Spectarum nuptas hic se Mors atque Voluptas – Unus fama ferat, quem quo, vultus erat.
(Se miraron un día a la vez la Muerte y la Voluptuosidad, y sus dos rostros eran uno solo).
Gabriele D’Annunzio, Le Vergini delle Roccie.
1. El último suspiro
La noche del 3 de junio de 2009 se presentaba aburrida para David Carradine en su hotel de Bangkok. Los productores de Stretch, su última película, le habían dejado tirado yéndose a cenar a un restaurante de lujo sin esperarle, una decisión que más tarde les traería una demanda judicial y muchos dolores de cabeza. Nunca sabremos con exactitud qué ocurrió entonces, pero a la mañana siguiente el cadáver de David fue encontrado desnudo en el armario, con las manos atadas y una larga cuerda apretándole simultáneamente los testículos y el cuello. Marina Anderson, su cuarta exesposa, acabó convencida de que hubo ahí un robo con asesinato; Mark Geragos, abogado de la familia, achacó la muerte a una misteriosa secta de asesinos kung-fu. Sin embargo, los análisis forenses apuntaron a un estrangulamiento accidental durante la práctica de autoasfixia erótica.
No fue esta la primera muerte asfixiófila de un personaje conocido. En ocasiones existe una duda razonable sobre si el fallecimiento fue en realidad un suicidio, como en el muy debatido caso del cantante Michael Hutchence. En otras ocasiones el contexto de la muerte parece evidente, como cuando el reverendo presbiteriano Gary Aldridge fue hallado muerto con una cuerda atada al cuello mientras vestía máscara de gas y ropa interior de látex negro. Un estudio estadístico en la estadounidense Journal of Forensic Sciences atribuye a la asfixia erótica entre doscientas cincuenta y mil muertes anuales, lo que es una manera educada de decir «muere gente de vez en cuando pero no sabemos muy bien cuánta».
2. De la hipoxifilia considerada como una de las bellas artes
En el mundillo del BDSM (Bondage, Dominación/sumisión, Sadomasoquismo) en el que me muevo habitualmente, a morir en un desgraciado accidente relacionado con la falta de oxígeno se le suele llamar «hacer un Carradine». Difícilmente podría considerarse un término técnico. Pero hipoxifilia es una palabra horrenda, asfixiofilia suena fatal, autoasfixia excluye los juegos en que participa más de una persona… Los términos ingleses breath play o breath control parecen más precisos, especialmente el segundo: para entender por qué la privación de oxígeno puede resultar enormemente placentera o acrecentar otras sensaciones de placer, el control parece un buen punto de partida.
Uno de los pasos en el aprendizaje del yoga es el pranaiam o pranayama, un conjunto de técnicas enfocadas a controlar la respiración o, por ser más preciso, obtener el control de la fuerza muscular que moviliza la respiración. La fase más importante del pranayama es el khumbaka, la retención cada vez mayor de la entrada del aire, sea a pulmones llenos o vacíos. Esta disminución del ritmo respiratorio (y, de paso, cardíaco) ayuda en la meditación y crea un estado de calma y concentración en la mente. No es exagerado decir que la disminución controlada y gradual de oxígeno en el cerebro crea estados alterados de conciencia: claridad mental, tranquilidad, nitidez perceptiva. Y sin riesgos: a no ser que existan patologías previas, es físicamente imposible morir aguantando voluntariamente la respiración.
Pero hay quien utiliza atajos peligrosos para llegar ahí. El dibujante Vaughn Bodé murió mientras meditaba con una correa enroscada fuertemente al cuello. Antes de encerrarse en su habitación para ello, le comentó con aire casual a su hijo: «Mark, he visto a Dios cuatro veces y pronto voy a volver a hacerlo»; la metáfora quedó convertida en algo bastante más literal. En la misma línea, el náufrago protagonista de la Vida de Pi de Yann Martel cuenta: «Uno de mis métodos favoritos de huida era una suave asfixia. Usaba un fragmento de tela cortada de los restos de una sábana. Lo llamaba mi trapo de los sueños. Lo humedecía con agua salada para que estuviera mojado pero no goteante (…). Caía en un aturdimiento letárgico al que el trapo de los sueños que restringía mi respiración daba una cualidad especial. Me visitaban los sueños más extraordinarios, visiones, pensamientos, sensaciones, recuerdos».
Pasar de la meditación y los estados alterados de conciencia a la excitación sexual no es en realidad un gran salto. Hace unos años el educador sadomasoquista canadiense Scott Smith visitó Barcelona, y tuve la oportunidad de ayudarle a organizar unos talleres sobre su especialidad, el edge play o juego sexual cercano a los límites del riesgo. Impartió cuatro clases a la comunidad BDSM local: manejo avanzado del látigo, uso de puntos de presión, construcción de escenarios de interrogatorio erótico y, por último, control de la respiración. Lo que aprendimos en esta última clase daría para un libro, pero lo relevante ahora mismo es el primer ejercicio que planteó.
En un contexto D/s (es decir, de relaciones de Dominación/sumisión consentidas y placenteras), que la parte dominante controle la respiración de la persona que se le somete es una forma muy intensa de ejercer control y dominio. La forma en que Scott decidió mostrar este escenario fue sencilla: ordenó a su pareja que no respirara en absoluto, y se pasó un buen rato introduciendo el aire en sus pulmones mediante un lento y cariñoso boca a boca. Por un lado, la menor cantidad de oxígeno del aire espirado produjo en la modelo los efectos mentales antes comentados. Y por otro… Es difícil de explicar. Fue como si alrededor de ambos se creara una burbuja detenida en el tiempo, o más bien ralentizada a un ritmo pausado e hipnótico. A pesar de estar rodeados por los alumnos de su taller hipoxófilo, ambos quedaron aislados en un pequeño núcleo de intimidad. Hundidos en un silencio profundo, punteado solamente por los sonidos de una sola respiración conjunta.
3. She’s lost control
Hay otras formas algo menos sutiles de restringirle a otra persona la cantidad de oxígeno respirado, por ejemplo empleando una máscara de gas regulable… Pero la imagen más popularizada por algunas películas porno es la de la bolsa de plástico en la cabeza, véanse al respecto algunas de las escenas más impactantes del documental de Anna Lorentzon y Barbara Bell llamado Graphic Sexual Horror. La reacción habitual que produce la bolsita de marras, en particular si se combina con una atadura o inmovilización, no es precisamente relajante como en los casos anteriores sino un chute de adrenalina que aguza los sentidos, seguido de un cierto pánico primario e incontrolable. Y ese es exactamente el objetivo buscado en este caso: combinar un chorro adrenalínico con los efectos aturdidores del exceso de dióxido de carbono. Una ducha escocesa de sensaciones. El terror como afrodisíaco.
Por cierto: el impulso desesperado de tomar aire no viene provocado exactamente por la falta de oxígeno sino por el exceso de dióxido de carbono… Así que hiperventilar brevemente, disminuyendo el CO2 en sangre, permite aguantar la respiración con más facilidad. He aquí un consejo útil para la próxima vez en que algún lector practique buceo a pulmón libre o se vea con una bolsa de plástico cubriéndole la cara.
Otra manera algo menos aparatosa de restringir la entrada de aire es apretando firmemente el cuello con una mano, un gesto que en según qué momentos (por ejemplo, durante el coito o antes de un beso particularmente intenso) puede resultar profundamente erótico y pasional. En cualquier caso, un efecto habitual de este gesto, y no uso adrede la palabra «estrangulamiento», es precipitar/acelerar el orgasmo.
Siguiendo este camino de intensidad ascendente, un juego hipoxófilo especialmente habitual en Estados Unidos y Canadá (confieso no estar seguro de por qué) es aplicar una llave de estrangulamiento de artes marciales o chokehold, que no actúa restringiendo la respiración sino el flujo de sangre al cerebro mediante la presión de las arterias carótidas. Supongo que no hace falta que subraye lo peligroso que es esto por varios motivos, no el menor la posibilidad de desprender una placa de la arteria creando un trombo. En mi infancia recuerdo a algún conocido retando a otro a probar el «juego del desmayo», que básicamente es provocar un síncope presionando las carótidas y estimulando el nervio vago, lo que logra el combo de bajar de golpe el ritmo cardíaco, dilatar los vasos sanguíneos y dejar sin sangre el cerebro. Vamos, caer redondo al suelo y despertarse (o no) con una sensación extraña de agradable desorientación, como el que acaba de empezar adormilado un nuevo día.
Se impone tomar aire y desviar este recorrido hipoxófilo al terreno de la supervivencia.
4. Te necesito más que el aire que respiro
Dentro de la comunidad BSDM, mucho más variada de lo que podría pensarse desde fuera, se libra desde hace años una auténtica guerra civil subterránea sobre la conveniencia o no de practicar juegos de control de la respiración. No se me ocurre otra práctica que despierte más polémica o haya hecho correr más ríos de tinta… Y curiosamente hay un componente geográfico en las sensibilidades: tradicionalmente los americanos son más prudentes, mientras que europeos y asiáticos tienden (tendemos) a correr más riesgos o, al menos, ser menos conscientes de su alcance.
El principal representante de la corriente, digamos, cautelosa es el sexólogo y paramédico Jay Wiseman, autor entre otros del libro fundacional BDSM 101 (traducido aquí como BDSM: Introducción a las prácticas y su significado). Wiseman no llega a recomendar la abstinencia total de este tipo de juegos para quien los disfrute, pero sí razona que el riesgo inherente a ellos es mayor de lo que se cree y, peor aún, difícilmente mitigable.
En el 90 % de juegos sadomasoquistas, como azotes, pinzas en pezones o genitales, cera caliente o la mayor parte de ataduras, no hay prácticamente riesgo de consecuencias indeseadas aparte de algún moratón, una pequeña quemadura o una herida leve. Además, se pueden emplear precauciones para limitar el riesgo, tanto técnicas («¡no azotar jamás sobre la rabadilla!») como generales (la palabra de seguridad que permite a la parte sumisa detener inmediatamente la sesión). Del 10 % restante, un 8 % de actividades (por ejemplo ataduras de shibari que incluyan suspensiones en el aire, juegos con fuego, electricidad o agujas) pueden causar lesiones si no se ejecutan correctamente. Para realizarlas con garantías es necesario aprender detalles técnicos de algún maestro experimentado, participar en talleres y adquirir ciertos conocimientos especializados. Eso sí: tomando precauciones es posible mantener el riesgo en niveles fácilmente asumibles.
Eso nos deja un 2 % de actividades extremas y muy infrecuentes, pero que potencialmente pueden causar grandes daños o incluso la muerte: jugar con armas de fuego, golpear en el pecho, practicar fuertemente ballbusting (no entraré en muchos detalles, pero incluye dar patadas en los testículos) y, por supuesto, la hipoxifilia. En estas actividades, ni siquiera tomar precauciones, aprender de maestros y realizar las técnicas correctamente puede eliminar un riesgo significativo de accidente grave o muerte… Y definir el significado exacto de la palabra «significativo» es en este caso elegir un bando en esta guerra civil fetichista.
Veamos alguno de estos riesgos difícilmente evitables. El récord mundial de aguantar la respiración sin moverse (y sobreviviendo) está fijado en once minutos y medio. Bajo circunstancias normales, podemos pasar unos tres minutos sin entrada de oxígeno hasta que empiece a morir alguna célula que otra. Sin embargo, el riesgo hasta entonces no es inexistente por culpa de la posibilidad, muy baja pero no desdeñable, de ataque al corazón debido entre otras cosas al llamado efecto Valsalva. Al intentar exhalar con las vías respiratorias cerradas (por ejemplo porque alguien te está apretando el cuello) se incrementa la presión en la cavidad torácica, lo que disminuye el riego sanguíneo del corazón y, de propina, puede causar el desprendimiento de alguna placa. Este efecto es el mismo que puede producir infartos al esforzarse uno desesperadamente en defecar… Morir cagando, he aquí otra forma un tanto lamentable de entrar en el más allá.
Jay Wiseman alude a la impredecibilidad del efecto Valsalva como argumento para negar el «riesgo cero» en la hipoxifilia. Dicho esto, se pueden y deben tomar precauciones con los juegos de respiración: que no sea posible eliminar completamente el peligro no significa que no pueda hacerse una cierta estratificación de riesgos. La más obvia: nunca practicarlos estando solo, sino asegurarse la compañía de al menos un observador que pueda intervenir si ocurre algo inesperado. Sin embargo, a veces no basta con no estar solo. En el capítulo de CSI llamado «Slaves of Las Vegas» aparecía un crimen relacionado con un accidente asfixiófilo en compañía… Aunque si ese episodio resulta memorable es por contener la primera aparición de lady Heather, la Dómina que logró poner a Gil Grissom de rodillas.
En la mayoría de locales y clubes sociales BDSM se prohíben los juegos de respiración por un simple tema de prevención legal. Sin embargo, otra línea de razonamiento opina que no hay mejor sitio para practicar este tipo de actividades que en un lugar semipúblico y con alguien responsable a mano que sepa aplicar reanimación cardiopulmonar.
No es este un tema sencillo. Un amigo mío, el sexólogo Ignasi Puig Rodas, lleva un tiempo recogiendo datos para un estudio estadístico sobre lesiones y accidentes en las actividades BDSM. Una de las sorpresas que se ha llevado es que estadísticamente los consoladores resultan más peligrosos que la asfixiofilia. De los encuestados que juegan habitualmente con plugs anales, un 9 % ha sufrido algún incidente grave con ellos, mientras que solo un 3 % de hipoxófilos ha reportado problemas con la asfixia erótica. Eso sí: desgraciadamente, al menos uno de los incidentes terminó en fallecimiento.
Debería despedir el artículo antes de quedarme yo mismo sin aire, y lo haré mencionando la única técnica que permite seguridad total con los juegos de asfixia: el mindfuck. Es decir, el truco mental, el hacer creer a la «víctima» del juego erótico que está siendo privada de oxígeno sin que eso sea rigurosamente cierto. ¿Una bolsa discretamente agujereada? ¿Una mano en el cuello no tan firme como parece al primer momento? El mecanismo concreto lo dejo a la imaginación de los lectores.
Y si no, siempre queda la opción, que desaconsejo vivamente por motivos obvios, de renunciar completamente a la seguridad y seguir la vía del amor fou apuntada en la mítica película El imperio de los sentidos, de Nagisha Oshima. Por refrescar la memoria: muestra el caso real de una mujer llamada Sada Abe, que estranguló dulcemente a su amante durante un coito hipoxófilo, le cortó el pene y los testículos al cadáver y los guardó en su bolso durante varios días. Y ahora sí, esta última imagen mental me ha dejado sin aliento.
Ufff, muy interesante…pero vaya estrés!!¡
La hiperventilación ha causado muchas muertes a personas que realizan apnea, puesto que al disiminuir la necesidad de tomar aire, y debido a las distintas presiones parciales de los gases a profundidad respecto a superficie, justo cuando se está volviendo a la superficie el apneista queda inconsciente, y esto, si no va acompañado por alguien que lo vigile, es casi siempre mortal.
Por lo demás, interesante artículo.
Muy bien escrito, ameno y informativo.
Desde el desconocimiento de todo este mundillo, un par de preguntas, al articulista ( o a quien sepa la respuesta ):
– ¿ Se sabe qué porcentaje de la población se dedica a estas pías actividades ?
– ¿ Se realizan siempre con el conocimiento y consentimiento de ambas partes ?
Como decía mi padre: «Mira que hay gente rara andando por el mundo…». El autor confiesa que «en su infancia» presenciaba el «juego del desmayo». Tenía amigos muy perversos. En fin, los oscuros recovecos del deseo.
No solo el artículo es muy interesante y está bien escrito, sino que, además, el tema se explica con inteligencia y delicadeza, y por eso (si es que das la mano y se toman el brazo) creo que podría ir más allá. ¿Qué es, en el fondo, la erótica del poder? ¿Por qué es tan fascinante la dominación o la sumisión? ¿Qué se juega en el juego, en el fondo? ¿Por qué, si no se presenta esta situación, es menos apasionante? No propongo una respuesta sesuda, teórica ni moralista, sino una conclusión razonable de quien sepa y razone más allá de la suposición. ¡Gracias por el artículo!
Y una última pregunta, ¿qué diferencia hay, desde un punto de vista exclusivamente erótico y pasional y perceptivamente irracional entre la violencia consentida y la impuesta contra la voluntad del otro? (Y sigo sin pretender una respuesta determinada.)
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