Cine y TV

Loving: pequeños actos revolucionarios

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Loving, 2016. Imagen: Vértigo Films.

En febrero de 1958, Mildred Delores Jeter le dijo a su novio, Richard Perry Loving, que estaba embarazada. Sentados en el porche de la casa de sus padres, Mildred solo necesitaba taparse con una manta de lana calada porque, pese a la fecha, la tarde no era especialmente fría en Central Point, condado de Caroline, Virginia. Richard, que era un tipo sobrio y escueto, pasó su brazo por el hombro de Mildred y le dijo: «Good. That’s good».

Mildred y Richard eran dos jóvenes que se querían y querían a la tierra donde habían nacido y donde se habían criado. Les gustaban las praderas y los bosques de tilos que se mezclaban entre las casas que salpicaban su condado. Se habían conocido allí de niños, habían jugueteado y correteado allí y se habían enamorado allí cuando apenas eran dos adolescentes. Richard trabajaba de albañil, aunque lo que de verdad le gustaba era afinar motores de coches en el garaje de su amigo Raymond Green, para luego hacerlos correr en drag races. Era bueno en lo que hacía. Mildred era ama de casa. Tenía carnet de conducir y se había graduado en el instituto sin ningún problema porque era una chica atenta y despierta, pero lo que de verdad le gustaba era cocinar y coser. Eran pobres porque todo el mundo era pobre en Central Point, pero les importaba poco; iban a formar una familia juntos.

Richard era blanco, Mildred era negra. Hacían una pareja estupenda.     

Así comienza Loving, la última película de Jeff Nichols. Y también continúa así. Sobria y contenida, por mucho que narre un hecho real tan gigantesco que cambiaría las vidas de su protagonistas, la de todos los habitantes de los Estados Unidos de América y, por extensión, la de todo el mundo. Pero la apuesta del director y guionista norteamericano es parca y casi austera. No solo como consecuencia de una decisión cinematográfica, es que por mucho que, efectivamente, el caso Loving contra Virginia sirviese para modificar la ley federal, Richard y Mildred nunca lo pretendieron. No buscaron ser héroes y, probablemente, tampoco lo fueron. Ellos solo querían vivir juntos en el lugar donde habían nacido.

Richard y Mildred se casaron en junio de 1958 en una ceremonia muy sencilla ante un juez de Washington, DC. Recorrieron los ciento sesenta kilómetros que separaban Caroline de la capital del país porque, aunque hacía más de dos años que Rosa Parks se había negado a ceder el asiento a un blanco en un autobús de Montgomery, Alabama, el matrimonio interracial estaba prohibido en Virginia y en la mayoría de los estados del sur.

Pero los Loving regresaron a Central Point, enmarcaron el certificado matrimonial y lo colgaron en la habitación donde dormían en la casa de los Jeter. La policía los arrestó. Los encerraron en los calabozos de la comisaría de Caroline y les sentenciaron a un año de prisión, condena que solo podrían eludir si se divorciaban o abandonaban el estado de Virginia durante veinticinco años. Así que se mudaron a Washington y estuvieron allí durante seis años. Pero no querían. A Richard no le gustaba trabajar en los andamios, quería volver a construir casas pequeñas con madera y bloque de hormigón. Mildred sufría cada vez que sus hijos jugaban entre los coches y el asfalto, quería verlos en la hierba de su pueblo. Solo eso. Nada más que eso.

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Loving, 2016. Imagen: Vértigo Films.

Y eso, nada más que eso es lo que vemos en la pantalla. Los ojos, a veces risueños, a veces preocupados, de Ruth Negga. La mirada cariñosa y, a un tiempo, templada de Joel Edgerton. Todo lo que sucede en Loving es normal y todo lo que sucedió en la vida de los Loving debería haber sido normal, pero no lo era. Ni siquiera cuando el fotógrafo Grey Villet, interpretado por un amabilísimo Michael Shannon, se presentó en la apartada casa que Richard y Mildred habían alquilado en Coraline, los Loving le dieron especial importancia. Tampoco lo hace Nichols como tampoco lo hicieron las imágenes que tomó Villet y que dieron la vuelta al país cuando se publicaron en el número de marzo de 1966 de la revista Life. Solo era una pareja que se quería con tres hijos a los que querían.

Pero el camino ya se había iniciado. Gracias a una carta de Mildred a Bobby Kennedy, dos abogados de la American Civil Liberties Union se hicieron cargo del caso y lo llevaron hasta la Corte Suprema. Pero los Loving no acudieron a la vista. No querían ser el centro de atención y, seguramente, tampoco perseguían dar la vuelta a la vida de millones de personas. El suyo fue un pequeño acto que desencadenó una revolución.

Es ahí donde se coloca conscientemente el filme de Nichols. Un acto pequeño, que no busca el lagrimeo del público, que no le agarra por la pechera y le grita lo emocionante que fue lo que pasó. Solo lo enseña. Con la luz del campo de Virginia. Con el ritmo y la pausa de la gente del campo de Virginia. Con la extrema belleza que suponen los quince segundos de silencio desde que recibes la mejor noticia de tu vida hasta que se la cuentas a la persona a la que quieres. Loving confía en la emoción sin edulcorar, en la belleza de hacer lo que está bien y contar lo que está bien.

El 12 de junio de 1967, la Corte Suprema de los Estados Unidos de América falló el caso Loving contra Virginia. El veredicto determinó, por unanimidad, que la prohibición de contraer matrimonio entre personas blancas y de color era inconstitucional. Desde entonces, cada 12 de junio, cientos de miles de personas conmemoran la efeméride. No es una fiesta oficial norteamericana pero es la celebración interracial más multitudinaria del país. Lo llaman Loving Day.

Puedes ver el tráiler de Loving aquí.

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5 Comentarios

  1. Pingback: Loving: pequeños actos revolucionarios – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE

  2. Qué hermoso, y qué grande.

  3. Hermosa historia y hermoso texto.

  4. Habrá que verla.
    Y es que, en Eeuu, lo queramos o no, la mitad de la población es facha sin remedio. La reciente victoria de Trump lo corrobora.

  5. ¡Gracias!

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