Ahora que Ru Paul se ha puesto tan, tan de moda, estaría bien que nos acordáramos de qué fue aquello de la movida neoyorquina de los ochenta, más allá del Studio 54 y de la Danceteria y de dónde empezó la cultura de club de verdad. Y para eso tenemos que llevar la aguja del tocadiscos varios surcos más atrás, concretamente a la noche de San Valentín de 1970, cuando tuvo lugar la primera fiesta underground de la historia al abrir sus puertas The Loft, en el 647 de Broadway, la casa de David Mancuso. El primer DJ. Aquella fue la primera de las que siguieron, una por semana, atrayendo a gente de lo más heterogénea, contrariamente a otros clubes donde había que ser una celebridad o vestir de una determinada manera para que el gorila de la puerta te permitiera el paso. En The Loft era todo lo contrario. Desde el principio fue un lugar de encuentro LGTBQ, de latinos y negros con blancos, heteros, quinceañeros, cuarentones. Daba igual. Solo tenías que querer bailar, vestido con los pantalones de plástico, la camiseta de tirantes o las zapatillas chinas que te permitían deslizarte sobre el suelo de madera.
En The Loft podías hacerlo hasta las seis de la mañana a cambio del precio casi simbólico de 2.50 $ (Mancuso tenía que pagar el alquiler del loft que ocupaba de manera ilegal) con el que tenías además acceso a comida gratis, caramelos y zumo de naranja (no alcohol) y sobre todo a los temas que Mancuso pinchaba. Hasta entonces no se le había ocurrido a nadie poner discos para crear una atmósfera, enlazar un tema tras otro para encontrar un clima, un estado de ánimo. Mancuso fue el primero. Se había cuidado mucho de tener un equipo de música de la mejor calidad (sin mesa de mezclas, él dejaba sonar cada tema de principio a fin) con siete altavoces Klipschorn que sonaban sin romperte los oídos. Mancuso era un melómano antes que cualquier otra cosa.
Nacido en Utica, creció en un orfanato del que su mejor recuerdo eran las fiestas que la hermana Alicia montaba con cualquier excusa, con globos de colores en el techo y discos y zumo recién exprimido que luego traería él al Loft (las invitaciones al Loft solían ser ilustraciones de Our Gang, una serie de cortos de cine sobre una pandilla de chavales negros y blancos). Ya adulto fue amigo de Timothy Leary (de quien tomó la idea de estructurar sus fiestas en tres «bardos» o momentos: un comienzo suave seguido de un clímax y de un final relajante) y acudía con frecuencia a las fiestas en el Electric Circus, donde corría el LSD cuando aún era legal. Aquello del LSD se le quedó grabado y al instalarse en su primera casa y dar esa primera fiesta del 14 de febrero de 1970 la llamó «Love Save the Day» party. Aquel party le llevó a la fama. Pero Mancuso no era alguien a quien la fama le interesara. Para empezar, no le gustaba que su casa fuera un club exclusivo, él solo quería que gente que no tenía un centavo pudiera bailar y comer hasta las mil. Tampoco buscaba el protagonismo: no tenía cabina de DJ y el local estaba dispuesto de manera que la gente bailara de cara a los altavoces situados en un extremo mientras él pinchaba en el otro extremo del loft.
Fue también el precursor del pool record y quien lanzó internacionalmente a Manu Dibango entre otros, pero a Mancuso lo único que le gustaba era la música (negra, latina) y la gente. Y lo consiguió durante unos años, hasta que el edificio contiguo se derrumbó y tuvo que mudarse al Soho, al 99 de Prince Street. Allí se encontró con las quejas de los vecinos y tuvo que cerrar un año mientras consiguió demostrar que no vendía alcohol, lo que le permitió volver a abrir sin la necesidad de tener «licencia para cabaret», dando lugar a un espacio legal para clubes que siguieron la misma pauta como Paradise Garage o The Saint. En el Soho permaneció hasta el 85, cuando vendieron el edificio tuvo que mudarse a Alphabet City, una zona bastante más chunga de Nueva York, y ya nada fue igual.
Algo ocurrió además a finales de los setenta, cuando la música disco pegaba ya muy fuerte después del taquillazo que supuso la Fiebre del sábado noche y a algunas discográficas que vendían rock and roll les hacía maldita la gracia. No se sabe muy bien si fue por iniciativa propia de Steve Dahl o alguien con otros intereses andaba detrás, pero el 12 de julio de 1979 tuvo lugar en el estadio de Comiskey Park de Chicago lo que acabó llamándose la «Disco Demolition Night».
Steve Dahl era, y sigue siendo, un humorista bastante popular que tenía un programa de radio en la WDAI. Cuando la WDAI se pasó del rock al disco, echaron a Dahl. Dahl entonces entró a trabajar a otra emisora más rockera, la WLUP y enseguida montó «The Insane Coho Lips», un grupo de seguidores que no tenían otro fin que acabar con la música disco y seguían las quedadas que Dahl promocionaba por la radio para reventar actuaciones y presentaciones del género. A lo largo del 79 habían tenido algunas salidas de pata pero cuando la montaron bien fue aquel día de julio de 1979. El estadio Comiskey es el de los White Sox de Chicago, y como el equipo andaba de capa caída esa temporada, le dieron el visto bueno a Dahl para reunir a los Coho Lips y quemar unos cuantos vinilos durante el descanso del partido contra los Tiger (es frecuente que en los descansos de béisbol se programen espectáculos o salgan chicas con poca ropa para atraer a otro público aparte del habitual deportista). Esperaban unas quince mil personas porque permitían la entrada al campo por 98 céntimos si traías un vinilo de música disco para quemarlo. Se reunieron cincuenta mil o más. Muchos quedaron fuera sin poder entrar. Al llegar el descanso Dahl salió al campo e hizo explotar una caja llena de discos provocando un gran socavón en el terreno. La gente también comenzó a arrojarlos a modo de frisbee, tiraban bengalas, quemaban discos, saltaban al campo a bailar o a hacer el tonto y al final tuvieron que suspender el segundo tiempo. De alguna manera las discográficas entendieron que este era el fin de la música disco, aunque lo cierto es que no fue otra cosa que una movida de heteros blancos contra la música negra o latina y que ellos consideraban «de maricones».
Pero the beat goes on y la música disco siguió sonando en locales tan míticos como Danceteria, donde Madonna hizo su primera actuación de chicuela debutante, o Studio 54, el it lugar de los 8ochenta para la gente guapa, carísimo y exclusivo. The Loft entonces, en los ochenta, no era ya lo que era, pero por su pista habían pasado dos de los DJ que serían los precursores del concepto de club que conocemos ahora: Larry Levan y Frank «Knuckles».
Larry y Frank se conocieron en el 69 en una fiesta cuando Levan estaba colocando las cuentas del vestido de una drag queen y desde ese momento se hicieron inseparables. Probablemente Larry llevaría entonces el pelo teñido de naranja como el petardo que era (mucho antes del punk, esto eran los sesenta). Comenzaron a ir a bailar a The Loft de Mancuso, donde se quedaron prendados del árbol de navidad que Mancuso tenía puesto tooodo el año en una esquina. Aprendieron bien de David, y un buen día Nick Siano, propietario del legendario The Gallery y habitual de The Loft, les invitó a trabajar a ambos. Servían en la barra, decoraban la sala, conseguían ácido para los clientes. Levan también colocaba las luces en The Continental Baths, un local solo para chicos que contaba con una piscina y un gimnasio, todo muy gladiador romano, cuando el pincha un día se ausentó y pillaron a Levan por las buenas para sustituirle. Le dieron cinco horas para prepararse como DJ. Fue tan bien la cosa que en febrero del 78 abrió Paradise Garage en el 84 de King Street.
La noche de inauguración, sin embargo, la cagó bien porque quería dejar el local a su gusto hiperperfeccionista y dejó en la calle a toda la jet-set que había acudido a pesar de la tormenta de nieve que azotaba esa noche Manhattan. Juraron no volver pero a Levan eso le importó bien poco. Como Mancuso, para él lo importante era la música, contagiar un estado de ánimo, disponer de un equipo de altísima fidelidad que emitía unos graves que te levantaban del suelo. No había zona VIP ni se vendía alcohol (lo que le permitía abrir hasta el amanecer y dejar el local abierto hasta veinticuatro horas seguidas) y no tenía aire acondicionado, así que la gente que acudía a bailar iba porque era Levan quien pinchaba, y nada más. El local era muy feo, las paredes eran de fibra de vidrio para que no se produjera eco y cuando las luces se encendían dejaban ver una sala que no era otra cosa que una enorme caja negra con solo una bola de espejos allí arriba que Levan mimaba hasta el extremo de interrumpir la música para subirse a una escalera y limpiarla. Pero a la gente no le importaba. Se le permitía todo. Era Larry Levan.
Entonces llegaron los ochenta, el sida, Reagan. Muchos clubes, sobretodo los de ambiente, tuvieron que echar el cierre. Levan empezó a consumir y acabó vendiendo su colección de discos para poder comprar sus dosis de lo que fuera. Cerró el local y abrió The Ministry of Sound en Londres. Ya nada era igual. Murió de endocarditis en el 92. Pero para entonces la música dance y disco se había reconvertido en algo diferente. Frank «Knuckles» había hecho algo diferente. Knuckles, como su íntimo Levan, había empezado por gamberrear un poco por aquí y por allá, primero en The Loft y en A Better Days y después en la Gallery de Nick Siano, pero no acababa de arrancar en Nueva York. Un día a Levan le ofrecieron que se marchara a Chicago para que fuera el DJ del recién abierto Warehouse y, como estaba contento en su garaje, le pasó el trabajo a Knuckles.
The Warehouse abrió en 1977, en el 206 de Jefferson Street, lo que ahora es un bufete de abogados por aquello de los ciclos del karma, en un local enorme que acogió al principio un público mayoritariamente gay y afroamericano pero que muy pronto se diversificó, como ocurrió sistemáticamente con los locales de dance. Knuckles pinchaba música disco europea, rock y de sellos independientes como Salsoul, cosas poco frecuentes. La fidelización del sonido corrió a cargo de Richard Long, quien ya había diseñado el sonido para Studio 54 y el Paradise Garage, y muy muy pronto el local se hizo imprescindible. Como era de esperar conoció a Jamie Principle, un chaval que estaba muy colado por su novia y le compuso «Your Love» para recordarla forever. «Your Love» casi que podríamos llamarlo el primer tema house que se compuso: sintetizadores, puros ritmos de 4 por 4, ritmo electrónico sin apenas estructura musical; se convirtió en un hit enseguida (se hacían copias en casete de copias en casete de copias en casete, etc). Tuvieron la buena o mala suerte de que el productor de Trax Records lo grabó y comercializó (sin el permiso de Knuckles ni de Principle) a su manera habitual: el sello era tan cutre que solía cocinar literalmente los discos, fundiendo vinilos viejos para grabar nuevos, todo muy casero.
Y por eso de ahí viene el término música house (hecha en casa) aunque también se dice que porque nació en la Warehouse de Knuckles. Knuckles se pasó luego al Power Plant en la misma Chicago y fundó su propia productora, Defmix. Uno de los primeros temas que grabó fue «Tears» de Satoshi Tomiie, que es junto con «Your Love» la piedra angular del house. Knuckles empezó a hacer giras, fue a Inglaterra, donde el house ya pegaba en The Haçienda y siguió por Ibiza (que por lo visto no le gustó mucho) y el Terrazzza de Barcelona. Murió en el 2014 al tener que amputarle un pie por complicaciones con la diabetes que padecía. Ahora seguro que estará pinchando millones de horas sin parar en algún sótano gigantesco con Levan haciendo el loco en una esquina y en la otra David Mancuso, muy tranquilo, muy cool muerto el pasado 14 de noviembre en su casa de Nueva York en circunstancias desconocidas.
Se ha escrito mucho sobre este tema y la historia es muchísimo mas larga, pero aun así te ha quedado un artículo muy ameno… Bueno, en realidad yo sólo estoy poniendo un comentario como exusa para decir que yo estuve en aquella sesión de la Terrazzza en verano de 2000. Si, aquella. La primera de Frankie Knuckles en Barcelona. Y también en la primera de David Morales.
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Si alguien quiere hacerse una idea aproximada de como eran esas sesiones en casa del señor Mancuso,lo mejor es agenciarse los dos volúmenes de la serie «David Mancuso presents The Loft». La selección musical es tan ecléctica que va del funk marcial de Fred Wesley al rock espacial de la Steve Miller Band, haciendo parada en el «groove» ibérico con la presencia de nuestros Barrabas. Pero para mí el gran descubrimiento es una epopeya disco de más de diez minutos a cargo del mismísimo Demis Roussos. Parece más obra de un Barry White en trance cósmico que del autor de «Velvet Mornings».
¡Gracias!