Jot Down para Fundación Telefónica
Si a todos aquellos que durante tantos años fantasearon con un futuro poblado por robots sirvientes, coches voladores y edificios de cientos de pisos les hubieran hablado de un aparato que permite escuchar de inmediato, en cualquier momento y lugar, prácticamente todas las canciones imaginables, es casi seguro que les habría parecido inverosímil, un exceso de la imaginación. Bien pensado suena a brujería. Pero hemos llegado al futuro y esto es lo que nos hemos encontrado. Como todos los avances significativos se ha incorporado a nuestras vidas de tal forma que ya lo damos por supuesto y cuesta concebirlas sin él. Por eso resulta tan interesante echar la vista atrás y seguir la pista del sonido grabado, que es también recorrer la propia historia de la música, pues tecnología y cultura, continente y contenido, terminan resultando indistinguibles y llevan, por ejemplo, a que hoy día escuchemos arcaísmos como que tal cantante «ha publicado un nuevo disco», para aludir a un conjunto de nuevos temas a los que accederemos por internet.
Pues bien, eso es lo que se propone esta exposición comisariada por Cristina Zúñiga. El recorrido comienza hace algo más de siglo y medio, con la invención del fonoautógrafo por Édouard-Léon Scott de Martinville, del que se conserva como primera grabación de la historia la canción infantil «Au Clair de la Lune», que si no es también el primer ejemplo de Auto-Tune poco le falta. La muestra expone, entre otros, una réplica de este artefacto. Luego llegó el fonógrafo de Edison y en 1887 el gramófono de Emile Berliner, que emplearía por primera vez un disco como medio de almacenamiento (que a partir de 1948 pasó a ser de vinilo). Hallazgo de tal fortuna que llegaría a convertirse en metonimia de la música grabada y fetiche que sigue siendo objeto de colección de no pocos aficionados, capaces de exponerse a la mordedura de un zombi con tal de preservarlos; reliquias cuya colocación en un tocadiscos se convierte en un pequeño ritual que nos reconcilia con la civilización en un futuro distópico, con la bondad humana en un entorno hostil e incluso suponen una buena ocasión para ligar. Esa aguja recorriendo los microsurcos circulares es, en definitiva, muy cinematográfica.
Sin embargo, con todo su valor como fetiche y su mitología, el disco tuvo que aprender a convivir con otros medios de almacenamiento del sonido. En 1928 Fritz Pfleumer inventó la primera cinta magnética, a la que seguiría cinco años después el desarrollo por la compañía AEG del magnetofón. Todos ellos precursores de la auténtica revolución que supuso el casete compacto en 1963 de Phillips. No es casualidad que coincidiera con el auge del rock y del pop. Más fácil de manejar y almacenar y, sobre todo, más asequible a los bolsillos del público joven, que encontraría en el walkman su complemento perfecto. Las cintas de casete, que ocasionalmente se liaban durante la reproducción y había que enrollar pacientemente con un bolígrafo, que ofrecían la posibilidad de grabar selecciones propias a cada cual peor, y cuya calidad a partir de cierto número de reproducciones era digna del primer fonoautógrafo tuvieron también, pese a todo, su hueco en la mitomanía. Uno más de andar por casa y pobretón, como quien siente nostalgia de los chinitos de la suerte o de la revista Teleindiscreta, pero el caso es que forman parte de la memoria sentimental de más de uno, así que un respeto. Ya en los noventa un grupo de investigadores liderado por Karlheinz Brandenburg nos proporcionó la compresión digital de la música, dando lugar primero a los CD y poco después a su descarga por internet. Ay. La hecatombe para la industria musical, que tantas quejas ha provocado en unos como regocijo en otros, dando pie a incesantes debates que poco después incluyeron al cine y a los medios de comunicación, desbordados ante un adversario que les priva del monopolio de la narrativa del que gozaban. Estamos en cualquier caso en el final del trayecto en lo que se refiere a la distribución y almacenamiento, con todo disponible a nuestro alcance en cualquier momento. Esta exposición de la Fundación Telefónica, que cuenta con diversos talleres gratuitos, es por lo tanto una buena ocasión para echar la vista atrás a un mundo tan reciente y, a la vez, tan extraño.
Una foto preciosa, divina, genial. Y el texto nos lleva a los antiguos (esos que vivimos anteanteayer) a un montón de recuerdos que nos dirigen, con mínima reflexión, al hoy. Antes nos copiábamos los discos en casettes, y los cassettes en cassettes, para aglutinar lo que teníamos, los que nos pasaban los amigos que habían comprado los discos, y nos hacíamos nuestro virtual programa de radio mezclando voces, álbumes y estilos, o poniéndonos puristas a rajatabla en un «lo mejor de», y hacíamos copias y copias y copias cada vez que comprábamos un disco (entre el entusiasmo y el fastidio, porque había que ponerse un buen ratito). Y no pasaba nada, ningún cantante ponía el grito en el cielo, ni Ramoncín nos ponía a parir, y por supuesto nadie decía que la calidad de la reproducción rozaba la mediocridad más allá de lo dignamente soslayable. No sé cómo va a sobrevivir la profesión musical o la artística, en general, ahora que todo está al alcance de la copia instantánea, pero debe sobrevivir, y la gente debe poder disponer de todo eso sin que tenga que formar parte de una clase privilegiada, pudiente, económicamente correcta ni nada por el estilo. Desafíos inmediatos (e importantes) entre una montaña de exigencias y tragedias vitales humanitarias, mundiales y planetarias. A ver qué sale de todo esto.
A mi algo que me fastidia es tener que cambiar, cada X años, el soporte donde escuchamos música, porque en la mayoría de los casos se trata de comprar de nuevo ( o no hacerlo, y perder esa música ).
Con sinceridad, no sé como va a sobrevivir la industria discográfica, ni me importa. Creo que se merecen lo que les pasa ahora ( copia fácil ), ya han abusado bastante.
Cuando era muy joven creía que era una gran injusticia el que yo ( que era un pobre estudiante con escasísima capacidad adquisitiva ) debiera gastarme 300 pts. en un LP del grupo Y ( que de todas formas ya eran ricos )
Ahora parece que la imparable tendencia es música sin soporte físico, bueno, pero a mí me sigue gustando más tenerlo, leer los créditos y demás del artista, compositor, etc. De hecho, cuando me bajo música, suelo mirar por internet información sobre ella, y eventualmente la imprimo para leerla con calma.
Caramba luchino! Vd reconociendo ser consumidor habitual de productos y servicios del capitalismo «salvaje»!!! (Cd, internet, etc…). Ve cómo no pasa nada?
El artículo es interesante, aunque algo por debajo del nivel habitual de autor.
Lo mejor es el vinilo. Sentir ese chasquido de baquetas en tu casa… cuando se siente eso uno manda a freír espárragos eso del mp3 y similares.
No, no pasa nada. Y por cierto, no son productos del capitalismo salvaje, sino de la tecnología, capitalista o no. No es lo mismo.
¿ Me vá a negar el concepto, siquiera sea a nivel popular, de capitalismo salvaje ? Si trabajaras como limpiadora de habitaciones de hotel a 3 € la hora, seguro que entenderías el concepto…
No pasa nada, pero se trata de productos de la tecnología, no del capitalismo salvaje. No es lo mismo.
Supongo que no me negarás la validez, siquiera sea a nivel popular, de la expresión «capitalismo salvaje» ( y no necesariamente popular, se lo he visto utilizar a V. Navarro )
Si trabajaras como limpiadora en un hotel cobrando a 3 € la hora comprenderías perfectamente el concepto.
Glups, ha salido repetido, porque no lo ví en espera y pensé que no había entrado.
Si desean suprimirlo, casi mejor.
Bueno, creo que el buen artículo del siemprw infalible sr Bilbao no es foro para ese debate. Pero sí, la tecnología sí nos llega a vd y a mí gracias al capitalismo. Es sencillo de ver. Repase origen de cualquier tecnología. Y sí, a 3 euros la hora se entiende el concepto, por eso todos los que saltaban el muro del lado este al oeste creían que valía la pena jugarse la vida por entrar en el capitalismo salvaje: para no estar toda la vida a 3 eros la hora. Por cierto, nunca vi a nadie saltando del oeste al este, qué cosas!!
Un saludo cariñoso