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El hombre nuevo en Alamar

Juan Carlos Flores. Foto cortesía de
Juan Carlos Flores. Foto cortesía de Omni-Zona Franca.

Nos forjaremos en la acción cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica. (Ernesto Che GuevaraEl socialismo y el hombre nuevo en Cuba)

Exiliado de mí, si pudiera regresar a algún sitio, me gustaría regresar a mí mismo, lugar con arboledas. (Juan Carlos FloresEl repartidor de biblias)

Las cenizas del poeta Juan Carlos Flores no recorrieron Cuba durante cuatro días para emular de manera inversa la gesta revolucionaria de 1959. No hubo luto oficial y la prensa apenas mencionó su muerte. Las multitudes suelen llorar a los próceres en caliente y acordarse de los juglares a los cien años de su desaparición. Unos pocos amigos y familiares del poeta esparcieron sus cenizas en la playa de Alamar, esa «ciudad del futuro» que acabó convertida en refugio de escritores malditos, el lugar elegido para que habitara el «hombre nuevo» con el que soñaba el Che Guevara. Una ciudad-dormitorio levantada en los años setenta a las afueras de La Habana y que recuerda al más espantoso de los barrios de Bucarest. Un enjambre de cemento alzado entre dos ríos a pocos kilómetros de las paradisíacas Playas del Este. Allí, en Alamar, se suicidó el pasado 14 de septiembre Juan Carlos Flores, probablemente el mejor poeta cubano de su generación.

Flores bajó a la calle por la mañana y le dijo a una vecina que después de comprar el pan se ahorcaría. Minutos después la incrédula vecina vería su cuerpo inerte en el balcón de la casa. También lo encontraron así varios de sus colegas de Omni-Zona Franca, el grupo contracultural que Flores había contribuido a formar a finales de los años noventa y del que era considerado el gurú poético. Según testimonios de allegados, el poeta atravesaba desde hace años una grave crisis depresiva.

Al contrario de lo que sucede en las exequias de los próceres, no hay en los funerales de los poetas marginales discursos ensayados ni pésames impostados de personalidades extranjeras. Antes de esparcir sus cenizas por esa playita de los Rusos por donde Flores solía pasear y escribir, algunos de sus amigos le homenajearon de la manera más natural: leyendo algunos de sus poemas. Tal vez este:

Entre Alamar y Cojímar —sobre el paso del río construyeron un puente. Siendo el día domingo, hacia el atardecer, encima de ese puente yo vi a un hombre gritar. Los transeúntes pasaban, cada cual apurado, y aquel hombre gritaba. Yo pensé: «en otra ciudad, y en otro puente, otro hombre gritó». Siendo el día domingo, hacia el atardecer…

Para finales de los noventa, cuando funda el colectivo Zona Franca, Flores (La Habana, 1962) ya era un poeta reconocido. En 1990 había ganado el prestigioso Premio David por su libro Los pájaros escritos (galardonado también con el Premio de la Crítica). Más tarde publicaría varios poemarios de culto: Distintas formas de cavar un túnel (Premio Nacional de Poesía Julián del Casal en 2002), Vegas Town, Un hombre de la clase muerta, El contragolpe). Poeta rebelde y abanderado de todas las disidencias posibles, Flores fue ocupando sin haberlo pretendido el hueco dejado en Alamar por otro escritor de culto, Ángel Escobar, otro miembro del club de los poetas suicidas. Ahora, el edificio de corte soviético donde vivía Flores tal vez se convierta en un lugar de peregrinación en Alamar, como lo ha sido desde hace décadas la morada de Escobar.

Creada en 1971 como la ciudad ideal de la nueva sociedad comunista, Alamar albergó a los trabajadores que se destacaban por su ejemplaridad revolucionaria. La ciudad del hombre nuevo, escaparate de la Revolución, fue diseñada siguiendo los cánones urbanísticos y arquitectónicos predominantes en Europa del este. Miguel Sabater, investigador del Archivo Nacional de Cuba, contó la génesis del proyecto en un artículo publicado en la revista Palabra Nueva: «A finales de diciembre de 1970 un camión, con un grupo de hombres, rompió parte de la cerca que limitaba Alamar de la Vía Blanca. Eran obreros de la fábrica Vanguardia Socialista. Llevaban la misión de los conquistadores». Con el paso de los años, de aquella conquista solo quedan algunas imágenes de obreros voluntariosos y el recuerdo en blanco y negro de la visita al lugar de Fidel Castro. «Alamar es hoy antítesis de una ciudad moderna, y mucho menos ejemplo de una ciudad de nuevo tipo», concluye Sabater.

Alamar. Foto cortesía de Cuba Debate.
Una imagen del barrio de Alamar. Foto cortesía de Cuba Debate.

Antes de que El Caballo o sea Fifo o sea El Hombre o sea Fidel cayera gravemente enfermo en julio de 2006, visité varias veces a los «hombres nuevos» de Omni-Zona Franca en su santuario poético de Alamar. Solo en un lugar tan horrendo urbanísticamente pudo haberse generado esa corriente poética alternativa. Ninguneados por el establishment cultural del régimen, vigilados por las autoridades, hostigados por la policía, los poetas y artistas plásticos del grupo alamareño eran entonces la máxima expresión de la contracultura cubana, aquella que surgía en los márgenes de la Revolución. Solían reunirse en un local de la Casa de la Cultura. Sus perfomances y happenings se hicieron habituales en esa ciudad imperfecta de unos cien mil habitantes en la que no hay gran cosa que hacer. Amaury Pacheco, poeta autodidacta, era y sigue siendo uno de los referentes del grupo junto a Luis Eligio Pérez y David Escalona: «Nos alimenta vivir en la poesía —me contaba Amaury en aquellos años— porque es la que nos ha permitido estar en la locura; una locura que nos ha establecido con cierta pureza fuera de la paranoia, con la misma pureza con la que san Francisco se lanzó a amar a Dios. Si san Francisco quería a la dama pobreza, nosotros queremos a la dama poesía, que es la que nos fascina, y cuando digo poesía, me refiero a todo: pintura, grafiti, oralidad, expresión total».

A ninguno de los dirigentes comunistas que proyectó la construcción de Alamar se le habría pasado por la cabeza que varias décadas después la ciudad se convertiría en la cuna de la contracultura cubana. Allí nació el Festival de Rap en 1995, primero de forma independiente y más tarde, cuando el evento se había hecho célebre incluso en el extranjero, absorbido por el Ministerio de Cultura. Y más tarde los agitadores de Omni-Zona Franca darían vida al Festival Poesía Sin Fin, un clásico de la cultura alternativa habanera durante varios años.

Las primeras acciones poéticas del grupo eran, para la Cuba de hace diez o quince años, de una audacia inusual en la isla. Se les vio colgados de un puente en Matanzas para abrir un debate sobre el suicidio (tan recurrente en Cuba), o representando su poesía civil en uno de esos «camellos» (autobuses) que recorrían atestados las calles de La Habana y los barrios periféricos de la capital. O enterrándose en contenedores de basura en Alamar para protestar por la invisibilidad a la que eran sometidos. En 2005 publicaron su primer libro-disco: Alamar Express, en el que participaba también un joven trovador alamareño, Ray Fernández, hoy artista consagrado, cuyas letras hacían furor entre los jóvenes que empezaban a desconectarse del sistema:

Lucha tu yuca, taíno / lucha tu yuca / que el cacique delira / que está que preocupa / que el cacique tiene el power… absoluto

Todos los miembros de Omni-Zona Franca veían en Flores, de una generación anterior, al maestro del que aprender, el guía intelectual que otorgaba claridad y rigor a una expresión artística algo caótica. Una calurosa tarde de 2005 me citaron en un garaje de Alamar en cuyo portón habían dibujado una gran bandera cubana acompañada de varias señales de tráfico y frases de Martí alusivas a la libertad. Allí iba a tener lugar una presentación literaria atípica. Flores leería en público versos de El contragolpe, libro que publicaría cuatro años más tarde. Entre poema y poema, Flores hacía reír a su audiencia con comentarios hilarantes. Su lectura se asemejaba bastante a una actuación de hip-hop con la única banda sonora de su voz. Con la ayuda de un micrófono desconectado, el histriónico Flores, el clown Flores, iba declamando sus versos de estructura repetitiva, punzante, como un rodillo que va agujereando la conciencia del público. Por momentos, parecía enajenado. Sabía Flores que la locura es el mejor escondite del alma cuando uno vive en un laberinto como Alamar. Una mañana de octubre de 2005, en su austero y pequeño apartamento de Alamar, el mismo donde se quitaría la vida once años después, Flores me habló de Rolando Escardó y Ángel Escobar, dos de los poetas que más le habían influido a la hora de crear. El primero falleció en 1960 a los treinta y cinco años en un accidente de tráfico. Escobar se suicidaría en 1997.

La aparición de Omni-Zona Franca y otros grupos underground en Cuba volvió a poner sobre la mesa el debate de las relaciones entre el poder y la cultura, aunque ahora los actores y los tiempos habían cambiado con respecto a ese oscuro periodo de la Revolución Cubana que fue el «quinquenio gris» (1971-1976). Una década antes, en 1961, Fidel Castro había definido claramente cuáles eran los ejes de la política cultural de la Revolución en un célebre discurso que ha pasado a la historia como Palabras a los intelectuales: «La Revolución (…) debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para crear, y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse. Es decir, dentro de la Revolución. Esto significa que dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada».

Pese al tiempo transcurrido, a los artistas y poetas de Omni-Zona Franca se les sigue considerando «contrarrevolucionarios», el mismo calificativo que los responsables de Cultura del régimen utilizaban para referirse hace varias décadas a poetas como Virgilio Piñera o Reinaldo Arenas. Pero Pacheco y el resto de integrantes del grupo siempre han defendido un ideal vanguardista, rupturista, enmarcado en el firmamento artístico. Para ellos, como para Ángel Escobar, Alamar «es el sitio», un espacio para el «hombre nuevo» donde se viva en la poesía sin fin.

El Bukowski de Alamar

Iconoclasta, fiel transmisor de los componentes sórdidos de la realidad, más de una vez se han referido a Flores como el Bukowski de Alamar. Para Rafael Rojas, uno de los pocos intelectuales cubanos que ha escrito sobre la muerte de Flores, el autor de El contragolpe «era un poeta rebelde que pensaba que luego de que el sueño de la Revolución se hizo pesadilla, no había más opción para el escritor que «volverse un roedor, en la maleza, hambriento y perseguido por los rastreadores»». O en su defecto, un mensajero de la posguerra:

Sube, por la pendiente de la mañana, entre minutos que son piedras, trayéndonos noticias del arroz y otras noticias de interés culinario, y otras noticias del país
Historiador, a su modo, nadie mejor que él descifra la libreta de abastecimientos, cartilla de racionamiento, en época de posguerra, papeles también de notaría
Baja, por la pendiente de la mañana, entre minutos que son piedras, después de habernos dado noticias del arroz y otras noticias de interés culinario, y otras noticias del país

La técnica de repetición que Flores experimentó en numerosos poemas ha sido resaltada por algunos de los críticos que han estudiado su obra, como el experto en literatura hispánica Julio Ortega, que conoció personalmente al poeta y lo invitó a la universidad estadounidense de Brown, donde imparte clases. Ortega ha definido ese estilo repetitivo de Flores como una «reverberación del contracanto».

Poeta atrapado por la experimentación constante, Juan Carlos Flores publicó en 2006 uno de sus trabajos más originales, Vegas Town, un audiolibro en el que sus poemas se funden con una banda sonora minimalista. Para elaborar esa obra, hizo un trabajo antropológico concienzudo: convivió durante una temporada con los pobladores de Vegas, una pequeña localidad rural del sur de Provincia Habana. El poeta buscaba un entorno alejado de su realidad urbana. «Soy hijo de guajiros (campesinos)», dijo en alguna ocasión. En Vegas realizó un estudio sonoro del pueblo que luego utilizó como banda sonora de los poemas que escribiría más tarde en La Habana.

Ser quien escribe o quien habla es habitar en un cementerio, pero dentro de una fosa común

Reina María Rodríguez, una de las grandes voces de la poesía cubana contemporánea, fue una de las escritoras que más apoyó y elogió el trabajo de Flores. En el prólogo de Distintos modos de cavar un túnel, Rodríguez escribe: «Cuando abran este túnel-libro por donde han pasado fantasmas ilustres, no miren hacia atrás, ni hacia delante, conviértanse en su propio recorrido, donde una voz jadeante, entrecortada, sirve de guía desde esa prisión (cárcel, destino) en el laberinto de Alamar».

Un laberinto de cemento donde el hombre nuevo, aparentemente enajenado, asoma la cabeza en un contenedor de basura y lee un poema. Y luego otro. Y otro más.

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2 Comentarios

  1. Pingback: El hombre nuevo en Alamar – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE

  2. ¡Gracias!

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