Música

Pearl Jam rompe la barrera del sonido sobre la ciudad esmeralda

Pearl Jam, 1990. Imagen cortesía de trendom.co
Pearl Jam, 1990. Imagen cortesía de trendom.co

En la sala de espera de la consulta de mi dentista oigo lo que parecen las percusiones del inicio de «Once», la primera canción del LP de debut de la banda de rock estadounidense Pearl Jam. Levanto la cabeza del manoseado ¡Hola! que he cogido del revistero y aguzo el oído. Busco miradas cómplices, pero no hay nadie más en la salita con las paredes al gotelé que un día debieron de ser blancas y hoy están amarillentas y tienen pintadas de bolígrafo, seguramente hechas por un niño aburrido de rodillas sobre el sillón plastificado que podría haber salido del despacho de Don Draper, y están decoradas solo por dos cuadros pequeños, ridículos, situados muy juntos en comparación con todo el resto de espacio de pared libre, que representan la ribera de un río en medio de un bosque con dos figuras humanas quizá demasiado alargadas y un sendero ondulante que termina en una granja que podría haber descrito Turguénev en sus memorias de cazador, respectivamente.

El sonido se hace nítido. La canción es, ya sin duda, «Once» y no la melodía insulsa o vagamente conocida que uno puede esperar de fondo en la consulta de un médico. Han pasado veinticinco años. Lo sé porque acabo de mirar en Google la fecha exacta de estreno de Ten, lleno de curiosidad por el paso del tiempo y por el olvidado efecto de aquella música sobre mi circunstancial soledad y sobre todos esos objetos que me rodean por los que hubiera esperado escuchar más bien una versión de los Righteous Brothers que a la banda más inexplicablemente elegante de principios de los noventa.

Ahora, en medio de la sala oscurecida por la débil luz del ocaso que penetra a través de la ventana de lo que parece ser un patio vecinal típico, con sus cuerdas de tender y su casi siempre nada presentable intimidad, me acuerdo de aquel verano del 92 y del número de la revista Melody Maker que un amigo había traído de Inglaterra con impactantes fotografías de lo nuevo y revolucionario de U2 y su Zoo Television, donde Bono, completamente electrificado, se había teñido el pelo de negro, vestía de lamé dorado con grandes gafas oscuras y jugaba a tener alter egos. En los primeros puestos de las listas americanas de MM refulgía, casi como el interior del maletín que abre John Travolta en Pulp Fiction (y después de que Samuel L. Jackson pruebe un bocado de hamburguesa de la Gran Hamburguesa Kahuna, tome un poco de refresco y recite el pasaje de la Biblia Ezequiel, 25:17, antes de vaciar su cargador), un nombre desconocido y apetitoso: Pearl Jam, que en realidad nada tiene que ver con la mermelada.

«Jeremy» se dispara en la MTV casi cada hora en medio de su clase del instituto mientras Eddie Vedder, el cantante del grupo, grita de rabia en un plató oscuro con una voz tan poderosa y tan clara, una voz con la profundidad del abismo de una central nuclear, y una melena de niña de uniforme con falda corta y calcetines altos que la high school parece el único lugar donde cualquier adolescente (y hasta cualquier adulto) quiere estar. Eso es aquel verano y luego es el otoño y el invierno tras los que Eddie Vedder, a pesar de ir siempre con pantalones cortos y calcetines blancos y botas de militar (una suerte de revisitada estética de Angus Young, de AC/DC, pero con aire de ducha fresca), se ha convertido en un símbolo sexual tan incomprensible para los hombres como fascinante para las mujeres, un poco al modo en que se preguntaba David Foster Wallace el porqué del atractivo de André Agassi.

Eddie Vedder surfea y canta y toca la guitarra y la armónica en San Diego (lo escribían en aquel número de Melody Maker) cuando Jack Irons, el batería original de los Tony Flow and the Miraculously Majestic Masters of Mayhem, mundialmente conocidos poco después como Red Hot Chili Peppers, le envía la música de unos temas grabados por una nueva banda de Seattle salida de los restos de Green River y de la nasciturus Mother Love Bone. MLB ha quedado huérfana de voz antes de empezar debido a la muerte por sobredosis de su cantante Andrew Wood. La banda en gestación, el feto del que solo se puede ver de momento en la ecografía a Jeff Ament y Stone Gossard, tiene el nombre de Mookie Blaylock en honor del jugador de la NBA, base de los Nets y prodigio defensivo y baloncestista favorito del bajista y del guitarrista, quienes poco después reciben de vuelta en Seattle las canciones con la letra y la voz de Eddie.

A Vedder lo llaman inmediatamente para una audición, y cuando llega a los London Bridge Studios allí están ellos y Chris Cornell, el tío más popular del instituto grungeniano, el tenor de Soundgarden, grabando un álbum de homenaje a Wood bajo el bonito nombre de Temple of the Dog. Vedder llega y se une y hace los coros e incluso canta una canción, «Hunger strike», a dúo con Cornell, quien queda maravillado, como todos, con el nuevo. Es como si Eddie Vedder hubiera salido del ataúd aquel de Érase una vez en América cuando van a buscar a Robert de Niro a la puerta de la cárcel, solo que en realidad es la niña bailarina a la que este espiaba por un agujero del baño en el bar de Moe en un Lower East Side imaginario de la Ciudad Esmeralda. La grabación de Ten empieza allí mismo. A Epic Records no le gusta el nombre de «Mookie Blaylock» (llamarán al disco Ten por el número de la camiseta de Mookie) y deciden renombrarse «Pearl» porque era uno de los nombres barajados en un principio, a lo que le añaden «jam» después de escuchar las improvisaciones (jams) en un concierto de Neil Young, el abuelo espiritual y adorado por esa creciente «masa» de jóvenes rockeros.

Ha entrado una señora en la sala que podría ser una señora que pasa cinco horas con Mario y que me da las buenas tardes antes de sentarse en la silla de enfrente emitiendo un quejido absolutamente costumbrista. Lleva zapatos de tacón veinticuatro horas (aunque no lo parecen), un bolso de cuero negro con correa de cadena dorada y un broche con una mariposa en la solapa izquierda de su chaqueta de lana verdosa. La patilla de sus gafas hace una curiosa maraña, como de encaje, en su unión con el cristal. Eddie Vedder dice (grita) que una vez pudo controlarse y algo de que tiene un arma y una bomba que no puede quitarse de la cabeza. «Once» termina y uno no espera seguir escuchando a Pearl Jam justo cuando comienza «Even Flow». Estoy pensando en que quizá el dentista lleve pantalones cortos y calcetines bajo su bata blanca. A la señora no parece afectarle nada de lo que allí está sucediendo. Esas letras juveniles que hablan de suicidios y de depresiones, de colegiales de generación X, en realidad me dan cierta pereza. Pero la música es excitante. El rock duro y el desencanto que sale como de la tierra (puede que solo fuera serrín) que llevan encima esos zombis adolescentes. El grito airado y sin embargo escéptico, casi nihilista. Recuerdo esos conciertos llenos de jóvenes prototípicos de ser poseedores de rifles y de tener planeada una matanza en el instituto el día siguiente mientras asaltan el escenario, agitan la melena femenina, colegial, y se lanzan con sus camisas de cuadros abiertas como alas sobre el público. Es una suerte de nueva androginia que nada tiene que ver con ella. Algunos medios acusan a Pearl Jam de poner de moda el asesinato indiscriminado, pero en realidad es todo lo contrario. Es el mismo IRA grungenizado del que en su día hacían partidarios a U2. El mismísimo lenguaje de la alienación.

No se han fijado, o sí, en que Eddie Vedder pone los ojos en blanco y aprieta los dientes cuando canta. En esos conciertos están los jóvenes de la América olvidada, pero también los jóvenes felices (que ahora no lo parecen tanto) de la América de las series de televisión de los ochenta. Pearl Jam se infiltra por todas partes con una lentitud histérica. La señora de la consulta mueve los dedos sobre el bolso colocado sobre sus rodillas espontáneamente. No creo que esté atendiendo a las reflexiones subjetivas de Eddie después de escuchar las conversaciones de un grupo de vagabundos al otro lado de la ventana. Es una tradición que Eddie escale en los conciertos mientras interpreta esta canción. En realidad lo que quiere es lanzarse. Sobre el suelo, sobre el público. Eddie sube y se lanza y allí abajo la gente asiste al espectáculo hipnotizada. Eddie se despeña físicamente, salta y se retuerce y mueve la cabeza como una honda (como Anthony Kiedis, de los Red Hot Chili Peppers), que es todo lo contrario a cómo se despeña Kurt Cobain, el líder de Nirvana (y autor de Nevermind, el LP publicado tan solo un mes después de Ten), desgañitado en su íntima tortura con su voz quebradiza sobre un estatismo que solo se conmueve si es para romper la guitarra a golpes.

El sufrimiento poético de Kurt le hace protagonista de las letras de Eddie. Por eso quizá dice que Pearl Jam son unos vendidos. No le gustan sus riffs de guitarra, sus solos sostenidos de sube y baja. Los tacha de comerciales y advenedizos. Pero Kurt es el protagonista de «Once», o de «Jeremy» (sobre todo lo será de «Jeremy») de una forma mucho menos rotunda a como resuena en el inacabable caudal de Vedder. Pearl Jam parece un vergel y Nirvana un páramo en el que, sorprendentemente, se pueden oír de fondo las alegres melodías de los Bay City Rollers. Nevermind es el favorito de la crítica y del público. Cobain ha atrapado el punk y el pop, y el sonido de R.E.M. y de Pixies en una suerte de cubismo que da voz a una generación que se agita y explota. Lo alternativo ahora es un fenómeno de masas. Nadie después ha imitado o ha podido imitar a Nirvana. Es Ten el modelo que tratan de copiar posteriormente decenas de grupos. Nevermind es el éxito extraordinario y Ten una especie de oscuridad emocionante, conectada como un altavoz al punto G de una juventud hasta entonces silenciada, y que va creciendo: la sombra que se eleva poco a poco por detrás de la frescura del bebé en el agua en busca del dólar.

Ten es difícil. Recuerdo que solo algunos instantes de sus canciones me atrapan. El resto incluso me disgusta, al menos al principio, porque no huelen tanto a espíritu adolescente. Es el miedo a la oscuridad que el niño ha de superar. Y no era para tanto. Ten es fantástico y la señora de la sala de espera está tan tranquila. Y también el niño acompañado de su madre que acaba de llegar. El niño se sienta en cuclillas sobre el sillón del despacho de Don Draper. Es un niño de unos ocho años, demasiado joven para ser uno de esos otros niños a los que la sangre de «Jeremy» salpica. El niño me mira fijamente mientras suena «Alive», y «Alive» habla de un incesto, el incesto entre una madre y un hijo que tiene un gran parecido con su padre biológico. Aquello es un escándalo y nadie se da cuenta. Pienso que debo de ser una montaña para ese niño y que por eso me mira como miran los adolescentes a Eddie desde el foso. Yo pensaba que una montaña era lo que podía parecerle Ten a Kurt Cobain. Algo nuevo y mejorado, y enorme e indescifrable y peligroso y auténtico, pero en realidad Kurt Cobain es de una manera tan excesiva el «rey del grunge», el joven de Seattle que alcanza la luna, que es difícil que se sienta amenazado por nada ni nadie salvo por sí mismo.

El éxito de Nevermind es tan grande e imprevisto que la numerosa comunidad musical de la ciudad se ve literalmente aplastada. Guy Picciotto, el líder de Fugazi, asegura que es como si su disco hubiera sido el meado de un vagabundo en el bosque. De los primeros rockeros del cogollo seattleniano solo resiste al principio Soundgarden (como resistían aquellos pilotos de la base de Muroc de los que hablaba Tom Wolfe, con Chuck Yeager a la cabeza, que o rompían la barrera del sonido uno tras otro o se rompían la crisma a bordo de sus cohetes sobre el desierto de Mojave) mientras se mantiene a flote Alice in Chains y Pearl Jam surca la escena como un futuro trasatlántico que no corre ningún peligro real de hundimiento.

Yo pensaba que el onírico efecto de sombra amenazante de Pearl Jam sobre Nirvana era el motivo de la animadversión de Kurt Cobain, que personalmente se tambaleaba como un esquife. Pero Kurt Cobain hablaba de música y no de competición. Para él la música de Pearl Jam no se parece a la suya. A Kurt le gusta el grunge original de tres o cuatro años atrás, el tronco de lo residual y no la rama saludable que ha surgido del proyecto fallido de los Mother Love Bone. Mudhoney o The Fluid son del gusto de Cobain y no «la versión de los noventa de Lynyrd Skynyrd», como se refiere a Pearl Jam. Al final resulta que estos no eran los caminantes blancos que avanzaban hacia el muro que guardaba los siete reinos de Nirvana, sino verdaderos devotos de Nevermind, como si fuera Neverland, que se sienten devastados con la crítica directa e implacable de Cobain. Años después Ament afirmaría que «les masacró» que alguien como él les lanzara a la hoguera sistemáticamente.

El ambiente de la consulta ha cambiado. La señorita de la recepción ha entrado en la sala y ha encendido la luz de una lámpara de pequeños cristales que cuelgan entre los huecos de unos brazos que terminan en una especie de gárgolas. Parece que estoy en el salón de la casa de un general retirado donde se puede oír a lo lejos a Pearl Jam como si fuera el nieto pálido y de pelo largo quien los escucha en su habitación. «Oceans» es el amor de Eddie Vedder a su tabla de surf. Es un grupo de amigos que disfruta en la playa. Recuerdo que en el Unplugged de la MTV de 1992 suena como una oración, una tregua de movimiento salvaje de melenas cuidadas en la intimidad de la desconexión en la que no parecen estar jóvenes alienados, sino amantes serenos de la música intentando ahogar sus chillidos de emoción. Pearl Jam como fieras enjauladas soltando en suaves dosis su talento desmedido. Eddie Vedder y su gorra negra con la visera hacia atrás conteniendo sus guedejas de medusa son la némesis del Unplugged de Nirvana del año siguiente, donde Nevermind queda lejos, casi tan muerto como Kurt, que en aquel repertorio personal y caprichoso parece hacer su testamento con una chaqueta de lana del mismo color que la de la señora que tamborileaba sin saberlo con los dedos «Even Flow».

Pearl Jam no volvió a ser Pearl Jam después de Ten, como tampoco Nirvana volvió a ser Nirvana después de Nevermind. El grunge o lo que se pensó que era el grunge muere (o se va a morir) tras dispararse Kurt Cobain en la cara con una escopeta en 1994, cuando Pearl Jam ya conduce hasta el infinito por la autopista de los rockeros de siempre (sin el brillo y la furia de lo cool que decidieron apagar) como por la carretera de Stillwater, ese grupo imaginario remedo de The Allman Brothers Band y de Led Zeppelin de la película Casi famosos, de Cameron Crowe. Precisamente delante de Crowe, que fue cronista adolescente de Rolling Stone y testigo privilegiado de la escena musical de Seattle a principios de los noventa (la cual también retrató en Singles, con Matt Dillon y Bridget Fonda de protagonistas), a un Eddie Vedder maduro, leyenda y presente del rock, se le saltan las lágrimas al ver, veinte años después, las imágenes en las que aparece bailando abrazado a Kurt Cobain entre bambalinas (asegura que no lo recordaba, tan solo y ahora la voz de Kurt y que este estaba sonriendo) mientras Eric Clapton toca «Tears in Heaven» en los MTV Music Awards de 1992. En la consulta se escucha «Black» y yo me he hecho muy viejo de repente. «Black» es un amor frustrado de Eddie Vedder y verdaderamente suena, lo dijo también Crowe, como «esa majestuosa mezcla, un increíble y melódico hard rock» envolviendo la entrada en la sala de la señorita de la recepción, que al fin pronuncia mi nombre.

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25 Comentarios

  1. Creo que el nombre de Pearl Jam viene de la abuela de uno de los miembros del grupo, que se llamaba Pearl, y hacía mermelada (Jam) con toques alucinógenos.

    • El nombre proviene de ahí pero no exactamente como lo cuentas, en realidad «Pearl» es el nombre de la abuela de Eddie Vedder, la cual preparaba, como bien dices, una mermelada alucinógena elaborada con peyote y de ahí surgió lo de «Pearl Jam»

  2. Me he confundido, Mario de las Heras, tiene razón. La historia de la compota alucinógena, era un bulo de Eddie Vedder. Él mismo lo desmintió posteriormente. Aquí un artículo aclaratorio: http://www.efeeme.com/la-cara-oculta-del-rock-la-mermelada-alucinogena-de-pearl-jam/ Mil disculpas.

  3. Siempre pensé que el nombre del grupo era por la mermelada de la abuela de Eddie.. Lo que aprende uno en la Wikipedia.

  4. Muy grandes Pearl Jam. Leer el artículo me ha hecho recordar algunos de los momentos que compartí hace tiempo con su música. Oro puro. Gracias.

  5. Soy de una generación de más Elvis, Beatles, Rolling…, pero siempre reconoceré a los buenos músicos posteriores (muchos) y entre ellos Pearl Jam, Red Hot, U2,….,que compartí con mis hijos y que tanto me gusta escuchar. Gracias D. Mario por magníficos recuerdos, magnífico artículo y magnifica pluma literaria.

  6. Aburridisimo el artículo.

  7. El privilegio de haberlo visto en directo y la esperanza de volverlo a ver… es un puto genio

  8. Solo dejar unos apuntes….
    1) De las mejores bandas en directo
    2) Lo peor que les puede pasar es que les sigan etiquetando como grunges o padres del grunge etc
    3) El Vedder de los 90 es la persona que mejor pronuncia la palabra World
    4) Ten es su mejor disco, y lo sabes, cualquier otro álbum es una miniatura a su lado.

  9. Magnífico artículo, magnífica prosa, magnífica documentación. Enhorabuena!

  10. Muchas gracias por el buen artículo. Yo ya he visto en concierto a Pearl Jam unas cuantas veces…y mientras sigamos aquí….seguiremos viéndoles.

  11. Roger Kaputnik

    El artículo habría estado mucho mejor si lo del dentista hubiera sido cierto y no una licencia literaria más para hacer bonito. ¡Dios mío, necesito autenticidad!

  12. Me gusta el artículo. Yo soy fan de Pearl Jam, así que lo que diga no es objetivo. Yo no creo que no fuesen los mismos después de ten, simplemente ten nos hizo empezar a amarlos y eso es siempre algo especial. Además tiene canciones que prácticamente son himnos, quedando la propia canción por encima del mensaje, por ejemplo la in-nombrada en el artículo why go, escalofriante.

  13. José Manuel

    Buf. Menudo articulazo.

  14. Muy buen artículo!! La primera canción que escuché de ellos fue Black, y a partir de ese día no pude dejar de amarlos :)

  15. Anita Leotardos

    Una de las bandas que más me han emocionado y con las que más he disfrutado de la música.

    Me resultó curioso que se les tachese de vendidos, cuando siempre me han parecido una banda con una autenticidad, coherencia y personalidad muy bestias.

    El Ten es su mejor disco, enorme, mayúsculo, indiscutible. Es un disco redondo, que hace que cualquiera que hayan sacado después quede a su sombra, es cierto, pero también es verdad que tienen discazos después de Ten, como el VS, el Vitalogy o el No Code (mi debilidad). Y un montón de temas sueltos, en discos más o menos afortunados, que son cremita.

    Pearl Jam, qué grandes.

    P.D: Corroborar lo dicho, enormes en directo.

    Por cierto, siempre me caen hostias como panes cuando digo esto, pero Nirvana siempre me pareció una banda sobrevalorada. Hale, hostias, venid a mi persona.

    • Todas las bandas del mundo están sobrevaloradas. Más cuando te enteras de que grandisimos éxitos salieron de improvisaciones, que otras son 4 acorfes , otras pastiches de otas etc Al final de lo que se trata es de que te guste y te emocione. Cuando se entra en comparaciones, listas, valoraciones etc la musica o cualquier otro arte pierde completamente su razón de ser.

  16. Lo de la «sobrevaloración» en términos musicales/artísticos me chirría y creo que no tiene sentido. Es una expresión que en cierto modo me ofende. Jamás diría que «tal banda está sobrevalorada». Quicir, en este caso, si a mí me fliparan Nirvana (no es el caso) los estoy sobrevalorando? No sé «valorar»? Es que no tengo ni puta idea? No sé si me explico.

    A mí los beatles, mismamente, no me llegan a la patata, aunque de necios sería decir que están sobrevalorados.

    Elvis directamente no me gusta. Pero ni de coña diría que está sobrevalorado.

    Viví la época grunge en su esplendor y disfruté de todos estos grupos, nunca tuve la necesidad de enfrentarlos o compararlos.

  17. yo por un azar raro del destino pillé la MTV en mi casa a principios de los 90, me cambió la vida, Pearl Jam, según los ví en el unplugged me caí en el sillón y dije pero esto qué es? no he dejado de amar Ten, y no ha habido nunca ni de lejos un tío tan tan guapo como Eddie Vedder en esa época, perfecto, insuperable.

  18. Meh, de largo Vs es mejor que Ten.

  19. Faithnomore

    Menudo impacto oír ese alive cuando salió! Rompía con los espumosos ochenta y los que escuchamos todo lo de los 70 esos grupos, y pearl jam concretamente, nos salvaron de ese océano horrible ochentero. Nos devolvía al pulso auténtico de los 70. Pero ahí acabó todo. Vedder es el último frontman en sentido clásico. Qué morriña!!
    Gracias por el artículo, la conexión con nirvana está bien. Pero recuerdo q no se llevaban tan mal al final. Pero quién lo sabe seguro?
    Un apunte: Por qué los articulistas o periodistas no podéis evitar usar el adverbio LITERALMENTE? Y por qué lo usáis para el sentido contrario a lo que quiere decir LITERALMENTE? Pearl Jam reclama autenticidad en sus letras y música, aplicaos ese espíritu, por favor

  20. Uf, amigo redactor, creo que la búsqueda de la «esencia grúngica» te ciega. vale que ese debut está lleno de magia, pero ningunear pedazo de discos como VITALOGY o quitar valor a lo hizo Nirvana (y sólo hablo del aspecto musical).. ejem..

  21. Ten fue su mejor disco, sin duda. Y casi todo lo posterior a Vitalogy, rock agradable, y poco más. Cuando no chapuzas directamente, como el Lightning Bolt. Es una pena que muchos grupos no sepan parar, y maquillen como «evolución» lo que en realidad es una degeneración manifiesta de todo aquello que les hizo grandes.

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