Ciencias

Las mujeres de la Luna: Kalpana Chawla

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Cráteres de la Luna bautizados, entre otros, con los nombres de Kalpana Chawla y Laurel Blair Salton Clark. Imagen: Next Door Publishers.

Sea lo que creas, hazlo, simplemente persigue tus sueños. (Kalpana Chawla,1962-2003)

Este ítem casi no merece mención, pero lo hago para que no se sorprendan por la pregunta de algún periodista. Durante el ascenso, aproximadamente a los ochenta segundos, un análisis fotográfico indica que algunos escombros del punto de anclaje bípode al tanque exterior impactaron el ala izquierda. Los expertos han revisado la fotografía de alta velocidad y no hay razón para preocuparse por daño al RCC [reinforced carbon panels] o a las losetas cerámicas. Hemos observado el mismo fenómeno en varios otros vuelos y no hay absolutamente nada de que preocuparse para la reentrada. (Mensaje del 23 de enero de 2003, del director de vuelo Steve Stich al comandante Rick Husband del Columbia)

La misión STS 107 del transbordador Columbia despegó desde el centro espacial Kennedy, en la Florida, el 16 de enero del 2003. Era la vigesimoctava vez que el Columbia volaba, su vuelo inaugural STS 1 fue el 12 de abril de 1981. Más tarde, con el Columbia ya en órbita, el análisis rutinario de una cámara de monitoreo mostró que, a los ochenta y dos segundos del despegue, a una altura de 20 km y una velocidad de casi 1 km por segundo, un trozo de espuma aislante del tamaño de un maletín, utilizada para evitar la formación de hielo en el exterior del tanque principal de combustible (que contiene hidrógeno y oxígeno líquido), se desprendió y golpeó la parte inferior del ala izquierda. Tras el impacto, se observó una lluvia de partículas blancuzcas que se desprendían del ala. No quedaba clara la naturaleza y localización del posible daño causado, y algunos ingenieros consultados solicitaron a los gerentes de la NASA que investigaran a fondo, por todos los medios, la naturaleza del daño. Pero estos no se alarmaron, pensaban que el impacto no había causado daño crítico para el peligroso proceso de reentrada en la atmósfera. En el pasado habían ocurrido incidentes semejantes de daño a las frágiles losetas de protección térmica y no había pasado nada, y siempre se había estimado que la ausencia de una loseta no podía provocar la pérdida del vehículo. Se equivocaron, ya que la avería fue en un panel de protección térmica de carbón reforzado (RCC) en el borde anterior del ala izquierda.

Junto al despegue (como lo fue el caso del Challenger), la reentrada es uno de los momentos más peligrosos de estas misiones (similar a la situación en un avión, aunque en este caso es menos dramático). Durante la reentrada el transbordador debe deshacerse de la gran cantidad de energía cinética asociada al movimiento orbital: un enorme objeto a 170 km de altitud, que desciende a una velocidad de unos 28 000 km/h, debe aterrizar a tan solo unos 300 km/h. Al penetrar en la atmósfera, la nave se frena por rozamiento y su energía cinética (proporcional al cuadrado de su velocidad) se transforma en calor. La estructura debe soportar temperaturas de hasta cuatro mil grados Celsius. Para evitar que se calcine, la nave está recubierta con unas losetas cerámicas especiales y unos paneles de carbón reforzado en el borde anterior de las alas y otros sitios que actúan como aislante térmico.

Una avería importante en el sistema de protección térmica puede resultar letal. La maniobra de reentrada es tan delicada que la nave debe entrar en la atmósfera con un ángulo muy concreto de seis grados y con una tolerancia de solo dos. Si la nave entra con un ángulo mayor, atraviesa capas de atmósfera muy densas demasiado deprisa, lo que provoca un calentamiento excesivo del que ni las losetas pueden protegerla. Por el contrario, si entra con un ángulo menor, la nave puede rebotar contra la atmósfera, al igual que ocurre cuando tiramos una piedra contra el agua de un lago con un ángulo muy pequeño.

El 1 de febrero del 2003, en su reentrada de regreso de su exitosa misión de dieciséis días, el Columbia cruzó sobre la costa de California a las 8:53 horas, a veintitrés minutos de su esperado aterrizaje en La Florida. Un vídeo recuperado (disponible en YouTube) nos permite ver la actividad en la cabina, preparándose para la reentrada, escuchamos sus voces, minutos antes del desastre. Los astronautas se ponen los guantes, saludan a la cámara y verifican los sistemas. Al reentrar comentan acerca de los juegos de luz amarilla y anaranjada emitida por el plasma provocado por la reentrada, que observan por las ventanillas, efectos de las altas temperaturas generadas. Se oye el comentario: «Parece un alto horno», y entre risas: «No querrías estar ahí afuera ahora».

En tierra, los fotógrafos, que habían instalado aparatos para tomar fotos del retorno del Columbia, en vez de fotografiar la cola de plasma esperada, observaron una gran llamarada roja que se desprendía de la nave. «Wow», exclamó uno, «¿has visto eso? ¡Algo se desprendió del transbordador!». Fue una visión que no olvidarían.

Poco más tarde, a las 8:55, el control de misión notó que los sensores de temperatura y presión comenzaban a indicar datos anómalos provenientes del ala izquierda. La telemetría de varios sensores de temperatura había dejado de funcionar. Segundos más tarde, se perdió la telemetría de presión de los neumáticos del tren de aterrizaje del ala izquierda.

En el último intercambio de mensajes, el control de la misión comentaba: «Columbia, Houston, vemos los mensajes de presión de neumáticos y no hemos copiado el último» (hace referencia a las medidas anómalas en la presión de los neumáticos en el tren izquierdo de aterrizaje). La respuesta a las 8:59:28 del Columbia: «Roger uh bu…» (Roger se utiliza en los mensajes para indicar «entendido» o «recibido»).

De pronto, la atmósfera rutinaria en el control de misión cambió a un elevado nivel de ansiedad, algo andaba mal. «Columbia, Houston, comm check», se transmitió varias veces sin respuesta. Los radares que debían detectar al Columbia tampoco lo hacían. Mientras tanto, en la cabina del Columbia sonaban las alarmas. El Columbia se desintegraba sobrevolando el estado de Texas a dieciséis minutos del aterrizaje en la Florida, a una altura de 60 km y una velocidad de 24 000 km/h. La cabina comenzó a dar tumbos violentos a la vez que perdía presión y los astronautas caían inconscientes. Los últimos datos recibidos de la cabina fueron a las a las 9:00:18.

En esta ocasión, la avería y pérdida de uno de los paneles de RCC en el borde del ala resultó ser fatal. Permitió un sobrecalentamiento del ala izquierda hasta tal punto que perdió su integridad estructural. Una imagen obtenida desde Nuevo México muestra material que se desprende del ala izquierda del Columbia. Diecisiete años después del desastre del Challenger, perecían otros siete astronautas en un transbordador, entre ellos dos mujeres: Kalpana Chawla y Laurel Blair Salton Clark.

Fotografía: NASA (CC).
Kalpana Chawla. Fotografía: NASA (CC).

Kalpana Chawla, a quien la familia llamaba «Montu», nació en la pequeña ciudad de Karnal, de unos trescientos mil habitantes, el 17 de marzo de 1962, en el estado indio de Haryana, uno de los estados más ricos de la India, localizado en el extremo norte del país.

Chawla era la más joven de cuatro hijos, la tercera fémina. En esa época, el nacimiento de un hijo era motivo de celebración, el de una hija, motivo de una silenciosa desilusión, algo que es común en muchos sitios de este mundo.

Su vida, hasta su trágica muerte a los cuarenta y un años, es la historia de una chica a la cual muchas veces se le decía que «no» simplemente porque era mujer, pero que se negó a aceptar las cosas de esa manera, una silenciosa rebelde. Aunque su padre, un reconocido industrial, era conservador, su madre y sus hermanos apoyaban la rebeldía de Montu. Al cumplir tres años escogió el nombre Kalpana, que significa «imaginación» como su nombre formal. Se graduó en la Tagore School, en Kamal, en 1976.

A edad temprana Chawla sabía que quería ser un ingeniero aeroespacial, inspirada por los aviones de un club local de vuelo, y hasta logró que su padre consiguiera que pudiera volar en una avioneta sobre las planicies de Haryana. Volar era su pasión.

Su hermano menor la acompañó el día que solicitó ser admitida al Punjab Engineering College en Chandigarh, para estudiar ingeniería aeronáutica. Fue una de las primeras cuatro mujeres que estudiaron ingeniería y obtuvo su grado en 1982.

Su deseo de continuar estudiando se hizo realidad cuando logró su admisión al programa de ingeniería aeronáutica de la Universidad de Texas en Arlington, al que se incorporó en septiembre de 1982, en contra de los deseos de su familia, especialmente su padre. Allí conoció a Jean Pierre Harrison, piloto con quien comenzó a volar en aviones y con quien se casó en diciembre de 1983. Obtuvo su maestría en 1984 y después la pareja se mudó a Boulder, en Colorado, donde Kalpana continuó sus estudios en la Universidad de Colorado y obtuvo su doctorado en 1988.

Terminados sus estudios comenzó a trabajar para el Ames Research Center de la NASA en California, donde realizó trabajos de dinámica de fluidos computacional. Adquirió la ciudadanía estadounidense en 1991. En 1993 fue contratada como vicepresidenta e investigadora científica en la compañía Overset Methods Inc. en Los Altos, California, pero en diciembre de 1994 lograba su meta cuando la llamaron para una entrevista en respuesta a su solicitud al programa de astronáutica, presentada al Johnson Space Flight Center de la NASA en Houston. Después de los exámenes de rigor, fue aceptada al programa en diciembre de 1994.

Como parte de su entrenamiento aprendió a pilotar aviones militares y a saltar en paracaídas, y fue finalmente asignada a la tripulación de la misión STS 87 del Columbia, que despegó el 19 de noviembre de 1997 y regresó el 5 de diciembre. El lanzamiento fue observado en el Centro Espacial Kennedy por sus familiares (incluido su padre), quienes habían viajado desde la India.

Kalpana voló alto. Trece años más tarde, en el año 2000 fue nuevamente seleccionada para la misión STS 107, noticia que la llenó de alegría, y el día del lanzamiento su familia otra vez viajó para presenciarlo. Nunca regresó. Su certificado de defunción indica que el lugar de la muerte fue el «espacio aéreo sobre Texas».

El asteroide 51826 Kalpanachawla es uno de los siete que fue nombrado en memoria de los astronautas del Columbia. Su cráter en la cara oculta de la Luna se encuentra al lado del de L. Clark, su compañera astronauta, a quien conoceremos a continuación.

Este texto es un capítulo del libro Las mujeres en la Luna, de Daniel Roberto Altschuler Stern y Fernando J. Ballesteros Roselló.

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3 Comments

  1. Pingback: Las mujeres de la Luna: Kalpana Chawla – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE

  2. Parlache

    ¡Gracias!

  3. Laura Lara

    Os habéis olvidado del segundo autor, Ballesteros, no lo habéis puesto en los créditos.

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