Nos acercamos hasta San Sebastián para conversar con Ricardo Díez Muiño (Irún, 1968), director del Donostia International Physics Center (DIPC) en un día en el que la ciudad se siente generosa regalándonos una buena dosis de grados centígrados y sol. Hablamos con uno de esos pesos pesados de la ciencia española, licenciado en Física por la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad del País Vasco, con experiencia investigadora en Burdeos (Francia) y Berkeley (Estados Unidos), además de autor de numerosos artículos publicados en las revistas de ciencia con más prestigio internacional.
Coautor del libro Quantum Monte-Carlo Programming: For Atoms, Molecules, Clusters, and Solids junto a Wolfgang Shattke, nuestra conversación parte de una fascinación por los últimos avances en las ciencias de los materiales, los recientes descubrimientos en el ámbito de lo nanométrico y lo que ello supone en el desarrollo de nuevos materiales, pero también se nutre de una curiosidad por el estado actual de la ciencia en España y lo que nos pueda comentar un destacado científico que comparte las labores de investigación con las de la administración de esta importante institución científica de este país. Ricardo nos recibe afable y cordial antes de invitarnos a compartir un café, uno de esos muchos que habrán acompañado tantos y tantos días de intenso trabajo en el centro.
En tus palabras «Toda cosa tiene un lado bueno y otro malo: aprende a buscarlos». Has pasado de investigador a director del DIPC. ¿Cuál es el lado bueno y el lado malo de este cambio?
Cuando uno se dedica a la gestión científica, el tiempo que destina a la investigación se reduce muchísimo. A pesar de todo mantengo mi actividad investigadora, aunque sea más reducida. Para los anglosajones estar de director o estar organizando algo es un servicio a la comunidad científica y yo comparto esa visión. En el fondo es el mismo espíritu que considera la política como un servicio público. Creo que todos como investigadores en algún momento lo vemos así y además pienso que tiene que ser un servicio de una forma temporal, tú un tiempo te dedicas a eso y luego vuelves a ser investigador. Aunque luego resulta difícil retomar la actividad investigadora, uno pierde práctica, pierde entrenamiento. Hacer ciencia es como hacer deporte, tienes que estar entrenando porque, si no entrenas, luego para volver a coger forma cuesta un montón. Pero la gestión de la actividad investigadora es también estimulante, por el conocimiento que proporciona de las instituciones y por el desafío que supone crear las condiciones para que los investigadores, los verdaderos protagonistas, puedan desarrollar su trabajo en las mejores condiciones. Desde luego dirigir el DIPC es un reto personal y cuando me lo propusieron me pareció una buena forma de salir de la zona confort, de hacer una cosa distinta. No me arrepiento de haberlo hecho aunque a veces me pregunte «qué hago aquí metido en este lío».
Como investigador te has especializado en dominar la luz para entender las propiedades de la materia a escala atómica, ¿cuándo tuviste claro que esta era el área a la que te querías dedicar?
Esta es una de las áreas a las que me he dedicado, pero no es la única. Resumiéndolo mucho diría que las cosas a las que me he dedicado están relacionadas con la descripción teórica de distintos procesos electrónicos. Lo que me interesa como investigador es describir las propiedades de los materiales a nivel atómico, a escala atómica o escala nanométrica. En física clásica, cuando intentamos entender las propiedades de un material, lo que hacemos es tocar, y al tocarlo notas si está caliente o si está frío, pues en la física de lo muy pequeño haces lo mismo, solo que no tocas directamente, sino que envías sondas, herramientas que sirvan para tocar la materia, la luz es una de ellas, puedes lanzar también átomos, iones, moléculas, electrones… Entonces al final mi trayectoria científica ha ido un poco por ahí, mandar distintas cosas para tocar y ver lo que ocurre. La luz es una de ellas. Yo empecé a trabajar con la luz cuando me fui a Estados Unidos. Hasta entonces había estado en San Sebastián y en Burdeos. En Berkeley tuve la suerte de estar trabajando con Michel van Hove en el Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley (para mí es una de la experiencias más maravillosas de mi vida), con la suerte de que al lado tenía un laboratorio sincrotrón, un acelerador de partículas que genera haces de luz de enorme intensidad.
Esta búsqueda de la luz te ha llevado como investigador desde la UPV hasta el CSIC y el DIPC, pasando por Burdeos y Berkeley. ¿Qué te aportaron las estancias posdoctorales en Francia y Estados Unidos?
No voy a decir que fuera imprescindible, pero en la carrera de cualquier científico conocer sitios distintos donde se hace investigación, y a ser posible en sistemas distintos, y en países distintos, es una riqueza enorme, porque si no uno siempre tiene la tendencia a quedarse en su pequeño caminito, en su pequeño entorno. Cambiar de sitio es exponerse a influencias distintas y es genial. En mi caso en particular el hecho de ir a Burdeos y trabajar con un científico de allí, Antoine Salin, que es un grande de la física atómica y molecular, me permitió aprender en dos años mucho más de lo que podría haber aprendido en veinte años con otra persona. Luego estuve en Berkeley, que es un entorno científico e intelectual impresionante, y son unos años que al final marcan, te hacen madurar intelectual y científicamente a pasos acelerados, además de personalmente.
¿Cómo te convenció Pedro Echenique para que dejaras Berkeley y te vinieras al recién creado DIPC?
Cuando él me contó lo que estaba intentando montar aquí le dije que estaba loco. Me parecía imposible, fundamentalmente porque las estructuras administrativas de los centros de investigación son habitualmente muy rígidas. El DIPC se proyectaba como un centro flexible, abierto y con un modo de funcionamiento muy distinto a todos los demás. Pedro es una persona capaz de convencerte de que un proyecto como este va a salir adelante, así que acepté y me convertí en el primer Fellow Gipuzkoa, un programa desarrollado por la Diputación guipuzcoana similar al Ramón y Cajal, pero previo en el tiempo. Además, las instituciones vascas han tenido una actitud encomiable, ha habido siempre un convencimiento, incluso en tiempos de crisis, de que la apuesta por la ciencia y la tecnología era muy importante para el desarrollo del País Vasco y esta visión estratégica es la que permitió que el proyecto cristalizara.
Los trámites burocráticos en el CSIC o en la propia universidad frenan mucho la investigación, ¿no?
Sí. Soy investigador del CSIC y estoy muy orgulloso de ello, sin embargo, tengo claro que muchos problemas de funcionamiento dentro del CSIC tienen relación con que los procedimientos administrativos son iguales a los del resto de Administraciones Públicas, y, claro, nosotros hacemos actividad científica, que no se puede asemejar a lo que uno hace en otros ministerios. Las estructuras no pueden ser las mismas. En ciencia «compites» de forma internacional con otra gente, con otros centros y con otros investigadores que no tienen esas limitaciones, entonces, claro, estás en inferioridad de condiciones. Es como si a un club de fútbol de élite le impusieran procedimientos de contratación de jugadores que llevaran engorrosos meses de tramitación y evaluación. Obviamente no podría competir por los fichajes en un mundo globalizado. Entiendo que todas las instituciones públicas deben garantizar la transparencia de su gestión, pero eso no debe ir en detrimento de la agilidad.
En la revista Investigación y Ciencia publicaron un artículo con los proyectos más relevantes sobre la doble desintegración beta con neutrinos y el autor, Martin Hirsch, investigador del IFIC, no mencionaba el más importante: NEXT, que se desarrolla en su propio centro. ¿Cómo se permite algo así en el CSIC?
No conozco personalmente el IFIC, pero sí creo que esa cultura fratricida que está implementada en muchos lugares de trabajo en España es una tradición que tiene su explicación histórica, con eso no digo que sea una excusa, y es verdad que en mucho tiempo ha habido muchos grupos y tampoco había muchos recursos, y la gente se pegaba codazos con los que estaban en el despacho de al lado para intentar acceder a unas pocas habas contadas. Por otra parte, por desgracia, en España no está tan extendida la idea de la lealtad a la propia institución y creo que es un error.
¿Crees que España, o al menos el País Vasco, ha mejorado en ese sentido?
Creo que sí ha mejorado mucho, pero no hemos conseguido erradicarlo del todo todavía. En nuestro entorno particular no tengo esa sensación. Aquí en el DIPC, el Centro de Física de Materiales y NanoGUNE estamos trabajando en ocasiones en temas similares y tenemos muy buenas relaciones entre los centros, como es normal, y para muchas cosas accedemos a los mismos recursos del Gobierno vasco. Y con otros centros de investigación que hay aquí en San Sebastián, como biomaGUNE o POLYMAT, tenemos también buenas relaciones.
¿Por qué hay tanto interés en los sistemas de tamaño nanométrico?
Cualquier cosa en ciencia tiene doble interés, por una parte tiene el interés de ser capaces de acceder a un mundo nuevo, porque llevamos veinte o veinticinco años trabajando en ello y, claro, descubrimos fenómenos que uno se da cuenta que aparecen en esa escala. El hecho de reducir los tamaños no hace que las propiedades se reduzcan de forma progresiva, sino que de repente salen propiedades nuevas, por ejemplo el oro. Todos nos hacemos joyas de oro porque es un material que es noble y no se oxida y, sin embargo, cuando vas haciendo oro cada vez más pequeño, llega un momento en que de repente deja de ser así y es muy activo químicamente y se puede utilizar al revés, para hacer como catalizador químico o cambiar de color. Con el oro, si vas haciendo bolitas de oro cada vez más pequeñas, de repente, ¡cambia de color! En ese sentido me parece preciosa la transición de lo que son las propiedades de un átomo a lo que son las propiedades de un sólido. ¿Cómo se convierte algo de ser una sola cosa, un solo átomo, a ser todo un material? ¿Cómo emergen propiedades nuevas? Y la segunda parte, la parte de la posible importancia tecnológica y económica que tiene que ver con lo nano. Es decir, las aplicaciones que pueden aparecer en medicina, en electrónica, las capacidades de computación, la miniaturización de los componentes, que va a llegar el momento en el que no se puedan hacer más pequeños, entonces hay que pensar en algo si queremos seguir creciendo en potencia de ordenadores. Y la nanociencia puede proporcionar paradigmas nuevos para avanzar en este campo.
Ahora se usa la luz para estudiar el interior de los átomos y variar las propiedades de las nanopartículas. ¿Qué avances tecnológicos nos esperan en este campo?
Como dijo Niels Bohr, es muy difícil predecir el futuro. En todo lo que tiene que ver con luz, lo más interesante ahora mismo es probablemente la combinación de nanos con metamateriales, el hecho de que uno combine distintas estructuras nanométricas y las ordene de forma muy distinta para crear materiales que tienen propiedades muy novedosas y muy sorprendentes. La fotoquímica y sus aplicaciones en nanomedicina es otro campo de enorme potencial. Los láseres pulsados que permiten el estudio de procesos físicos y químicos en la escala del attosegundo. O la puesta en funcionamiento de nuevas instalaciones de láseres de electrones libres. Hay muchas.
¿Se pueden predecir las propiedades de materiales artificiales basándose en cómo se planifica la construcción de moléculas?
Ese es uno de los grandes retos de la nanociencia y de la nanotecnología, y de hecho es lo que la hace especial. Lo que uno querría es diseñar previamente las propiedades, uno quiere propiedades de tal tipo, entonces qué materiales podemos crear para que tenga propiedades de este tipo; eso es lo más bonito de este campo. El típico ejemplo de Harry Potter y la capa de invisibilidad, materiales que uno diseña para conseguir que puedan ser invisibles, que la luz pueda rodearlos sin crear interferencias.
A nivel teórico sí que podéis ya producir nuevos materiales, pero a nivel práctico os encontráis que solamente podéis trabajar con cosas muy pequeñas…
Es una de las grandes dificultades, es decir, cuanto más pequeño es el sistema, cuanto menos átomos tiene, más fácil es describir sus propiedades, conforme se va haciendo más grande la descripción teórica es de menor precisión. La cantidad de investigación y actividad que hay en simulación, en la creación de nuevos métodos matemáticos, algoritmos que puedan implementarse para describir teóricamente con precisión sistemas cada vez más grandes, es enorme.
El método Monte Carlo, aunque se aplica en un montón de cosas, surge en física con la bomba nuclear. ¿En qué consiste?
Hay dos partes, está la parte de Monte Carlo clásica, que se aplica a seguros de coches, son métodos para hacer estadísticas, es decir, intentar crear muestras lo más representativas posible de algo, de un suceso que tú quieres estudiar para poder hacer estadísticas fiables, lo que pasa es que luego ese método se puede aplicar también en el mundo cuántico, entonces en ese mundo cuántico al final lo que haces es aplicar las ideas similares en la física cuántica y al final no deja de ser un método matemático para resolver integrales de muchas variables de forma más eficaz. El gran atractivo del método Monte Carlo es que ofrece una herramienta distinta para resolver numéricamente problemas de muchos cuerpos, una de las dificultades más habituales en la mecánica cuántica.
En tu introducción al método Monte Carlo en cuántica intentas explicarlo con ejemplos sencillos y al final acabas hablando con lenguaje científico, no hay manera, ¿no?
Es verdad, pero de eso no me siento especialmente orgulloso. Yo creo que uno debería ser capaz de explicar las cosas que tienen que ver con ciencia de forma más accesible. Lo que es verdad es que no puedes explicar todo porque en muchos casos la ciencia se expresa a través del lenguaje de la matemática y puede hacer falta un conocimiento mínimo de ese lenguaje, pero creo que por parte de los investigadores falta mucho esfuerzo para intentar explicar las cosas más sencillamente.
¿Qué tiene que ver un casino de juego con la mecánica cuántica?
Los investigadores damos nombres bonitos y llamativos a las cosas para llamar la atención, al final el método Monte Carlo cuántico es un método numérico para resolver integrales, y lo que hacemos es un muestreo optimizado del espacio físico para, por ejemplo, obtener funciones de onda y las propiedades electrónicas de un determinado sistema. ¿Qué tiene que ver eso con un casino? Pues no lo sé [risas]. La conexión última viene, en el fondo, del cálculo de probabilidades: igual que en un casino un jugador puede calcular las probabilidades de que salga una determinada carta o de que aparezca un número y no otro en la ruleta, la función de onda de la mecánica cuántica, que es lo que calculamos con el Monte Carlo cuántico, contiene información sobre la probabilidad de que una partícula esté en un lugar determinado del espacio y no en otro.
Háblanos de la dimensión comunicadora del científico.
En el DIPC damos mucha importancia a la comunicación y las razones para hacer comunicación son muchas: por responsabilidad, ya que nuestra actividad se financia en gran medida con dinero público y debemos por tanto explicar su destino. También porque las personas que disfrutamos haciendo ciencia queremos compartir nuestro trabajo y nuestros descubrimientos. Otra razón adicional es que queremos contribuir a construir una sociedad científicamente culta, consideramos que así es más libre y está mejor preparada para tomar decisiones sobre su futuro. Por otro lado está la comunicación del investigador a su propia comunidad científica: es importante explicar bien tu trabajo. Al final el trabajo que tú haces, lo presentas delante de tus compañeros y lo que quieres es que te lo aprecien, que te lo juzguen, que tenga relevancia, que la gente, si le gusta, lo considere como una referencia; para eso hace falta explicarlo bien, hasta «venderlo».
Hace poco se falló vuestro concurso juvenil de cómics Nanokomik. ¿Cómo ha sido la experiencia?
Fantástica. El mérito fundamental es del departamento de comunicación del DIPC, de Amaia Arregi, de Nora González y de Itziar Otegi, del CIC nanoGUNE, que también participa en el proyecto. Nanokomik ha sido un éxito, los chavales menores de dieciocho años han participado en la creación del proyecto, hicimos talleres, creamos personajes y cada uno de esos personajes tenía que tener un nanopoder. El objetivo era hacer un cómic colaborativo, que ya está a punto de ser publicado y que recomiendo vivamente. Y el proyecto tendrá continuidad en este año entrante.
En la famosa novela de Isaac Asimov Viaje alucinante cinco personas son miniaturizadas e introducidas en el torrente sanguíneo para viajar hasta el cerebro de un científico con el fin de acabar con una trombosis que le puede matar. ¿A cuánto estamos de encargar dicha misión a los nanorrobots?
Yo creo que ya se hace [risas]. Como metáfora es genial y en parte ya se está haciendo. Lo que ahora se utilizan son nanopartículas que se introducen en el cuerpo y que sirven, por una parte, para hacer diagnosis y, por otra, tratamientos. Por ejemplo, meten las nanopartículas en el cuerpo y luego les enchufan un láser que calienta solo esa parte, entonces, si eres capaz de dirigir la nanopartícula funcionalizada a una célula tumoral, la fríes. Esas cosas ya se están haciendo, aunque quedan muchas cosas por entender, porque cuando enchufas el láser tienes que ser capaz de que el láser no queme todos los tejidos que están alrededor, hasta ahora sí se puede hacer con células de piel, pero no si están mucho más en el interior. Los nanorrobots ya están en marcha.
La nanociencia es solo una de las áreas de investigación del DIPC, explícanos un poco más qué cosas se hacen en vuestro centro de investigación.
Nosotros definimos hasta seis líneas de investigación de forma muy general, son como un marco que utilizamos para describir lo que hacemos. Una primera, que tiene que ver con fisicoquímica / químicofísica, que es sobre todo superficies, nanoestructuras de superficies tanto teórica como experimentalmente en colaboración con el CFM. Una segunda, que es polímeros y materia blanda, hay un grupo histórico de donde surgió también el DIPC, dirigido por Juan Colmenero, que es muy fuerte en polímeros. Una tercera es fotónica y plasmónica, que es uno de los campos de investigación más activos ahora mismo. Una cuarta es propiedades electrónicas de nanoestructuras, que es lo que tiene que ver con materiales como grafeno, aislantes topológicos y similares. Ahora está en el DIPC de visitante por ejemplo Paco Guinea, uno de los mejores físicos de materia condensada del mundo. También hay gente trabajando en superconductividad. Una quinta línea de investigación es de química cuántica, son científicos, algunos de la Universidad del País Vasco, que se dedican sobre todo a hacer descripciones muy precisas de sistemas muy pequeños, de moléculas y de agregados de varios átomos. Y una sexta, que es la línea más reciente, en la que hacemos investigación en el ámbito de la óptica cuántica y computación cuántica. El inicio de esto tiene que ver con Ikerbasque, un programa que tiene el Gobierno vasco que es fantástico con el objetivo de atraer talento científico y que nos ha permitido crear una línea de investigación liderada por Geza Giedke, antiguo integrante del grupo de Juan Ignacio Cirac, en colaboración con él.
Hace poco uno de vuestros investigadores, Dimas G. de Oteyza, recibió una ERC Starting Grant. ¿De qué trata su proyecto, Surfink?
Es un proyecto precioso. Dimas estuvo en Berkeley durante bastante tiempo, además de en Japón, allí ha trabajado mucho con microscopios de barrido, como el microscopio túnel o el microscopio de fuerza atómica, y lo que ellos están intentando es utilizar eso para poder ver reacciones químicas en la superficie a tiempo real. Tienen un trabajo muy bonito de hace dos o tres años, que es cómo los átomos están primero en una posición, luego en otra posición y cómo llegan al producto final y lo van viendo. Para estos experimentos se utiliza el microscopio de fuerza atómica. Funciona con una punta atómica, que se va moviendo, barriendo por ejemplo una superficie, y al pasar por encima de los átomos da pequeños saltos que se pueden medir, entonces, el ser capaz de medir ese salto es alucinante y puedes ver al final todo lo que tienes en la superficie.
¿Se ha quedado el grafeno en la eterna promesa? ¿Para cuándo esperamos productos reales y competitivos basados en grafeno?
El grafeno es un material muy bonito, espectacular desde el punto de vista de la investigación fundamental pues hay muchísimas cosas que son muy interesantes. ¿Que se puedan utilizar en aplicaciones tecnológicas? Yo creo que sí y que vamos a ver además bastantes en los próximos diez años. ¿Que esas sean tantas como en algunos momentos parecía? Pues no lo sé, siempre hay un riesgo al generar demasiadas expectativas sobre algo. La investigación científica lleva tiempo y casi siempre es ajena a las prisas del mercado. La transferencia tecnológica es complicada. A pesar de esto, creo que va a haber muchos productos, no solo de grafeno, sino de otros materiales relativamente parecidos al grafeno, como los bidimensionales, tridimensionales o aislantes topológicos.
Con toda esta investigación que hacéis, ¿cómo es posible que haya una empresa —Graphenano— montada por dos personas que no son científicos, que dicen tener una batería «mágica» cuatro veces mayor que la de Tesla? A los investigadores que estáis ahí todos los días, cuando salen esas cosas, ¿no afectan negativamente a vuestro trabajo?
Me resulta muy sorprendente, me gustaría conocer más los detalles para poder hacer una valoración adecuada, pero es verdad que la presentación de resultados muy espectaculares sin la suficiente base científica hace muchísimo daño a la ciencia.
Ion Errea, otro de los investigadores del DIPC, publicó recientemente en Nature sobre el comportamiento cuántico del hidrógeno a presiones altas; ¿por qué es necesario explicar este proceso para entender la superconductividad?
Ion es un magnífico científico que hizo la tesis aquí y luego estuvo en París desarrollando una línea de investigación con Francesco Mauri, en un grupo de investigación muy bueno, y después se ha reincorporado, primero al DIPC y después a la Universidad del País Vasco. Ese expertise que nosotros no teníamos. Este trabajo lo que hace es dar una explicación teórica a unas medidas que son recientes y que son bastante espectaculares, porque la superconductividad es un fenómeno que se conoce hace un montón de tiempo, pero que nunca se ha sido capaz de llevar a término, fundamentalmente por una cuestión práctica. La superconductividad permite la conducción eléctrica sin resistencia, lo que posibilita, entre otras cosas, que no haya pérdidas de energía. Sin embargo, hay un problema y es que esta superconductividad solo se da a temperaturas extremadamente bajas. Entonces hubo unas medidas recientes en las que mostraban superconductividad a temperaturas mucho más altas de las que hasta ahora había habido, y es en el material que estudia Ion (un compuesto de azufre), pero no se entendía por qué. Entonces Ion lo que hizo fue aplicar lo que había aprendido en París para ver que al final tenía que ver con la disposición atómica de los átomos en el material cuando está sometido a altas presiones, en las que la naturaleza cuántica de los átomos de hidrógeno juega un papel importante y las vibraciones del material, origen de la temperatura, presentan efectos exóticos. Es una medida espectacular ser capaz de dar esa explicación rápida en muy poco tiempo, es un trabajo muy bonito.
Ahora lo que pasa es que consigues la superconductividad a temperatura ambiente, pero tienes que meter una presión brutal, ¿no? A nivel teórico, ¿se entiende perfectamente la superconductividad y por eso tenemos estos problemas?
Creo que se entiende bastante. Yo no soy un experto en superconductividad, pero creo que los fundamentos de la superconductividad se entienden bastante desde hace décadas. Lo que no se ha podido encontrar son las condiciones adecuadas para que esa superconductividad transcurra también a temperaturas distintas. Uno de los factores que influye es la distribución espacial de los átomos en el material, y esto abre una nueva puerta porque si le metemos una presión brutal igual sí se puede conseguir, y habrá que ver si es una cosa muy específica o muy particular de ese material o resulta que es extensible a otros materiales. Y de repente abres un campo completamente nuevo y dices «si cogemos otros materiales completamente nuevos y los comprimimos, resulta que sí».
El año pasado la Nasa y Google compraron el D-Wave 2, el famoso ordenador cuántico, sin embargo no está claro que su rendimiento sea superior a un ordenador convencional. ¿Qué es y para qué sirve la computación cuántica?
Lo que está claro es lo que decía antes: los útiles que tenemos ahora mismo en computación están basados en propiedades del estado sólido, es decir que funcionan cuando tú tienes un sólido. Cuando uno va reduciendo el tamaño de un sistema llega un momento en que de repente las propiedades empiezan a ser distintas, entonces, no se sabe cuándo va a llegar ese momento, no está claro, pero llegará un momento en que no podremos hacer más pequeñas las cosas y no podremos hacer ordenadores más potentes basados en la arquitectura actual. Otra discusión es saber si eso es o no necesario, pero bueno, lo que hay que hacer es buscar alternativas tanto a los sistemas de computación convencionales como a las propias formas de computación. Nuestra forma de computar hasta ahora es mediante un sistema binario formado de 0 y 1, y a partir de 0 y 1 lo que hacemos es cualquier operación computacional. La computación cuántica se basa en construir sistemas muy pequeños, en la escala atómica, cuyas propiedades sean puramente cuánticas, y por otra parte también en cambiar el paradigma de computación, es decir, utilizar esas propiedades de la mecánica cuántica para cambiar la forma que tenemos de computar. Una de las propiedades de la física cuántica es que uno puede preparar sistemas en los que no sean 0 o 1, sino que sea una combinación de los dos, entonces preparar una combinación de 0 y 1 te puede permitir con un sistema pequeñito tener muchísimas respuestas que no son solamente 0 y 1, sino que son una combinación de ellas o, dependiendo de lo que tú le des como estímulo, que te dé 0 o que te dé 1. Eso puede incrementar exponencialmente las capacidades de cómputo, con lo cual ya existe el ordenador cuántico, pero hay que desarrollar el software con algoritmos que cambien la complejidad porque si le aplicas algoritmos normales a la computación cuántica al final el resultado no es mejor. La investigación en computación cuántica tiene esa doble faceta, por una parte investigar los sistemas, o sea el hardware, y por otra parte todo lo que tiene que ver con los algoritmos y la forma de computar.
Antes hablabas de que existe un problema a la hora de predecir las propiedades físicas de los materiales con muchos átomos, ¿esta computación cuántica serviría precisamente para eso?
Entre otras cosas, sí. Hay una parte un poco más técnica que tiene que ver con la computación cuántica, que, además de todas las posibilidades que tiene en la computación a la que estamos habituados nosotros normalmente —lo que hacemos nosotros en general como sociedad dentro de lo que es el campo científico—, también hay mucha gente que está muy interesada en computación cuántica precisamente para utilizarla en la simulación de sistemas cuánticos, y eso es un campo también superatractivo y muy bonito.
Cuéntanos de qué se habló en el evento «Nanotechnology meets Quantum Information» que se celebró este verano en San Sebastián organizado entre otros por Cirac.
Todo lo que tiene que ver con Quantum Information ha estado muy basado en física atómica y molecular, en sistemas finitos de ambos, o en algunos casos de dos o tres átomos en moléculas, pero el paso natural siguiente, por muchas razones —y que además hace la transición de esos sistemas a sistemas un poco más grandes de tamaño nano—, es darse cuenta de que el sistema de tamaño nano se puede utilizar como ladrillos para poder construir esa computación cuántica, entonces la idea de esta escuela es precisamente poner en contacto a gente que viene del mundo de la computación cuántica y a gente que viene del mundo nano para hablar y para ver qué tipo de conexiones se pueden encontrar.
Este evento forma parte de las DIPC Schools, háblanos de este proyecto…
En el DIPC tenemos un programa muy fuerte de conferencias y talleres desde hace muchos años, y en ellos lo que hacemos es que científicos importantes en el área presenten los últimos resultados de campos muy distintos, pero hace dos o tres años nos planteamos que, además de eso, queríamos hacer una iniciativa nueva dedicada sobre todo a estudiantes, investigadores jóvenes y a gente que estuviera iniciándose en un campo y que fueran campos muy importantes. Lo que queríamos era proponer un formato con el que atrajéramos a gente que es muy buena en su campo y que sea capaz de dar charlas un poco más pedagógicas, introductorias para ese determinado campo. Empezamos hace tres años y ya hemos hecho cuatro o cinco hasta ahora, y este año hemos tenido tres y las tres han sido muy bonitas. La primera ha sido con Ignacio Cirac como uno de los organizadores. Hemos tenido otra a final de septiembre y uno de los impulsores y participantes fue Martin Karplus, que fue Premio Nobel de Química. Además, lo que se hace es organizar una escuela en la que los que la gestionan son los discípulos de Karplus, que han seguido con gran parte de la investigación que hace él y es otro ejemplo de escuelas de este tipo. Y tenemos una tercera que han organizado Dario Bercioux y Maia G. Vergniory sobre materiales topológicos, precisamente el tema del Premio Nobel de Física de este año, sobre los que también tuvimos una conferencia este verano, coordinada por Vitaly Golovach. Nuestra idea es tener cada año dos o tres escuelas.
En abril, cuando el presidente de Canadá, Justin Trudeau, visitaba un centro avanzado de física, un periodista le preguntó en broma si sabía lo que era la computación cuántica y el presidente dio una respuesta bastante acertada. ¿Qué crees que hubiera pasado si esa pregunta se la hubieran hecho a Rajoy o Sánchez?
No lo vi. Yo creo que, por desgracia, históricamente nuestra tradición científica es menor que la que tienen otros países. En países europeos como Francia, Alemania, Gran Bretaña… o en Estados Unidos, es verdad que nadie se cuestiona en ningún momento cuál es el papel de la ciencia y la tecnología en la sociedad, sin embargo, eso no pasa en España por esa falta de tradición científica que hemos tenido durante muchas décadas. Eso también se traduce en que algunos de nuestros dirigentes políticos, a los que no culpo por ello, tampoco tienen tan presente el papel de la ciencia y la tecnología y en muchos casos no es una de sus primeras prioridades. Creo y espero que, afortunadamente, eso va a ir cambiando progresivamente con el tiempo, como en otras muchas cosas en las que hemos convergido, en parámetros económicos y sociales, con muchos de los países de nuestro entorno.
¿Cuánto se preocupa la política de la ciencia en España?
Yo creo que la preocupación es un poco irregular dependiendo de muchas cosas. Lo que más conozco, porque es donde he desarrollado mi labor de gestión, es la parte que tiene que ver con el País Vasco. En el caso del País Vasco creo que ha habido un convencimiento de lo que es el desarrollo científico y técnico, y es fundamental no solamente desde el punto de vista económico, sino también social. En lo que tiene que ver con el Gobierno español, creo que ha habido altibajos, en muchos casos muy comprensibles por la situación económica. Creo que instituciones que son muy sólidas científicamente y con una gran trayectoria, con muchos de los mejores científicos que hay en España, como puede ser por ejemplo el CSIC, son instituciones por las que se debe apostar, no solamente desde el punto de vista económico, sino además creando las condiciones para que su funcionamiento sea mucho más flexible y mucho más operativo. Y además es fundamental la continuidad en las políticas, el largo plazo.
Se habla mucho de la pérdida que supone que los investigadores españoles se vayan al extranjero, ¿no es necesario precisamente que los postdoc viajen a otros países para mejorar su formación?
Sí, lo tengo claro. Lo de la fuga de cerebros hay que tratarlo con mucho cuidado, me parece muy beneficioso y muy importante que la gente se vaya fuera, y de hecho la ciencia es así. Uno trabaja hoy aquí pero mañana puede trabajar en otro sitio, y eso es muy bueno. Lo que a mí me preocupa es que el flujo de la gente que se vaya y la gente que viene sea negativo, ese es el gran problema. Y sobre todo que haya gente que sea muy buena, y que quiera venir y quiera trabajar aquí, y que no encuentre esas condiciones. Por desgracia, ahora mismo hay una generación, que está ahora en la treintena, muy buena y muy bien formada, a los que les apetece por razones personales y profesionales regresar a España y que no están encontrando las oportunidades adecuadas para eso. Esto me produce mucha tristeza, porque es una generación que podemos perder. Más que la fuga de cerebros lo que importa es que el flujo de cerebros no sea negativo.
De los fondos para investigación que subvenciona el ERC el país que más recibe es el Reino Unido. ¿Cómo crees que afectará el brexit a la investigación?
Esa es una muy buena pregunta. La respuesta directa y sin entrar en muchos matices es que es muy posible que el resto de países se beneficien particularmente, en la parte científica, de esa salida; es decir, que los fondos que estaba recibiendo el Reino Unido se redistribuyan. Aunque no todo, porque también hay una pérdida de contribución por parte del Reino Unido. En cualquier caso me da muchísima pena que un país como el Reino Unido se salga del club, y sobre todo en el ámbito científico, en el que al final la ciencia es internacional y tenemos relaciones entre científicos independientemente de cuál sea su país o el centro de investigación. El brexit no se va a notar mucho desde el punto de vista de la colaboración porque nosotros seguimos manteniendo colaboraciones con Inglaterra y Escocia a nivel internacional y los visitantes que tenemos aquí seguirán viniendo. ¿Igual tenemos menos fondos para hacer eso? Pues no lo sé.
El DIPC es una fundación público-privada, que sin embargo se dedica en gran medida a la ciencia básica. ¿Cómo han conseguido financiación privada en un país cuyo capital privado ni siquiera financia la investigación aplicada?
Es una fundación público-privada en la que participan instituciones públicas (Gobierno Vasco, Diputación de Guipúzcoa, Ayuntamiento de San Sebastián y Universidad del País Vasco) y además participan empresas privadas, como Telefónica, CAF, Kutxa y EDP-Naturgas. Yo creo que la participación de esas empresas privadas es admirable y la verdad es que es una de esas cosas a las que se le ha dado poca visibilidad porque no es que los resultados de nuestra investigación sean directamente aplicables a sus líneas de negocio. Lo que hacen es una forma de mostrar su responsabilidad social y creo que son conscientes de que al final las empresas se desarrollan mejor en una sociedad de excelencia. Es decir, si intentamos hacer las cosas muy bien y los centros de investigación y la universidad que tenemos van muy bien, pues eso es bueno para todos. Por otra parte, yo creo que para su imagen corporativa puede ser beneficioso estar asociados a un centro de investigación en el que intentamos hacer las cosas bien, y por eso yo me siento especialmente orgulloso de que sigan manteniendo su apoyo.
¿Cree que la fórmula público-privada del DIPC podría aplicarse a otros centros de excelencia en España?
Yo creo que sí debería poder aplicarse. No hay una tradición de mecenazgo ni por parte de personas ni por parte de entidades en general y creo que está relacionado con la falta de tradición científica. Por ejemplo, las entidades bancarias pueden hacer un fórum de exposiciones de arte, pero no es tan común que realicen apoyos de ese tipo a instituciones científicas. Una anécdota que tenemos en el DIPC es que hubo una herencia de una antigua profesora de colegio que murió sin descendencia directa y decidió dejar su herencia (un piso) al DIPC. Hace un par de semanas Elena Cattaneo —que ha venido en septiembre para el Passion For Knowledge—, que es una investigadora italiana que a su vez es senadora vitalicia en Italia (en Italia hacen senadores vitalicios a gente relevante en el mundo de la cultura y en particular de la ciencia), también recibió una herencia de una persona que además no conocía. Le dejó varios cientos de miles de euros, simplemente para que los dedicara a la investigación. Son casos muy puntuales en Europa. Además de estos casos de mecenazgo personal, es una pena que no se desarrollen más iniciativas de colaboración público-privada, porque es un esquema fantástico para el desarrollo de proyectos en muchos ámbitos, incluido el científico.
La investigación puntera en España, ¿acabará haciéndose solo en Cataluña, el País Vasco y algunos centros selectos en el resto del país?
Creo que sí se hará en centros selectos, pero no solo en el País Vasco y Cataluña; hay centros muy buenos en otras ciudades. El problema que tenemos es que hay grupos de investigación excelentes donde se hace investigación al más alto nivel, pero son singularidades. Mientras no cambien las formas administrativas de funcionamiento de las grandes instituciones, serán los organismos flexibles los que se lleven el gato al agua.
¿Qué futuro imagina para el DIPC?
El DIPC es un proyecto precioso, ilusionante. Es un proyecto que ha sido dirigido y diseñado fundamentalmente por Pedro Echenique, que es el que puso su fuerza impulsora durante todos estos años. Creo que cuando empezó en el año 2000 nadie, ni el mismo Pedro, se imaginaba cuál iba a ser el desarrollo del DIPC, y mirando estos quince años hacia atrás yo creo que es para sentirse muy orgulloso y muy contento de lo que se ha hecho. Es verdad que el reto ahora es intentar construir sobre esos cimientos, continuar toda esa trayectoria de excelencia basándonos en los mismos perfiles que tenemos desde el principio, que es contar con buenas personas y buenos investigadores, y cuando digo buenas personas no me refiero solamente a sus capacidades intelectuales, sino además a gente que sea capaz de trabajar en equipo, de tener solidaridad con el grupo, que sea capaz de impulsar y mejorar a los que están a su alrededor, y desde esa base de personas en las que uno pone esa confianza, casi infinita, luego dejarles la necesaria libertad y confianza para que ellos trabajen en las líneas de investigación que a ellos les gustan y que les apasionan, y así funcionan muchísimo mejor. Esa base de filosofía de personas y de hacer las cosas bien es fundamental para el futuro. Es la misma filosofía que desarrolla por ejemplo la Sociedad Max Planck en Alemania. Y estas bases son las que nos permiten ser muy ambiciosos para el futuro. En los próximos años pretendemos dar un salto cualitativo en la concepción y funcionamiento del DIPC.
Para terminar, recomiéndanos un libro sobre ciencia que te guste especialmente.
Hay tres libros que me vienen ahora mismo a la cabeza. A mí me gusta mucho Consilience de Edward Wilson, me gusta también La estructura de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn y Las dos culturas de Charles Percy Snow. Pero no puedo evitar citar también a Baroja y El árbol de la ciencia, aunque no sea un libro estrictamente sobre ciencia o no solamente sobre ciencia, porque, como decía un buen amigo mío, siempre hay que volver a Baroja.
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Demasiado técnico para seres vulgares, como yo.