodismo siendo, a la vez, madre, y no morir en el intento? Parece una tarea realmente compleja. Y eso explica en cierta medida que las mujeres, aun cuando ya son mayoría en las redacciones, no alcancen todavía los puestos directivos. En una entrevista realizada por Iñaki Gabilondo a Michelle Bachelet, el periodista comenta la precariedad de las medidas actuales para la conciliación laboral porque «una mujer no puede llegar muy lejos a tiempo parcial, tiene que trabajar mucho. La solución del tiempo parcial es una solución coyuntural, no es una solución». Y confiesa: «Una cosa que me ha marcado toda la vida es que nunca he tenido que optar entre ser periodista y ser padre. Yo nunca me planteé: “no sé si quiero ser periodista o padre”. Y he vivido rodeado de compañeras que se han preguntado muchas veces si tienen que ser periodistas o madres».

Charo Zarzalejos, en 2014, en el congreso al que se aludía arriba realizaba la siguiente declaración: «Lo que nos distingue a los hombres de las mujeres es que las mujeres tenemos una relación distinta con el poder. Los hombres son más ambiciosos, la mujer si sale ambiciosa no tiene límites, es verdad. Pero a la hora de ascender, de asumir responsabilidades, creo que nuestra escala de valores, por lo menos la de mi generación, era bien distinta a la de los hombres. Siempre nos han podido más los afectos que el poder. Siempre nos hemos sentido especialmente responsables de nuestros hijos. Creo que es este sentido el que explica que pudiendo haber tenido ciertas cotas de poder, algunas hemos renunciado a ellas, porque equivocadamente o no (en mi caso, no, me ha compensado), teníamos una escala de valores distinta. Y a todo no se puede estar».

A las dificultades comunes con las que se enfrentan las mujeres en todos los sectores profesionales, hay que sumar las especiales características del trabajo periodístico: disponibilidad horaria total, trabajo en fines de semana y festivos… En esta profesión, como en tantas otras en las que la «productividad» parece estar por encima de lo racional, si no puedes prolongar la jornada es como si no existieras. Muchas mujeres solicitan reducción de jornada porque es la única manera de tener un horario cerrado y poder organizarse con cuidadores, guarderías, colegios… Pero esta opción reduce también toda posibilidad de ascenso o promoción. Esto contribuye a explicar la brecha salarial que hay en el sector, puesto que las reducciones conllevan una drástica reducción del sueldo (muy por encima, en algunos casos, de la reducción horaria, puesto que se eliminan automáticamente del sueldo los pluses y otras compensaciones).

Por otra parte, pese a que el trabajo periodístico permite el teletrabajo  —con un móvil y un portátil está todo resuelto—, las empresas periodísticas no lo fomentan. Es más, siguen premiando el «presentismo». Y la organización del trabajo tampoco ayuda, pese a que ha habido avances. Una cosa son los sucesos, los acontecimientos imprevistos, y otra, que la organización del trabajo demore el día a día. Además de optar por reducciones de jornada, son muchas las mujeres que intentan cambiar de ocupación  en el sector, y abandonan los medios, para aspirar a un trabajo más ordenado: en gabinetes de instituciones, empresas, y otras entidades, o bien optan por hacerse autónomas.

Anna Grau añade que las mujeres suelen ser menos ambiciosas en líneas generales y «cuando descubren que el periodismo es un oficio endemoniado de conciliar con la vida familiar y los hijos, normalmente pringan más por este lado. En todos los matrimonios de periodistas que yo conozco, cuando llegan los hijos y las complicaciones, ella, suponiendo que no llegue a dejar el trabajo, reduce las expectativas y pecha mucho más que él. Estoy simplificando y generalizando… pero creo no estar equivocándome mucho».

June Fernández, directora de la revista feminista Píkara Magazine, amplía el campo a lo que denomina el «peso de los afectos» que recae sobre las mujeres en general. No ya la conciliación con la maternidad, que se da por supuesto, sino también las relaciones que si bien dan, también restan energía vital y hacen que no te plantees irte lejos, o que te sientas culpable si te pasas todo el día trabajando y no tienes tiempo para tu pareja, para tus hijos o tus padres. Hay una incomprensión en el mundo familiar si es la mujer la que no encuentra el tiempo para los otros. No se estimula lo material, el empoderamiento, que seamos ambiciosas y nos movamos por el mundo. «Mi idea es que las mujeres recibimos más mensajes que minan nuestra iniciativa personal y que nos atan a un contexto y una vida determinados por los afectos», subraya. 

Periodismo «cipotudo»

Por otro lado, según afirman bastantes profesionales, parece seguir vivo un periodismo de «machos». «Incluso entre periodistas hombres que hablan ante periodistas mujeres con mucho más recorrido», señala Alba Muñoz que apunta además lo triste y ridículo de esta situación. «Eso da pie, por ejemplo, a que una cagada de un redactor haga gracia, ya que completa el genotipo de reportero viril y trasnochado que la lía de vez en cuando. Un fallo femenino se considera mala praxis, falta de profesionalidad. El trato de los jefes hacia ellos recuerda a un encuentro en el bar. Con ellas, en cambio, se genera la atmósfera de una entrevista de trabajo. En un mundo que sigue dirigido por hombres, sigue imperando la masculinidad». Lucía Lijtmaer subraya que, pese a la apariencia de «feminización» de las redacciones (en las caras visibles), nada afecta esto a la agenda, a los temas. Y añadiríamos que ni al tratamiento de los temas. Por ejemplo, hoy en día un informativo puede abrir con un feminicidio, y la prensa escrita también se ocupa de la violencia de género y le da relevancia en el medio.  Precisamente la crónica de sucesos es uno de los géneros que más se ha «feminizado» en este sentido en los últimos años. El problema no es que se hable poco de ello, sino que los modelos discursivos que lo describen se centran siempre en la «debilidad de la mujer» y su fragilidad «connatural». Tamara Marbán contempla que «la mayoría de las dificultades, discriminaciones, violencias e invisibilidades a que estamos sometidas las periodistas vienen de antiguo, es decir, no llegan cuando nos instalamos en el oficio, sino que forman parte de una lista machista tenebrosa de heridas antes de la muerte a las que hacemos frente en el periodismo y fuera de él». La precariedad que nos ha regalado el neoliberalismo salvaje y la incertidumbre por el cambio en el modelo de negocio de los medios exacerba la sensación de inseguridad.

June Fernández lleva este asunto hasta las redes informales de poder y de decisión, en donde las mujeres periodistas, se han sentido excluidas de manera  más o menos sutil de los espacios en los que «se corta el bacalao». «Por ponerte un ejemplo, cuando yo curraba en un periódico, un chico de mi edad se fue de concierto con los jefes. Yo ni lo hubiera contemplado. Ese compadreo con los jefes (hombres) es mucho más difícil cuando eres mujer, sobre todo sabiendo que si estrechas confianza te expones a que te sexualicen. Puede ser el partidito de fútbol, quién se va de cañas con los jefes, el sentido del humor que se maneja en la redacción… Lo mismo con los políticos. O en el caso de las corresponsales, ese ambientillo nocturno que, por ejemplo, describe Manuel Jabois en el prólogo de Novato en nota roja, de Alberto Arce». 

La happy hour la denominaba y temía una colega de profesión de Anabel Díez, según comentó en el congreso de 2014, ese tiempo en el que los hombres se iban de copas y compadreo y en el que todo se decidía porque, cuando volvían a la redacción, ya estaba pensado qué se publicaba y dónde. Isabel San Sebastián señalaba esta capacidad de medrar e irse de copas con el jefe y apuntalaba: «los hombres dedican más tiempo a medrar y la mujeres a trabajar».

Parece cierto, aunque pueda a veces dar la impresión de lo contrario por la mayor visibilidad de ideas y pseudoideas feministas, que, como expuso Íñigo F. Lomana, estamos en una era de «prensa cipotuda», de estilo rimbombante y de exuberante virilidad. Y en este punto, acierta otra vez Alba Muñoz en su perfil de Facebook con respecto a la polémica que generó esta publicación en las redes:

«Los cipotudos me gustan si son buenos en lo suyo, del mismo modo que me gustan algunos pintores fascistas. Hay cipotudos a los que les gusta pensar y a mí me gusta leer pensamiento, por aquello de abrir ventanas al cerebro para luego cerrarlas si eso. La relación entre talento e ideología es la que es y cada uno la gestiona a su manera». A este respecto entre «ética y estética» o «ideología y estilo», el artículo de Alberto Olmos publicado en El Confidencial recoge una defensa de la «prosa cipotuda», inserta en una tradición literaria española que también hay que tener presente.

«Pero a los cipotudos les envidio una cosa —continúa Alba Muñoz—: la armadura invisible que hace que sus palabras pesen más y que muchas balas les reboten. Da la sensación de que todo lo que escriben suena más sabio, reflexivo, importante. Termina siendo más influyente que lo que escribimos las mujeres. Y no solo porque sean más en las tribunas y en los consejos de dirección. Es como si a nosotras se nos leyera con el balido de una oveja y a ellos en una iglesia vacía que resuena». Habrá que pensar despacio por qué ellos suenan acertados y rotundos y nosotras dubitativas. En igualdad de condiciones, señala Ana Grau, suele tener más credibilidad la información de un hombre…«a no ser que la mujer adopte un rol marcada y hasta agresivamente masculinizado. Estoy generalizando y simplificando, pero no me estoy alejando mucho de la verdad». Emilia Landaluce, con su singular ironía, apunta que «todo son ventajas» si eres mujer y periodista, y exclama: «¡Las periodistas coñudas no existimos!». Quizá esta falta de reconocimiento y audición de las voces de las periodistas guarde cierta relación con el «síndrome de la impostora» que atemoriza a la periodista Tamara Marbán. Síndrome que es en cierta medida representativo: «el miedo a destacar, a levantar la mano y la voz, a no pedir permiso, a no callar y a no conformarse… por si te descubren. Sentir ese vértigo del no debería estar acá, no me lo merezco, mi voz no es importante. Ese no querer/poder ocupar el sitio que se nos antoje a nivel laboral es el microscopio meridianamente claro de cuánto el mundo, con sus cruces históricos, nos atenaza».

Histeria digital machista

Fotografía: European Parliament (CC).

La prensa digital parece que reproduce y amplifica en algún sentido los agravios comparativos entre hombres y mujeres. Mariluz Peinado se preguntaba, a raíz de una investigación que The Guardian publicó el pasado mes de abril «The Dark Side of Guardian comments»: «¿Por qué hay tanto odio hacia las mujeres (periodistas y no periodistas) en internet?» The Guardian  presenta las conclusiones de una investigación inmensa: el periódico analizó 70 millones de intervenciones de lectores y lectoras en los artículos de su web desde 2006. En este tiempo, solo un 2% (1,4 millones, aproximadamente) han sido eliminados por los moderadores por considerarlos muy inapropiados. Sin embargo, entre los millones de comentarios que se mantuvieron en la web del diario británico no solo había reflexiones y argumentos racionales. También había insultos, acoso y palabras de desprecio, especialmente hacia las periodistas. Y ¡ojo! Porque uno de los aspectos más comentados en este debate fue la revelación de que la mayor parte de los mensajes de odio enviados contra mujeres en internet proceden de otras mujeres, en su mayor parte jóvenes. Polly Toynbee en «When women can be misogynist trolls, we need a feminist internet» explica alguna de las causas que llevan a estas jóvenes a convertirse en trolls de sus congéneres y expone algunas medidas posibles que, como en tantas ocasiones, pasan por un buen sistema educativo.

Los resultados de la investigación de The Guardian pusieron cifras a algo que la mayoría de las periodistas han sentido alguna vez: que son más a menudo que sus compañeros el objeto de insultos de comentaristas. «De los 10 escritores que sufren más acoso, ocho fueron mujeres (cuatro blancas y cuatro no-blancas) y dos, hombres negros», decía el estudio. Las periodistas son más fácilmente criticadas, despreciadas e insultadas en las redes sociales y las ediciones digitales de los medios de comunicación. Y el argumento no siempre es la calidad de nuestro trabajo, subraya la periodista de El País.

Dos días después, Peinado, publicó en Verne (El País) un artículo sobre el informe de The Guardian. Los comentarios se llenaron de insultos; acusaron a la periodista de «hembrista y de odiar a los hombres». Y afirmaron que mentía, aunque su aportación al artículo era mínima y recogía los resultados de varios estudios. Ese artículo fue mucho más comentado de lo que son habitualmente las publicaciones de Verne siguiendo algo que el propio estudio indicaba: que no solo las mujeres son más insultadas, sino también que los artículos sobre mujeres son más criticados. Se lamenta Peinado de que sea algo más que habitual. «Hay pocos temas que polaricen tanto los comentarios en los medios digitales como el feminismo o los derechos de las mujeres. El propio estudio de The Guardian apuntaba que, en los artículos sobre violaciones, el número de comentarios bloqueados aumentaba respecto a la media. Es casi imposible firmar una información que hable sobre tendencias feministas, que rescate a figuras femeninas olvidadas o que explique términos como mansplaining sin que alguien te llame feminazi. También sin que alguien te ataque personalmente y diga que seguro que eres fea, estás amargada o malfollada. Como si fueran argumentos de autoridad para evaluar el trabajo de las profesionales. La conversación y la posibilidad de democratización de la información que ofrece internet tiene aún mucho que avanzar en este sentido», subraya.

La revista Píkara Magazine publicó el año pasado un reportaje significativo sobre acoso machista y comentarios sexistas a mujeres periodistas. «Micromachismos o microviolencias que nos quitan energía y seguridad en nosotras mismas», como una cuestión clave que señala June Fernández.

¿Tú que haces para que esto mejore?

Llegados a este punto, tras constatar ese techo de cristal, la tan difícil conciliación familiar y el machismo sobresaliente en los medios analógicos y digitales, ¿qué queda? Silvia Cruz quiere escapar de la queja que, siendo lícita, le resuena cansina, «Ya se quejan hasta ellos de estas cosas, mira si es fácil», comenta con divertida ironía. Cruz se plantea esta cuestión: «¿Tú qué haces para que esto mejore?» La periodista freelance responde que en la medida de lo posible ella trata de ampliar su mirada en lo referente a las mujeres como ha aprendido a hacerlo con otros temas. «Yo no nací feminista, me hice, y me hice o me di cuenta de que lo era bastante tarde», afirma. «Lo que hago en mi día a día cuando me planteo un reportaje, pienso: este experto que he empleado, ¿podría ser una experta? Las voces de autoridad femeninas están en segundo plano, a veces no por machismo, sino por comodidad, pues todos los periodistas acudimos a las mismas fuentes porque ya están verificadas y todo fluye más rápido. Eso implica más trabajo, claro. Hay que elegir, comprobar que realmente esa mujer experta está autorizada en su campo y no escogerla solo porque es mujer. Encontrarla, contactar, a veces convencerla de que hable, convertirla en tu fuente». Tamara Marbán en este sentido de buscar respuestas y maneras que no aprisionen y respondan a su querer hacer periodístico se cuestiona casi de manera inconsciente y a diario con cómo romper con ciertas dinámicas y aprendizajes. Y así  trata de «encontrar una voz fuera del feminist planning y del resto de plainnings, que evite la propaganda, sin dejar de contribuir en  dar la pelea; tratando de identificar los espacios narrativos que suman, que aportan, que construyen, que sostienen el bien común y que parten de la reivindicación feminista, que nos sostiene en el mundo; quiere «inventar un artefacto periodístico que sortee y/o atraviese lo biográfico, pero que huya de la pseudoficción. Que dé respuestas, que se reinvente».

Y en esta línea de planteamientos renovadores, Laura Corcuera, redactora de Diagonal, se pregunta por aquel medio que considera qué necesita esta sociedad y nos pregunta también: ¿Qué medio de comunicación imaginas «ideal» en términos de condiciones materiales de producción, organización interna, contenidos y formatos? Corcuera sugiere que reflexionemos sobre asuntos como «soberanía informativa» y «periodismo situado» y propone vincular medio a movimiento. En atención al ecosistema mediático actual plantea tres aspectos clave en los que debemos detenernos para comprender mejor cómo funciona el periodismo y la comunicación actualmente y qué lugar ocupan en esta cadena las mujeres y las mujeres periodistas. Desde sus postulados feministas, se trata de atender a tres cuestiones básicas, que expone del siguiente modo:

  • (Re)presentación de las personas no varones en los medios de comunicación, como protagonistas, sujetos, interlocutores, «agentes», «expertxs» de los acontecimientos y de los procesos que se dan en la vida, desde lo más concreto y local a lo más global y abstracto.
  • Quién escribe/produce discurso/información en los medios. Quién hace los medios.  La presencia de plumas/emisoras no solo varones blancos jóvenes occidentales de clase alta y a veces media.
  • El funcionamiento de las empresas informativas, organización interna jerárquica, autoritaria, machista y heteropatriarcal. Las condiciones materiales de producción. Conciliación con la vida, división sexual del trabajo periodístico (temas, responsabilidades). Y cómo el periodismo en su vertiente más intrépida se entiende como una actividad «reservada» para los chicos.

Hasta aquí lo que hemos podido aclarar de la situación actual de las mujeres periodistas. Aún no parece que se haya «despejado el ambiente» como sugería Magda Donato que sucedería en el periodismo, como ocurre en tantos otros ámbitos sociales y laborales. La presencia de las mujeres en los medios sí es un logro que no podemos obviar pero aún con todo las desigualdades entre hombres y mujeres son manifiestas. Es sintomático que tanto veteranas como profesionales más jóvenes coincidan mal que bien en la mayoría de las cuestiones. La única voz disonante al respecto es la de Pilar Cernuda, de aquellas que han entendido que esta cuestión les apelaba, que ha habido lógicamente algunas periodistas que han preferido no contestar.

Quizá Donato al emplear la palabra «consagrarse» estaba siendo estricta con el término en el sentido de entregarse en cuerpo y alma al ejercicio periodístico, y a nada más, día y noche. Quedan muchas barreras que derribar y mientras tanto, «ante una hipotética brecha de género», Alba Muñoz nos hace una última propuesta que no debemos dejar de considerar. Esta periodista se ofrece «como subjefa de un medio de comunicación mayoritariamente femenino en todos sus órganos vitales». «Lo de subjefa es por el estrés», aclara.

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5 Comentarios

  1. maria Egea Ruano

    Interesante artículo.

  2. Pingback: Mujeres que enmarcan la prensa -

  3. Lastima, ¿a quien le echarán la culpa si no triunfan?

  4. Pingback: El periodismo ya no es solo cosa de hombres: la brecha que se expande por vuestro techo – Impronta femenina

  5. Pingback: La mujer en el periodismo: los matices de su exclusión en Ecuador – Postextualizando

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