Malas pulgas, frialdad, dureza. Pose impenitente con vaqueros rotos, botas hasta la rodilla y camisetas rajadas acompañada de una mirada que podía cortar el aliento ante una pregunta que no le gustase demasiado. Así resumen los periodistas musicales sus encuentros con Chrissie Hynde (Estados Unidos, 1951) desde que saltara a la fama con Pretenders a comienzos de los ochenta. Una chica dura, epítome de lo que podemos llamar la rockera por excelencia. Una imagen creada, o quizá la propia Hynde engullida ya por ese personaje que rasgaba la guitarra en los escenarios londinenses postpunk.
Sus memorias acaban de ser publicadas en español por la editorial hispano-mexicana Malpaso y dan buena cuenta de que Hynde no quiere perder su imagen de líder de una banda de rock. A estas alturas, cuando ha llegado a los sesenta y cinco años —muchos de sus grandes amigos coetáneos de la música no pueden decir lo mismo— para qué matar al estereotipo. El lector, fan de su música o de aquellos años de desmadre musical, alcohólico y adicto a cualquier sustancia, va a encontrarse con una pluma afilada, en ocasiones pasota y arrogante, como si en vez de ante una página en blanco, la cantante se hubiera subido a un escenario a gritar como lo hacía su amigo Sid Vicious. El título en inglés Reckless (temerario) ya es una declaración de intenciones. En español lo han traducido como A todo riesgo. Memorias airadas de una Pretender. Y sí, hay mucho de cabreo, pero también hacia ella misma. No le hace falta nadie para decir qué estuvo bien o pudo estar mal.
El libro no es un recorrido estrictamente musical. Hynde apenas habla de música, aunque sí de un montón de bandas y músicos que conoció en sus inicios y que aún no eran nadie como Lou Reed, Iggy Pop, The Clash o los Sex Pistols. De hecho, todo aquel que no conozca aquella escena puede sentirse impresionado por la cantidad de nombres que se suceden y con los que la cantante compartió juergas, noches de absoluto descontrol por las calles de Londres, sucios apartamentos y más de un colocón con las drogas. Hynde insiste particularmente en esta última cuestión y llega a escribir: «este es un libro sobre el abuso de las drogas». En ocasiones, mientras se lee uno llega a pensar cómo puede seguir viva cuando algunos de sus compañeros como Pete Farndom y James Honeyman-Scott, ambos miembros de Pretenders y sus amantes, fallecieron por sobredosis de cocaína y heroína.
Quizá ella también lo haya pensado: el libro se inicia con la frase de Tony Bennett «La vida te enseña a vivirla, si vives lo suficiente». En estas páginas lo que se retrata y ahí está lo más interesante del libro es cómo nació la contracultura anglosajona y cómo los jóvenes de los sesenta cortaron de raíz con lo que había sido la generación de sus padres. Hynde nació en una familia de clase media, conservadora, de Akron, el pueblo de la fábrica Firestone. Fue al colegio, sus padres le pagaron la universidad y los viajes con amigos por Canadá. También le permitieron una escapadita a México supuestamente para estudiar, aunque se pasó aquellos meses en una espiral de marihuana, peyote y sexo. Desde luego, ahora pueden sonar normales este tipo de viajes, pero a finales de los sesenta eran el colmo de la modernidad para una chica que apenas sobrepasaba los veinte años.
De México, y asqueada por lo que se cocía en Estados Unidos —las manifestaciones contra la guerra de Vietnam cuando su padre había sido marine y ella misma había visto la muerte de un amigo suyo en una manifestación en la universidad de Kent, a la que por cierto en el libro no da tanta importancia (otro rasgo más de pasotismo)— saltó a Londres donde cayó en pleno movimiento hippie. Ahí es donde se halla el verdadero corte con lo que había supuesto la generación norteamericana anterior. Definitivamente, ni Hynde ni sus amigos tenían nada que ver con sus padres. Fue cuando comenzó a militar en el vegetarianismo y en el dulce consumo del hachís y la maría a diario. Y aunque ya la conocía de Estados Unidos, aquí toma vital importancia la píldora anticonceptiva. ¿Drogas y sexo sin compromiso? Ni en sueños lo hubieran visto sus padres. Para ganarse la vida, Hynde cuenta que trabajó como camarera y limpiando casas. No le importaba. Lo único que le apetecía era acudir a conciertos, salir de juerga y conocer el ambiente musical. En aquello tuvo mucho que ver que comenzara a trabajar como periodista musical para la revista NME, aunque por desidia, lo acabó dejando. Era una veinteañera y lo único importante era codearse con gente como Vivianne Westwood y Malcolm McClaren, que entonces dirigían la tienda SEX y que pocos años después se convertirían en los impulsores de la estética punk (McClaren fue el mánager de The New York Dolls y los Pistols).
Poco después llegó una estancia en París. De la capital francesa no hay una descripción tan notoria del ambiente hippie como de Londres (aún era una época protopunk) y los capítulos se resumen en más bandas, más dormir en lugares arrastrados y más drogas (blandas). Puede resultar agotadora su lectura, también por el tono que Hynde va introduciendo: esa arrogancia, ese no importar nada y a la vez echar la bronca. A la cantante en aquellos tiempos parecía molestarle todo: los piropos, la amabilidad. Prácticamente nunca parece encontrarse feliz consigo misma. Una suma más para el estereotipo.
El libro cambia el tercio en el regreso a Londres, después de otra temporada en Akron donde en una página aparece la polémica que ha rodeado a estas memorias desde que salieron publicadas en inglés: la responsabilidad que asume de la violación que sufrió por parte de unos moteros. Hynde la cuenta como si aquello formara parte de su vida de descontrol y de groupie.
Ahora, permitidme garantizaros que en rigor, por mucho que parezca de otra manera, todo lo que pasó fue obra mía y yo asumo toda la responsabilidad. No puedes hacer el gilipollas así con la gente, especialmente si llevan parches con lemas como «Amo la violación» y «Ponte de rodillas».
En entrevistas posteriores ha matizado estas palabras pero ha insistido en que no se arrepiente de lo escrito. Difícil asumir ese texto para una generación actual que ya no está dispuesta a tolerar ningún tipo de abuso. Quizá nosotros sí tenemos ahora una brecha con ella.
No obstante, la nueva etapa londinense es la más atractiva de todas las memorias porque es un fiel reflejo del nacimiento del punk y del corte radical con todo lo anterior. Si en las páginas precedentes eran cabellos largos, el hachís y el rock and roll, lo que ahora se anuncia es el grito, el ruido —ya no existen las melodías—, las mallas rotas, el pelo de colores, grupos como los Sex Pistols, Los Ramones, The Damned, The Stooges o The Clash. Y, con todos ellos Hynde tuvo algo que ver. De hecho, estuvo a punto de formar parte de The Damned y The Clash, pero no la quisieron. Es un retrato también de la aparición de la heroína (ya no bastaba con las hierbas y ni siquiera con las pastillas) y las agujas, que Hynde reconoce que rechazó desde el principio, más por aprensión al pinchazo que por no drogarse (mientras fuera inhalado o fumado todo estaba bien).
Eran los finales de los setenta y por Londres pululaba un buen grupo de jóvenes veinteañeros que ya no tenían la implicación política de los anteriores (el «No a la guerra de Vietnam» se había acabado). Gente como Janis Joplin, Jim Morrison o Jefferson Airplane quedaban muy lejos. No se quería cambiar nada; se quería destruir todo. Y eso encajaba con el carácter de esta cantante que ya estaba en ciernes de montar The Pretenders. Fue en esta etapa en la que se construye al personaje que explotó a comienzos de los ochenta. Era un Londres thatcherizado, pero Hynde no nombra a la primera ministra en ningún momento. Sus memorias abordan la intrahistoria, lo que se cocía en los pubs y antros como el Roxy, en los apartamentos mugrientos sin apenas agua caliente donde si se sobrevivía era por tener a mano la juventud.
Ningún libro de memorias habla de la verdad porque todo recuerdo siempre es selectivo. Habrá muchos lectores que echen de menos más anécdotas o cómo se formó The Pretenders, que está contado casi con pinceladas (como si fuera una especie de golpe de suerte). Tampoco cuenta mucho cómo componía. En un momento comenta que escuchó la frase brass in my pocket (calderilla en mi bolsillo) y que le pareció buena. Nada más. Tampoco se detiene mucho en su primer productor, Nick Lowe, que dio con las teclas para el éxito de la versión de «Stop your sobbing». En realidad, habla de sí misma resaltando varias escenas de ella como fan absoluta de la música (como su noche de amor y borrachera con Iggy Pop o insistiendo en que nunca llegó a casarse con Sid Vicious). Apenas hay un mero esbozo sobre cómo echaron a Pete Farndom de la banda sin arrepentirse de haberle echado, como si no hubiera otra solución, y prácticamente hay nada sobre su romance con Ray Davies, con quien no llegó a casarse, pero sí tuvo su primera hija. No espere el lector tampoco aquí una historia de The Pretenders.
Estas son las memorias de la contracultura de los sesenta y los setenta. Del hipismo y el punk mediante una voz rabiosa (habría que preguntarle por qué esa rabia, señora Hynde), pero muy autorizada para contar los entresijos de lo que allí ocurrió. Y como ella insiste al final, es una historia sobre las drogas con, aquí sí, un gran toque de arrepentimiento. ¿Un reportaje contra la heroína? No hace falta. Hynde te grita a la cara, página a página, qué es lo que ocurrió. Y si te molesta, puedes cerrar el libro.
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«Eran los finales de los setenta y por Londres pululaba un buen grupo de jóvenes veinteañeros que ya no tenían la implicación política de los anteriores (el «No a la guerra de Vietnam» se había acabado). Gente como Janis Joplin, Jim Morrison o Jefferson Airplane quedaban muy lejos. No se quería cambiar nada; se quería destruir todo.»
Claro, y el punk no era político…
Y The Clash, Crass, Discharge, etc.?
Bueno, yo entiendo el punk como un movimiento nihilista y anarquista, desde luego fuera de las estructuras formales de la política parlamentaria como la conocemos hoy, que nos la han vendido como la mejor forma de gobierno posible. Claro, a los poderes fácticos les interesa seguir alimentando esa falacia. No future.
Si traducen así el título, habrá que coger la versión original.
Ninguna mencion a Velvet? Contra que? Puedes cerrar el libro o elegir no comprarlo nunca jamas en la vida.
Habría querido ver su airada mirada, pero hay una sola foto…con anteojos.
De México, y asqueada por lo que se cocía en Estados Unidos —las manifestaciones contra la guerra de Vietnam cuando su padre había sido marine y ella misma había visto la muerte de un amigo suyo en una manifestación en la universidad de Kent, a la que por cierto en el libro no da tanta importancia (otro rasgo más de pasotismo)— saltó a Londres donde cayó en pleno movimiento hippie. Perdone, pero no acabo de entender esta frase, ¿estaba asqueada por las manifestaciones contra la guerra o por la guerra? La masacre de Kent ha sido inspiración de muchas canciones, como Ohio de Neil Young, v.g. y de hecho uno de los detonantes de la retirada de USA del Vietnam. No me queda claro al decir lo del padre marine si ella estaba a favor o en contra. Disculpe, si me lo pudiera aclarar, se lo agradecería. Salud.
El sentido de la frase es que ella estaba asqueada por la situación tensa que se vivía en su país, inmerso en la Guerra de Vietnam (al referirme al dato de su padre quería incidir en que ella sabía, de alguna manera, cómo eran los defensores de la guerra) y con manifestaciones continuas. Es decir, por el clima. Por aquel entonces no era una fuerte activista contra la guerra e incluso la muerte de su amigo en la manifestación apenas le causó demasiado horror. O así lo recuerda ya que sólo le dedica una línea. Su único apunte, cierto, es a la canción de Neil Young. Espero haberle respondido.
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¡Gracias!
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A finales de la década de 1960 Chrissie Hynde no tenía poco más de veinte años. Todo lo contrario, tenía menos de veinte.