Schadenfreude
En diciembre de 2013 Justine Sacco, directora de comunicaciones corporativas en la compañía IAC, inició un largo viaje aéreo desde Nueva York hasta Sudáfrica para visitar a sus familiares aprovechando el periodo vacacional. Pero al aterrizar en Ciudad del Cabo tras varias horas de vuelo, Sacco comenzó a sentir un intenso escozor en la espalda y un pitido insoportable en los oídos, dos molestias que no tenían su origen en la travesía sino en su cuenta de Twitter personal, un perfil que solo contaba con ciento setenta seguidores. Horas antes, y aprovechando una parada en Londres, la mujer había lanzado un graznido en la red social que en su momento había considerado muy gracioso: «Me voy a África, espero no pillar sida. Es broma ¡Soy blanca!». Al encender de nuevo el teléfono el infierno se desató: mientras el vuelo y el sueño la habían mantenido desconectada del mundo real, en el virtual los usuarios de una red social de plumaje azul se habían dedicado a afilar lanzas donde ensartar su cabeza.
A lo largo del trayecto la mujer había disparado otras bromas groseras, sobre la higiene de sus compañeros de vuelo o la mala dentadura de los londinenses, pero la chanza con el sida fue la verdadera culpable de la tormenta de mierda. Alguien retuiteó el comentario señalándolo como desalmado y el resto de usuarios se abalanzaron sobre la autora acusándola de racista analfabeta hasta convertirla en trending topic, varios empleados de su empresa (dedicada a producir contenido para internet) expresaron malestar por compartir lugar de trabajo con aquella persona y la propia compañía tuvo que emitir un comunicado condenando el incidente: «Se trata de un comentario ultrajante y ofensivo que no refleja el punto de vista ni los valores de IAC. Desgraciadamente es imposible contactar ahora mismo con la empleada en cuestión al encontrarse en un vuelo internacional, pero esto es un asunto muy serio y tomaremos las medidas convenientes».
Entretanto alguien tuvo tiempo de comprar el dominio www.justinesacco.com y redirigirlo hacia la web Aid for Africa y otro alguien filtró los datos del llegada del vuelo de Sacco mientras el hashtag #HasJustineLandedYet («¿Ha aterrizado Justine ya?») se convirtió en el punto de mira desde el cual espiar la travesía de Sacco. A los justicieros sociales se sumaron los voyeurs sádicos que esperaban impacientes la reacción de la mujer cuando al abrir la ventana de Twitter se topase con una lapidación salvaje: «Estamos a punto de ver cómo despiden a esa puta de Justine Sacco. En tiempo real, antes incluso de que ella misma sepa que está despedida» se pudo leer entre la cordillera de sarcasmos deseándole buena suerte con la búsqueda de empleo. El linchamiento tuvo un remate demencial y aterrador cuando un usuario de Twitter se acercó al aeropuerto de Ciudad del Cabo, localizó al progenitor de Sacco esperando a su hija e informó a Twitter de la impresión que le daba el hombre, fotografió a Sacco tras su aterrizaje y anunció que la desalmada había tomado tierra escondiéndose tras unas gafas de sol.
Sacco tuvo que pedir a una amiga que eliminase su cuenta de Twitter por pánico a conectarse ella misma y leer más amenazas accidentalmente, su empresa la despidió y eliminó su perfil de la web corporativa, algunos trabajadores de los hoteles en los que se alojaba durante aquellas vacaciones amenazaron con negarse a atenderla y en general el universo entero se desplomó sobre ella. La mujer pidió disculpas y acortó sus vacaciones tras ser advertida de la imposibilidad de garantizar su seguridad y comprobar que su propia familia, partidaria del Congreso Nacional Africano y la igualdad racial, también le echaba en cara aquel chiste. Ahogada por la depresión decidió alejarse del Nueva York donde residía para aterrizar en Adís Abeba, Etiopía, y servir durante unas semanas como voluntaria. Cuando volvió a la ciudad encontró un nuevo trabajo pero internet parecía no querer dejarla respirar: Sam Biddle el redactor de Gawker que convirtió en viral el tuit sobre el sida se emperró en seguir humillándola online a través de sus artículos hasta que meses después, durante el aniversario de la crucifixión digital de Sacco, se reunió con la víctima para charlar y llegó a la conclusión de que le debía una extensa disculpa. Esto ocurría justo después de que el propio Biddle se convirtiese en objeto de otro apedreamiento virtual tras hacer una coña sobre el bullying en, sorpresa, Twitter.
Justine Sacco en realidad no tenía nada de nazi, de hecho era sudafricana y contraria a cualquier tipo de racismo. Pero un tuit le desgració la vida por culpa de tener un sentido del humor retorcido que parecía estar prohibido si uno no forma parte del mundo de la comedia: «Desgraciadamente ni soy un personaje de South Park ni un cómico de stand-up, por lo que no debo soltar un comentario tan políticamente incorrecto sobre la epidemia del sida en una plataforma pública». Sacco había pensado que el tuit era tan exagerado y disparatado como para que fuese imposible que alguien se lo tomase como una afirmación seria. La pobre no sabía que en internet suele cumplirse a rajatabla la ley de Poe, aquella que dicta que en caso de no avisar con claridad es imposible distinguir entre una ideología extrema y la parodia de dicha ideología. La chica había pretendido bromear sobre los privilegios de los blancos y la estupidez americana y el tiro había abandonado el arma por la culata. Y cualquiera que se tomase la molestia de escarbar entre los tuits pretéritos de Sacco podía encontrar un buen montón de chistes similares, de dudoso gusto pero chistes al fin y al cabo, algo que en lugar de servir para excusarla acabó condenándola del todo cuando diversas páginas online comenzaron a recopilar greatest hits de sus graznidos.
Pics or it dind’t happen
Sacco no fue la única persona que tuvo una mala ocurrencia relacionada con las redes sociales durante el 2013. A una veinteañera de Míchigan llamada Alicia Ann Lynch le pareció gracioso celebrar Halloween disfrazándose, con un chándal y maquillaje sangriento, de víctima de aquel maratón de Boston donde una bomba se había llevado por delante a tres personas y causado más de doscientos ochenta heridos. La chica subió una foto de su modelito a Twitter junto al texto «Y el premio al disfraz más ofensivo en el trabajo es para… #demasiadopronto?» y no tardó en ser fusilada con insultos y amenazas de personas ofendidas, entre las que se encontraban también víctimas del atentado: Sydney Corcoran escribió: «Deberías estar avergonzada, mi madre perdió ambas piernas y yo casi muero durante la maratón». Lynch y su familia comenzaron a recibir amenazas de muerte, fue despedida de su trabajo, un anónimo localizó su nombre completo y su dirección y por internet comenzaron a circular fotos de la chica desnuda que alguien había pescado de Tumblr.
Una mujer llamada Lindsey Stone contempló el ajusticiamiento de Lynch con una mezcla de interés y terror. Ella misma había sufrido una persecución similar un año antes cuando internet interpretó como no debía una fotografía subida a Facebook donde realizaba un gesto ofensivo y simulaba gritar junto a una señal que solicitaba silencio y respeto en el Arlington National Cemetery. El problema es que dicho cementerio es un monumento de guerra conmemorativo, y en Facebook la imagen no tardó demasiado en hacerse viral junto a textos donde se afirmaba que la mujer de la instantánea odiaba al ejército y a los soldados caídos. La foto fue azuzada por veteranos de guerra y la opinión popular arremetió de manera salvaje contra una Stone que comenzó a recibir mensajes muy desagradables: «Muere, puta. Extirpadle el útero. Violadla» o «Púdrete en el infierno». Se creó una página de Facebook titulada «Despidan a Lindsey Stone» que acabó logrando que la entidad para la que trabajaba cediese a la presión y la echase a calle junto a su compañera, Jamie, que había tomado la foto.
Superada por la presión, Stone se recluyó en su casa durante un año y se obsesionó con internet, dedicándose durante su encierro a investigar casos similares y googlear de manera compulsiva su nombre para leer todo lo que se decía sobre ella. Lo dramático del asunto es que Lindsey Stone no es una mala persona, la empresa de la que fue despedida es una organización caritativa llamada Life (Living Independently Forever) que ayuda a adultos con problema intelectuales o de aprendizaje a vivir de manera más independiente. La propia foto de la polémica fue tomada durante una excursión para aquellas personas con dificultades en la que tanto ella como Jamie ejercían de cuidadoras. Lo peor de todo es que la imagen había sido sacada de contexto por completo, porque en lugar de tratarse de un corte de mangas hacia el ejército la foto era una broma privada: las chicas se estaban montando un álbum de fotos junto a señales de prohibición donde posaban haciendo lo contrario a lo que dichas indicaciones vetaban (fumar junto a carteles de «No smoking» o montar en patinete junto a señales que rezaban «No skateboarding»), pero de nada sirvió intentar explicarlo cuando la bola de nieve se había convertido en avalancha.
En 2013, durante la Python Conference, una convención de programadores celebrada en Santa Clara, Adria Richards se encontraba sentada entre el público de una ponencia cuando escuchó a sus espaldas a dos hombres adultos cuchicheándose chistes y juegos de palabras tontorrones centrados en símiles del pene. Richards consideró las bromas ofensivas, se giró para sacar una fotografía de los chicos y la posteó en Twitter denunciando la desfachatez, les dedicó una entrada en su blog y escribió a la organización del evento. Cuando el asunto se hizo viral uno de los dos fotografiados fue despedido de su trabajo y acudió a un foro de internet para relatar su versión de los hechos, disculparse por hacer las bromas, anunciar que había sido una gran putada ser despedido porque tenía tres niños y adoraba aquel trabajo y recordar a Richards que un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Como consecuencia de aquellas nuevas revelaciones un numeroso grupo de usuarios atacó la web del trabajo de Richards y amenazó con seguir haciéndolo hasta que en la compañía le diesen la patada a la mujer. La empresa cedió y despidió a Adria Richards.
American history
En febrero de 2013, un chico de dieciocho años natural de Texas y jugador del popular MOBA online League of Legends discutía en Facebook con sus amigos sobre aquel videojuego del modo en el que lo podría hacer cualquier otro adolescente del planeta: exagerando y haciéndose el malote. El chico se llamaba Justin Carter, y en un momento dado llegó a escribir en los muros de la red social una colección de afirmaciones dramáticamente exageradas: «Estoy jodido de la cabeza ¿vale? Creo que voy a MONTAR UN TIROTEO EN UNA GUARDERÍA, VER CÓMO LLUEVE LA SANGRE DE LOS INOCENTES Y DEVORAR EL CORAZÓN LATIENTE DE UNO DE ELLOS» [Con mayúsculas en el original]. Cualquiera que se asomase por el hilo en cuestión podía comprobar que los bramidos de Carter eran una coña muy pasada de rosca, pero la sociedad estaba muy tensa desde el tiroteo de Sandy Hook, ocurrido un par de meses antes, y una mujer de Canadá decidió denunciar al chaval tras tropezarse con toda la perorata sobre masticar corazones humanos.
Horas más tarde la policía arrestaba a Carter, lo encerraba en prisión bajo una fianza de medio millón de dólares y lo dejaba a la espera de un futuro juicio donde podría ser castigado con diez años de prisión, la condena por amenazas terroristas según el código penal de Texas. Carter ingresó en la cárcel mientras todo lo que ocurría a su alrededor parecía un disparate: la policía no pudo encontrar evidencias de que el chaval fuese un psicópata con ganas de roer fémures de chiquillos, la conversación de Facebook original no fue recuperada y examinada en su totalidad y supuestamente se forzó al chico a admitir ser el autor de aquellas amenazas sin su abogado presente. Entretanto, los padres de Carter hicieron pública su historia a los medios mientras intentaban recaudar el dinero necesario para pagar la fianza y explicar al mundo que su hijo estaba encarcelado por decir cuatro burradas en un muro de Facebook. Meses más tarde, en julio de 2013, un donante anónimo pagó la fianza de Carter, pero su delirante caso sigue a día de hoy pendiente de juicio. La petición que Jennifer Carter había montado en Change.org para recoger firmas de apoyo a su hijo también sigue activa.
Ocurrió cerca de su casa
En 2011, Nacho Vigalondo decidió provocar en Twitter a sus numerosos followers bromeando sobre el Holocausto y como consecuencia sufrió un linchamiento público que lo llevó a perder una campaña publicitaria contratada por el periódico El País y en general las ganas de levantarse de la cama por la mañana. Durante una entrevista un par de años más tarde, el director reconoció que la cosa se desmadró tanto como para llegar a sopesar el largarse de España. Curiosamente el entrevistador en aquella ocasión era Guillermo Zapata, la misma persona que durante aquel 2011 decidió solidarizarse con el director de cine citando chistes de humor muy negro, de los que se han repetido durante generaciones en los patios de colegio entre la chiquillada menos elegante, y también el mismo que acabaría siendo edil de cultura en el equipo de Manuela Carmena cuatro años más tarde.
En 2015 a Esperanza Aguirre le sonó la flauta y solicitó la cabeza de Zapata por aquellos tuits extirpando cualquier tipo de contexto del razonamiento, como consecuencia del revuelo y la presión el nuevo edil acabaría renunciando al puesto. En los meses posteriores el hombre se acabó aprendiendo de memoria el camino hacía los juzgados de tanto ir a declarar por culpa de tuits publicados hace años; entretanto las acusaciones obviaban a propósito el resto de esas conversaciones de 2011 como un niño que se tapa los oídos con ambas manos mientras canta sobre pelotas y traseros que rebotan y explotan. En medio de todo el caos Irene Villa, protagonista de algunos de los chistes, aseguraba desde su columna que jamás se había sentido ofendida o aludida por aquellas bromas. El asunto adquiría tintes cómicos durante una de las últimas vistas celebradas, donde el propio fiscal solicitó la absolución de Zapata, algo que finalmente acabaría ocurriendo cuando la Audiencia Nacional sentenciase que los comentarios eran solo humor macabro y no humillación de las víctimas.
Cesar Strawberry, cantante de Def Con Dos, también visitó los juzgados a causa de varios tuits donde bromeaba con echar de menos a los GRAPO, secuestrar de nuevo a Ortega Lara y el perfil aerodinámico de Carrero Blanco. A Strawberry se le acusó de enaltecimiento del terrorismo y humillar a las víctimas, la fiscalía solicitó veinte meses de cárcel y, tras la celebración del juicio en julio del 2016 ante un tribunal presidido por Fernando Grande-Marlaska acompañado de Manuela Fernández de Prado y Nicolás Poveda, el cantante fue absuelto de los cargos al considerarse que sus declaraciones revelaban un «tono crítico con la realidad social y política, tratando que el público comprenda el sentido metafórico y ficticio que envuelven sus obras, respecto al concepto de fondo siempre de carácter pacífico y exclusivamente cultural».
Poveda emitió un voto particular de carácter discrepante con la sentencia donde señalaba que pese a que el tono del artista apostase por la provocación a su modo de ver los tuits contenían un «posicionamiento de odio» contra las personas mencionadas. La fiscalía recurrió al Supremo y el desenlace es disparatado: en enero de 2017 se anulaba la absolución dictada meses atrás y se condenaba al cantante a un año de prisión junto a seis años y seis meses de inhabilitación absoluta. Casi suena a chiste que seis tuits acabasen condenando al cantante de un grupo que lleva toda la vida bromeando con el humor más negro: hace más de veinte años Def Con Dos cantaba sobre asaltar un McDonald’s para ametrallar a inocentes pero también sobre pegarle fuego al Liceo, suicidarse o veranear en Puerto Hurraco. Incluso los libretos que incluían en sus cedés estaban repletos de proclamas y desbarres pasados de rosca, donde la banda proponía atar a Sting a un árbol de la selva amazónica y prenderle fuego al conjunto o anunciaba que la entrepierna de Lina Morgan alojaba un pene envidiable.
A finales del año pasado dos personas eran detenidas por utilizar las redes sociales para realizar unos comentarios bastante desagradables sobre un menor aquejado de cáncer y amante de la tauromaquia. Una sentencia que parece estar muy cimentada en declaraciones particulares realizadas en redes sociales, mantiene en la cárcel desde hace más de un año a Nahuel, miembro de un grupo anarquista y vegano llamado Straight Edge.
Para Cassandra Vera, una estudiante de historia de veintiún años, la fiscalía solicita dos años y seis meses de prisión y tres años de libertad vigilada por culpa de una tanda de chistes sobre Carrero Blanco que se le ocurrió realizar en Twitter entre el 2013 y 2016. Una pena que varios historiadores han interpretado como una locura al considerar que dichos chistes forman hoy en día parte de la memoria popular, incluso la propia nieta de Blanco ha llegado a declarar que huele a disparate solicitar una condena de cárcel por realizarlos. El humorista gráfico Raúl Salazar apuntó en su blog a un detalle curioso: en 1984 Tip y Coll ya bromeaban, en las páginas del libro Tipycollorgía sobre el atentando contra Carrero Blanco.
2017 y nosotros en bragas ante el disparate. Nadie esperaba a la Inquisición española y mucho menos a una justicia indagando entre los nidos de las redes sociales para condenar opiniones personales, por muy mezquinas que estas sean, o dedicando una cantidad tremenda de tiempo, sudor y esfuerzo a perseguir chistes.
«Dentro de mil años no habrá ni hombres ni mujeres, solo gilipollas» (Renton)
Ha empezado…
Espero que no me manden al banquillo por injurias.
muy bueno
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Me parece muy interesante una contraposición. Por un lado la tremenda capacidad de las redes sociales para joder la vida a individuos anónimos o como mucho a gentes que viven del mundo del espectáculo o el ocio. Todo ello frente a la casi total inutilidad e impotencia de esas mismas redes sociales de cara a lograr transformaciones tangibles y positivas en el plano de la realidad, como por ejemplo ejercer de elemento de presión efectiva hacia la cúspide del poder político y económico.
Incluso siendo muy pesimista en cierta forma podría decirse que las redes sociales han servido para desviar la furia ciega de las masas, potencialmente destructiva desde tiempos inmemoriales (las sociedades premodernas eran profundamente injustas pero no poseían medios de control social demasiado desarrollados por lo cual, a fin de cuentas, una revuelta azarosa de campesinos o un levantamiento de los desarrapados de París provocado por unas cuantas malas cosechas sucesivas siempre podía potencialmente acabar con tu castillo en llamas o las cabezas de tu familia en una pica fueras quien fueras), hacia objetivos no estratégicos para las élites que gobiernan.
Nunca como en los tiempos modernos ha sido tan irrelevante la furia de las masas (la cual continua siendo, eso sí, igual de ridícula e impredecible que siempre) y el poder y las élites han podido sentirse tan seguras y confortables en sus mansiones a salvo de cualquier sobresalto imprevisto que implique sufrir la violencia y otras consecuencias imprevistas o desagradables de la desigualdad y otras injusticias sociales.
Ni siquiera en los tiempos de mayor ascendencia del púlpito como elemento de control las ovejas fueron tan risibles e inofensivas para los lobos.
Y dado que, por mucho que sea incorrecto políticamente reconocerlo, la mayor parte de avances hacia nuestras sociedades del bienestar liberales se consiguieron a través de la violencia ocasional ejercida por grupos de descontetos o el miedo de las élites a dicha violencia… el resultado es el que puede deducir cualquiera.
Aunque a fin de cuentas esto solo es una paja mental escrita para desahogarme en un medio potencialmente irrelevante. Nadie que realmente cuente va a leer esto nunca y si lo hace su máxima reacción será tirarse un pedo mientras sonríe divertido y apura su copa de champán o lo que sea que beben las personas que no son unos pringados como yo y todos estos gilis que se dedican a perder su vida mirando una pantalla dado que en el mundo real se saben completamente prescindibles, irrelevantes e impotentes.
Yo siempre he pensado que en los bares de barrio se han dicho cosas más gordas toda la vida y nunca ha pasado nada. Si te gustaba te reías, y si no, te ibas a la otra punta de la barra. Libertad de expresión, ¿no?, un gran logro. Ahora la escala de valores es universal y entran en conflicto a costa de los derechos individuales: si no compartes lo que se dice, una bandada de linchadores «cierra el bar»… un gran paso atrás además de abrir la puerta a la imposición de valores de dudosa independencia.
La libertad de expresión está bien citada, pero citemos también los derechos que protegen la dignidad y el honor de las personas.
Alguien ve alguna diferencia entre el gangsta rap de Ice-t, el punk nazi de Skrewdriver, el reggaeton de Alexis y Fido o el dancehall de Capleton?
Nazi punks fuck off!
Es la vieja tensión entre libertad y seguridad+orden. No se pueden tener ambas igual que el crecimiento económico y la equidad suelen chocar cuando se intenta maximizar ambos lados del espejo.
En tiempos actuales un conjunto de causas (desde el miedo al terrorismo, hasta otras consideraciones menores como la obsesión por lo políticamente correcto) ha satanizado completamente la violencia política, así como a menor escala el insulto o toda burla o crítica virulenta. Lo cual está bien… sobre el papel. El problema es que como la persecución de todo esto por pura inercia solo puede hacerse a través de la restricción de libertades el resultado produce efectos que pueden no compensar.
Si añadimos a esa pérdida de libertades la tendencia general de este período a la reducción o al menos la congelación de derechos sociales, tenemos que vivimos en un mundo en el que en aras de la posibilidad de un hipotético atentado islamista o evitar que alguien insulte a un niño con cáncer en Twitter se ha producido un reflujo hacia el espionaje de los ciudadanos por parte del Estado, así como un aumento de la legitimidad de ideas como la utilización de la tortura por parte de esos mismos Estados en determinados casos, también se han perdido determinadas protecciones jurídicas, etc.
Y como digo puede haber gente, como yo, a la que le parezca que esto no solo no vale la pena sino que apesta porque prefiero vivir en un mundo más libre donde todo el mundo pueda insultarme en Twitter, o en la calle si le parece, y arriesgarme ante la (más escasa de lo que parece) posibilidad de que un yihadista haga explotar una bomba en mi pueblo, antes que tener que tragar con toda esta mierda que sí condiciona de forma imperceptible pero constante mi día a día como ciudadano.
Que manera de mezclar churras con merinas. La instrucción de los delitos contra el honor se inician mediante querellas o denuncia de particulares, ni Estado ni leches. Una cosa es libertad de expresión, y otra distinta es la injuria y la calumnia. Que el sistema o el mundo sean un desastre no es pretexto como para que el personal se dedique a insultar a todo el que tenga por delante con la excusa del cachondeito. Y si el insultado se siente ofendido, tiene toda la libertad y la legitimidad como para llevar al banquillo al ofensor.
No, a mi modo de ver estas cosas no dependen de particulares. Y lo explico. Solo parece que dependen de particulares. Desde luego es el ofendido el que reclama, pero es el sistema legal creado por los Estados el que regula en qué medida se hace caso a esas cuestiones, cuales son los límites de eso tan intengible como es el «honor» y en última instancia cual es la virulencia de las represalias sobre el ofensor en caso de ser encontrado culpable.
Teniendo eso en cuenta en el plano de la realidad cotidiana lo que ocurre es que por mucho que tu vecino se cague en tu madre enferma o en tus muertos lo más probable y normal es que nunca logres llevar eso a juicio o en todo caso conseguir una condena efectiva (desde mi punto de vista es bueno que eso ocurra, pero esto es discutible y en último punto irrelevante para lo que quiero razonar).
Lo que sí va a ocurrir es que en realidad aquellos que logran represaliar de forma efectiva y constante mediante este tipo de legislación a sus detractores son, oh casualidad, aquellas personas con el suficiente dinero y contactos como para engrasar el mecanismo legal. Y muy especialmente el aparato del Estado. Tenemos así que en última instancia este tipo de cortapisas legales sirven en un 80% de los casos para que las élites y el Estado puteen, arruinen mediante multas y represalien a gente que les ofende o les toca las pelotas, mientras que en lo tocante a la dirección inversa se pierde una posible arma o como poco un mecanismo de pataleo de los de abajo respecto a los de arriba.
Al final a tí o a mí nos van a seguir insultando (o no) nuestros vecinos o un chalado que te ha cogido manía en Facebook, pero al final del año va a resultar que mucha gente que expresa opiniones incómodas o le toca las pelotas, incluso sin querer, a la persona equivocada y con suficiente dinero o contactos, puede acabar en la cárcel o arruinado. Por eso no son ninguna vía de progreso ni sirven para nada todas estas leyes para proteger no se qué, las cuales en el fondo están sirviendo en la práctica para intentar poner bozal al perro de Internet al servicio de los de siempre.
Y mientras tanto, todo sea dicho, la furia de la marabunta, descabezada sigue dirigiéndose al azar en las redes sociales contra los objetivos equivocados y gracias a ello de vez en cuando comprobamos sin más lo estúpido del ser humano y lo ciegas que son las masas. Esto último es el tema central del artículo, la otra cuestión (cómo con esa excusa y la de la guerra contra «el terror» el poder político está desarmando progresivamente el último campo de expresión libre que resta una vez que todos los demás medios de masas han caido completamente en manos de corporaciones) solo se plantea de refilón al final y a mi juicio lo verdaderamente importante es esto último.
Es decir, que sí, que los humanos somos unos gilis y hay mucho asilvestrado en las redes sociales (quizás yo mismo) pero al final cualquier medida para castigar esto (que al fin y al cabo no hace tanto mal teniendo en cuenta que hay cosas mucho más graves y tangibles ocurriendo todos los días) a la larga sirve para lo que sirve, que no es solucionar ese problema concreto (el cual me temo que se la suda a los que de verdad legislan) sino para hacernos menos libres y avanzar hacia el objetivo último de tenernos bien calladitos.
Cada caso de los descritos es diferente. Entre las chavalas que se dedicaban a sacar fotos haciendo lo contrario del cartel o señal de turno y el individuo que le deseo la muerte al niño enfermo con aficiones taurinas…. va un mundo…O No?
Aparte de ser mas o menos graciosillos, la catadura moral de unas y otrosi es distinta, y la motivacion también. …O eso parece, e igual estoy juzgando severamente por error al que arremetio contra el chiquillo.
Para mí el caso más sangrante fue el de Matt Taylor, uno de los científicos responsables de la misión Rosetta crucificado por, atención, llevar una camiseta estampada con mujeres ligeras de ropa. Sí, estamos hablando nada menos de la gente que colocó una sonda en un cometa, ¡casi nada!
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A tal punto llegó la lapidación hacia su persona que tuvo que pedir disculpas en público por el asunto. ¿Cómo se ha llegado a esta situación tan absurda? ¿Disculpas para qué? Él llevó una sonda a un cometa, ¿qué hicieron en su miserable vida todos los que le criticaron en las redes sociales?
¡Menuda argumentación más lamentable y clasista!. ¿Estás sugiriendo que por colocar una sonda en un cometa tiene derecho a más libertad de expresión que un joven sin trabajo ni estudios?
Dale otra vuelta a lo que has escrito a ver si ves lo endeble de tu razonamiento.
¡Gracias!