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Enterrada bajo botellas de whisky, pintas de cerveza, la tradición musical de una pequeña isla atlántica, lecturas intempestivas de Joyce y O’Casey, y la furia de la generación posterior al punk, la voz de Shane MacGowan todavía inquieta, todavía conmueve. Todavía dice lo importante. El que fuera una vez armandanzas de The Pogues, la auténtica insurgencia (ebria) de Irlanda, se explicaba en entrevista no hace mucho: sus canciones, como las canciones folk y como la vida en general, tratan de «temas recurrentes». En concreto, de «sexo, pájaros, vida, muerte, sexo, pájaros, vida, muerte». MacGowan, irlandés nacido en Londres, folkie pervertido por el punk, poeta rebelde y bebedor ilustrado, también ha contribuido a «crear una nueva expresión poética» dentro de una «gran tradición de la canción». En su caso, la canción de la tierra de William Butler Yeats y Brendan Behan.
El año pasado Shane MacGowan recontruyó su dentadura. Desaparecía un icono, la boca desordenada de pirata que escupía letanías de amor y desesperación, historias de vencidos y peripecias al margen de la ley burguesa. Aquellos dientes se habían ido pudriendo a medida que avanzaba la década de los ochenta y The Pogues, segunda banda de MacGowan tras The Nipple Erectors, hacían buena la máxima de su líder: «El alcohol es el camino a la sabiduría». Escritor beodo, el autor de «Fairytale in New York», tal vez su composición más radiada, afirmaba que sus canciones a menudo aparecían de la mano de Dioniso. Lo que, a todas luces, resulta admirable, dada la complejidad, riqueza y elaboración de su lírica. Tal vez su apología de la bebida y el exceso la compense con sus orígenes. «En términos irlandeses, no soy un gran bebedor», confesó a la revista Playboy en 2001.
A casi dos décadas de The crock of gold, su segundo disco con The Popes —la banda que reclutó al ser expulsado de The Pogues en 1991 debido a su aficción a… sí, la botella—, MacGowan apenas graba ya temas propios. Pero continúa desfilando por los escenarios, apoyando causas perdidas, incluida la de cantar un himno para la selección irlandesa de fútbol basado en el «Je t’aime moi non plus», e insuflando otras vidas a un cancionero de rebelión, gracia y abrazos. Estas son nada más que cinco de las muchas razones que existen para escuchar atentamente lo que dice Shane MacGowan.
Canciones sobre beber, disparar a los ingleses… y follar
MacGowan es una consecuencia del pospunk. De cuando la negación inicial de los hijos de los Sex Pistols se metamorfoseó en apertura del campo de batalla. Y un mundo entero, del dub al rockabilly, del free jazz al funk, de la polirritmia del África occidental a la electrónica germana, desarticuló la férrea ley de los tres acordes de guitarra eléctrica. The Pogues interpretaron esta licencia como permiso para reutilizar la música tradicional irlandesa, acelerarla, subrayar lo que de «ron, sodomía y látigo» había en ella. «Yo toco música popular irlandesa. Es una tradición viva», comentaba MacGowan en 2003. De la que forman parte, según él, Planxty y Christy Moore, The Chieftains y Thin Lizzy, The Undertones y Van Morrison. «Hay algo en la música irlandesa», declaraba al semanario Melody Maker, «siempre grandes canciones, grandes melodías, y sus letras… Es energía cruda que te golpea en el corazón y en las entrañas y en el sentimiento. Cortocircuita tu intelecto. Es música emocional. Básicamente, tiene alma».
The Pogues destilaron su visión del mundo en canciones que, como le gustaba presumir a su jefe, se afiliaban a esa tradición. «Si escuchas un disco de The Dubliners o de los Clancy Brothers», teorizaba, «las canciones que no van de beber o de dispararle a los británicos, van sobre follar». Ya Red roses for me (1984), el primero de sus discos y cuyo título homenajeaba al dramaturgo socialista irlandés Sean O’Casey, las contiene aproximadamente de los tres tipos: «Streams of whiskey», en la que saluda a otro de sus autores de cabecera, Brendan Behan; «Poor Paddy», el relato de un obrero explotado en Liverpool; y «Kitty», una melodía tradicional con letra reformada por MacGowan —así avanza la tradición musical; esta estrategia la usaría en más ocasiones, por caso en «The Broad Majestic Shannon»— y en la que amor y política, pasión y cárcel, se entrelazan. «Por supuesto, entonces había una guerra en Irlanda, como casi siempre», acertó a resumir una vez la historia de su país.
Setecientos años de opresión y resistencia
«The Sick Bed of Cuchulainn» abre Rum, Sodomy & the Lash, el segundo elepé de The Pogues y pieza de resistencia de su obra, producido por Elvis Costello en 1985. Por esa canción circula un personaje, uno de los muchos personajes que circulan por las canciones de MacGowan, Frank Ryan. En la erudita web The Parting Glass —la poesía anotada de la banda— explican quién era. Militante de ala izquierda de los republicanos irlandeses, compañero del legendario socialista James Connolly —uno de los dirigentes del Levantamiento de Pascua en 1916—, se enfrentó a los partidarios del Estado Libre y de la partición del norte durante la guerra civil irlandesa. En 1934 fundó el Congreso Republicano, una organización anticapitalista. Dos años después viajaba a España al mando de doscientos voluntarios de la isla dispuestos a defender la República contra Franco y el fascismo. «Frank Ryan te invitó a un whiskey en un burdel en Madrid / Y golpeaste a unos putos camisas negras que maldecían a todos los judíos (…) / Ahora cantarás una canción de libertad para negros y paquis y moros», dice «The Sick Bed of Cuchulainn».
La épica de la liberación nacional irlandesa, su grandeza y su miseria, la resistencia a los setecientos años de opresión británica sobre la isla, recorre la discografía del grupo. Poética de marginales, piratas, amantes de la libertad y solidarios, la de The Pogues, especialmente en las canciones firmadas por MacGowan —una gran mayoría—, es también una narrativa. «Streets of sorrow/Birmingham Six», de su elepé de mayor repercusión —If I should fall from the grace of god (1988)—, por ejemplo, relata el arresto y tortura de seis hombres a manos de la policía británica. Acusados de pertenecer al IRA, pasaron dieciséis años en prisión y solo fueron liberados en 1991. En el nombre del padre. El tema, prohibido en la BBC —a lo que el mánager de la banda respondió así: «Estoy encantado de saber que somos una amenaza para el Estado»—, recuerda los talking blues del Bob Dylan imberbe. La CNN de los irlandeses: «Había seis hombres en Birmingham / En Guilford hay cuatro / Fueron detenidos y torturados / E incriminados por la ley / Y la suciedad ascendió / Pero ellos todavía están en prisión / Por ser irlandeses en el lugar equivocado / A la hora equivocada (…) / Maldición para los jueces, los polis y los carceleros / Que torturan inocentes, acusados en falso / Por el precio de un ascenso / Y de la justicia en venta / Pueden los juzgados ser sus jueces cuando se pudran en el infierno».
La casa familiar de MacGowan, en Tipperary, Irlanda, fue refugio de los soldados del IRA durante la guerra anglo irlandesa conocida como The Black and Tan War, entre 1919 y 1921.
Los consejos de Brendan Behan
En los años cincuenta, el escritor irlandés Brendan Behan pasaba temporadas en Francia. Uno de esos veranos más o menos salvajes decidió, junto a una cuadrilla de amigos, viajar en coche a España. Al llegar a la frontera iban ya medio borrachos. El guardia del puesto fronterizo, cuenta la anécdota relada en el documental Brendan Behan. The Roaring Boy, preguntó a Behan, el menos afectado por la ingesta alcóholica, si le podía explicar «la razón de la visita». Y este respondió: «Venimos al funeral del general Franco». «Pero el Generalísimo no ha muerto». «Ah, tiene usted razón. Esperaremos», replicó. No pasaron la aduana.
En 1939, con apenas dieciséis años, Brendan Behan fue detenido por la policía británica acusado de pertenecer al IRA. De los tres años que pasó en el reformatorio nació Borstal Boy, bildungsroman bukowskiana y antimperialista. Izquierdista insobornable, disidente casi profesional, preso de los ingleses otras dos veces, en Confesiones de un rebelde irlandés argumenta a favor de blasfemar contra su propia patria: «El deber primordial de un escritor es desacreditar a la madre patria, si no lo hace no es un escritor de verdad. En el nombre de Jesús, ¿cómo va un escritor a impugnar la patria de los demás si no arremete primero contra la suya propia?». Es este el Behan al que MacGowan escucha en «Streams of whiskey», de Red roses for me. «Y me voy, y me voy / De cualquier modo el viento debe estar soplando / Y me voy, y me voy, / A donde fluyan torrentes de whiskey», reza el estribillo de una composición que celebra así al autor de la obra de teatro El Rehén (1957): «Las palabras que dijo / Parecían la más sabia de las filosofías / Nunca una cosa húmeda llamada lágrima / Ha ganado nada / Cuando el mundo es demasiado oscuro / Y necesito una luz en mi interior / Entro en un bar / Y bebo quince pintas de cerveza».
Pero Behan no solo comparece como personaje en las letras del grupo —también lo hace en «Thousands are sailing», de If I should…, escrita por el guitarrista de la banda Phil Chevron—. «The Auld Triangle», del debut de The Pogues, viste un famoso, melancólico poema del escritor sobre las penas de la prisión, que conoció de primera mano.
Poesía y blasfemia
Y es que detrás de esa fachada de irlandeses insumisos y dipsómanos se ocultaba un lector infatigable, un letraherido, que dirían los cursis, el hombre que cantaba a Lorca acompañado de una charanga de guerrilla punk e introducía, de contrabando, a James Joyce. Los investigadores de The Parting Glass así lo certifican: en la primera canción del primer disco, cuyo título remite —ya dijimos— al dramaturgo Sean O’Casey, MacGowan utiliza un misterioso acrónimo, KMRIA. Pues bien, procede de una pequeña sección de la segunda parte del Ulises y que tiene ese mismo título, «kiss my royal irish arse». O sea, «besa mi real culo irlandés». La alta literatura y la revuelta callejera unidas por el derecho a la blasfemia.
Hace tres años, el jefe de filas de la banda escribía en The Guardian sobre los «valores» de su familia. Allí recordaba que el suyo era un clan «muy literario» y que él mismo había ganado premios escolares como autor de ensayos. «Aprendí a leer muy joven y me miraban como a un chaval dotado», relata. Pero las pastillas, el ácido e ir al pub lo alejaron de la academia. «Mi madre se enfadó un poco, pero mi padre no. Creía que yo no sacaba demasiadas cosas de la escuela», afirma. Los libros siguieron allí. De la imagen del «mar podrido» de «Turkish Song of the Damned» recogida en la poesía de Samuel Taylor Coleridge a las múltiples referencias al sarcasmo indomable del novelista Flann O’Brian que, según The Parting Glass, pueblan la obra de The Pogues, del título «Fairytale of New York» tomado del escritor irlandés estadounidense James Patrick Donleavy al poeta y pintor Christy Brown en «Down all the Ways», en el elepé Peace and Love (1990) .
En Hell’s Ditch [La cuneta del Infierno], el último disco de los Pogues con MacGowan al frente —editado en 1991 y producido por Joe Strummer—, la huella literaria se transparenta. En «Lorca’s Novena», la poesía y la guerra civil española, dos obsesiones del autor, enmarcan una historia como de zombis antifascistas cantada con dramatismo y rabia: «Los asesinos vinieron para mutilar al muerto / Pero huyeron aterrorizados en dirección al pueblo / Y el cadáver de Lorca, como él mismo profetizara, se alejó / Y el único sonido eran las mujeres que rezaban en la capilla». Y que dialoga con el célebre poema «Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías» de García Lorca. La propia canción que da título al elepé es un homenaje a Jean Genet, escritor francés epítome del outsider, visceralmente extremista, habitante de las zonas de sombra de la sociedad: «La vida es una puta, y después mueres / Infierno negro / En la cuneta del infierno / Desnudo, aullando por la libertad / Las manos del asesino atadas con cadenas / A las seis en punto empieza a llover / Nunca verá de nuevo el amanecer / Nuestra señora de las flores».
Una vez le preguntaron si, como su amigo Nick Cave —autor de dos novelas—, se veía a sí mismo escribiendo «ficción». «No», contestó, «la vida real es mucho más interesante».
El amigo de los músicos
Tal vez Shane MacGowan nunca superó su propia caricatura. Ni The Pogues haber facturado «Fairytale of New York» y «Fiesta», los dos extremos de su registro y sus dos composiciones más habituales en los jukebox, las radios, los recopilatorios de medio pelo, las celebraciones laicas y las otras. Y sin embargo, para el actor Johnny Depp —a lo mejor no el crítico literario más autorizado pero sí opinión significativa—, MacGowan es «uno de los poetas más importantes del siglo XX». A Tom Waits, Rum, Sodomy & the Lash (1985) le parece uno de los mejores discos de la música pop. «Shane tiene un don. Creo en él. Sabe cómo contar una historia», escribió Waits, «son una tropa rugiente. Son chavales sin porvenir, de verdad. La voz de Shane transmite tanto… Tocan como soldados de permiso. Las canciones son épicas. Son fantásticas y blasfemas, mareantes y sacrílegas».
En 2001, MacGowan eligió, para la revista Playboy, sus cuatro canciones favoritas. Su geografía sentimental parecía haber dejado atrás el punk: «Raglan Road», de The Dubliners; «Wichita Lineman», de Glen Campbell; «Downtown Train», de Tom Waits, e «Iníon an Phailitinigh», de Sean O Riada y Sean O SÈ. Siete años antes, ante la pregunta del semanario Melody Maker sobre sus canciones favoritas, fue incapaz de ceñirse a la cuestión: la música irlandesa tradicional y contemporánea, Jimi Hendrix, Lou Reed, Tom Waits, Sex Pistols, el be bop, el rythm and blues negro, Sam Cooke, Lee Scratch Perry, Bo Diddley, el rock & roll blanco y el thai beat. Pero sus héroes de siempre eran The Dubliners y Christy Moore, «buena mierda irlandesa de verdadero espíritu rebelde».
El ex Pogue acompañó a Nick Cave en la segunda mejor versión de «What a Wonderful World» —la primera es la de Robert Wyatt— y le hizo coros —junto a Kylie Minogue— en la reinterpretación del «Death is not the end» de Dylan que cierra Murder Ballads (1995). La escritora Victoria Mary Clarke, pareja de MacGowan y autora del libro A drink with Shane MacGowan, aseguraba que Nick Cave perdonaba a su compañero lo que no perdonaba a ninguna otra persona. Se refería a su comportamiento, ehem, disoluto. «Por supuesto que nadie quiere trabajar», expuso MacGowan en una entrevista conjunta con Cave y Mark E. Smith, de The Fall, «¿quién en sus cabales quiere trabajar?». Y así fue que su estrecha pero difícil relación con la bebida y el tiempo de ocio lo empujó fuera de la banda que había fundado. En su lugar, al menos para la gira de 1991 de presentación de Hell’s Ditch, otro amigo célebre: Joe Strummer.
No estoy seguro de que ese «pájaros» esté bien traducido. «Birds», en ciertos lugares de UK, significa otra cosa.
Quieres decir tías, ¿no…?
Sí, y sin embargo y aunque el tono general del artículo parece que se centra en ese segundo sentido de la palabra «birds», sobre todo por las palabras de Sean en las entrevistas que se citan, también hay referencias ornitológicas en sus canciones, citando a corncrakes y curlews así que me vengan a la mente. Quién sabe, también Mick Jagger es un ornitólogo aficionado con un importante número de observaciones (y de su afición a las tías ya no hablamos).
Y a los tios
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Coincido con Tom Waits (y muchos otros). «Rum. Sodomy & The Lash» es uno de los mejores discos de la historia de la música popular. Gracias por el artículo (sólo faltó alguna referencia al inmortal EP «Poguetry in Motion» en el que sale «The Body of An American», la canción con la que siempre se emborrachaban McNulty y su panda en «The Wire»)
«A rainy night in Soho».
Documentado y bien escrito artículo. La verdad es que es increíble que este hombre siga vivo, y aunque lleve años autoparodiándose como el irlandés borrachín y desdentado, el suyo es uno de los talentos más descomunales de la historia del rock/pop/folk… Siempre escondió su cultura tras la imagen de gamberro dipsómano, pero como bien se dice en el artículo venía de una familia muy culta, con un gran poso de lo literario. En los 90 en Galicia el movimiento bravú tuvo a los Pogues muy en cuenta (Xurxo Souto, de Os Diplomáticos, era muy fan).Se acercaron a su pasión y a sus reivindicaciones, pero MacGowan iba mucho más allá, hacía unas canciones soberbias, de letra y música, que aún hoy nos emocionan y pasman. Cuando le preguntaron a Roberto Bolaño si Elvis o Los Beatles, no lo dudó: Los Pogues. Grande Roberto.
Hola Daniel. Gracias. También escribo de música. Nunca en mi vida habría pensado que iba a leer algo tan cercano a mí. Me has dado una lección acojonante de sabiduría escrita (documentación, menciones, enlaces, anécdotas..). Pero sobre todo, hablar de Shane y saber que también hay gente como yo (tú y Tom Waits), que piensa que MacGowan tiene un don; el de revolver nuestras almas. Gracias por este artículo tan maravilloso. Positive Vibrations!!!
En el 96 le vi en un pub de Londres en un concierto de los Popes Solamente cantó una canción agarrado a una pinta de guinnes. Al final del concierto coincidimos en el baño. A mi felicitación ( good concert) el respondió con un lacónico thank you y un sonoro eructo
Ay, que tiempos tan guais. Lo importante es continuar con salud y energia. Ya estos son otros tiempos y el body ya no pide tanta marcha. Soy un donostiarra living in madriz y lo que más me ha gustado es ir a concierto. Me chupe todos los de la zona, polideportivo, velodromo Anoeta, fronton. Aunque es una chorrada ser nostálgico, los jovenes de ahora son mas aburridos. Agur
Estoy totalmente de acuerdo con Johnny Deep, sobrenombre con el que me apodaban precisamente en Irlanda. Que más decir….
Larga vida a Shane !!! The Pogues ya ha sufrido alguna baja … …If I Should Fall From Grace With God, Peace and Love y Hell`s Dicth … fueron mis discos de mili, en cassettes, me acompañaron durante mi servicio militar.
Un personaje mítico y digno de estudio.
Saludos y enhorabuena por el escrito.
Sólo leen hombres esta revista?
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