Probablemente sea ya tarde para el mundo, pero siempre queda una oportunidad para el individuo. (Joseph Brodsky, poeta. Premio Nobel de Literatura en 1987. Ruso exiliado en Estados Unidos, murió en NY. Por expreso deseo suyo, sus cenizas se enviaron a Venecia).
Dios es una línea que se bifurca. Así resume el papa Lenny lo fundamental, en su primer discurso a rostro descubierto, frente a una plaza de San Marcos en Venecia a rebosar. Una línea que se bifurca: Dios presente o Dios ausente. Ausente en casi la totalidad de esta historia, porque El joven papa, una gran parábola en diez episodios, no habla de Dios, ni del catolicismo, ni de dogmas o doctrina. Es una película religiosa, aunque no hable de religión.
El joven papa admite varias lecturas. Mi amigo Férriz hizo aquí una interesante, buscando su encaje en el estado actual de la fe católica. Yo veo, sin embargo, una línea que se bifurca: una habla de poder y autoridad, y otra, en la segunda mitad de la serie, habla de poder transformador, cuando el que ejerce ya el poder se enfrenta a sí mismo, toma su cruz y la sigue.
El joven papa es, ciertamente, una historia de fe pero de fe en uno mismo, más grande que la fe en Dios.
Todos los papas de la historia se dan cita en sus habitaciones privadas, en torno a la mesa de comedor, para darle un consejo, en un sueño o una visión: «Al final, más que en Dios, ¡es conveniente creer en uno mismo!». Al joven papa, que en su vida ha hecho otra cosa, le parece una mierda de consejo, una banalidad. El papa más viejo responde: «Somos el poder, y el poder sí es una banalidad».
El joven papa muestra también que es posible llegar al poder absoluto y no saber para qué usarlo. Basta con desear llegar, exhibir el poder y plegarse a su liturgia.
Que Sorrentino haya elegido el Vaticano para escenificarlo es meramente estético. Podría haber sido la historia de Lenny Belardo llegando al poder con el mismo vital resentimiento, en la empresa, en la política o en una banda mafiosa. Pero el Vaticano es el régimen absolutista eterno, es el marco incomparable de la liturgia del poder: aúna fe y política. También es la fe en la política, como garantía de eternidad.
Llegar a la cumbre para Lenny Belardo tiene dos esfuerzos: el del niño y el del adulto.
El camino del niño está marcado por el abandono y el resentimiento, asciende hacia el poder por el camino natural que le ofrece el orfanato religioso, el sacerdocio, para vengarse del mundo como un déspota de la pérdida cruel de su infancia. La ley evangélica cuando el Evangelio es ley: «El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí» (Mt 10,34).
Pero también puede elegir el camino del adulto, que transforma miedo a la responsabilidad en ira. Que cuando alcanza el poder ha de abandonar afectos, y los afectos le abandonan a él. Que madura y acepta que olvidar cierta alegría de la juventud es una carga que conlleva errores. Y que tiene que aceptar, finalmente, que estar en lo más alto es estar solo. Como decía Carles Casajuana en su recopilatorio de notas lúcidas sobre el poder, estar en la cúspide siempre es una forma de orfandad.
Hay una escena clave, en la que el cardenal más viejo le regala un gran imperdible como metáfora de la Iglesia: solo es útil si se abre. Pío XIII lo deforma desde el centro y se lo pone de pulsera: cerrado también es útil, lo que sugiere una idea de Iglesia que no tiene que ver con la practicidad inmediata. El cardenal viejo lo llama al fondo del asunto: la cuestión no es ya debatir con los fieles si Dios existe: la cuestión hoy es por qué tenemos que depender de Dios.
Para Pío XIII todos los fieles son huérfanos, como él mismo. Dependemos en la medida que suplimos la ausencia.
Ejercer el poder de modo despótico, como venganza al abandono, o aceptar las responsabilidades tras el miedo y la ira con la aflicción de las pérdidas que conlleva. Ambos caminos son claves universales. Quizá por ello, la historia de Pío XIII no molesta a católicos convencidos y fascina a quienes no lo son. No cuestiona la fe cristiana ni hay referencia a los dogmas como cuestión de fe. El Vaticano real ha mantenido una distancia respetuosa y su silencio confirma que Sorrentino —ya lo anticipaba el impagable personaje del cardenal en La gran belleza— maneja con soltura las claves del pequeño reino, «una ciudad llena de almas perdidas». También maneja algunas de El padrino, dicho sea de paso, aunque aquí no hay caballos decapitados sino canguros papales asesinados por el parque.
Hay ángeles de la guardia, ¿qué son si no las prima donnas del coro, desde el cardenal Spencer hasta el viejo Caltanissetta? Hasta sus más retorcidos complots, sus intencionadas traiciones, son puntales a mayor gloria de Pío XIII.
Mención aparte tienen el secretario de Estado, el cardenal Voiello. También la hermana María y Sophie, la responsable de marketing de su santidad. Voiello es un Maquiavelo en horas bajas, un Don Juan en los infiernos, un Sancho Panza perfecto, al fin y al cabo. Perfecto en la empatía que le falta al papa y perfecto en la mundanidad de un Sancho Panza aristócrata. El papa Lenny sabe ponerlo en su sitio: «Se da aires de político y no acaba de ver que se enfrenta a un político mucho más astuto que usted: yo». La hermana María, Esther y Sophie son tres edades femeninas en sus afectos: la madre espiritual, la madre deseada y la compañera cómplice («Tenemos la misma edad», le dice Sophie. «Teníamos la misma edad», le responde el papa, «los huérfanos nunca son jóvenes»).
El papa Lenny es intransigente, irritable y vengativo. «No creo, Dios, que seas capaz de salvarme de mi mismo», musita para sí. Es caprichoso hasta el punto de obrar solo milagros que saldan deudas con su pasado de niño abandonado: salvar madres, crear madres, castigar a malas madres. Ante la Piedad de Miguel Ángel, se reafirma: al final, solo queda la madre.
Jude Law, en el papel de su vida, decía que fue un regalo interpretar a Lenny Belardo, otro actor en el papel de Pío XIII.
Según la hermana María, Lenny Belardo es un santo. «Por santo no me refiero a bueno. Lo digo literalmente. Santo».
Un santo contradictorio, capaz de sobornar al confesor del vaticano para controlarlos a todos, porque sabe que quien controla la información retiene el poder, y también capaz de enviar a ancianos corruptos a Ketchikán, Alaska, como ángeles caídos.
Un creyente contradictorio, que empieza una revolución en nombre de un dios enfadado porque ha perdido la batalla, porque piensa que no hay nada que hacer con los hombres, porque los hombres le han dado la espalda. Que ama a Dios, firme en su ausencia o en su presencia, porque es doloroso amar a los seres humanos, tan volubles. Un hombre contradictorio, para el que los afectos son decepción y es cobarde e infeliz, «como todos los sacerdotes».
Piedad, compasión, perdón… virtudes que el mundo dejará de atribuirle y ante lo que tendrá que reconocer que Pío XIII es un fracaso. «¿Qué hemos hecho mal?» pregunta a Sophie, la responsable de marketing del Vaticano. «Nos hemos olvidado del palo y la zanahoria —responde Sophie—. Hemos mostrado solamente el palo». A su mentor espiritual, el defenestrado cardenal Spencer, pregunta qué debe hacer para restituir el camino de la Iglesia: «Vete a Venecia, y entierra de una vez los dos ataúdes vacíos de tus padres», responde.
Un líder antipopulista. Porque no se exhibe ni gusta de los baños de multitudes. Prefiere un papado a modo de panóptico de Bentham: nadie lo ve, él controla a todos. Le piden visión y certezas, y solo ofrece «comentarios inquietantes», como resalta Voiello.
Un papa que no admite chantajes, porque no cediendo al miedo, el mundo se para para hablar de amor.
Un papa con una fe tan sólida que cree en el poder de Dios antes que en el de ser humano. Por tanto, cree en el poder de uno mismo, a imagen y semejanza, antes que en el poder de un dios. Eso es lo que hacen los santos.
Pío XIII puede ser lo peor, tener la crueldad de un niño, pero hasta en el dolor o en la vejez prematura, al madurar, perdona y encuentra cierto atisbo de juventud.
Pío XIII no es capaz de dejar atrás su pasado, ni cargar con cruces ajenas ni permitir que otros dejen de hacerlo.
El fundamento del misterio es la ausencia, el ejercicio del poder sigue siendo un misterio.
Es un ejercicio de paciencia, es decir, de tiempo.
El poder como forma de venganza al abandono, una interesante idea. Un familiar decía que quien desee el poder es un neurótico, seguramente tenía razón.
Sólo así se entiende que muchos poderosos sean tan cabrones, pienso en Franco, Aznar, Rajoy, Fraga ( por no hablar de mayores como Hitler o Stalin )
Tengo pendiente la serie, he descargado los dos primeros capítulos, ya veremos, en principio pinta bien, y desde luego Sorrentino es una buena referencia.
Obama, Clinton, Schröder, Suárez, Blair y Azaña. Todos fueron o se sintieron huérfanos a edades tempranas. En el libro que cito de Casajuana (Las leyes del castillo) hay un capítulo entero, ‘Huérfanos’, sobre la orfandad del poder. Quizá no sea casual, madurar pronto te obliga a depender de ti mismo, a observar para aprender solo y a tener cierto desapego afectivo. Tener responsabilidades siempre es tomar decisiones, hasta cuando no lo parece… A Sorrentino le ha salido una obra maestra, pero solo tiene sentido en el conjunto de los diez capítulos ;)
Nombra usted mucho cabrón de sociedades abiertas (en terminología de Poper). Le cito alguno de sociedades cerradas: Castro, Maduro, Pol Pot, Mao… Como escribió Revel, los negacionistas procomunistas son legión. Expertos en «vocación civil», citando al genial Jep Gambardella en aquella antológica conversación de La Gran Belleza.
¿Franco de sociedad abierta ?
Para mí, y para muchos cubanos, Castro no es un cabrón, todo lo contrario. Es el artífice de que en su país tengan educación y sanidad al nivel de muchos países del primer mundo, incluso mejores; de que tengan cifras de alfabetización mejores, de que la ( poca ) riqueza que tienen se reparta mucho mejor.
Los negacionistas capitalistas no se dan cuenta – o no quieren hacerlo – de que un sistema que mantiene a un elevadísimo porcentaje de la población mundial en la pobreza y pasando hambre no es bueno y tiene que ser rechazado por inútil.
Por cierto, eso de hacer citas a tutiplén era una costumbre muy de Fraga.
Matar y reprimir está mal siempre y cuando no se haga en nombre de nuestras ideas.
Dios es la línea q se bifurca, es una máxima q explica el personaje del joven Papa. Al final de la serie esa máxima justifica sus rabietas, crueles y graciosas, que también sirven para sobrellevar los diálogos y mantener la atención.
No comparto la inexistencia de dogmas de fe. Existen y se manifiestan en el trato de la homosexualidad por la Iglesia y el Aborto. Mención especial al diálogo entre el viejo cardenal americano, más humano, y el joven Papa, manteniéndose en su divinidad apelando a sus «iguales»; filósofos santificados.
Visualmente no alcanza a «La grande belleza». Supongo q los tiempos de rodaje en una serie a un film, son distintos.
En todo caso, viva Sorrentino!!
Ni el veto a la homosexualidad, ni el aborto, tampoco el divorcio o el sacerdocio femenino, que también se mencionan (junto a los límites territoriales del Vaticano, por cierto, como golpe de humor), son dogmas de fe. Forman parte de la moral según el magisterio de la Iglesia, y pueden evolucionar o no, abrirse debates. Creo que la serie es honesta en esto. La paradoja es que son los ancianos los más aperturistas, también los más corrompibles, moralmente.
La Gran Belleza es magnífica aunque trata otros temas (muy bien el amigo Jambrina aquí, ver tb. los comentarios http://www.jotdown.es/2014/01/juanjo-m-jambrina-la-gran-belleza/ ) . Sí tiene en común la búsqueda existencial, la razón de vivir (o de morir). La Juventud, sin embargo, me pareció una obra fallida. El Divo me gustó mucho.
Como que no fue un cabrón ? De que le sirve a un pueblo ser culto si luego no tiene derecho a pensar ? .
Si en Cuba se a vivido tan bien por que razón muchos cubanos han salido de Cuba , por aventura ? ya esta bien de tanto lavar el cerebro a la gente .
Si en España se vive tan bien, ¿por qué muchos españoles tienen que largarse?,¿por movilidad exterior?, ya està bien de intentar cuñatizar a la gente con comentarios simplistas llenos de faltas de ortografía.
Acaba de comparar irse de España (yo puedo hacerlo cuando quiera y sin necesidad de tirarme con una balsa al mar) con irse de Cuba (donde evidentemente no pueden irse libremente). Pero bueno, al menos ha metido la palabra cuñado, así que estará contento.
El articulo me ha llevado a ponerme a ver la serie, así que felicidades por él.
Le contestaré con otra pregunta: ¿ de qué sirve tener libertad si luego no tiene qué comer o médico cuando enferma ?
100.000 alemanes emigran cada año y eso que es un país en el que hay trabajo, libertades y una muy buena calidad de vida. Si los alemanes emigran es por diversos motivos, si los españoles emigran es para buscar trabajo, si los australianos emigran es porque están cansados de estar aislados del mundo, si los israelís emigran es porque tienen miedo a una guerra y si los cubanos emigran es única y exclusivamente porque odian su opresivo sistema comunista… claro… Se puede ser más simplista??
Aún no he visto la serie. Me da igual. Podría estar horas y horas hablando de Sorrentino y de Ammaniti. O viceversa. La Juventud superó a La Gran Belleza. Y veo que sigue creciendo.
Tienes razón, amiga Dolores, en citar el capítulo «Huérfanos» del libro de Casajuana. A fin de cuentas, Sorrentino es huérfano desde muy joven (16 años) y de forma muy traumática, asquerosamente traumática. Hasta aquí puedo escribir.
No me gustó La Juventud :'( pero The Young Pope me parece mejor que La Gran Belleza, lo que era dificilísimo..
Silvio Orlando en el papel de Voiello está enorme (estando todos los actores impresionantes, empezando por Jude Law, muy en modo escuela inglesa).
Hay algo en The Young Pope que me recuerda a Yo, Claudio.. Podría hacerse perfectamente una obra de teatro.
… cuánta rotundidad en ese «no me gustó», qué inquebrantable determinación… Amo a Sorrentino como amo a Lola GP, no puedo evitarlo…
Completamente de acuerdo en todo. Sorrentino es un genio. Cómo aprovecha la tradición del cine y hasta le roba a Nanni Moretti planos de su Habemus Papam. Diane Keaton y el actor que interpreta a Voiello están impecables. Jude Law es consciente de que está interpretando un papel que es un bombón. Y tan bien escrito. Esos diálogos. Claro que Roma da la mitad del impacto en las imágenes.
Creo que la serie está pensada para público de «series» y si es norteamericano, mejor. En cuanto a contenido ideológico sería esperable en un hombre con tamaña responsabilidad, actitudes menos superficiales o aberrantes (la cocacola, exigir el secreto de confesión¡¡¡) . Hubiera sido interesante un discurso a los cardenales cargado de líneas maestras de su pontificado: Queda solo el ropaje barroco y sobrecogedor y un mensaje de orgullo, solipsismo, deseo de somenter a toda la curia bajo su pie, ante su tiara. ¡Vaya anacronía!
No había leído este artículo. Muy bueno. Y estoy de acuerdo en que The young pope supera a La grande Belleza y en que La Juventud es un intento fallido. Y también pienso que mucha gente no ha entendido mucho de la serie, pero eso no dice nada malo de Sorrentino.
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¡Gracias!
«Un papa con una fe tan sólida que cree en el poder de Dios antes que en el de ser humano»… Sera fe en si mismo porque es evidente que Pío XIII es ateo.