Para acompañar la lectura del artículo, el Kill ‘Em All en Spotify:
Lo habitual toda la vida de dios es que el hombre blanco le copie al negro la gran mayoría de manifestaciones de su cultura popular. Muy frecuentemente, el blanco también las comercializará con más éxito, casi siempre previamente edulcoradas. Pero nunca han abundado las quejas amargas por este motivo, aunque las haya habido, especialmente en la actualidad con el fenómeno de la apropiación cultural. Sin embargo, últimamente estamos asistiendo a fenómenos que rompen esta dinámica tan propia del siglo XX. La moda se ha apropiado de la estética del heavy metal, que se popularizó en los ochenta entre jóvenes blancos generalmente de clase obrera.
Los diseñadores empezaron con camisetas de los Ramones y Guns N’ Roses hace diez años lo menos, pero las que han acabado causando sensación son la de Iron Maiden y Metallica. Concretamente, en el caso de Metallica, hace un par de semanas, con el lanzamiento del nuevo disco, James Hetfield dio una entrevista en la que comentó el aspecto que tenían los personajes top que se ponían camisetas de su grupo.
Repasando las celebrities, el cantante y guitarrista de Metallica se detuvo desconcertado ante la imagen de Kim Kardashian. La protagonista del reality más importante del siglo XXI llevaba una camiseta de «Live Metal Up Your Ass» nada menos, la demo en directo grabada el 29 de noviembre de 1982 en el Old Waldorf de San Francisco con Exodus de teloneros. Ahí estaban todas las canciones que fueron al disco de debut, a excepción del solo de bajo de Cliff Burton, y ese era el nombre y la portada que pensaban ponerle inicialmente al LP. Hetfield dijo: «Si hubiera andado por ahí [Kim Kardashian] antes de salir el Kill ‘Em All y se hubiera comprado esta camiseta, estaría muy impresionado».
No entraremos en si es mejor o peor que un nicho cultural se universalice o que permanezca estanco y puro guardando las esencias. Pero sí que hay que detenerse en el hecho de la mención a las demos del Kill ‘Em All. No es un significante vacío, como dicen ahora los jóvenes preparados. Es todo lo contrario. Se trata de un símbolo sagrado. Hay una parábola detrás. Una historia compleja, cargada de enseñanzas morales. Fue además el inicio de un mundo nuevo, de una comunidad, de una civilización. Mira, Kim Kardashian, si lees esto, atiende. Remontémonos a los años sesenta en tu ciudad natal: Los Ángeles.
En 1963 viene al mundo el pequeño James Alan Hetfield. Su padre, camionero, está metido en la Ciencia Cristiana, una secta religiosa. Casado en segundas nupcias con su madre, cantante de ópera, introduce a toda la familia en ese rollo cristiano integrista. Al pequeño James todos los días le interrumpen mientras juega con sus amigos después de que toque la campana en el patio porque sus padres van buscarlo al cole puntualmente. Tampoco le permiten jugar al fútbol, para ello tendría que pasar un examen médico y eso su religión no lo permite. Incluso hay asignaturas que no puede cursar, como Introducción a la Salud, porque así lo quiere Dios.
James se siente diferente en clase, es el bicho raro y todos pasan de él. El crío empieza a experimentar cierta ansiedad y mala hostia ya desde tempranas edades por esta causa principalmente. Por fortuna para él, nace una hermana más y su padre se ve obligado a hacer viajes más largos con el camión para poder mantenerlos. Como los hermanastros de James, hijos de su padre, están en la edad del pavo, su madre lo mete en clases de piano para que no estorbe y que el hogar no se le vaya de las manos. El pequeño James odia las clases, pero años más tarde recordará que le fue útil el piano para aprender a hacer una cosa con una mano y otra con la otra mientras usaba la garganta al mismo tiempo. Y no, no lo agradeció porque se dedicara al mundo del bukakke.
Era por la música. Sus hermanastros tienen una amplia colección discos y le prohíben que escuche uno en concreto cuando ellos no están en casa. No es para niños, le advierten, y menos en un hogar tan rigurosamente cristiano. Atraído por la prohibición, como todos, James mira la portada durante horas y se queda hipnotizado. Es una casa en mitad del campo, lúgubre. Misteriosa. Frente a ella hay una extraña mujer.
Un día por fin se van, le dejan solo y puede poner el LP, que ya se ha convertido en una obsesión. Escucharlo no le defrauda. Es el primero de Black Sabbath. Ya nunca nada volverá a ser lo mismo en su coco. Entra en un universo nuevo. Y en lo sucesivo, por la radio, se va enterando de lo que hay fuera: Led Zeppelin, Blue Öyster Cult, Alice Cooper… y se convierte a otra religión.
Hasta que la vida le golpea. Queda devastado el día en que su madre le anuncia que su padre no regresará de su último viaje. Se había marchado sin decir ni adiós al crío. James entonces se sumerge todavía más en la música y se compra sus dos primeros discos: el single de «Sweet Home Alabama» de Lynyrd Skynyrd y el LP Toys in the Attic de Aerosmith. Alternándolos en el tocata va aprendiendo a tocar la guitarra.
En 1977, en el colegio, un día se encuentra que en su carpeta forrada con una foto de Steven Tyler, cantante de Aerosmith, han escrito la palabra «maricón». Se trata de un tal Ron McGovney, del que termina haciéndose amigo porque al final son de la misma cuerda y que acabará en la primera formación de Metallica. Por lo pronto, James monta Obsession con otro par de colegas. Toca en un garaje versiones de Deep Purple y Jimi Hendrix y de vez en cuando va a verlos Ron.
Una noche, James acude a ver en directo a Arosmith con AC/DC de teloneros. Consigue el dinero para cervezas vendiendo las propias entradas troceadas como si fueran tripis. Con el morro caliente, asiste al concierto bien cerca y casi le da algo al ver a sus ídolos en carne y hueso. Desde ese día ya no se considera aficionado a algo, sino que sabe perfectamente qué quiere hacer en la vida.
El problema es el cómo, porque la Costa Oeste y buena parte del país ha sido invadida por el hard rock de Van Halen y además, poco a poco, va volviendo el glam. James está más por la labor de seguir la senda de Judas Priest, Accept y Scorpions, grupos europeos, aunque no le hace ascos a la corriente dominante. Está documentado que tuvo la ocurrencia de intentar triunfar en Sunset Boulevard con un grupo al gusto del momento al que llama Leather Charm, pero el proyecto se queda en nada. Desgraciadamente, la vida le vuelve a golpear y esta vez de forma más dura. Su madre cae enferma y su religión no le permite recibir tratamiento alguno. Muere en 1980.
Me crie como miembro de la Iglesia de la Ciencia Cristiana, que es una religión extraña. En ella, la regla principal es: Dios lo solucionará todo. Tu cuerpo es solo un caparazón, no necesitas doctores (…) Mi padre enseñaba en una escuela dominical, estaba bastante comprometido con esto, yo tenía que ir básicamente obligado. Ahí la gente daba sus testimonios. Había una chica con el brazo roto, se levantó y dijo: «Me rompí el brazo pero ahora, mirad, todo está bien». Pero en realidad estaba desfigurado. Ahora que pienso en ello creo que era bastante inquietante. (James Hetfield en Playboy)
James desaparece, no le dice nada a nadie, sus amigos no saben qué ha pasado, y de repente vuelve a los diez días y cuenta lacónicamente que se ha muerto su madre. Tiene dieciséis años y ahora está más decidido a tocar. Ojeando una revista, encuentra un anuncio de un heavy que busca a similares para formar un grupo. Sus gustos: Tygers of Pan Tang, Diamond Head e Iron Maiden. Es Lars Ulrich.
Dinamarca. 1963. Einar Ulrich fue tenista, número uno en su país. Su hijo, Torben Ulrich, también llega a tenista profesional. Del pequeño Lars, que acaba de llegar al mundo, se espera lo mismo. El chaval crece en una familia que estuvo a punto de ser enviada a Auschwitz por los nazis y se conoce que los sesenta se los tomaron en plan hedonista. Aunque pretendan crear una dinastía de jugadores de tenis, son de mentalidad liberal. En casa suenan los Doors, Hendrix, Velvet y el jazz de Coltrane y Miles Davis. Sobre todo jazz. Hay también un ambiente renacentista. Su padre pinta, escribe, ha hecho cine, ha visitado maestros de yoga, ha estudiado la espiritualidad zen japonesa.
Lars escucha por primera vez a los Rolling Stones porque se los pasa su padre y con nueve años va a su primer concierto, Deep Purple, porque le lleva un amigo de sus papás. Al día siguiente se compra el LP Fireball y entra en vereda. Después de ver a Kiss por su cuenta en 1976, se compra una batería. Pero sus padres insisten en la raqueta y lo mandan a una escuela de tenistas a Florida. La Nick Bollettieri Tennis Academy, de la que han salido Andre Agassi, María Sharapova, Venus y Serena Williams y Jim Courier. A Lars ese sitio le parece la puta cárcel.
En 1980, entre acusaciones de haber fumado porros en la escuela, consigue abandonarla. La broma le cuesta a la familia veinte mil dólares, pero terminan mudándose todos a California para que su padre dispute campeonatos de tenis para mayores de cuarenta y cinco años que mueven dinero. Por el camino, Lars está alucinado con el primero de Iron Maiden, que se lo ha pillado por la portada, y descubre una música más potente que el hard rock americano y que, además, parece ir más allá: conlleva un estilo de vida. En su nuevo barrio californiano sale a dar una vuelta y termina detenido en el calabozo por ir bebiendo una lata de cerveza. Bienvenido a América. Más que buscar ese estilo de vida, el estilo de vida va a él.
Las diferencias con Dinamarca siguen también en el colegio. Le meten en uno de élite en el que lleva camisetas de Saxon mientras que sus compañeros van con polos de Lacoste. Le tienen por freak y no le miran ni a la cara. En un último intento por que sea tenista sus padres depositan sus esperanzas en el campeonato del colegio, pero no queda ni entre los siete primeros. Frustración, drama familiar. Por esas fechas también ve a los Y&T en directo. Solo hay doscientas personas, pero están todos felices bebiendo, drogándose y flirteando… follando en los baños. Le mola más que el tenis.
Mirándole a los ojos, le dice a papuchi: «Cómprame una batería para formar un grupo y seré profesional de esto y triunfaré». Su padre se descojona, pero sorprendentemente accede. En un concierto de Michael Schenker, ex de UFO y Scorpions, conoce a dos tíos que se hacen muy amigos suyos entre otros motivos por la colección de discos que tiene en casa. Uno de ellos, Brian Slagel, tiempo después editará los recopilatorios Metal Massacre donde por primera vez aparecerá Metallica.
Juntos estudian los catálogos de discos y se meten viajes de cien kilómetros para pillar novedades de la NWOBHM, que en esas fechas es absolutamente minoritaria, en las tiendas que fueran llegando estuviesen donde estuviesen. A veces incluso se van hasta San Francisco a por un single. Y allí, de paso, conocen al promotor Ron Quintana, que está a punto de colocar a Lars en Metal Church, que buscaban batería. El joven extenista heavy prefiere por el momento volver a LA y buscarse músicos con anuncios en la prensa para montar el grupo allí.
Antes de empezar el proyecto, peregrina a Londres para ver a Diamond Head, su grupo británico favorito. Se cuela en su camerino, les cae bien y acaba en casa de uno de ellos. Se une a su gira y por estos mundos de dios también conoce a Lemmy. Los Motörhead, a los que luego sigue también en su gira americana, están componiendo en la carretera las canciones del LP Iron Fist entre juerga y juerga. Esto es un curro y lo demás son hostias, se dice Lars, que quiere esa vida para él.
Cuando su amigo empieza a trabajar en el primer recopilatorio de Metal Massacre —salieron doce ediciones hasta 1995— le pide que por favor le deje un hueco, aunque no tenga grupo, que lo va a formar. El colega dice que vale. Por los anuncios en el periódico entra en contacto con James Hetfield. Este trae de la mano a su amigo Ron McGovney, más interesado en sacar fotos a los grupos que en tocar, así que le colocan en el más bajo estamento de un grupo, el bajo, válgame la redundancia. Ya solo les falta un guitarrista.
Barajan varios nombres para la formación: Deathwish, Death Threat, Death Chamber, Execution, Exterinator, Helldriver, Thunderfuck, Napalm, Vietnam, hasta Nixon sale como nombre. Al final recuerdan que el fanzine de Ron Quintana, Metal Mania, al principio se llamaba Metallica. Lo toman prestado y empiezan a darle forma a una composición de los infaustos Leather Charm de Hetfield, una canción inspirada en el «Shoot Out the Lights» de Diamond Head que va a llamarse «Hit the Lights».
Volvamos de nuevo atrás en el tiempo. 1961. Viene al mundo Dave Mustaine. Su padre trabaja en el National Cash Register, una compañía que se encarga de cajeros automáticos, cajas registradoras y similares. La llegada de las primeras tecnologías electrónicas, como en toda modernización, le ponen de patitas en la calle. Se queda en fuera de juego en el mercado laboral y tiene a bien alcoholizarse y darle palizas a su mujer y sus dos hijas para compensar la bajada de autoestima de la forma más cobarde y miserable que existe. Dave tiene cuatro años cuando sus padres se separan definitivamente. «No tengo recuerdos de él sobrio», dice en sus memorias. Tan solo detalles como que una vez en la calle le cogió de la oreja con unos alicates y lo llevó a casa a rastras.
Desde entonces, su familia vive a la carrera huyendo de ese hombre, que solo tiene tiempo para dos cosas: emborracharse y acosar a su ex. Viven de la caridad durante una época, de la ayuda de los amigos, hasta que se van a vivir con su tía, testigo de Jehová, y tienen que adaptarse a sus normas. Todos se convierten.
Cuando los demás niños en el colegio cantan el himno con la mano en el pecho, Dave tiene que permanecer con los brazos en jarras. No hace amigos en el centro. Es más, le dan palizas todos los días por ser el raro. Lo mismo que en casa su tío si no respetaba las estrictas normas de los testigos. Se endureció, dice, con esa mierda de vida.
De repente, pasa de los religiosos a los policías. Su madre intenta rehacer su vida con un agente motorizado que se calzaba todas las mañana unas «botas de la Gestapo», según recuerda Dave, y hacía temblar el vecindario con su Harley sin que a nadie se le ocurriese, vaya, llamar a la policía. Y su hermana hace lo propio con otro policía, este más entrometido, que un día le sorprende con un disco de Judas Priest y le mete un puñetazo directo en la cara diciéndole que no quiere esa mierda en su casa.
A los trece años, Dave se hace emprendedor y comienza a pasar marihuana. Beber y drogarse para soportar el peso de religión y de la ley requería dinero. Como un adelantado a su tiempo, analiza las posibilidades del mercado y también vende su cuerpo. Se prostituye a cambio de discos. O así cuenta en sus memorias cómo la chica de una tienda, previo bombeo en la trastienda, le regala su primer álbum de AC/DC. Y con el fin de aumentar su productividad, implementa nuevas posibilidades de negocio y se diversifica: comienza a pasar también cocaína, quaaludes (un barbitúrico), LSD y todo lo que le es posible encontrar.
Así va madurando, prematuramente, y monta su primer grupo, que se llamaría Panic. Va en la línea de los primeros Def Leppard, Scorpions, Judas y Sammy Hagar en solitario. Panic le viene bien para tocar y para seguir emprendiendo, ya que se convierte en el único suministrador de drogas del grupo. Se harta de follar en aquella California setentera en plena revolución sexual antes del sida y, para cerrar heridas, intenta reconciliarse con su padre. Le impacta ir a visitarle y ver que vive solo y nada más que tiene un bote de mayonesa con moho en el frigorífico. Al poco el hombre muere de un derrame cerebral en un bar, suponemos que haciendo lo que más le gustaba. A Dave le dicen: «Vas a terminar como él».
En principio es un amigo del grupo el que acaba mal. Borracho al volante, se duerme en la carretera y palma. A Dave no le queda otra que buscar gente con la que seguir tocando y encuentra un anuncio que lo deja turulato. Un tío que dice que le gustan Iron Maiden y Motörhead busca guitarrista. Nada fuera de lo normal, excepto porque también cita a Budgie. Eso es bocatto di cardinale. Galeses, precursores del heavy rock y la NWOBHM en los setenta y con buenos discos también en los ochenta. Pese a ello, son muy poco conocidos, incluso hoy. Dave los controla porque se los puso un tío que recogió haciendo autoestop. Desde entonces no los ha olvidado y sabe que detrás de ese anuncio hay alguien con criterio.
Llama y acude a casa del sujeto. Es todo un casoplón lo que se encuentra y le sorprende que el tío tiene a la vista en la habitación revistas porno europeas que no se parecen en nada a las americanas. Las mujeres salen metiéndose botellas y bates de béisbol. El chaval en cuestión es Lars Ulrich. Le pone al corriente de lo de la recopilación Metal Massacre y le pide colaboración.
Dave es honesto. Le dice a Lars que toca y paralelamente trafica con drogas o que trafica y paralelamente toca la guitarra, según se mire. No importa. Le prueban, gusta y se une. Entonces no tarda en ser también honesto con el bajista, Ron. Le hace saber que ni toca bien ni le gusta que su grupo favorito sea Mötley Crüe. James tampoco le parece muy allá, es demasiado tímido y aún conserva su look Leather Charm, iba con pantalones de licra metidos por debajo de las botas y no era capaz de sostenerle la mirada a nadie. Le parece un niño con cuerpo de hombre.
Sin embargo, a los pocos meses, gracias a que Ron conoce en persona a Mötley Crüe precisamente, logran sustituirles en unos bolos como teloneros de Saxon, porque los del exmarido de Pamela Anderson consideran que ya son demasiado importantes como para no ser cabeza de cartel. Metallica por estas fechas ya había grabado el «Hit the Lights» para la recopilación, previo pago de cincuenta dólares al colega, y tiene un repertorio de versiones de Diamond Head y otros grupos de la NWOBHM. Solo difiere de la personalidad de Metallica que conocemos que Hetfield todavía no toca la guitarra y se limita a cantar vestido con pantalones de leopardo con la mira puesta aún en el hair metal.
También en el garaje de Ron se graba la primera demo en un cuatro pistas con «Jump in the Fire», «The Mechanix» (luego «The Four Horsemen») y «Motorbreath». En la segunda, No Life ‘Til Leather, ya hay siete canciones que aparecen en el Kill ‘Em All, se añaden: «Phantom Lord», «Seek and Destroy» y «Metal Militia». Esta segunda demo circula de mano en mano que da gusto y empiezan a aparecer fans en los conciertos que se saben las letras.
Humildemente, van dando conciertos y su estilo de vida se traduce en sexo, drogas, beber y vomitar, en sus propias palabras. Prácticamente viven en un coche, conduciéndose la Costa Oeste de arriba abajo para ensayar y tocar por todas partes. Cuando uno se quedaba dormido, lo típico, aparecía pintado de mil colores. Lars recuerda que por estas fechas es la primera vez que se despierta por la mañana rodeado de cuerpos humanos en coma, muchos de ellos de mujeres. Se empiezan a acostar con las chicas que iban a sus conciertos sin perdonar ni una ocasión.
En uno de esos shows están entre el público otros chavales que a finales del año siguiente lanzarán el debut de su grupo, de nombre Slayer. Ver a Metallica les abre los ojos. Hay que tocar así de fuerte y rápido, o más. Años después, lo mismo le ocurriría a un grupo de por aquel entonces glam metal que se llamaba Pantera. Queridos u odiados, todo el mundo reconoce que ellos fueron los primeros.
Las relaciones dentro del grupo son Lars y James, amigos del alma, que comparten hasta los bolos alimenticios de boca a boca —según deja dicho Mustaine— y Ron, que es amigo de James. El cuarto, Dave, en efecto, está un poco apartado. Un día en que James le pega una patada a uno de sus rottweiler —los tenía para protegerse en caso de alguna eventualidad en su profesión de camello—, Dave le amenaza, Ron se mete por medio, «si le pegas a él me tendrás que pegar antes a mí», y Mustaine les zumba a los dos. Es expulsado del grupo, pero el enfado no dura más de veinticuatro horas.
Eso sí, Ron se le queda cruzado. En cuanto tiene ocasión le echa una cerveza en las pastillas del bajo y le estropea el equipo. Por este motivo, el 10 de diciembre del 82, Ron se larga de Metallica y rompe su amistad con James, al que echa de la casa que comparten y se tiene que ir a vivir con la madre de Dave porque no hay más opciones.
Podría decirse que yo era una especie de niñera. Ellos estaban borrachos todo el tiempo y yo era el que les llevaba a todas partes. Solía decirles que no bebieran tanto, que nunca lograríamos nada así, pero a ellos no les gustaba que les dijeran lo que tenían que hacer y me tenían cierto desprecio. Yo era el responsable de todo, el road manager. Reservaba los hoteles, conducía el remolque, cargaba el equipo, mientras que ellos se sentaban detrás de la furgoneta y se bebían cuatro litros de vodka hasta estar totalmente borrachos y pasar a insultarme. Las situación llegó a punto en que no me aguantaban, yo tampoco les aguantaba a ellos, y entonces empezaron a buscar bajista. (Ron McGovney, KNAC)
El sustituto de Ron está en San Francisco. Nacido en 1962, Cliff fue un niño introvertido de esos que son o dioses o locos pero el caso es que gozan en solitario. Se quedaba en casa con sus libros y sus discos de Lynyrd Skynyrd, Blue Öyster Cult, Ted Nugent y Aerosmith y pasaba de salir a la calle con los demás niños por mucho que se lo pidieran sus padres. De mayor pega un cambio y ocurre todo lo contrario, adora ir a pescar y cazar con los amigos y a tocar rock and roll a una cabaña en mitad del bosque.
El pequeño Cliff también queda marcado a temprana edad, cuando su hermano de dieciséis años muere por un aneurisma cerebral. Cliff toma clases de piano en honor del difunto, con el fin de convertirse en el mejor pianista del mundo, pero pronto la marihuana y el LSD le desvían de sus propósitos y se mete en un grupo tipo Hawkwind. Son Agents of Misfortune, trío experimental en la línea de los primeros Pink Floyd o Velvet, donde toca la guitarra Jim Martin, el barbudo de Faith No More años después.
Cliff entra en la universidad, es compañero del futuro actor Tom Hanks, pero no le gustan nada los libros y protesta. Sus padres entonces se tiran el pisto. Le dicen que tiene cuatro años para llegar a ser músico profesional y que le mantendrán solo durante ese periodo, ni un día más ni un día menos.
Pero el chico cumple. Su primer grupo ya lo peta. Se llaman Trauma, aparecen en el Metal Massacre II, y tienen la puesta en escena más famosa de San Francisco, recurriendo a lo de siempre: mujeres esparramadas por el escenario y cañones de humo. Pero Lars y James no se quedan con este aspecto del grupo cuando los ven en directo, lo que no se pueden creer es el poderío del bajista. El energúmeno mete más potencia que las guitarras.
Como Trauma querían dar un giro más comercial y acercarse a las propuestas que venían de Los Ángeles, de maquillaje, pelos crepados con laca —o desodorante, cuando el grupo no tenía dividendos—, pantalones de cuero y actitud glam, Cliff escucha con agrado la propuesta de incorporarse a Metallica. Lo que se cuece en Los Ángeles no le gusta nada. Eso sí, pone como condición que el grupo se traslade a la bahía. Metallica, que saben que en San Francisco se valora a los grupos por cómo tocan más que por cómo visten, aceptan el extraño trato: mudarse por un bajista.
Una vez instalados, no se lavan ni por casualidad la ropa y se alimentan solo de macarrones. A James y a Lars la emancipación, este tipo de vida, se les hace cuesta arriba. Y tampoco todo es buen rollo en San Francisco. Una noche, en un pub, miembros del grupo Armored Saint van a pegar a Lars Ulrich y Dave Mustaine le defiende dándole una patada a Phil Sandoval que le parte la pierna. Años después la historia se recordará como que no era para tanto lo de Lars y Phil y fue Mustaine, que como siempre iba demasiado borracho, el que metió la pata, también en un sentido literal. En este ambientillo se hacen amigos de los Exodus. Amigos de verdad, hermanos de sangre, cortándose con una navaja e intercambiando los fluidos. No se sabe si al ritual lo llamaron «la hepatitis rusa».
Musicalmente, desde el primer día son los líderes absolutos de la ciudad. Se corre la voz y la demo No Life ‘Til Leather llega a Nueva York y unos fans se la ponen a Jon Zazula, propietario de una tienda especializada. Este hombre se dirige a ellos inmediatamente con el compromiso firme de grabarles un disco. El grupo le cree, coge una furgoneta y se dispone a viajar de Los Ángeles a Nueva Jersey. Más o menos como conducir de Cádiz a Moscú. Los días previos, Dave Mustaine se apercibe de que su nombre no figura en los contratos que se han firmado. Se calla, pero se va con la mosca detrás de la oreja. Detallito.
Él mismo se pone al volante, atravesando montañas, nieves, hielos, carreteras congeladas, y lo hace completamente borracho. Estuvieron a punto de tener un accidente y cascarla. Dave escribe en sus memorias que, desde ese momento, empezó a notar cierta hostilidad hacia él, cuando eso, se queja, le podría haber pasado a cualquiera que hubiera estado conduciendo borracho como él. Lógica ante todo.
Durante la odisea, solo se alimentan de alcohol y patatas fritas. Y cuando llegan, la casa de Jonny Z no es lo que esperan. Pensaban en un promotor de nivel y se encuentran una casita de clase media, con un jardín sin jardinería ninguna y un coche oxidado ahí plantado. Además, su anfitrión no puede pasar mucho rato con ellos, a las seis se tiene que recoger y acudir a un centro a dormir porque está cumpliendo condena. El barrio tiene un ambiente especial, todo el mundo se mete metanfetamina de cristal. Niños de doce años incluidos. El grupo está todo el día de juerga por esos lares.
Tocan donde Jonny tiene su tienda, un mercado de pulgas, y no hay masas recibiéndoles pero sí un pequeño grupo de fans completamente enloquecidos que compran la demo a manos llenas. Dave se pasa la visita completamente borracho vomitando por los rincones.
En casa de Z duermen apilados en el sótano. En mitad de un cieguete se van arriba a buscar alcohol y se beben una botella de champán que el hombre estaba guardando desde el día en que se casó con su mujer para bebérselo en algún aniversario. Cuando lo descubre los echa de ahí ipso facto. Metallica acaban viviendo en unos locales de ensayo y daba pena verlos. Duermen en sacos tirados por el suelo, como mueble solo tienen un refrigerador con cerveza y paquetes de mortadela. Y no hablamos de la alocada vida hipster, montándoselo guay con pocos medios, de unos jovenzuelos como podría ocurrir hoy en la Gran Manzana. Entonces Nueva York tenía cinco mil asesinatos anuales, noventa y cuatro mil atracos y doscientos cincuenta mil asaltos en hogares o allanamientos de morada.
Coinciden en ese local con un grupo que, al año siguiente, debutaría con un disco en la misma línea y su mismo sello, Anthrax. Dan Lilker, su bajista de entonces (muy querido en esta casa tras grabar el Ethos Musick de Exit-13) ve que Mustaine llevaba días sin comer y sin lavarse. Le da pena y se lo lleva a invitarle a un trozo de pizza. Otro encuentro se produce en el Teatro Paramount de Staten Island, cuando Steve Harris, el bajista de Iron Maiden, le felicita por lo bien que había tocado. Fue gafe.
En el siguiente concierto que dieron en Nueva York son teloneros de Vandeberg, grupo del guitarrista holandés homónimo entre el hard rock y el AOR. Mientras el hombre prueba sonido, los Metallica están esperando enfrente del escenario. Todos más o menos tranquilos menos uno, que ya está borracho, y se está impacientando. Es Dave Mustaine, por supuesto, que a grito pelao le dice al señor Adrian Vandeberg: «Eh, tú, das asco y tu grupo es una puta mierda». Así, alto para que lo oyera bien.
Para el resto del grupo es la gota que colma el vaso. Están hartos de pasar vergüenza ajena por el miembro del grupo que tenía peor beber. Dejan pasar el fin de semana y el lunes le dicen, sin tiempo de quitarse las legañas: «Estás fuera del grupo, coge tus cosas y vete ahora mismo, aquí tienes el billete de bus». Era Lars el portavoz, James asentía detrás y Cliff no se metía en estas historias porque acababa de llegar al grupo. «Ha habido más de unos cuantos días malos en mi vida, pero este sigue siendo el peor de ellos al lado de la muerte de mi padre», escribe Mustaine en su autobiografía. «No usen mis canciones», les dijo de despedida. Y ni puto caso le hicieron. Así de perra es la vida.
En ese bus de vuelta a casa se come un viaje de noventa y seis horas sin comida ni dinero para comprarla. Ocasionales compañeros de asiento le dan un trozo de pan, un poco de sándwich y así logra sobrevivir. Uno le da una revista y Dave lee algo sobre un senador de California, Alan Craston, que alertando sobre la proliferación nuclear habla de la «megamuerte». Dave toma nota para una canción que al final será el nombre de su nuevo grupo: Megadeth.
Su sustituto es Kirk Hammett. Nace en San Francisco en 1962, mitad irlandés, mitad filipino, va al colegio con futuras estrellas de la música, como Les Claypool, de Primus, o Larry LaLonde, también de Primus pero antes de Possessed, precursores del death metal con su álbum Seven Churches de 1985, y el más famoso de todos, John Kiffmeyer, batería de Green Day.
Kirk empieza tocando Hendrix, a sus amigos y él en el colegio los llaman «acid brothers», luego se sube al carro, como todos, de UFO, Rush, Aerosmith y Kiss, hasta que en una tienda de discos le pinchan a Motörhead y Iron Maiden y le da un síncope con la segunda invasión británica —recuerden que la primera fue la de Beatles, Kinks y Rolling Stones—.
Su padre es marinero y pasa fuera de casa de seis a ocho mese al año. Mientras su madre curra, él aprende a montárselo solo en casa desde que era muy pequeño. El San Francisco de aquellos años tampoco tiene nada que ver con el actual. Un día el pequeño Kirk, mientras está solo en casa, ve cómo un hombre entra en su jardín y viola a su perro Tippy. En su vecindario se conoce que imperaba cierta laxa moral. Cuando llevaba al colegio a su hermana pequeña en incontables ocasiones le ofrecen dinero para comprársela. Encima, cuando su padre llegaba a casa y debía servirles un poco de parapeto ante tanta adversidad, se convierte en un enemigo más. Su rutina es coger la botella, emborracharse y dedicarse a pegarle a su mujer.
Kirk trabaja en el Burger King para comprarse una guitarra y el instrumento se convierte en su tabla de salvación en ese ambiente. Le empiezan a salir versiones de los Judas, de UFO, de Angel Witch, y se convierte en guitarrista con todas las letras. Luego ve a Metallica en directo en 1982 y tanto él como todos los presentes se quedan alucinados ante tanta agresividad y velocidad. La primera vez que puede compartir unas palabras con ellos le sorprende que Lars se cambia de ropa delante de él y no le importa estar desnudo en sus narices como si nada. El grupo de Kirk es Exodus, con gran reputación en San Francisco, pero cuando le llega la oferta de Metallica no lo duda. Pilla la famosa demo, se la escucha bien y se sube en un avión rumbo a Nueva York. Al llegar, ve la nieve por primera vez en su vida.
A grabar el disco se van a la ciudad de los Foreigner y Joe Arlaukas, Rochester. Estamos en mayo de 1983. Tienen un equipo pobretón y ni la más mínima noción de cómo se graba un disco. El productor es Paul Curcio, que tampoco tiene ni idea de lo que se trae entre manos. No entiende qué subgénero del metal pretenden hacer Metallica. En su descargo hay que decir que su ignorancia se debe a que todavía no existe tal género, lo estaban inventando ahí. James Hetfield recuerda que en muchas ocasiones las discusiones y desacuerdos los cerraba diciendo: «Que os jodan, es vuestra canción».
A Kirk le piden que haga los solos de Mustaine tal cual los ha dejado. El nuevo se queja y le permiten que los empiece como Dave y luego ya meta lo suyo. Nadie se queda insatisfecho en ninguno de los que crea para cada canción. Las guitarras están muy bajas y la batería muy alta (anda, qué casualidad) y Jonnny Zazula, que tiene que pagar por la grabación del LP, cuando escucha la primera mezcla se queda apesadumbrado. El propio grupo se queja de que se ha sentido excluido del proceso de remezcla. Incluso, años después, el productor ha confesado que nunca se ha sentido satisfecho con el trabajo que realizó.
A las canciones de la demo anterior añaden un solo de bajo, «Anesthesia (Pulling Teeth)» de Cliff Burton, que es de lo mejor del disco. Sobre todo la segunda parte del solo, cuando entra la batería. Y la producción podrá ser una chapuza, pero a día de hoy gracias a ese sonido perrero Kill ‘Em All es el disco más especial de los cinco primeros de Metallica. Por supuesto, cuando Jonny Z se lo lleva a las discográficas se ríen en su cara. A veces hasta le piden que por favor quite esa mierda. Tiene que crear un sello, Megaforce, para lanzarlo. Le sobraba fe.
Originalmente se iba a llamar Metal Up Your Ass, que es lo que lleva Kim Kardashian en su camiseta. Y la portada iba a ser un váter con una mano que salía de su interior empuñando un cuchillo. Un detalle enciende la polémica durante años entre los fans: ¿qué son esas líneas rectas que se cruzan en un punto al final del cuchillo? ¿El brillo de la luz o el dibujo conceptual de un ojete? La duda permanece treinta años después. El caso es que las distribuidoras le dicen a Jonny Z que con ese título no le van a mover ningún disco porque es una barbaridad que atenta contra la moral y las buenas costumbres.
Tienen que cambiarlo. Enfadado, Cliff dice de los distribuidores «fuck this fuckers», que no necesita traducción, a lo que añade que deberían «kill ‘em all», que tampoco. Todos se miran cuando lo oyen. ¡Ahí está el título! Incluso la nueva portada con el martillo ensangrentado es mucho más elegante que las que abundaban aquella época en los grupos de metal de su palo. Mediocres unas por el horror vacui, otras porque parecían dibujos de niños de trece años. Esta no, es sugerente y tremendista al mismo tiempo. Por detrás, Lars sale con bigote y James con acné. En la biografía de Paul Brannigan e Ian Winwood dicen que en esa foto Metallica no solo salían con la ropa con «la que luego iban por la calle (a diferencia de otros grupos con una puesta en escena más estudiada o teatral que empezaban a abundar), sino que además por aquel entonces era la ropa con la que también dormían». Todo rock and roll.
A finales de 1983 han vendido solo diecisiete mil copias, pero puede que ninguna sea en balde. La gira estadounidense se la empiezan a plantear teniendo en cuenta cómo Iron Maiden y Judas Priest habían conquistado su país. Sin apoyo ninguno de la prensa, se recorrieron todas las pequeñas ciudades de clase obrera y al llegar a Los Ángeles ya eran dioses en la tierra. El tour lo montan con otro grupo británico caracterizado por su velocidad y agresividad, aunque no eran ni la tercera parte de las de Metallica: los Raven.
Primeros días de gira y no tienen ni para pagar noches de hotel. Duermen en un autobús hasta que recaudan algo y les llega para hacerlo en camas. Y son pocas perras. En el primer concierto, en Long Island, solo tienen delante a cincuenta personas. Pero la gira sigue, aunque lo que la caracterice sea el hambre que pasan. Estamos a finales de agosto y también se les estropea el aire acondicionado una noche; en Texas tienen la sensación de viajar en un horno. Entonces, de esta guisa, en Oklahoma llega un momento de epifanía.
En el Harry’s Bar en Roland, a los Raven les tiran de todo al salir, vasos, botellas, piedras… Los ingleses, que son de Newcastle, no solo se habían forjado tocando ante obreros del metal, sino que se han comido toda la moda del punk y tienen el culo pelao con este tipo de audiencias hostiles. En todo momento, caiga lo que les caiga encima, mantienen la compostura y se marcan todo el repertorio. En las últimas canciones el público ya no tira nada, está bailando encima de las mesas. Están enloquecidos con cada solo. Al terminar, Lars, corriendo, se dirige a ellos emocionado: «¿Cómo habéis conseguido hacer eso con el público?», les pregunta. La respuesta marcará el destino de Metallica y de media humanidad. John Gallagher, el guitarrista, le contesta: «Well, we believe in what we do».
Y es aquí, hermanas y hermanos míos, con esta sabia enseñanza, donde termina la parábola del Kill ‘Em All de Metallica. Creo que difícilmente ir vestido a la moda rompiendo esquemas, como Kim Kardashian con esta camiseta, que la habrá elegido porque debajo del logo pone «culo» y el suyo es ya el más famoso de la historia posiblemente, podrá igualarse jamás a cuando a uno, con solo ver la imagen del martillo sangriento y el logo de Metallica, toda esta historia aquí contada le recorre el cerebelo en cuestión de segundos: la historia de unos chavales frustrados, cuando no maltratados, quizá un poco acomplejados y con brotes psicópatas, que canalizaron todas esas emociones hasta plasmarlas en un plástico que tanta felicidad nos ha dado a millones de personas durante tantos años. De modo que a los significantes con significado digamos sí. Que una cultura suburbial como el metal se haga universal no es sino maravilloso, que gente en las antípodas de un pogo en un tugurio del Bay-Area lo adopte estéticamente, por lo menos es divertido. Pero la vivencia de esta expresión de barbarie desde dentro de la secta es otra dimensión.
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Bravo!
Magnífico artículo
Que buenos recuerdos
Da la casualidad de que llevo un mes oyendo obsesivamente el Kill em All
Y duermo con la misma ropa que visto
METAL UP YOUR ASS….
Excelente nota y con datos que no conocía. Gracias
Gigantesco.
«(…) Hetfield todavía no toca la guitarra y se limita a cantar vestido con pantalones de leopardo con la mira puesta aún en el hair metal. »
Hasta aquí he leído. Revise sus fuentes: James Hetfield toca la guitarra desde los 11 años y siempre fue el guitarra rítmica en todas las bandas anterioresa la creación de Metallica. En verdad, lo que nunca quiso fue ser vocalista de Metallica; incluso después de la grabación de Kill’em all continuaron buscando vocalista que lo sustituyera.
Hola, Miguel. Puedes seguir leyendo, pues efectivamente en los primerísimos momentos de Metallica hubo una breve fase en la que Hetfield solo cantaba, llegando a ofrecer un par de conciertos así. Esta imagen es del año 82, por ejemplo: http://67.media.tumblr.com/tumblr_m8u5x9r7T31rdvhs0o1_1280.jpg
Un cordial saludo.
Ricardo: no, no voy a seguir leyendo. De tu palabras se deduce que Hetfield no tocaba la guitarra por impericia y que su papel en el nacimiento de Metallica era el de frontman-vocalista. En realidad, su afición por el skate le provocó más de una lesión en manos y brazos.
Miguel, lo que pone en el párrafo que destacas es que Hetfield no tocaba la guitarra todavía EN METALLICA
Unas líneas más arriba tienes
«Alternándolos en el tocata va aprendiendo a tocar la guitarra»
De lo que se deduce que sí sabía tocarla pero todavía no la tocaba en Metallica.
Un saludo
En MetallicA Jaymz siempre ha sido el guitarra rítmico y el compositor junto con Lars. Por ejemplo, su primera canción propia «Hit the Lights» está compuesta por ellos dos, es decir, que ya tocaba la guitarra en Metallica. Siempre la ha tocado.
El problema es que al principio no tenía mucha confianza de tocar y cantar a la vez y por eso hizo un par de conciertos dónde solo cantaba. Nada más
Que no, Álvaro, que no. No fue aprendiendo a tocar la guitarra mientras formaba Metallica… Insisto: revisen sus fuentes.
Hetfield fundó Metallica siendo su primer y único guitarra rítmica. Y, como dice Joan un poco más abajo, nunca se sintió cómodo cantando y tocando a la vez, por eso buscaron vocalista que lo sustituyera antes incluso de la grabación de Ride the lightining.
Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con un artículo de jotdown. Enhorabuena. Ni todas las kim kardashian del mundo lograrán acabar con la emoción de escuchar kill’em all por primera vez
The Four Horsemen fue compuesta por Dave Mustaine y luego grabada como en The Mechanix cuando ya estaba en Megadeth.
Aunque The four Horsemen no fue utilizada totalmente en Kill’em all, sino que fue modificada sobre todo la parte del solo por Kirk Hammett. La influencia de Dave Mustaine en MetallicA llegó hasta Ride The Lightning, con creditos en dos de sus canciones.
Enhorabuena por el articulo. Seria muy buena idea un articulo de las dos personalidades del grupo: Ulrich y Hetfield, el primero con una mentalidad empresarial que posiblemente ha convertido a MetallicA en una multinacional del metal y Hetfield como la figura creativa (al principio era el encargado de elaborar los logos y folletos-trabajo en una imprenta-) de una banda que si lo miramos uno por uno no son los mejores pero globalmente hacen una banda en su apogeo (desde mediados de los 80 hasta finales de los 90) insuperable (solo quizas Cliff Burton fue un virtuoso).Fu
Soy fanatico de Metallica desde los 14 años (tengo 36). Buenisimo articulo. Tengo todas las biografias de Metallica y hay bastantes detalles que no habia leido en ninguna de ellas. Muy bueno, felicidades!!
Enhorabuena por la entrada, rezuma buen metal
Muy buen artículo, gran historia con interesantes datos que desconocía. Para mi gusto, Metallica es un desastre musical (que no financiero) desde hace años, pero ahí quedan buenos discos que aún me pongo de vez en cuando. Sin lógica ninguna, mi favorito siempre fue el «Garage Inc.», quizás por ser el primero que escuché de ellos…
El primero siempre cala, aunque no se el mejor del grupo. Es un hecho que casi todo el mundo comparte ;-)
Sin la furia de Mustaine, Matallica no existiría o al menos no de la forma que conocemos.
No digas chorradas.
Magnífico!!!
Excelente artículo.
Descubrí a Metallica de verdad en el Monster of rock de 1988 en Madrid teloneando a Iron Maiden. En 1986 fuí a verlos al estadio Moscardó en Usera pero suspendieron la gira por la muerte de Cliff Burton, en esa época apenas había escuchado de ellos. El kill ‘em all es uno de mis discos de cabecera, IMPRESIONANTE.
Gran articulo, gracias.
¿Puede cambiar la traducción de «flea market» por «mercadillo «? Mercado de pulgas suena muy extraño en España. Gracias.
Gran articulo, felicidades.
Estoy tambien de acuerdo en que la figura de Mustaine fue muy importante en los inicios de Metallica y que quiza ha sido un poco ninguneada / obviada con el paso del tiempo, principalmente por el amigo Lars.
Siempre me ha gustado plantearme que hubiera pasado (artisticamente) si Mustaine hubiera seguido en la banda, pero mi existencia sin los solos de Chris Poland y sobretodo Marty Friedman, seria sin lugar a dudas mucho mas vacia :)
Artículo de 10.
Gracias por el artículo, da gusto rememorar cuando las estrellas no salían de un programa de televisión o de las maquinaciones de la industria, si no de un garaje hediendo a vómito, meados y sudor añejo.
Amén!
Buen artículo, sin reservas
La historia de Metallica es archiconocida. Cuando puedas cuéntanos la parábola de Slayer y su tremendo «Reign in blood», Álvaro. Ahí también hay excesos, piques serios con el todopoderoso batería Dave Lombardo y muy buena música.
Tomo nota
¡Viva el metal! Petición para JotDown: ¿para cuándo un artículo sobre Hawkind?
Sobre Hawkwind, en 2017 cae.
No sabe usted lo feliz que me va a hacer. Espero dicho artículo con más ilsuión que un niño en la Noche de Reyes.
Vandenberg, no Vandeberg.
Su disco del 85, «Alibi» tenía algunos buenos momentos si toleras el AOR…
Es surrealista que una mujer como Kim kardashian luzaca camisetas de Metallica, no me la imagino escuchando sus discos en casa. Es flipante como la banda ha creado un merchan que se lo pone toda clase de personas.
¡Gracias!
Quién es Kim Kardashian? A Metallica la conoce todo el mundo; es más de lo que puede decir esa señora. Buen artículo de grandiosa banda, los herederos legítimos americanos de Iron Maiden y Motorhead. Llevaron la NWOBHM a los states a lo más alto dejando atrás a nenazas como crue , poison y demás basura.