Ciencias

¡Malditos roedores!

mlaro
Ilustración: Trinidad Ballester.

Síntoma y deseo

La insidia con la que el gato Jinks persigue a los ratones Pixie y Dixie nos hace sospechar que añade de su cosecha más fuerzas psíquicas de las que necesita como depredador. Parece que Jinks no se limita a obedecer a su instinto de cazador y proyecta otros conflictos internos cuando acecha a los ratones. Los llama malditos y miserables cuando ellos simplemente se limitan a sobrevivir escapando de sus garras.

En el caso del depredador, parte de su proceso de socialización tiene que ver con lo que debe hacer para ser aceptado por el grupo y esto incluye que se convierta en garante del orden establecido. Para ello debe estar dispuesto a perseguir a quienes cree que lo amenazan. En definitiva, debe aprender a ver delito y patología en lo que inicialmente es mero deseo.

El gato percibe en la pulsión de sobrevivencia de los ratones un comportamiento desafiante que le irrita. Es similar al caso de los niños que se aburren mortalmente en la escuela y deciden emprender otras actividades que consideran más interesantes para su propio desarrollo. Como consecuencia de ello se les diagnostica como absentistas y «fuguistas» escolares. También es el caso de las personas que escapan de la miseria y de la guerra con bebés a cuestas y se les considera inmigrantes ilegales.

Parece que las personas no pudieran desarrollar comportamientos como mera expresión de su libertad de juicio, sino porque están bajo la influencia de un síndrome que no pueden controlar. De este modo el que tiene miedo a la muerte es porque sufre el síndrome de tanatofobia, quien teme a los perros padece cinofobia. El que teme a los médicos, no es por prudencia, sino porque sufre yatrofobia y la persecución de la satisfacción de un modo exagerado se conoce como la enfermedad de la hedonía. Por cierto, este mal se torna epidémico los viernes por la noche.

Todo ello forma parte de un proceso de conversión de la víctima en sujeto patológico o infractor que habita en el área sombría de la sociedad. Además, este perpetrador es funcional a la construcción colectiva de los marcos referenciales de lo razonable. Dicho de otro modo, la sociedad necesita poner estos márgenes para establecer los umbrales que dividen la normalidad del área oscura considerada como indeseable y maldita.

Lo sintomático suele ser portador de otros mensajes. El ámbito de lo psíquico tiene esa característica: todo síntoma tiene un campo metafórico que lo amplía y lo significa. Por eso, ciertas preguntas recurrentes en la entrevista clínica suelen ser: ¿Con qué más tiene que ver lo que nos ocurre? ¿Qué otros mensajes nos está dando el síntoma?

La dificultad sobreviene cuando estos mensajes como el miedo, el rechazo, la violencia o cualquier otra conducta desadaptada son censurados por la sociedad. Esta reprobación los confina lógicamente a una maldición clandestina y silenciosa llegando a veces a la persecución. Es el caso del niño que fue tempranamente abandonado y no recibió cariño de nadie. De pronto, los educadores o familias que le acogieron en sustitución de la suya propia se sienten disgustados si este no les entrega su amor de forma total e inmediata. Hablamos de niños que tenían que complacer a sus nuevos padres para poder sobrevivir, cuando aún estaban enfadados con los suyos propios porque los abandonaron (1).

Seguir la propia pulsión ha condenado a muchas personas al exilio exterior e interior. En 1929 Marguerite Yourcenar publicó Alexis o el tratado del inútil combate (2), relato basado en una larga carta en la que el protagonista decide despedirse de su mujer y su hijo, aun amándoles profundamente, para poder atender y desarrollar su deriva homosexual. En las últimas páginas declara a su esposa: «Te he traicionado, pero no he querido engañarte» (3). Es un ejemplo de cómo el deseo exige un precio. El anhelo de libertad se torna culpa y condena, en este caso mediante el aislamiento.

De este modo se ejemplifica cómo el sujeto queda obligado a pagar por su deseo. El síntoma se convierte en la factura que la persona debe abonar para conseguir lo que quiere. Esto también puede explicar las cargas que a veces arrastran algunas personas que defienden un mundo mejor que el orden establecido. Es como si la revolución exigiera que tienen que pagar un precio por el deseo de esta renovación, practicando pautas autolesivas contra su propia salud como el uso abusivo de tabaco y alcohol o simplemente una constante tristeza o melancolía que ejercen como práctica compensatoria y tributaria de su propia libertad. Como si cuidarse fuera sospechoso de estar en el ámbito del viejo orden que se desea combatir. Como si ser feliz fuera signo de inconsciencia y frivolidad banal teniendo en cuenta la gravedad de los problemas que tiene el mundo.

La renovación y el cambio exigen un precio. Es un principio de autorregulación homeostática y de mantenimiento de la estabilidad de los sistemas.

Procesos de normalización y fronteras de la identidad sexual

En otro orden de cosas, podemos establecer como hipótesis que el concepto de identidad sexual obedece a un discurso interesado de regulación social. En este sentido, cada persona debe constituir una identidad sexual acorde con su anatomía. La teoría queer cuestiona esto cuando aboga por la aceptación y normalización del polimorfismo (4). Paul Preciado indaga en los intereses que motivan esta idea e investiga cómo la sexualidad ha llegado a convertirse en el centro de la actividad política y económica (5).

A los dispositivos instituyentes les resulta interesante mantener perfiles de identidad sexual correctos y marcar otros como desviados. Los motivos son de índole económica y se encuadran en el periodo histórico de la guerra fría. En esa época los Estados Unidos invierten más dinero en la investigación científica sobre sexo y sexualidad que ningún otro país a lo largo de la historia. Por otro lado, el macartismo de los años cincuenta engloba la persecución de comunistas y de homosexuales en una misma batalla, considerando este comportamiento como antiamericano y exaltando la imagen de la masculinidad laboriosa y la feminidad hogareña como valores supremos.

La razón estructural es que el modelo de producción económica está sustentado en esta diferenciación de roles. La razón comercial estaría basada en que el estrógeno sintético se convirtió en la molécula más utilizada y comercializada en la historia de la humanidad (6).

De este modo, la frontera de normalización la marca el paradigma de la heterosexualidad, quedando en el área maldita y reprobable el resto de pulsiones y tipos de identificación sexual especialmente si son fluctuantes, variables e indefinidas. Es decir, no controlables.

Vecindad entre maldad y locura

Maldad y locura suelen tener relaciones dinámicas en el caso de los comportamientos oscuros. El estudio de lo anormal obedece a esta fascinación del ser humano por el malditismo (7). En el caso de los comportamientos delictivos más abyectos, algunos de ellos pueden obedecer a pautas de profunda lealtad. Pierre Rivière fue un parricida que en 1835 asesinó a su madre, a su hermana y a su hermano (8). Según su propia confesión lo hizo para defender a su padre de la mala vida que su esposa le había dado, es decir, su propia madre. A sus hermanos los mató simplemente porque se pusieron de parte de la madre. Además confesó al juez que lo hizo porque se lo ordenó Dios, del mismo modo que le ordenó a Moisés que degollara a los desviados de la voluntad divina y adoradores del becerro de oro sin exceptuar amigos, ni padres, ni hijos (9).

Este es un caso extremo de cómo lo patológico y abominable puede metaforizar el estado interno de otra persona generando una pauta de lealtad de funestas consecuencias. En este caso, la expresión del estado del parricida es promovida además de por su propio desorden por la lealtad al estado del padre.

Por otra parte, el desorden mental tiende a invalidar a la persona completa, incluido su pensamiento. Una especie de secuestro o desaparición administrativa del sujeto. Este fue el caso de Louis Althusser, uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX, que asesinó a su esposa en un delirio mental agudo y describe en su relato (10) el tratamiento institucional de la enfermedad mental: entre la asistencia médica y el desahucio intelectual, aludiendo a camisas de fuerza físicas y psíquicas. Althusser dice: «Intento atenerme estrictamente a los hechos; pero las alucinaciones también son hechos» (11).

Con este hecho se intentó anular el pensamiento de Althusser reinterpretando toda su teoría filosófica y política como el delirio de un loco.

El abordaje de la enfermedad mental tiene mucha relación con el aislamiento y la invalidación mediante el silencio de cualquier noticia suya. Y ni siquiera necesita juicio en vista pública como en el caso del homicida mentalmente sano. Siguiendo sus propias palabras:

Durante todo el tiempo en que está internado, el enfermo mental, salvo si consigue matarse, evidentemente continúa viviendo, pero en el aislamiento y el silencio del asilo. Bajo su losa sepulcral está como muerto para quienes no le visitan; pero ¿quién le visita? Y como no está verdaderamente muerto, como no ha anunciado, si es persona conocida, su muerte (la muerte de los desconocidos no cuenta), lentamente se transforma en una especie de «muerto viviente», o más bien, ni muerto ni vivo, sin poder dar señales de vida, salvo a sus allegados o a los que se preocupan por él. Caso rarísimo, ¡cuántos internos no reciben prácticamente nunca visitas!

Soy un desaparecido. Ni muerto ni vivo, no sepultado aún, pero sin obra, esa magnífica expresión de Foucault para designar la locura: un desaparecido (12).

Maldición psicogenealógica

Algunos comportamientos son reflejo de herencias familiares. Legados que se constituyen por la visita de un fantasma portador de un mensaje que no puede nombrarse porque ha sido censurado y maldecido por resultar vergonzante. De este modo queda relegado al silencio (13). Cuando el mensaje no tiene texto queda reducido a la impronta sensorial que lo acompaña. Imágenes primitivas sin relatos que lo expliquen, sonidos inquietantes no interpretables o sensaciones alojadas en el cuerpo que se reproducen inexplicablemente y en ausencia de palabras cuando aparece el estrés.

Este proceso convierte la herencia en una maldición. En ocasiones un conflicto o síntoma es expresión de un estado de la persona y también una metáfora de otro estado. A veces un dolor de estómago metaforiza otro tipo de dolor. Algunas personas pueden decir: «Tú me produces dolor» y no padecer dolor, en tanto que otras deben desarrollar el dolor como un modo de declarar su situación (14).

En este sentido, la dificultad o la maldición funciona como un intento más o menos tosco de expresión de lo oculto. Como un intento de completitud sistémica y de integración de lo que falta. Como un modo de expresión de la parte sombría de la personalidad. Como un artefacto portador de la carga de otros. O también como exploración de los márgenes y detección de fronteras. En definitiva, como aviso y cautela ante el riesgo de caída y perdición.

Paradójicamente, toda cultura o civilización necesita de un lugar o territorio sagrado que no se puede visitar, pero eso no lo convierte en inexistente sino en innombrable (15). La existencia de esta área no dicha pero presente preserva la cohesión societaria.

En síntesis, la dialéctica de este proceso permanente de dar un relato a los procesos inconscientes sin lograrlo con plena satisfacción del hablante garantiza el proceso vital de conocimiento. Dotar de texto a todo proceso inconsciente no sería bueno en el caso de que fuera posible.

Espejos erráticos

De este modo podemos decir que algunos comportamientos considerados inadecuados o rechazables reflejan necesidades íntimas de adaptación evolutiva. Lo que peor lleva el ser humano es la exclusión. Sentir que no tiene un lugar en el clan. Por eso las personas hacen lo que sea para ser aceptadas en el sistema. Si se trata de un comportamiento constructivo mejor. Pero de lo contrario y si ello no es posible, lo realizarán mediante un proceso de identificación negativa.

En ocasiones, manifestaciones de extorsión o violencia tienen como sustrato el miedo y la incertidumbre. El caso de la hiperactividad esconde a veces un ansia de lanzar un mensaje de llamada de atención para proteger a alguien sin poder declararlo. La fobia, por su parte, indica una necesidad de defender la vida desde la angustia, el vacío y la soledad. Cuántas veces el miedo a la muerte indica miedo a algún aspecto de la vida que no se puede declarar o la falta de empatía tiene que ver con la percepción de un fantasma (16).

Las conductas anómalas que carecen de la confirmación social necesaria albergan pulsiones de vida trastocadas. Se convierten en joyas envueltas en harapos que se transmiten clandestinamente de generación en generación disfrazando una belleza antigua y transformada. Desde esta perspectiva se puede interpretar el comportamiento levantisco como algo que supone implicación, fuerza y vitalidad, aunque a menudo esté desorientado.

Lo contrario de lo que estamos hablando sería la inhibición vital. Zorn, miembro de la alta sociedad suiza, describe su suicidio en su último relato autobiográfico. El protagonista pertenece a un sector social patológicamente desimplicado. En la novela (17) comenta el eslogan de su familia: Cuanto menos haces menos ridículo eres. Un modo abstinente de asistir a la vida como espectador pasivo, cuyo desorden asociado sería la depresión y la pulsión de muerte. El miedo a la vida genera una inhibición que espera siempre lo peor de ella. Y es que, en realidad, lo peor nunca es lo peor. En palabras de Albert Camus, Sísifo es feliz en el infierno (18).

Espero haber envenenado el alma del gato Jinks con estas reflexiones y quizá en adelante se piense mejor su actividad de perseguir ratones inconscientemente, aunque a la vez también desconfío de este argumento, ya que el único mamífero superior capaz de construir neurosis es el ser humano.

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Notas

1. Niels Peter Rygaard (2009): El niño abandonado. Barcelona: Gedisa.

2. Marguerite Yourcenar (1977-1929): Alexis o el tratado del inútil combate. Madrid: Alfaguara.

3. (Op. Cit.) Pág. 164.

4. Paul B. Preciado. (2008). Testo Yonqui. Barcelona: Espasa Libros.

5. Op. Cit. Pág. 28.

6. Op. Cit. Pág. 30.

7. Michel Foucault (2001): Los anormales. Curso del Collège de France. Madrid: Akal.

8. Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano… Un caso de parricidio presentado por Michel Foucault. (2001). Barcelona: Tusquets Editores. Su propia confesión en págs. 74 y siguientes.

9. Op. Cit. Págs. 41-42.

10. Louis Althusser (1992): El porvenir es largo. Breve historia de un homicida. Barcelona: Destino.

11. Op. Cit. Pág. 18.

12. Op. Cit. Pág. 36.

13. Alberto Eiguer (1987): El parentesco fantasmático. Transferencia y contra transferencia en terapia familiar psicoanalítica. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

14. Jay Haley.

15. Gregory Bateson (2013). El temor de los ángeles: Epistemología de lo sagrado. Barcelona: Gedisa.

16. Haley, H. y Madanes, C. 2001 (1982): Terapia familiar estratégica. B. Aires: Amorrortu.

17. Fritz Zorn (2002) Bajo el signo de Marte. Barcelona: Anagrama. Pág. 69.

18. Albert Camus. Op. Cit. Pág. 195.

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Un comentario

  1. Me parece un artículo interesante, pero me hace falta masticarlo un par de veces más. Es cierto que todo lo que desborda lo usual y permitido, lo que por lo general se considera anormal, es atacado masivamente. Pero no estoy segura de que a los poderes establecidos les resulte más provechoso controlar los quehaceres sexuales minoritarios que hacerlo con todos los otros rasgos de la personalidad: controlar es controlar, y los datos unas veces son una excusa y otras un pretexto; lo mismo da una manía, una propensión o un talento: si son potencialmente útiles para algo, pueden utilizarse. A esto que digo se le llama con razón (discutible) paranoia. Y entiendo la dolorosa sensación de desvalimiento de los que se apartan de la normalidad, de los que bucean en la locura, de los perdidos y los excéntricos y los marginados. Pero si alguien se carga a alguien, sea quien sea, y por el motivo que sea, yo no diría que es una manifestación de originalidad personal, sino un síntoma de estar pirado del todo, y las teorías de esa persona, por muy ajenas que sean a los disturbios personales, me las replantearía con mucha preocupación. No me parece que todo lo perseguido sea válido como no creo que sea válido el motivo de cualquier persecución. Este artículo se me antoja una mezcla difícil entre las víctimas y los victimarios, pero muy interesante. No estoy segura de captar todo lo que dice ni de aceptarlo. Ando en ello. Pero gracias por la invitación a pensar.

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