Hay un refrán un poco bestia que dice que «a capar se aprende cortando cojones». No deja de ser cierto. Capar o castrar se ha practicado desde hace milenios: con los animales, para conseguir su engorde o docilidad; y con las personas, con distintos propósitos. El principal objetivo fue conseguir una casta de siervos que fueran leales a los gobernantes y que, al no tener hijos, no tuvieran intereses y lealtades familiares que compitieran con los de la dinastía real. De hecho, a los eunucos coreanos se les permitía casarse y adoptar pero si se trataba de varones debían ser castrados también. Otra de las funciones características de los orquidectomizados —con los testículos eliminados quirúrgicamente— era el cuidado de los harenes, donde salvaguardaban el honor de las esposas y concubinas reales. Sin embargo, tanto ellos —los eunucos— como ellas demostraron frecuentemente que la sexualidad es mucho más que la penetración y disfrutaron de su imaginación y sus sentidos evitando lo que habría sido el principal peligro para unos y otras, los embarazos.
La documentación más antigua que tenemos sobre los eunucos procede de China. Está fechada en el siglo XIII antes de nuestra era y hace referencia a una población de miles de hombres castrados de los que en el siglo XIX quedaban unos dos mil en la corte de Pekín, una larga trayectoria que llegó hasta el final del período imperial en 1912. El último eunuco chino, Sun Yaoting, murió en 1996 a la edad de noventa y cuatro años.
En China, la castración se realizaba en hombres adultos y no en niños, como en otros lugares. La practicaban unos cirujanos especializados que cortaban los testículos y el pene, guardándolos en una caja para ser enterrados con su propietario al final de la vida. En torno a una cuarta parte de quienes sufrían esta operación no sobrevivían y la única explicación a esta mutilación voluntaria peligrosa era la promesa de ascenso social que la acompañaba, pues unos pocos afortunados lograban puestos de alto nivel y conseguían riquezas y poder. Los mejores ejemplos provienen de la dinastía Ming (1368-1644) y entre ellos destaca Liu Jin (1451-1510), el líder de los Ocho Tigres, un grupo de eunucos que controlaron al emperador y al imperio. Liu Jin aparece en los listados como una de las personas más ricas de la historia pues llegó a acumular 449 750 kilos de oro y 9 682 470 kilos de plata, una ingente fortuna que no evitó su caída en desgracia y ejecución. El emperador le condenó a la pena máxima mediante la llamada «muerte por mil cortes», solo que a Liu no le hicieron mil sino tres mil trescientos cincuenta y siete cortes por todo el cuerpo. Según los testimonios de la época, los ciudadanos, que odiaban al poderoso y avaricioso eunuco, compraban un trocito de su carne por un qian, la moneda de menos valor, y la comían junto con un vaso de vino de arroz.
En la cultura occidental, la castración aparece en varios de nuestros pilares culturales. En la Biblia, el código levítico indica que los eunucos no pueden acceder al sacerdocio al igual que tampoco se pueden usar animales castrados en los sacrificios en el templo. En la mitología griega, Gea, la madre Tierra, nació del caos, generó a Urano por un parto virginal y con él tuvo al titán Cronos. Cuando Urano impidió que Gea tuviera hijos con Cronos, ella indujo al titán a que castrara a su padre. Los testículos de Urano fueron lanzados al mar y de esa espuma nació Afrodita, la diosa del amor. Y luego nos parecen complicadas nuestras relaciones familiares.
Los europeos no solo enviamos millones de esclavos a las Américas sino también exportamos esclavos a los países islámicos. La mayor parte de ellos eran capturados en Europa del este y Asia central, y muchos eran emasculados antes de ser enviados a sus países de destino. Había rutas comerciales especializadas para este tipo de esclavos y Verdún, antes de ser conocida por la terrible batalla que tuvo lugar en la I Guerra Mundial, fue famosa como el centro europeo de castración de esclavos, una mercancía selecta y lucrativa.
La castración fue también un castigo penal. En la Escandinavia medieval, castración y cegamiento eran los castigos a la alta traición, en particular cuando el usurpador era un pariente cercano del rey y no se le quería matar directamente, por el tabú de derramar la sangre familiar. Cuando los normandos migraron hacia el sur llevaron estas costumbres y, tras establecer Guillermo el Conquistador su reino en Inglaterra en 1066, abolió la pena de muerte con este claro mensaje: «También prohíbo que nadie sea matado o colgado por ninguna falta, sino que se le saquen los ojos y se le castre», algo que no parece mucho mejor. Un siglo y pico más tarde, en 1194, el rey normando Guillermo III fue castrado y cegado tras levantarse contra el emperador Enrique VI.
La castración también se ha aplicado a los enemigos vencidos, tanto como venganza como para eliminar al pueblo contrario sin exterminarlo directamente. Lo hicieron los ejércitos chinos de los reyes Shang en el siglo XV antes de nuestra era, pero ha llegado hasta épocas mucho más recientes. En 1896, cuando el ejército italiano invadió Etiopía y perdió la batalla de Adua, se dice que siete mil soldados transalpinos fueron castrados, aunque es algo que otros historiadores discuten o, directamente, niegan. No obstante, es algo que también ha sucedido en los dos lados del conflicto durante la guerra de Chechenia a finales del siglo XX.
Hay también una castración por motivos religiosos, una forma de garantizar la castidad o conseguir una mayor pureza corporal. Uno de los primeros padres de la Iglesia, Orígenes (186-254), dedicaba los días a enseñar la palabra de Dios y la noche a estudiar la Biblia. Al parecer, se autocastró influido por el versículo de Mateo 19:12 que dice: «Pues hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba». En los siglos XI al XIV, los cátaros, implantados especialmente en el sur de Francia, promovieron la automutilación como camino hacia una vida más pura, al igual que hizo la secta de los escópticos en el sur de Rusia a lo largo del siglo XVIII. De hecho, la psiquiatría moderna ha definido el síndrome escóptico como un trastorno en el cual una persona se automutila los genitales, ya sea castración, penectomía o clitoridectomía. Se incluye en el Manual de Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (DSM) como un disforia de género.
Quizá la práctica más conocida en relación con la mutilación de los genitales sea la de los castrati, los muchachos que eran mutilados antes de la pubertad para desarrollar una carrera como cantantes. La pubertad aumenta la longitud de las cuerdas vocales en aproximadamente un 65 %, lo que hace que las voces agudas pasen a ser más graves. La castración elimina el 95% de la testosterona, de modo que las cuerdas vocales no cambian apenas. Sin embargo, la faringe, la cavidad bucal y los pulmones sí aumentan de tamaño, dando lugar a un timbre agudo con una gran resonancia que además se puede mantener durante muchos segundos. Eran voces muy deseadas en una época donde las mujeres no podían cantar en las iglesias ni en los teatros.
Muchas de las óperas de los siglos XVII y XVIII están pensadas para los castrati, que formaron parte de los coros vaticanos hasta el comienzo del siglo XX. El más famoso fue sin duda Carlo Farinelli, cuya historia ya conté en El escritor que no sabía leer y otras historias de la Neurociencia. El motivo era de nuevo la esperanza de un futuro mejor, pero para muchos significaba perder mucho a cambio de nada, ya que no siempre la voz obtenida tenía la calidad necesaria y su carrera terminaba antes de empezar.
La castración ha sido, también durante siglos, un castigo para seductores y adúlteros. Se dice que Paris, presumiblemente en el siglo XII antes de nuestra era y antes de la guerra de Troya, castró a Peritanos después de que hubiera seducido a su famosa esposa, Helena. El famoso teólogo y filósofo Pedro Abelardo sedujo a una de sus discípulas, Eloísa, y el tío de esta contrató a unos matones que se encargaron de eliminar el «arma del crimen», lo que no les impidió protagonizar una de las historias más románticas de la literatura. Demostrando que el mundo no ha cambiado tanto como creemos, en 2011 en Alemania, un hombre castró al amante de su hija, cuarenta años mayor que ella, que tenía diecisiete. La familia de la chica había emigrado desde Kazajstán y parece que mantenían algunas de sus pautas culturales sobre qué es la justicia y cómo se administra. Los tribunales germanos sentenciaron al padre a seis años de prisión y una multa de ochenta mil euros.
Uno de los castrados más famosos de los dos últimos siglos fue Thomas Corbett, que asesinó a John Wilkes Booth, que a su vez había asesinado a Abraham Lincoln. Corbett era sombrerero y estos profesionales tenían fama de locos —como nos recuerda Alicia en el país de las maravillas— quizá por el mercurio que se usaba en la preparación de los fieltros. Corbett había quedado viudo y tenía miedo a ser seducido por otras mujeres, por lo que se cortó sus partes con unas tijeras. Curiosamente fue a rezar y a cenar antes de ir a buscar un médico, lo que parece reforzar la sospecha de que realmente no estaba en sus cabales.
La castración sigue a nuestro alrededor. Por un lado, están los psicóticos que se automutilan por distintos motivos, como puede ser librarse de la fuente de un deseo sexual culpable, por motivos estéticos (por ejemplo, parecerse al muñeco Ken, el novio de Barbie, en ese concreto detalle) o como un caso de masoquismo extremo. Algunas de las personas automutiladas hablan de un alivio tras eliminar sus genitales y otros dicen que les dio serenidad. Lógicamente ningún cirujano sensato participa en estas operaciones mutilantes, pero hay personas que realizan actividades sexuales alrededor de la castración en busca de una gratificación sensorial y sexual. En 2006 se localizó un quirófano clandestino a las afueras de Asheville, Carolina del Norte, donde la policía encontró vídeos de las cirugías, instrumental quirúrgico, anestésicos y un par de testículos en un frigorífico.
Están también los casos de agresiones, como la famosa Lorena Bobbit que cortó el pene a su marido tras un largo historial de maltratos y humillaciones. En el ámbito médico, se practica la castración como parte de una cirugía de reasignación de sexo y hay casos en los que se realiza por motivos terapéuticos, por ejemplo, para detener el avance de algunos casos de cáncer de próstata. También se ha llegado a plantear aunque sea de forma teórica, experimental o excepcional, para reducir los síntomas en personas con esquizofrenia, psicosis, comportamiento violentos, parafilias, manías, libido exagerada, calvicie y apnea del sueño. Todos estos problemas tienen en común que son exacerbados por la testosterona y, por lo tanto, mejoran con la caída hormonal producida por la castración, aunque parece un tratamiento demasiado drástico. Mejor ser calvo que capón.
Curiosamente hay estudios que indican que estos «hombres incompletos» consiguen, de media, mejores resultados profesionales que la población general.
El grupo contemporáneo más numeroso de castrados es el de los hijras de la India, del que forman parte personas con trastornos del desarrollo sexual. Trabajan en bautizos y bodas canalizando los buenos deseos para el futuro de la pareja o el bebé y son recompensados con largueza. Hay varios miles.
Un aspecto discutido es si la castración aumenta la esperanza de vida. Un estudio de cantantes de ópera encontraba una esperanza similar de vida entre los castrati y los no mutilados, pero un estudio de eunucos coreanos concluía que llegaban a centenarios en una proporción ciento treinta veces superior a la del conjunto de la población. Como dice un amigo al que le comentaba estos datos «para lo que los uso, lo mismo debería pensármelo».
Finalmente, hay un tipo de violencia institucional por el cual algunos países y estados utilizaron o utilizan la castración como castigo y más aún, como prevención de futuros crímenes que podrían ocurrir… o no. En 1966 el médico americano John Money desarrolló la castración química, un procedimiento que inyecta cada tres meses hormonas femeninas sintéticas similares a las presentes en los anticonceptivos haciendo innecesaria la cirugía y, al parecer, resultando igualmente eficaz. El primer caso de Money fue un hombre que tenía fantasías sexuales con niños y pidió voluntariamente la castración química. Después, se ha mantenido como una opción para las personas abrumadas por sus tendencias sexuales o como una opción en el abordaje y condena de los delitos sexuales.
Décadas después del descubrimiento de Money, Texas ofreció a los delincuentes sexuales una castración química voluntaria, y California la hizo obligatoria para personas con un historial de reincidencia en estos delitos. El tema ha sido controvertido por dos motivos: por un lado se veía como un segundo castigo a personas que ya estaban cumpliendo condena y, por otro, por las dudas sobre su eficacia. Después de todo, está demostrado que nuestro principal órgano sexual no son los genitales sino el cerebro, lo que significa que la aparente fiabilidad de la castración es cuestionable. De hecho, aunque la probabilidad de reincidencia en los delincuentes sexuales pasó del 46-80 % en los no tratados a un 3-5 % en los castrados químicamente, han sido tristemente famosos casos como el de Joseph Frank Smith, que recibió el tratamiento hormonal en 1983, después de violar dos veces a la misma mujer. Smith se convirtió en el caso modelo de la castración química y daba charlas sobre la eficacia del procedimiento hasta que en 1998 se descubrió que era responsable o sospechoso de setenta y cinco violaciones más, en las que la castración le había servido de coartada. El motivo era sencillo, había dejado de ponerse las hormonas y nadie lo había controlado. También se ha visto el caso de delincuentes sexuales castrados químicamente que aumentaban por su cuenta su respuesta sexual mediante geles o parches de testosterona.
Un estudio realizado en la década de 1960 sobre mil violadores alemanes a los que se había castrado quirúrgicamente, puso en relieve que la castración no elimina siempre el deseo sexual y el pequeño porcentaje de testosterona producido fuera los testículos es suficiente para mantener la libido y conseguir erecciones. En un 65% de los casos estudiados la libido había desaparecido con rapidez tras la orquidectomía, pero hasta un 18 % seguían teniendo posibilidad de mantener relaciones veinte años después de la operación.
Al menos quince delincuentes sexuales en California han pedido la castración quirúrgica porque ven que, de otra manera, no saldrán de la cárcel. En otros estados se consigue una reducción de la condena después de someterse al procedimiento quirúrgico. Entonces, si la castración quirúrgica no presenta mejores resultados que la química ¿por qué se fomenta? La motivación puede ser más política que médica o jurídica: es un castigo duro, de por vida, con cierto componente de venganza y que es bien visto por los que no comparten aquella hermosa frase de Concepción Arenal, «odia el delito y compadece al delincuente».
Para leer más:
- Josh (2013) « »Everything I kwow about castration. Enlace.
- Nieschlag E, Nieschlag S (2014) «Testosterone deficiency: a historical perspective». Asian J Androl 16(2): 161–168.
- Seadley G «Some Sex Offenders Opt for Castration». Enlace.
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No sé a ustedes pero a mí me ha entrado como un dolor de huevos…
Uffff…
Pues no tanto como lo que dice, pero sí un desasosiego persistente durante toda la lectura. Artículo interesante pero incómodo de leer
Helena no era esposa de Paris,era la mujer de Menelao rey de Esparta,de hecho la causa de la guerra de Troya es el rapto de Helena por Paris con el consiguiente cabreo de Menelao que recurre a su hermano Agamenón rey de Atenas,y este lia al resto de los aqueos (griegos de la época)para rescatar a Helena
Agamenón era el rey de Micenas