No dejas de conducir porque te hagas mayor, te haces mayor porque dejas de conducir.
4 de julio de 1947; Hollister, California, se disponía a acoger una reunión de motoristas, denominada Gipsy Tour. Al lado de esta pequeña población (no llegaba a los cinco mil habitantes) existía un coqueto circuito de dirt track, así como pistas para recorrer en moto, por lo que era habitual que la Asociación de Motociclistas Americanos (AMA) organizaran carreras populares y concentraciones de motos. Y tras el paréntesis por la II Guerra Mundial, se volvía a organizar un evento para motoristas. Los comerciantes locales dieron la bienvenida a esa importante fuente de ingresos para la economía de la ciudad. En principio la idea era congregar a los corredores de la zona y hacer algunas competiciones, pero algo había cambiado. Muchos soldados americanos habían sido desmovilizados, estableciéndose en la soleada California, pero la vuelta al hogar de los veteranos resultó ser bastante dura y su adaptación nada fácil. Estados Unidos había cambiado enormemente durante los años de su ausencia y, después de un carrusel de adrenalina y riesgo, su adaptación a la rutina no estaba siendo sencilla. La escasez de metales y combustible había hecho que el Estado animara a sus ciudadanos a ir en moto en lugar de en coche. Y curiosamente la moto se convirtió en símbolo de ese malestar, con miles de veteranos errando por las carreteras americanas, dando origen a grupos de motoristas. Y desde luego el ejército no había sido el mejor lugar para adquirir buenos modales; bebían más y eran bastante más agresivos que los pilotos de antes de la guerra. No tenían futuro, solo presente, y eran moteros casi por una necesidad vital.
Y así, a partir del viernes por la mañana, miles de motociclistas invadieron la ciudad. Bajaron desde San Francisco, subieron desde Los Ángeles, y otros vinieron desde lugares tan lejanos como Florida o Nueva Inglaterra. Por la noche, la ciudad era un caos. El Departamento de Policía de Hollister, con solo siete hombres, puso unos controles de carretera en cada extremo de la calle principal, intentando controlar la situación. Se cierran los bares, en un vano intento de enfriar el ambiente. Comienzan a producirse carreras de aceleración por las principales calles del pueblo y las pruebas que se celebraban en el circuito pasan a un segundo plano. La diversión estaba en la calle. En total, se trató por heridas en el hospital local a cincuenta o sesenta motoristas. Hubo unos cincuenta motoristas arrestados, que fueron acusados de delitos menores, siendo la mayoría retenidos solamente durante unas horas a modo de advertencia. No hubo asesinatos ni violaciones, no hubo destrucción de propiedad, ni incendios, ni saqueos; de hecho, ningún ciudadano sufrió ningún daño. Pero aun así el domingo fueron desplegadas varias decenas de oficiales de la policía estatal, con la amenaza de usar gas lacrimógeno y armas de fuego si la situación no se normalizaba. Los motoristas abandonaron la población. Pero no dejes que la realidad estropee una buena noticia. Así, el San Francisco Chronicle tituló «Devastación en Hollister», donde sin llegar a mentir, fabuló los incidentes hasta el extremo. Life publicó una foto a página completa que se convertiría en un icono; un joven con toda la apariencia de estar borracho y con una cerveza en cada mano, balanceándose en una Harley. Más tarde se supo que esa instantánea fue un posado a petición del fotógrafo y se realizó varios días después de los incidentes.
Bert Lanning tenía treinta y siete años cuando se celebró en Hollister el Gypsy Tour del 47. Como mecánico de un garaje local, tuvo contacto directo con muchos de los motoristas involucrados. «Main Street estaba colapsado, pero ni de cerca tan mal como contaron los periódicos. Había un montón de tipos en el segundo piso del hotel, lanzando globos de agua. Yo no vi ninguna pelea ni nada parecido. Me gustó mucho. Supongo que a algunas personas sencillamente no les gustan las motos». Pero esa no era la percepción del americano medio. Se empieza a crear una especie de leyenda negra con respecto a las bandas de moteros. Los departamentos de policía fomentaron la idea (recurso especialmente utilizado a la hora de asignar presupuestos) de que bandas errantes de despiadados matones motorizados podían aparecer en sus tranquilas poblaciones en cualquier momento. Multitud de ciudades americanas, alarmadas por los sucesos de Hollister, suspenden concentraciones de motos. Las fotografías que acompañaban estos artículos estremecieron a la América profunda, con imágenes de bárbaros, alborotadores y bebedores de cerveza, dignas de la peor pesadilla. Y por si fuera poco amenazaban sus pequeñas y seguras poblaciones, lejos de la locura de las grandes urbes. La desesperación invadía a la conservadora Asociación de Motoristas Americanos (AMA). El motero ya no era el muchacho ejemplar, sino un gamberro peligroso y drogadicto; el AMA emitió un comunicado en el que decía que «los gamberros eran probablemente el 1% de todos los motoristas. Solo un 1% son maleantes y camorristas». El mito del 1% había nacido, creándose parches con la leyenda del 1%. Bandas de moteros como los Gypsy Jockers, Satan’s Slaves o Road Rats se reagruparon oficialmente bajo la divisa del 1%. Pero faltaba el último detonante; en una cultura como la americana un movimiento social necesita una película. Y el fetiche fue Salvaje (1954) de Laslo Benedek, basada en una novela corta llamada The Cyclists’ Raid, (que relataba los sucesos acaecidos en Hollister) donde Marlon Brando da vida a Johnny Strabler, jefe de una banda de motoristas. Había nacido el mito motero, los Moto Club (MC), una nueva forma de cowboys, románticos, independientes y transgresores.
Y si hablamos de MC, sin duda los más conocidos son los Hells Angels (los Ángeles del Infierno), que surgieron tras los incidentes de Hollister como fusión de diversos grupos de moteros, tomando el nombre de una unidad de élite de paracaidistas del ejército estadounidense de la II Guerra Mundial. Su estética no pasa desapercibida. Pintan cruces de hierro en sus motocicletas, típico recordatorio que hacía referencia a los aviones enemigos derribados. E incluso esvásticas en su muñeca, como recuerdos traídos de Europa de la Guerra Mundial. Sus motos, Harley Davidson e Indian principalmente, eran auténticas réplicas de los llamativos motivos pintados en el morro de los aviones de la fuerza aérea. De esa época viene ese sentimiento antijaponés tan arraigado en la cultura motociclista americana («prefiero ver a mi madre en un burdel que subirme en una máquina japonesa») que aún se mantiene entre muchos bikers yankees, y que nació tras el bombardeo de Pearl Harbour y su posterior declaración de guerra contra Japón. Ponen de moda el uso de un código de parches en las cazadoras, al estilo de medallas militares, donde se identifican acciones o creencias de cada motorista. Con «When we do right, nobody remember. When we do wrong, nobody forgets» como lema, este MC comienza a extenderse y a crecer pasando en poco menos de cinco décadas de ser un grupo anecdótico a convertirse en una leyenda. Pero su gran boom surgiría a mediados de los sesenta con el recrudecimiento de la guerra de Vietnam.
«Nos regíamos por un código de honor. Éramos tipos en los que se podía confiar. Una vez te aceptaban y te conocían, pasaban a ser como una familia para ti, una extensión de tu hogar. Podía ir a cualquier parte de California sabiendo que tendría un sofá en el que pasar la noche o un taller en el que arreglar la moto. Era como una fiesta perpetua, y no hablo de estar borracho a todas horas. Estábamos en plena transición de los sesenta a los setenta. Y ahí estábamos nosotros, un grupo de personas con sus propias normas basadas en el honor, el respeto mutuo y la disciplina. Sé que cuesta creerlo, pero era así», puede leerse en las memorias de un ex Ángel del Infierno. Realmente era un imán para una juventud confundida, en pleno auge de la contracultura. Siempre iban en dirección diametralmente opuesta a la del resto de la sociedad. Por ejemplo, instauraron la costumbre de besarse en la boca entre sus miembros como saludo, como modo de provocación.
Daremos un concierto gratuito en San Francisco (…) Crearemos una sociedad microcósmica que sirva como ejemplo, para el resto de América, de que es posible comportarse bien en grandes eventos.
Quien así se expresaba era el líder de los Rolling Stones Mick Jagger, en una rueda de prensa en 1969. Desde luego muy proféticas no fueron sus palabras… Este concierto debería haber sido el broche de oro de una exitosa gira del grupo británico por Estados Unidos, un grandioso festival que incluyera un concierto gratuito de «la banda de rock más grande del mundo», y que serviría de réplica al festival de Woodstock. Al final, y tras diversos cambios, se designa el circuito de Altamont como sede del festival. Realmente la elección no pudo ser más desafortunada. Errores infantiles en la organización, como la escasa potencia de los equipos de música, no hacían presagiar nada bueno… Junto a sus Satánicas Majestades actuarían artistas como Jefferson Airplane, Santana, Crosby, Stills, Nash & Young o Grateful Dead. De la seguridad alrededor del escenario se encargarían los Ángeles del Infierno, que ya habían desarrollado este cometido en conciertos anteriores y cuya dudosa reputación empezaba a hacerlos conocidos por la opinión pública. Poco a poco el ambiente en el festival se va caldeando. Así, los Grateful Dead se retiran del escenario, horrorizados de los incidentes y las peleas que comienzan a sucederse. Suben los Rolling Stones al escenario y los enfrentamientos entre los moteros contratados como seguridad y el público se recrudecen. Súbitamente un joven avanza hacia el escenario con una pistola en la mano. Uno de los moteros le sale al paso y lo apuñala, causándole la muerte. Aun así, continuará el show durante más de treinta minutos. Los Ángeles del Infierno entran en la historia negra del rock. Por la puerta grande, como todo lo que hacen.
Abril de 1996. La policía da cuenta de que dos granadas anticarro han sido lanzadas contra dos de las sedes de los Ángeles del Infierno… en Roskilde, Dinamarca. Y es que el MC más famoso del mundo ya es una multinacional. Ya no son un subproducto cultural importando mediante la televisión, es algo más, son organizaciones subordinadas a sus hermanas mayores americanas, al igual que las filiales en España o Francia. Bienvenidos a la globalización, versión 95 octanos. Pero si hay algo claro es que los MC, con sus motos, chupas y cascos, han cambiado la cultura americana y, por ende, la del resto del mundo. Y es que, como decía un autoestopista en ese alegato a la libertad que es la inolvidable película Easy Rider, «Vengo de una ciudad. No importa cuál. Todas son iguales».
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Recomiendo el libro «Los Ángeles del Infierno» del gran Hunter S. Thompson para quien desee ampliar su interés acerca de estos MC. Magnífica obra.
Resulta curioso el pensar que estos tipos como los de la segunda foto fueran considerados en su momento como algo «cool». Yo solo veo a un montón de paletos entre los que desde luego, Marlon brando es el más guapo.
Sin mi rarles a la cara, yo lo que veo es a unos tipos con una pinta cojonuda.
Dos puntualizaciones: al único grupo de los de Altamont a quienes los Hells Angels respetaron fue precisamente a los que ni nombras en el artículo; los Flying Burrito Brothers… quizás ni les conozcas y es cierto q no son super conocidos para el gran público pero a la larga ha tenido mucho más recorrido q muchos ayudando a cocinar lo q luego se conocería como Country Rock o ayudando a moldear el sonido de los Stones en los 70
Tampoco habláis de cuando dejaron KO a Marty Balin de los Jefferson Airplane.
No habláis tampoco de las múltiples conexiones de los Hells Angels con el mundillo del hampa … Hace años Ruta 66 sí que hizo un concienzudo reportaje sobre el tema la mar de recomendable, pero no me pidas q me ponga a buscar toda la tarde entre los Ruta atrasados para darte más referencias.