Ciencias

De la rosa y el cristal

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Federico Garcia Lorca y Salvador Dali en Cadaqués. Foto: Enrique Beck / Cordon.

Vivo en Granada, la ciudad de luces y aguas en la que nació Federico García Lorca. Cada día recorro las mismas calles, bebo las mismas aguas y doy sombra a las mismas luces que iluminaron al poeta. Voy con frecuencia a la casa en que nació y a las casas en que vivió. Lo hago cuando acompaño a los amigos que me visitan, a los que también muestro en Víznar el barranco en el que lo asesinaron y en el que se supone que yace junto con centenares de españoles defensores de la República. He vivido cinco años en ese pueblo de las afueras de Granada a donde subo cada 18 de agosto para guardar memoria de esos asesinatos, para comer tortas de pan con sus vecinos y para —bien entrada la noche— ver bailar a las muchachas cuando los cantes gitanos del Albaicín rompen el silencio del bosque que guarda esos cuerpos. Soy científico, me dedico a investigar materiales y minerales y jamás imaginé que mis estudios me acabarían llevando tan cerca del poeta. Les cuento.

Hace años descubrí unas estructuras cristalinas inorgánicas que, sorprendentemente, tenían formas de organismos vivos. Las llamé biomorfos de sílice porque ese compuesto es importante para producirlas. Tras años de estudio encontré que esos biomorfos se formaban en condiciones similares a las de las rocas que contenían los restos de vida más antiguos del planeta, con los que guardaban una similitud morfológica impresionante. Junto con mi colega Stephen Hyde, de la Universidad Nacional de Australia, demostramos que no había manera de distinguir técnicamente si esos pretendidos fósiles eran realmente restos de los organismos más primitivos o de las estructuras minerales autoorganizadas que sintetizábamos en el laboratorio. Nuestros estudios fueron recibidos con tanta desconfianza que durante varios años nos resultó difícil publicar los resultados, porque se pensaba que nuestros experimentos debían estar contaminados biológicamente. Hoy esos resultados son aceptados y la mayoría de los expertos entienden que la morfología por sí sola no es un criterio para detectar vida primitiva en este o en otros planetas. Pero la fuerte resistencia de la comunidad científica para aceptar la veracidad de unos experimentos que cualquiera podía repetir en su laboratorio me llevó a preguntarme por el origen de tanto recelo. ¿Por qué tanta resistencia a admitir que el mundo mineral puede crear formas hasta entonces consideradas exclusivas de la vida? ¿Por qué tanta reserva para reconocer que la forma de un objeto por sí misma no contiene información inequívoca sobre su origen?

Encontré que la razón no es otra que la creencia —profundamente arraigada en nuestra cultura— de que existen dos clases de simetría enfrentadas que se corresponden con dos modos diferentes de entender el mundo. Por un lado la simetría de lo mineral, de lo inorgánico, circunscrita a las formas cristalinas dominadas por la sencillez de la línea recta que dibuja poliedros. Por otro, la simetría sensual de la vida, libre de restricciones estructurales, exuberante, dominada por la curva y la ramificación. Esa creencia tuvo su justificación científica cuando en el siglo XIX se descubre que la belleza armónica externa de los cristales, esos objetos que nos habían fascinado desde tiempos remotos, se debía a la existencia de un orden íntimo perfecto, periódico y repetitivo. La armonía del exterior y del interior de esos cristales se convirtió en un canon estético de la perfección. La idea era tan evocadora que estaba llamada a permear, como lo hizo, el mundo del arte, de todas las artes. Gran parte de esa penetración se realiza a través de los Kindergarten, una institución revolucionaria que promueve un joven cristalógrafo llamado Friedrich Froebel.

Usted probablemente se sorprenda al saber que los cubos que apilan nuestros hijos y nietos no son otros que los kits que creó ese joven cristalógrafo a principios del XIX para que los niños descubran por sí mismos el orden natural que existe detrás del aparente caos del mundo externo, usando su mejor representación, el orden cristalino. Esa idea del orden como representación abstracta de la realidad se impuso entendiendo la pintura como un acto conceptualmente puro como el cubismo, desde Picasso a Braque o Juan Gris, especialmente en el cubismo cristalino. En Kandinsky y en la estética avasalladora de la Bauhaus. O, simplemente, llevando la geometría recta del cristal, su transparencia y su pureza libre de la curvatura apasionada de la vida a la arquitectura dominante del siglo XX, como hicieron Wright, Le Corbusier y Mies van der Rohe, o para crear el lenguaje de la danza moderna, por Rudolf von Laban, el bailarín del cristal. Y más tarde, bien entrado el siglo XX, creando mundos imposibles como el de Maurits Escher, o una estética pop impactante como la de Vasarely. Esa estética de las formas puras, de la línea recta, recorre el mundo de las artes creando una visión absolutamente contrapuesta al arte entendido como pasión y sensibilidad, creando inevitablemente una fuerte controversia, de tan profundo calado que aún subyace en el arte moderno.

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Salvador Dalí y Federico Garcia Lorca,  ca. 1935. Foto: Cordon.

El debate más conmovedor de todos los que he estudiado tuvo lugar entre dos jóvenes artistas en la Residencia de Estudiantes de Madrid entre los años 1923 y 1926, entre Salvador Dalí y Federico García Lorca. Cuando Dalí llega a la residencia en 1922 era un protoartista muy bien informado, conocedor de las vanguardias europeas, lector de revistas como Valori Plastici y claramente influido por el purismo italiano del «retorno al orden» y por el cubismo de Braque y Juan Gris. En la residencia, Dalí devora la prensa extranjera que le procura su tío Domenech, entre l’Esprit Nouveau, la revista que abandera la nueva estética, en cuyo número 25 de 1924 aparece un artículo titulado «Vers le cristal» («Hacia el cristal»), en el que los propios editores, Amédée Ozenfant y Charles-Édouard Jeanneret (Le Corbusier) defienden el cristal como canon de belleza: la línea recta, la transparencia y la pureza, es decir el orden, la razón, el conocimiento, la geometría, como única fuente del arte.

En la residencia, Dalí se encuentra con Federico García Lorca, un excepcional poeta que entendía la propuesta vanguardista que abrazaba Dalí pero que no la compartía. Lorca era un joven andaluz, granadino, que probablemente había conocido esa polémica por Ángel Ganivet, quien denunció el urbanismo de vanguardia que había traído a Granada esa arteria rectilínea que es la Gran Vía, tan opuesta a la curva sensual del barrio del Albaicín. Federico no era partidario de la recta sino de la rosa, no del arte como conocimiento sino como sensibilidad y pasión, no de la deshumanización de la obra artística sino de la emoción y la sensualidad. Ambos artistas sabían de lo que hablaban y me gusta imaginármelos discutiendo apasionadamente hasta «las tres o las cinco de la madrugada» que diría Dalí. Uno de ellos, el pintor, desde el conocimiento estudiado en los libros. Otro, el poeta, desde el conocimiento que regala el don de la creatividad. «Hay claridad» haría brindar la amistad tras cada noche de apasionadas discusiones. Federico entiende la propuesta ultraísta, cristalina.

¡Oh línea recta! Pura
lanza sin caballero.
¡Cómo sueña tu luz
en mi senda salomónica!

No es el andaluz profesional que reprobara Borges —escritor canónico del cristal—. Era, sí, «el maricón andaluz encadenado a la belleza» que denostara Buñuel, incapaz de entender entonces ni la orientación sexual de Lorca ni el fondo del debate intelectual que le arrebataba el amor de Dalí. Lorca sabe de lo que habla porque conoce esa belleza, no solo por lo que lee sino por lo que crea. Y lo clava en la «Oda a Salvador Dalí». Esa carta de amor es una muestra ejemplar del debate estético en torno a la idea de la geometría del cristal como canon de belleza.

Amas una materia definida y exacta
donde el hongo no pueda poner su campamento.

Amas la arquitectura que construye en lo ausente
y admites la bandera como una simple broma

Para citar:

Dice la línea recta su vertical esfuerzo
y los sabios cristales cantan sus geometrías.

Pero inmediatamente reivindica:

Pero también la rosa del jardín donde vives.
¡Siempre la rosa, siempre, norte y sur de nosotros!

Rosa del equilibrio sin dolores buscados.
¡Siempre la rosa!

El debate está marcado tanto por el profundo antagonismo como por el enorme respeto intelectual que ambos se tenían. Lorca llevó siempre consigo la geométrica Naturaleza muerta que el pintor le regaló. Dalí, ya en el final de aquella aventura amorosa e intelectual, subtituló su obra Bouquet con un generoso y respetuoso «L’important c’est la rose».

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Naturaleza muerta, 1929, regalo de Dalí a Lorca. Imagen: DP.

En 1929, un atormentado Federico García Lorca paseaba las calles de Nueva York, los mismos días que lo hacía Le Corbusier, el instigador de la belleza cristalina que triunfa avasalladoramente entre los arquitectos y los artistas de la época. Lo hacía…

Asesinado por el cielo

por ese skyline canónicamente cristalino del Nueva York que le angustia, y

Entre las formas que van hacia la sierpe
Y las formas que buscan el cristal

impecable imagen del debate estético

dejaré crecer mis cabellos

la elección por el rizo, la curva, la geometría de lo natural a pesar del anunciado triunfo en esos días de la simetría de lo rectilíneo.

Cuando leo esos versos que abren Poeta en Nueva York, tan bellos, tan sabios y tan valientes, escritos por un poeta de treinta años, me pregunto qué hubiera podido darnos Lorca si nadie hubiera cargado fusiles con el odio a la inteligencia, a la claridad. Imposible saberlo, pero sí sé lo que a él le impidieron conocer. Federico hubiera podido comprobar crédulo, pero desconfiado, cómo la estética del cristal continuó permeando todas las artes. Hubiera conocido y previsto que de esa estética deshumanizada del orden perfecto acabarían —inevitablemente— apropiándose todos los regímenes totalitarios. Él, el poeta del orden natural, hubiera recibido gozoso la aparición de la geometría de la naturaleza, la geometría fractal que reta técnicamente al imperio del orden cristalino. Hubiera conocido a los propios discípulos de Le Corbusier, como Niemeyer, rebelarse contra la dictadura de la recta y a modernos arquitectos como Toyo Ito contra el corsé artificial de la cuadrícula. Hubiera enseñado a Zaha Hadid, a Frank Gehry y la vanguardia de la arquitectura moderna, a reencontrar las formas de la vida. Hubiera conocido a escritores como Alejo Carpentier preguntarse «si las formas superiores de la emoción estética no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento de lo creado». Hubiera comprendido que ese supremo entendimiento es imposible conseguirlo usando la geometría impuesta del cristal. Hubiera llorado al comprobar que el debate que le desenamoró de Dalí no tenía ninguna base científica. Hubiera llegado a ser reconocido como el poeta del orden natural porque hubiera sido el primero en comprender que ambas formas de crear, la del cristal y la de la llama, como las llamara Italo Calvino, están condenadas a fusionarse y que —en palabras del propio Carpentier— «un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la (mariposa) falena, y entonces se sabrá con asombro que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema».

Un debate intelectual de ese calado jamás se olvida. Debe dejarte tan marcado que te tienta a desear borrar las huellas que quedan de él en vida. Pero deben de ser esas las historias que uno recuerda a la hora de la muerte: «El meu amic Federico».

Yo sigo en mi laboratorio investigando los biomorfos de sílice. Al mecanismo que explica la curvatura de esas asombrosas formas biológicas lo llamé el mecanismo del rizo.

33 Comments

  1. Muchas gracias por compartir su sabiduría, reflexión y sensiblidad. Precioso artículo con esa transparencia del cristal en la forma que a la vez deja entrever el funcionamiento de aquel mecanismo del rizo al que se refiere.

    • Preciosa reflexión de temas «raros» de los que no están en la calle, pero que alguna vez nos hemos planteado; sobre todo los que hemos tenido una educación tan del cristal y hemos sentido el fogonazo del rizo.
      Gracias Juanma

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  3. Neofito00

    Chapeau!

  4. Hermoso y dulce, observador y creador, testigo y actor. Una fusión preciosa.

  5. Antonio

    Genial, tu mente se rompe en mil pedazos de repente…. Las ideas chocan entre sí, para finalmente reconciliarse con el final de Juanma.

  6. Carlos G

    Artículo impresionante! Muchas gracias por la reflexión

  7. Con los pelos de punta mientras lo leía. Gracias.

  8. Luminoso artículo, que desvela las contradicciones y la identidad de todo lo bello.

  9. Yo soy uno de tus discípulos y siempre tuve la ilusión de aprender a crecer esos bellos cristales, pero conocer los biomorfos marcaron un parte aguas en mi vida. No sabía que Alfonso L. Herrera en México en el siglo XIX, tenía grandes inquietudes y una mente brillante e inquisitiva como la tuya, para entender conceptos de la Simetría de la Vida. Espero que continues maravillándonos con más descubrimientos sobre los biomorfos, si logras romper la barrera que ponen ciertos científicos que NO aceptan esa simetría, entonces te veremos en Suecia y esperaremos con ilusión las resoluciones de premios en octubre de cada año, pero sino no lo aprecian, habrás logrado romper un paradigma y responder a un hecho fundamental, la vida quizás no inició hace -3500 millones de años y el mecanismo del rizo, es parte de los primeros esfuerzos de la naturaleza por producir algo sublime, curvilíneo, no lineal y que fuera absolutamente inorgánico. Congrats!

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  11. Un artículo extraordinario, que pone en solfa (otra vez) la absurda distinción entre las «ciencias» y las Letras, con toda su pobretona secuela en el ordenamiento académico. Con todo, allá al fondo, detecto una tópica adscripción de emociones predecibles -fijas- a determinadas formas. «La gélida nitidez del cristal, la deliciosa indecisión de la espiral»…, y por ahí seguido.

    Sin embargo, ¿qué veo yo en la raya perfectísima del horizonte, donde la mar se remansa bajo el peso estricto de los cielos? Veo -quizá siento- la puñalada de la despedida, el pecho ardiendo bajo una manta de gemidos, porque se va, ¿no ves que se va, acaso para siempre? Mas veo también el desafío, la incertidumbre del plus ultra. Intuyo otra tierra con otras oportunidades y afanes.

    Veo allí la cuerda que tensan dioses encaprichados de un juego pueril. Veo la frontera entre la cobardía perruna y el coraje del astronauta. Acaso veo, según los días, la dentellada feroz de la soledad y también el imperio amistoso del oxígeno. Y es una simple línea recta, humildísima en su banalidad ni siquiera geométrica.

  12. Muy interesante. Externamente caótico y desordenado (vida, amor, arte, arquitectura, cristales, biomorfos, artistas, científicos…), pero internamente estructurado. Como la Naturaleza misma. La Naturaleza es una, y las mismas leyes y reglas aplican a toda ella. No podía ser de otra manera. Al igual que las obras del ser humano, que no son sino obras de la Naturaleza. Enhorabuena por el texto, naturalmente.

  13. Fernando De Amores Carredano

    Felicidades, Juanma. Comprendo que hayas gozado más con este artículo de largo recorrido que con uno de Science. Ante las aparentes contradicciones que nos rodean, Teresa de Ávila ya dijo aquello de «Dios escribe derecho con renglones torcidos», teórico oxímoron pero asumible desde la creatividad incluida la científica. No olvides nunca a Juan Ramón. Un abrazo y gracias

  14. Alberto Santos

    Impresionante artículo. De nuevo: ¡chapeau!Te emociona de verdad.

  15. Juanma

    Sublime y transversal, gracias.

  16. ¡Maestro! Gracias por compartir tu sabiduría de años de estudio y pasión.

  17. José Manuel Fernández Vázquez

    Juanma emocionante artículo.Me he quedado anonadado.Racionalidad,lirismo.y emociones lorquianas.Agítese y sirvase frío.Maravilloso.Un gran abrazo,maestro.

  18. Josep Casadesús

    Un artículo extraordinario, lleno de sabiduría y de sensibilidad.

  19. M Barón

    Exquisito. Porque la ciencia no está reñida con la poesía ni siquiera en estos «malos tiempos para la lírica»

  20. Un artículo genial. Gracias!

  21. Gracias por compartir Juanma, sobre todo en un foro como este… ademas, la parte fractal impone un nuevo reto para la geobiologia… un abrazo

  22. Susana TV

    Siempre tan «rara avis», y qué suerte los que nos cruzamos en su camino…

    Juanma, gracias por compartirnos a Silvia, tendrás que prestar atención científica a su cante, que me parece que también está afectada por el «mecanismo del rizo»

  23. Jorge N

    Enhorabuena Juanma, que texto tan bien engarzado: ciencia, pintura, arquitectura, geometría, poesía… y el cristal.

  24. En un abuso de confianza sugería a mis amigos leer el artículo oyendo la versión del Pequeño vals vienes de Silvia Perez Cruz (https://www.youtube.com/watch?v=vx5CW0Vyvi8). Varios de ellos han creido ver en la voz de Silvia la rosa y en la guitarra de Raul Fernandez el cristal. Yo no había caido, pero tal vez sea así. Gracias

  25. La naturaleza nos ofrece su belleza en todo su explendor, como un todo diverso; apreciarla así es don de almas sensibles y agudas. LLegue a usted mi más modesta felicitación por este trabajo. Muchas gracias

  26. Leonor Carrillo Vigil

    Conmueve intelectual y emocionalmente ser partícipes del abrazo entre el cristal y la rosa gracias a tu competencia científica y a tu sensibilidad artística y humana delicada, apasionada e intensa. Gracias JuanMa!!

  27. Oswaldo Gª-Hernán G.

    Hola Juanma. Cuando nos conocimos en la facultad de C. Geológicas en los años 70 del siglo pasado, no imaginábamos nuestro futuro. Entre clases, laboratorios y carreras delante de los grises, cuyos jefes trataban de entibar a la dictadura moribunda, en medio de sus coletazos y arriesgados estertores, nuestra juventud jugaba a que contribuíamos a conseguir una democracia real. Sueños.
    Hicimos la «Zona de Estrati el Guille» (Meléndez), tú y yo en la Riba de San Tiuste, con sus ripple marks, salinas y su castillo medieval. El campo, la geología y las hogueras para combatir el frío del invierno, fue el germen de una amistad entre los tres, que a pesar de los años sin vernos, ha permanecido. Era previsible que el Guille acabase siendo un importante paleontólogo (con sus anmonites) o que mi vida profesional discurriese por el mundo de la geología e ingeniería de las obras públicas. Pero nadie nos imaginábamos que aquellos sólidos apenas conocidos, con ejes y planos de simetría te atrapasen para descubrir un mundo mágico de cristales, en el que tú quisiste y supiste adentrarte. Sumergirte, disfrutar y ser un referente entre los cristalógrafos (entre otros) del mundo. Ya sabíamos de tu sapiencia científica y de tu forma entendible de divulgar complejos conocimientos mediante didácticas presentaciones y videos, que descubrí en un lugar de referencia: «La Residencia de Estudiantes» de Madrid con la etérea presencia de Federico García Lorca, Dalí y, Picasso. Y también descubrí tu sentido del humor en Huelva, con explicaciones como la auténtica y valorada diferencia entre el grafito, los diamantes. Con sus «implicaciones» humanas.
    Ahora amigo Juanma, descubro con admiración tu oculta (al menos para mi), sensibilidad artística entre lo pictórico y poético, entre el cristal y la rosa, con un bello valsecito de fondo. Un fuerte abrazo de tu amigo: Oswaldo GHG.

  28. Ana de la Fuente

    Maravillosa reflexión hecha por alguien culto que no se limita a un campo para su análisis: poesía, arquitectura, urbanismo, geometría, pintura, historiografia e incluso filosofía.
    Esta meditación me recordaba la contraposición del debate de la academia sobre la línea y el color como factor sobre el que reposa el arte y que se cuestiona desde el Renacimiento. Abordarlo desde la ciencia le permite diseccionarlo aún más sutilmente: la línea y su opuesto, la curva (y no el color), superando el viejo debate del academicismo.
    Genial. Gracias por escribirlo, ha sido delicioso.

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  30. Parlache

    ¡Gracias!

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