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Demonios y arquetipos

Misión de propaganda a cargo de soldados de EEUU y Vietnam del Sur. Imagen cortesía de psywarrior.com
Misión de propaganda a cargo de soldados de EEUU y Vietnam del Sur. Imagen cortesía de psywarrior.com

No hay razones para creer que las PSYOP son invenciones modernas. En jerga militar, son las operaciones clandestinas que se construyen a partir del conocimiento cultural, histórico y antropológico del adversario, y pueden ir desde la entrega de propaganda para incitar revueltas sociales hasta el uso de audio y demás técnicas para el florecimiento de terrores atávicos y sobrenaturales, como ocurrió en Vietnam y Filipinas. Por su carácter, se llevan a cabo tanto en tiempos de paz como de conflicto, en naciones enemigas y aliadas, o incluso en la propia. Tampoco hay razones para creer que estos trucos son dominio exclusivo del ejército y las agencias de inteligencia, aunque cierto es que son los expertos. Cuando se llevan campañas de difamación dirigidas a sectores determinados, o cuando una ONG publica información adulterada, escandalosa, para manipular la opinión a su favor, se están implementando técnicas tomadas del manual de la guerra psicológica. A fin de cuentas, se trata de ganar el corazón y la mente de las personas.

En el siglo XVII, en la comuna de Loudun, una operación psicológica en todo su derecho se llevó a cabo para debilitar el apoyo público del sacerdote católico Urbain Grandier, un mujeriego carismático y soberbio que pensó no habría problemas si frustraba los planes, e insultaba el honor, de otro francés no tan carismático, aunque sí mucho más soberbio; el cardenal Richelieu. De haber sido Grandier otro tipo de clérigo, uno mucho más modesto, tal vez el pago por sus ofensas no habría sido tan notorio. Pero él no era un vividor cualquiera. Los hombres de influencia lo estimaban y sus mujeres lo codiciaban, la gente escuchaba extasiada cuando levantaba la voz y en poco tiempo pasó a ser la cara pública de una región rancia y empobrecida por el desprecio a los hugonotes. A pesar de una serie de enemigos que sus aventuras amorosas le ganaron, difícil fue deshacerse de alguien tan respetado por su pueblo.

Sin embargo, el mundo tiene sus maneras de hundir a las personas, y es cierto que a periodos de gracia le siguen desplomes. Por esos años estalló un caso masivo de posesión diabólica dentro de un convento de monjas ursulinas tras los muros de la misma ciudad. Cada una de las diecisiete religiosas prometió y juró que sus almas habían sido tomadas por una legión de espíritus, malas influencias venidas desde el abismo que día y noche les obligaban a imaginar y hacer toda clase de morbosidades con sus cuerpos, el tipo de cosas que en la mentalidad de la época eran peor vistas que el asesinato. Grandier, decían ellas, las había embrujado tras firmar un pacto con el diablo, y aquello se hizo pretexto caído del cielo, o venido del infierno, para al fin deshacerse de esa molestia en el camino del poder del clero.

La historia de Grandier y sus endemoniadas fue llevada al cine por Ken Russell tras leer Los demonios de Loudon, de Aldous Huxley, publicado hace ya más de sesenta años, pero tan válido hoy como lo fue en aquel entonces. Una narración no muy diferente a otros cientos de juicios por brujería, pero una en la que Huxley inyectó reflexiones sobre política y religión, ciencia y ocultismo, psicología y metafísica. ¿Qué es el poder y qué significa rendirse ante él? ¿Y cuál es ese poder del que se habla? ¿Terrenal, sacro, o un impulso totalitario al que con voluntad nos entregamos? Grandier, hoy sabemos, fue víctima de una conspiración venida desde lo más alto, pero no de un reino celestial, sino de una cúpula corrupta que, aprovechando la cólera a la que las masas son propensas, sacó partido de una situación desafortunada.

Inquisidores fueron traídos para cuestionar al acusado, exorcistas cabalgaron desde Veniers y Chinon. Mientras Grandier era apresado y torturado, el convento de las ursulinas se transformó en un circo abierto. Los habitantes de Loudon, aburridos de la vida sosa de 1634, se dejaron entretener y espantar por las palabras de Leviatán, Asmodeo, Behemot, y Zabulón, además de otros tantos demonios que se hacían escuchar a través de las bocas de todas esas monjas desnudas que no dejaban de insinuarse a los exorcistas. Llegaron turistas desde toda Francia, también de Alemania e Inglaterra, las pensiones no daban abasto y durante meses las finanzas de Loudon no hicieron más que aumentar. La vehemencia católica sobre las poseídas fue tan extraordinaria que incluso varios hugonotes terminaron por adoptar la fe.

Contrario a lo que hoy creeríamos de quienes vivieron en aquellos tiempos, la mayoría de los involucrados en el asunto, los juristas, los investigadores, incluso los mismos religiosos que comentaban los hechos, estaban convencidos que el bacanal de las ursulinas era, a lo mucho, una histeria colectiva, a lo menos un fraude. La madre superiora, Juana de los Ángeles, había implorado a Grandier que se volviera confesor suyo y de sus protegidas, petición que el otro rechazó, pues prefería sus aventuras fuera de la Iglesia. Es posible que sor Juana sintiera la negativa como un rechazo a su persona, algo que Huxley está convencido de que fue así, pues dice que no había día o noche en la que ella no pensara encontrase en privado con el cura. Las supuestas posesiones tal vez comenzaron como un acto de venganza que, con el tiempo, pasaron a ser una auténtica locura de masas.

Pocas fueron las voces que culparon el desenfreno de las ursulinas a hechicería de Grandier. Voces carismáticas, para su desgracia, que resonaron en los palacios y las cortes. Y no solo eso; durante casi ciento cincuenta años los inquisidores llevaban haciendo uso de las instrucciones trazadas por Heinrich Kramer en su Malleus Maleficarum, un auténtico manual de persecución diseñado para extraer confesiones de cualquiera que fuera sospechoso de brujería o maleficios. Cargos que, sin importar evidencias, se solucionaban con la hoguera, pues incluso si el acusado era encontrado inocente o charlatán, los verdugos razonaban que los demonios eran hábiles en el engaño, por lo que incluso un juego inocente era guiado por las manos de Satanás. Un testimonio del tipo de bajezas a las que la autoridad está dispuesta a descender con tal de hacer cumplir su voluntad.

Urbain Grandier (izq,) y la prueba de su pacto diabólico (dcha.) Imágenes: DP.
Urbain Grandier (izq,) y la prueba de su pacto diabólico (dcha.) Imágenes: DP.

A pesar de que Huxley considera las supuestas posesiones como una histeria causada, entre otros motivos, por represión sexual, admite también las posibilidades infinitas de la mente para acceder a otras regiones psíquicas, regiones que en tiempos pasados bien pudieron ser llamadas sobrenaturales. Familiarizado con las facetas ocultas y sutiles de la existencia, para él los fenómenos psíquicos eran tan reales como la física cuántica, e igual de misteriosos. Cita ejemplos de estudios sobre percepción extrasensorial, telepatía, meditación, misticismo oriental y occidental, biografías de santos milagrosos. La vida, para él, es un paisaje que se extiende más allá de la experiencia diurna, esa del trabajo, los impuestos, las obligaciones y la economía. Los hombres, escribe, tenemos una profunda necesidad de trascendencia, la cual puede tomar cualquier forma y es esta, en parte, la responsable de algunos de nuestros peores males. Esta aspiración por dejar atrás lo unitario y mortal es algo que incluso puede verse hoy día en nuestras sociedades seculares, en las que la aparición de movimientos supuestamente racionalistas y ateos, como el transhumanismo, con sus libros sacros, padres fundadores y hasta disputas sectarias, nos recuerdan que no somos muy diferentes a esos antepasados nuestros que nos gusta creer tan supersticiosos.  

Aunque es cierto que en las condiciones adecuadas la religión, con su colección de símbolos, cánticos y oraciones rítmicas, puede ser un conducto a experiencias en las que lo individual se aniquila ante lo cósmico, también es cierto que bajo el yugo de un déspota carismático puede ser una vía directa a esas regiones que se ocultan en lo más profundo de todos nosotros, esas madrigueras llenas de lobos en las que es mejor no adentrarse. No significa eso que lo religioso mantenga el monopolio de acceso, sino que es solo una de cientos de rutas que están disponibles para el organismo. A fin de cuentas, solo se necesita algo de desamor y un poco de intoxicación alcohólica para convertir en un descuartizador al ser más dócil.  

Quienes persiguen a la religión como primera y última causa de la violencia humana, los Dawkins, los Hitchens, los Harris, quienes creen que una vez erradicada pasaremos a vivir en Utopía, olvidan que la violencia es algo primigenio, ligado a nuestro cuerpo animal como lo están su supervivencia y la lealtad al clan, con orígenes que se remontan a los pantanos del tiempo y el instinto. Solo se necesita que alguien agite un poco los cimientos de nuestros espectros para hacer florecer comportamientos por lo demás irracionales; apelaciones a la seguridad familiar, la continuidad de los valores culturales, la supervivencia de la raza. Como apunta Huxley, desde el siglo XVIII hasta épocas recientes, la mayoría de las persecuciones en Occidente han sido de orden laico, en otras palabras, humanistas, y los demonios han dejado de ser males metafísicos para volverse cuestiones políticas y económicas: minorías indeseables, migrantes, creencias opuestas a las del estado, preferencias sexuales reprobables.

No se trata de agentes aislados, pues creyentes y escépticos estamos dentro del mismo cultivo. Hoy día la violencia religiosa más vistosa es la del islamismo radical, pero quienes han ayudado a hacer un lodazal de Oriente Medio son brazos armados seculares, patrocinados por el Estado norteamericano, que decreta sus campañas de conquista alegando a la libertad y el patriotismo, respaldado por una campaña mediática que glorifica el botín de guerra y vuelve atractivo el combate gracias a películas, juegos y spots de reclutamiento multimillonarios. El mismo fenómeno detrás de los populismos de izquierdas y derechas, que, con solo algunos símbolos e himnos obreros o patrios, convierten en ganado a miles de hombres y mujeres, por lo demás racionales e inteligentes, dispuestos a tolerar y obedecer las necedades de caciques aprovechados que solo desean hacer una letrina de sus países y sociedades. Dicen los científicos que la naturaleza aborrece un vacío, pero también es cierto que en la naturaleza no hay masas inteligentes.

Todo en este mundo tiene su contrario, y hasta el más piadoso, en lo hondo, oculta su lado oscuro. Carl Jung escribió acerca de la sombra, ese repositorio de sentires y deseos reprobables que vive en el interior de cada uno, ese que de vez en cuando sale a relucir en nuestros sueños o en la vigilia si bajamos la guardia. Para Jung era importante reconocer este opuesto si se quiere llegar a una forma de conocimiento propio, aunque advertía que enfrentarse a esos océanos llevaba siempre a los terrores. Él lo supo. La posesión diabólica, decía, era la captura por una fuerza inconsciente, la posesión por el arquetipo de la sombra. Y no es necesario que nosotros creamos en la fuerza de los arquetipos para experimentar los efectos de su rapto. La misma humanidad se encarga una y otra vez de eso. Como bien apuntó Jung: los demonios existen, así como existe un Buchenwald.

Las ursulinas se curaron de sus espantos, pero Urbain Grandier terminó su vida detestado por la gente y con los huesos rotos dentro de una hoguera. Para quienes creían en su inocencia aquello fue lamentable, pero cierto es que el destino de sus verdugos tampoco estuvo favorecido por la gracia. Unos murieron en la enfermedad y la miseria, otros encontraron su fin con violencia, incluso los hubo quienes se fueron de este teatro poseídos por Leviatán y Behemot, por Asmodeo y Zabulón, los mismos demonios que años antes habían ayudado a exorcizar en Loudun. Esto no hace más que justifica a Nietzsche cuando escribe que quienes miran hacia el abismo, hacia la locura, se arriesgan a que el abismo los mire también.

¿Y qué fue de Richelieu, quien por su honor mandó deshacerse de un pobre sacerdote mujeriego en una comuna que a nadie le importaba? Años después de todo ese asunto, durante sus últimas horas, cuando los propios médicos pidieron al cardenal que se preparara para recibir la muerte y ni siquiera las reliquias santas ofrecieron el consuelo de un mínimo milagro, se mandó traer a una aldeana, ya abuela, que tenía fama de santera. Susurrando, la mujer se acercó a la cama donde yacía el religioso y, en palabras del propio Huxley, «administró su panacea: cuatro onzas de cagajones macerados en un cuartillo de vino blanco. Y así fue cómo, con el paladeo del excremento de caballo en la boca, rindió su alma aquel árbitro de los destinos de Europa».

Un fin penoso que recuerda al de ese otro arrogante enviciado por el poder, Allen Dulles, director de la CIA y padre de la PSYOP moderna, quien semanas antes de morir fue encontrado en su cama por un colega, idiotizado entre sus propias heces y orines, mientras su mujer celebraba con sus amigos, abajo en la sala, la Navidad del 68. Los arquetipos, parece, no solo están en la mente. Existen también en la historia.

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Jarod Delhotal, especialista en PSYOP, con un altavoz portátil que difunde mensajes en ruso. Fotografía: sargento. Kyle J. Cosner / US Army Special Operations (DP).

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2 Comments

  1. Pingback: Demonios y arquetipos – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE

  2. elgrankan

    Excelente articulo, el ser humano este animal pensante, siempre entre dos aguas.

    http://teatrapare.blogspot.com.es/2016/10/analizando-la-paradoja-de-fermi.html

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