Una mala paz es todavía peor que la guerra. (Cayo Cornelio Tácito)
Aunque no han quedado grabaciones dadas las interferencias de la energía oscura, el destello rojizo que surcó media galaxia fue visible desde gran cantidad de sistemas. El Starkiller, la superarma de la Primera Orden, fue disparada por primera vez e impactó de lleno en el corazón del Núcleo Interior. El planeta Hosnian Prime, la capital del Senado Galáctico, saltó por los aires junto a la reducida flota republicana. Se perdieron billones de vidas con la destrucción de aquel sistema. Era la primera vez desde el fin de la Guerra Civil Galáctica que se producía un daño semejante, infinitas veces superior a las pérdidas humanas que siguieron a la destrucción de Alderaan por la primera Estrella de Muerte. De nuevo, la galaxia se ha visto arrastrada a la guerra.
Ahora mismo la situación es de enorme desconcierto, por más que la superarma de la Primera Orden haya sida destruida. La Resistencia, casi sin recursos, está intentando ponerse en contacto con los restantes sistemas republicanos para iniciar levas en masa. Apenas hay recursos para hacer frente a una guerra a semejante escala. En paralelo, los supervivientes del Senado (ahora llamado «interino» y habiendo cedido el mando militar a la Resistencia), saltan de sistema en sistema a bordo de la fragata Jan Dodonna tratando de evitar la deserción de más sectores hacia la Primera Orden, superior en armamento y efectivos.
En este contexto tan complicado, muchos hemos esperado en vano una revisión en profundidad de la política de la Nueva República. Un análisis crítico que vaya más allá de afear que se ignoraron las advertencias de la general Organa sobre la Primera Orden. Un análisis crítico que revisite las últimas tres décadas de la política republicana para indagar en las causas profundas del actual conflicto. Creo que es el momento de hacerlo. Así que invito a dejar de lado por un momento a las personalidades concretas, de más interés para otros estudiosos, y que nos centremos en la concatenación de errores políticos de la Nueva República que llevan produciéndose casi desde la batalla de Endor. Solo así podremos entender por qué de nuevo vuelve a arder la galaxia.
De la guerra civil a «Una Galaxia, dos Estados»
El periodo que ocupa la Guerra Civil Galáctica está comprendido aproximadamente entre el año 2 antes de la batalla de Yavin y la firma del Concordato Galáctico, el año 5 desde esa batalla. Tras el importantísimo giro a la contienda que supuso la destrucción de la Estrella de la Muerte y la muerte del emperador y Darth Vader en Endor, la Alianza Rebelde no tardó en reorganizarse como el gobierno de la Nueva República. Mon Mothma, como primera canciller, coordinó las operaciones finales contra un Imperio en vías de colapso. Como es bien conocido, la naturaleza personalista de la dictadura imperial supuso que, ante la la falta de una sucesión clara, se atomizaran sus fuerzas y fueran vulnerables a los ataques de la flota republicana. Ni el Consejo de Regencia Imperial ni los grandes Moffs pudieron impedir la liberación de cada vez más sistemas, destacando especialmente los de Naboo o Kashyyyk, o hasta la guerra civil de Coruscant. Entretanto, el Senado republicano estableció su sede provisional en el planeta Chandrila.
Tras diversas escaramuzas y, en general, sucesivas derrotas, los restos del Imperio y la Nueva República midieron sus fuerzas de manera definitiva en la batalla de Jakku. Librada en superficie y espacio —la caída del destructor estelar Inflictor es una imagen grabada para la historia—, la contienda supuso el fin de las operaciones a gran escala de las fuerzas imperiales. Totalmente exhaustas, la derrota fue decisiva para el Imperio, cuyas maltrechas fuerzas se retiraron más allá del Borde Exterior. Fue entonces cuando se tomó una decisión fuertemente criticada incluso en la época: la firma del Concordato Galáctico, un acuerdo de paz entre la Nueva Alianza y el Imperio.
La rúbrica del acuerdo cambió la naturaleza del conflicto político que había existido hasta la fecha. En un origen estábamos ante una guerra civil, por lo tanto, una lucha en la que se niega la autoridad del otro sujeto dentro del mismo Estado. Tan ilegítimo era considerado el gobierno del Imperio para la Alianza Rebelde como a la inversa. Sin embargo, el Concordato supuso de facto romper con la unidad en la galaxia reconociendo la soberanía del interlocutor con el que se negoció (y acotando la autoridad propia). Por paradójico que suene, el antiguo temor expresado por el canciller Palpatine en las Guerras Clon se hizo realidad; la galaxia se partió en dos sujetos independientes. Por primera vez, dos Estados y gobiernos con su propia autonomía, por más que se asumiera que uno de ellos se veía sujeto a un tratado de «vasallaje».
¿Era inevitable esta salida? ¿Se podía haber forzado a claudicar a las restantes fuerzas imperiales, desmovilizándolas y juzgando a sus responsables por crímenes contra especies no humanas? En la época no hubo acuerdo. Quizá cuando se mira al pasado, más de tres décadas después, se tiende a sobrestimar las capacidades que tenía en aquel momento la Nueva República. Quizá no se valora hoy lo agotador de la guerra civil y hasta qué punto la galaxia estaba ansiosa de paz, incluso pagando este precio. Sin embargo, no hay duda de que la concesión de soberanía de facto a la Primera Orden mediante el Concordato Galáctico (de enormes implicaciones para el derecho intergaláctico que rige esta contienda) no fue ni la mitad de grave que lo que será la incapacidad de la Nueva República para asegurar su cumplimiento.
¿Pacta sunt servanda?
La historia de la Nueva República no puede entenderse sin la firma del Concordato con la Primera Orden, el cual se rubricó de manera solemne en Coruscant cinco años tras la batalla de Yavin. Las condiciones específicas fueron la inmediata rendición del Imperio y el fin de las hostilidades. Para evitar que la guerra pudiera darse en el futuro, se establecieron condiciones para el desarme del Imperio; se fijó que no podría reclutar ni movilizar más tropas de asalto y que las academias imperiales, puntales clave para la formación y entrenamiento de oficiales, serían abandonadas. Por lo tocante a los límites territoriales fijados en el Concordato, el Imperio Galáctico debía quedar confinado a determinados límites del Núcleo y el Borde Interior. Además, Coruscant debía ser abandonada en favor de la Nueva República. Por último, se estableció que la tortura debía ser abolida por parte del Imperio, el cual se retiró con la mayoría de sus naves a las regiones desconocidas.
Revisada su redacción y términos, un tratado de estas características estaba necesariamente condenado al fracaso. Su primer defecto fundamental fue que desde un principio se desestimó el establecimiento de un gobierno afín en el Imperio, ya fuera uno títere o incluso uno democrático. Se permitió a la antigua oficialidad imperial recuperar el mando en la plaza pese a su debilidad inicial, un hecho que generó una manifiesta incompatibilidad de valores desde el origen. Era ilusorio pensar que la doctrina sith y el neoimperialismo no volverían a ir de la mano cuando la mayoría de los mimbres políticos del Imperio estaban formados por criminales de guerra ligados al Nuevo Orden. Solo podía generar un basamento de revanchismo militarista.
Pero además,un segundo error clave es que el Concordato careció de mecanismos de supervisión efectivos. Lejos de establecerse líneas de comunicación entre los dos gobiernos, inspecciones periódicas o una tercera parte neutral, se confió en la buena fe de las partes para respetarlo, lo que necesariamente abocaba a que se incumpliera. A veces en secreto desde los sistemas desconocidos, otras de manera abierta, las cláusulas fueron violadas una a una. Finalmente, tampoco se establecieron reparaciones de guerra para compensar los sistemas damnificados en la guerra civil o para, al menos, dificultar la recuperación de la maquinaria política y militar del Imperio. Quizá, en ausencia de supervisión, al menos estas sanciones habrían ralentizado su crecimiento frente a la República.
Estos elementos fueron definitorios para el fracaso del Concordato. Pensemos que si se comparten valores —un gobierno afín— se puede confiar en la otra parte. Si no se comparten valores, al menos es clave establecer garantías. Y de no haber ninguna, al menos se podría optar por fijar sanciones. Ninguna de estas opciones se contempló en un inicio. Como era de esperar, la ya conocida como Primera Orden fue violando sistemáticamente todos los términos establecidos en el tratado. Desde los sistemas desconocidos se dedicó a construir los nuevos cruceros de batalla Resurgent, reclutar nuevos soldados de asalto y comprar armamento. En naves autoabastecidas reconstituyó las academias de formación de oficiales y hasta, casi como insulto a la República, desarrolló un nuevo modelo de droides torturadores.
Mientras que durante las décadas sucesivas el crimen organizado, obligar a cumplir las regulaciones financieras y mantener abiertas las rutas comerciales ocupaban el tiempo del gobierno republicano, la amenaza continuaba creciendo en sus fronteras. Y es que la falta de una política hacia el exterior había de solaparse con la propia parálisis del gobierno. El trauma de la caída de la Vieja República dejó tal impronta en los constituyentes de la Nueva que ellos mismos sembraron, aún de buena fe, las terribles semillas de su destrucción.
Nueva República, nuevos errores
Mon Mothma, la primera canciller de la Nueva República, decidió al inicio de su mandato que la cancillería prescindiera de los poderes de emergencia que tenía desde la época de Palpatine. Este paso, hasta cierto punto comprensible, vino acompañado de una decisión de enorme trascendencia: la aprobación en el Senado de la Ley de Desarme Militar. Según la propia exposición de motivos de la ley, la idea era evitar repetir los errores de las Guerras Clon y dar un paso decidido hacia la desmilitarización de la galaxia. Además de buscar un compromiso creíble ante los restos del Imperio, evitando una potencial deriva autoritaria como en la Vieja República, implicó dejar la defensa en manos de las fuerzas locales y el desmantelamiento de casi el noventa de la flota de antigua Alianza.
No hay duda de que esta argumentación se deriva de una lectura enormemente equivocada de los desencadenantes de la Guerra Clon —primera gran guerra de secesión galáctica—. En un sistema en el cual la República era hegemónica en toda la galaxia, tenía pleno sentido que no hubiera un ejército dado el principio posse comitatus. Los militares no deben garantizar el orden público ya que luchan contra los enemigos del Estado —y si luchan contra el pueblo, este pasa a ser enemigo del Estado, entrando por definición en la tiranía—. Al fin y al cabo, no olvidemos que son los jedi en la primera batalla de Geonosis los que desencadenan el conflicto. Sin embargo, en el momento en el que existe un segundo Estado soberano en la galaxia, la supresión de un ejército no está justificada en absoluto. La República debe defenderse del exterior y su desmantelamiento es ceder una ventaja estratégica a un potencial rival frente al cual ni siquiera has establecido garantías.
Esta injustificable restricción de la República explicó el surgimiento de la Resistencia, la fuerza irregular encabezada por la general Organa y que operaba al margen de la cadena de mando de la Nueva República. Era indudable que había una demanda de defensa militar que necesitaba ser satisfecha, en especial por lo tocante a los sistemas fronterizos con la Primera Orden. Entre tanto, el Senado no tardó en paralizarse a los pocos años. A diferencia de la Vieja República, en esta ocasión sí surgieron dos facciones o partidos tras la retirada de Mothma. De un lado, los Populistas, a favor de que la autoridad residiera en los sistemas (modelo confederal), del otro, los Centristas, a favor de un gobierno de la República más fuerte y más afín a la Primera Orden (modelo federal). Sin embargo, que la mayoría de decisiones del Senado debieran ser tomadas por mayoría cualificada llevó al bloqueo. Además, el dinero de la Primera Orden no tardó en fluir para paralizar aún más a la República, incluyendo los Atentados del Pañuelo.
La Nueva República, por lo tanto, aprendió las lecciones equivocadas de la Vieja, suprimiendo su único legado aprovechable —el ejército de la Alianza— y volviendo a caer en una república parlamentaria sin un ejecutivo racionalizado. Su ventaja respecto a la anterior república era disponer por fin de dos facciones que generaran líneas políticas transplanetarias. Sin embargo, esta ventaja vino anulada por su proceso de toma de decisiones internas. Si los asuntos ordinarios no son tomados por mayoría simple, dos partidos tan equilibrados en fuerzas y polarizados a lo que abocan es al bloqueo. Cuando se intentó reformar su arquitectura con una elección directa del primer senador (un presidente de la República que reemplazara al canciller para ir a un modelo presidencial) ya era tarde. El asesinato del candidato Populista avalado por Organa (que se retiró al revelarse que era hija de Vader) hizo que la elección se pospusiera de manera indefinida.
Superarmas y (des)centralización en la galaxia
Una de las decisiones políticas más importantes de la Nueva República fue establecer un sistema rotatorio de sedes del Senado, cuyo nuevo emplazamiento se iría decidiendo mediante elecciones internas, asegurándose de que al menos una vez habría de estar en cada sistema. Coruscant dejó así de ser la capital en favor de un modelo que no solo permitiera que hubiera más sensación de cercanía con el gobierno. Como es conocido desde los tiempos de las Guerras Clon, uno de los elementos centrales que genera tensión en la galaxia es la relación centro-periferia. De hecho, esta es la línea fundamental que dividió a la Vieja República y el eje de conflicto político entre las facciones de la Nueva. Sin embargo, quizá el contraste con las formas de gobierno imperiales permita entender mejor por qué la capital rotatoria era accesoria para solventar esta tensión.
Aunque a priori no lo parezca, la construcción de superarmas es un elemento fundamental para la solución de las tensiones territoriales dentro del Imperio. ¿Por qué razón si no el Imperio construyó dos Estrellas de la Muerte y la Primera Orden el Starkiller? Recordemos que ya desde tiempos de las Guerra Clon existe la idea de construir este tipo de armas. ¿Tiene en sí mismo sentido una inversión que supera el 1% del PIB galáctico? Parece un ambicioso programa de estímulo económico desde el centro, pero la diversidad de los aparatos productivos de los sistemas genera un impacto económico muy desigual según el sector. ¿Es simplemente una cuestión de potencia de fuego, quizá buscar economías de escala para desmantelar la costosa flota imperial? Quizá, si bien es una política muy de medio-largo plazo. Dejemos de lado estas hipótesis para centrarnos en una lectura más política de estos proyectos desde dos ópticas.
Por un lado, la construcción de superarmas tiene un impacto importante hacia dentro de la dictadura imperial. Al tratarse de una dictadura personalista, la centralización del poder solo se puede realizar en la medida en que las rentas se focalicen en proyectos específicos que contenten a las facciones internas, rentas directamente controladas por el emperador. Proyectos, en suma, que atraigan la atención de diferentes sectores y las distraigan de generar bases de apoyo en sus sistemas —y por lo tanto, a potencialmente conspirar por su autonomía—. Pero además, también existe una lectura hacia afuera del régimen, que es el uso de la capacidad disuasoria de dichas superarmas. Una Estrella de la Muerte es un mecanismo que previene la secesión o la rebelión de sistemas planetarios contra el Imperio. Una estructura que, siguiendo las palabras del Grand Moff Tarkin, permita construir un sistema de gobierno basado en el miedo a su estación de combate. Por lo tanto, la superarma centraliza personalizando más la dictadura y disuadiendo la salida de sistemas del Imperio.
Volvamos ahora a la Nueva República. Para contravenir cualquier peligro de centralización y, por lo tanto, evitar que hubiera una nueva deriva autoritaria en su seno, se apostó por una capital rotatoria. Sin embargo, el reparto de rentas derivado de trasladar periódicamente el Senado difícilmente podría aliviar tensiones separatistas en el seno de la República —aparte de lo caro y poco funcional del traslado—. En lugar de plantear una nueva Carta Galáctica que clarificase bien los niveles de competencia de los sistemas y del Senado, se volvió a dejar la cuestión abierta. Esto hacía inevitable la parálisis a medida que el gobierno se asentara. Es decir, lo que se hizo fue asimilar la descentralización política a que hubiera un gobierno republicano rotatorio, lo que supone no haber entendido absolutamente nada sobre la naturaleza de los conflictos interplanetarios en la galaxia. Los contrapesos verticales o multinivel del poder no se basan en la rotación del gobierno (o poner el Senado en Ryloth o Sullust), sino en el respeto por la autonomía de los diferentes sistemas con una clara delimitación de su autoridad y sus recursos.
Por desgracia, la Nueva República se quedó en el aspecto más fútil. Frente a la centralización y las superarmas del modelo imperial, se optó por la rotación y el desarme. Un movimiento pendular que no resolvía ningún problema y, si caso, creaba algunos nuevos.
Las lecciones de la Nueva República
Creo que con este breve repaso es bastante evidente que la Nueva República cometió importantes errores desde su restauración tras la batalla de Endor. Aunque no toda la historia sobre la emergencia de la Primera Orden esté clara y el sistema político de la República tiene grises, aunque se sabe poco sobre el fracaso de la restauración de la Orden Jedi, es evidente que ni siquiera se extrajeron las lecciones correctas de la caída de la Vieja.
El reconocimiento de la soberanía de la otra parte (la partición de Alemania o Corea), la garantía nula para el cumplimiento del Concordato Galáctico, bien estableciendo un régimen con el compartir valores (Japón o RFA tras la Segunda Guerra Mundial) o garantías para el desarme (Tratado de Versalles), el desmantelar el ejército nacional de manera unilateral (ni siquiera creando una Sociedad de Naciones), el fracaso en la racionalización del sistema republicano (como se hizo en la Alemania post-Weimar) o delimitar un claro modelo descentralizado para contraponerse al centralismo imperial (la idea fundadora del federalismo americano), fueron algunos de los pecados primitivos de la Nueva República.
Ahora ya es tarde y la galaxia se encuentra al borde del colapso. De nuevo, una generación entera se ve arrastrada al conflicto por su falta de visión. Solo confío en que, si finalmente la Resistencia prevalece, hayamos aprendido, de una vez por todas, que sin unas instituciones sólidas y una paz justa no libraremos a generaciones futuras de volver a verse arrastradas a la guerra.
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Me quito el sombrero
Excelente artículo ¡Felicitaciones!
¿Alguna recomendación bibliográfica? Tengo muchas dudas sobre las fuentes.
Saludos.
Ufffffff
Al final una estrella de la muerte o superarma es un arma de disuasión como una bomba nuclear o atómica, se usan como último recurso, a no ser qe quieras dar un buen aviso de primeras
Un arma atómica (o similar) solo tiene utilidad cuando el enemigo percibe la voluntad de utilizarla. No obstante, el paralelismo con EE.UU. es interesante.
De ahi aquella conocida frase: «No temo a quien posee miles de armas atómicas, temo a quien solamente tiene UNA»
para k kieres saber todo esto, Pablo Symon, jajaja, salu2.
Muy interesante, tras el Episodio VII me quedaron muchas dudas y no entendía porque la Resistencia no operaba con la República. Me ha encantado.
Dios santo. Y yo que me considero un fan curtido. Pero esto…
es lo más sensato que he leído sobre la cuestión catalana
que tio. perfecto :)
Se debería haber suministrado sables de luz a la población civil ¡Espadas para todos! ¡Más espadas!
A ver… me lo parece a mi o el articulista acaba de utilizar el ep. VII para explicarnos el lodazal que esta siendo el comienzo del s.XXI? Porque si mi comprensión lectora no se ha quedado de vacaciones, es lo que acaba de hacer. mi aplauso por ello.
Exactamente eso, sólo que no únicamente ha usado el episodio VII, si no todo el universo «canon» de Star Wars, de cabo a rabo, con el episodio VII como punto final (de momento) donde converge todo lo que se ha ido «cociendo a fuego lento». Ahora sólo faltan los que digan que no sólo los Simpson predicen el futuro. XDD
Coñas aparte, magnífico trabajo tanto en el hilvanado de todos los factores en el mundo de ficción de SW como los paralelismos con el nuestro.
La comparativa con el tema es genial, me ha encantado el punto de vista y ha sido uno de los pocos articulos sobre el tema que creo que me podría llegar a leer. Como siempre genial, enhorabuena.
Como demuestra el episodio 8, vivían en una época en la que se había idealizado el pasado.
Para esa generación los Jedis estaban mitificados más allá de toda crítica.
Luke demostró lo equivocado de esto.
Para el Senado neorrepublicano ocurre igual con la Antigua República. Leia creando la Resistencia les demuestra este error.
El peligro de idealizar el pasado nos lleva a repetir errores parecidos.
¡Gracias!