Jot Down para Fundación Telefónica
Contaba Alfred Hitchcock en una entrevista que de niño el castigo en su colegio por no hacer los deberes era recibir golpes en una mano, «nunca más de tres, porque la mano se hacía insensible al tercer golpe». Aquello le permitió aprender una valiosa lección que hoy hemos olvidado: ahora todos los productos del supermercado llevan azúcar añadido, todos los éxitos musicales tienen los mismos cuatro acordes y los estrenos cinematográficos son una sucesión sin fin de remakes, reboots y secuelas. ¿Cuál es el resultado? Hastío generalizado, porque la repetición del estímulo disminuye el efecto y termina insensibilizándonos. Insinuar en lugar de mostrar, provocar el deseo sin saciarlo, espaciar con prudencia el estímulo, en definitiva, generar suspense, es una habilidad que pocos contemporáneos dominan y quizá por ello volvemos la vista una y otra vez al cineasta británico. Como en su presentación de Falso culpable, el paso del tiempo, lejos de hacerlo caer en el olvido, agranda la sombra que proyecta sobre nosotros. No pasa de moda porque los clásicos no pueden hacer tal cosa, siempre abiertos a nuevas perspectivas y significados, a sorprender e intrigar a cada generación de espectadores y de directores, que se preguntan, tal como Spielberg al rodar Tiburón «¿Qué haría Hitchcock en mi lugar?». A todos ellos «El señor Hitchcock quiere decirles algo», como señalaba el comienzo de este tráiler de Los pájaros absolutamente recomendable (¿por qué ya no los hacen así?) aunque en él no se posicione sobre qué fue antes, si el huevo o la gallina, porque no quiere entrar en cuestiones controvertidas.
Aunque para controversia la que está generando estos días Tippi Hedren al afirmar en su autobiografía, que será publicada este mes (prevemos que con éxito de ventas, al incluir detalles así), que fue objeto del acoso de Hitchcock durante el rodaje de Los pájaros. No es la primera vez que lo dice, pues ya lo mencionó durante el estreno en 2012 de The Girl, una película de la HBO que trata precisamente sobre esa relación, en la que nuestro protagonista no sale muy bien parado precisamente. Ese mismo año se estrenó en los cines otra película biográfica sobre su figura, esta vez en torno al rodaje de la que sería su obra maestra previa, Psicosis, donde es interpretado por Anthony Hopkins. Parece que hay cierto morbo en recrear ese lado perverso de su personalidad… y tal vez en cargar las tintas al respecto, pues contra alguien que ya no puede defenderse puede decirse cualquier cosa. Según leemos en este artículo las afirmaciones vertidas por la actriz no coincidirían ni con el calendario de rodaje ni con el testimonio de los miembros del equipo que aún viven. Kim Novak, por su parte, intervino tras el estreno de esas dos películas biográficas mencionadas diciendo que «me siento mal acerca de todas las cosas que la gente está diciendo ahora sobre él, eso de que tenía un carácter extraño. Yo no lo encontré extraño en absoluto. Nunca le vi acosar a nadie ni actuar de forma rara con nadie».
En cualquier caso, al propio cineasta le gustaba bromear sobre la fama de rijoso que le daban sus películas. En el célebre encuentro que mantuvo a lo largo de una semana con Truffaut —del que surgió El cine según Hitchcock— expresaba así la importancia de la insinuación sin llegar saturar de la que hablábamos al comienzo: «El sexo no debe ostentarse. Una muchacha inglesa, con su aspecto de institutriz, es capaz de montar en un taxi con usted y, ante su sorpresa, desabrocharle la bragueta». Mientras que en esta otra entrevista lo veíamos explicando así el efecto Kuleshov, por el que el montaje influye en el significado de cada una de las imágenes que lo componen. De manera que en la fila de arriba esa mueca de la tercera imagen sería una sonrisa benevolente ante una escena familiar. Pero la de abajo nos estaría narrando otra cosa muy distinta: ahí solo vemos la mirada sucia de un viejo verde.
Sea como fuere, la atención que suscita hoy día su figura es consecuencia del interés que siguen despertando sus películas. Al fin y al cabo son indisociables, pues cuando no aparecía anunciándolas en algún tráiler tal como veíamos antes, era porque se dirigía al público para presentarlas al comienzo del metraje o si no, como mínimo, se colaba como extra en sus inolvidables cameos. Una obra de la que es difícil exagerar la influencia que ha tenido en la historia del cine, en el desarrollo de un lenguaje cinematográfico. Él se curtió de joven en el cine mudo —«la forma más pura de cine», decía— y despreciaba aquellas películas que tras la invención del sonoro no pasaban de ser «fotos de gente hablando». Así que como todos los grandes artistas recogió la tradición previa y la reinventó. Los storyboards eran para él tan importantes como el propio guion, auténticos cómics en los que puede seguirse la historia, tal como podemos ver abajo en el de esa escena que no les costará reconocer. Si quieren ver de cerca otros storyboards, así como bocetos de decorados, vestuario y peluquería, carteles, fotografías, revistas y vestidos que formaron parte de sus películas, entonces no deben perderse la exposición gratuita Alfred Hitchcock. Más allá del suspense que ofrece la Fundación Telefónica, vigente hasta el 5 de febrero de 2017.
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¡No me perdía ni una de él! Era como encontrarse con un hermano muy querido, un alma gemela… A mi mujer no le hacía ninguna gracia, ¡pero es que a las tías no hay quien las entienda!
Hitchcock tenía pinta de viejo verde, y poco agraciado, además. Pero una sagacidad, una agudeza, una inteligencia como la suya… Alguien que podía sobrenadar y diseccionar a voluntad lo más oscuro, demencial, ruin, mezquino, inestable y mediocre, y exponer esa visión como la sustancia básica de todo lo humano, y sin enaltecerla ni redimirla, convertirla en deslumbrante, elegante y seductora, tenía que ser, a su manera, irresistible. Por no hablar de su capacidad para encumbrar y hacer brillar. Debe de haber sido complicadísimo decidir qué hacer con él.
A pesar de todas las películas que me encantaron, y al margen de las situaciones escabrosas a las que se haya visto expuesta Tippi Hedren, alguien tendría que haberlo demandado por los efectos especiales de «Los pájaros», más propios de un grafitero cumpliendo servicios sociales a brocha gorda con las monjitas que otra cosa. Ese puerto cuesta abajo y ese barco son una pesadila cutre, y el enjambre de sombritas pajarescas, otra fealdad grotesca. Con lo feliz que resultó un simple vasito de leche.
No puedes pedir a una pelicula rodada en los 60 perfección técnica en los efectos especiales. Además, al menos a mí, lo que me menos me interesa en la peli son los efectos, lo que más, el guión, la realización, la historia, la emoción, la labor actoral, la puesta en escena, y demás fruslerías.
Sí, estoy de acuerdo. Pero el cine de Hitchcock aún siendo muy bueno, hubiera ganado mucho con más desfile de tías en pelotas como las que acostumbraba Russ Meyer. ¡En los cines hubieran habido bofetadas para entrar!
Jajaja, bueno lo que no sé yo, es cómo se hubieran podido estrenar en esa época las películas tal como a ti te hubieran gustado. Por lo demás, muy gracioso!
Esas sombras, ese puerto y ese barco son sencillamente inolvidables. ¿De cuántos efectos especiales podemos decir hoy lo mismo? King Kong moviéndose fotograma a fotograma y atrapando aviones sobre el Empire State es genial tal y como está, aunque hoy lo hubieran hecho de otra manera (y, de hecho, se hizo de otra manera, ni mejor ni peor, con la técnica de cada época). Yo no he podido olvidar esa imagen del puerto desde la primera vez que la vi. Hay algo onírico que casa perfectamente con el contenido de la película. Podrá hacerse «técnicamente» mejor, pero no «poéticamente» mejor.
Seguramente tenéis razón, y es cierto que, además de fea con saña, la imagen del puerto tiene algo pesadillesco, quizá intencionadamente antinatural. Pero aquel vaso de leche subiendo esa escalera tan parsimoniosamente era escalofriante, y lo consiguió con menos medios y más belleza (y no me refiero sólo a Cary Grant). Y eso era unos veinte años antes, tecnológica y cronológicamente. El resto de la «Los pájaros» me gusta, aunque no es mi favorita (tampoco soy admiradora de «Con la muerte en los talones», salvo escenas aisladas, y por eso me lanzaron a la acera dos seguratas del club de fans cuando fui a inscribirme, pero la pasta no me la devolvieron los cabronazos).
A mi también me daban palmetazos en la mano, con un regla gorda de madera. Era práctica habitual en el colegio. Pero yo tengo 50 años. En cuanto a Hitchcock, Vértigo es mi película imprescindible, y Con la muerte en los talones… también.
No se hace el cine de entonces, tampoco nosotros somos como entonces; me refiero a la sociedad en general. Obviamente, vamos para peor.