«Chevotarevich, ¿es un nombre ruso?». «No, es un nombre americano». Era 1978 y Michael Cimino estaba a punto de demostrar que el infierno tenía muchas caras: el de la guerra de Vietnam, pero también el del presente petrificado de los obreros de la metalurgia de Pensilvania. Norteamericanos con nombres plagados de consonantes centroeuropeas. Emigrantes con la grupa rota en el corazón rocoso de las montañas. Blancos que nunca serán élite. Sangre para la sangre que corre por Saigon. Fuerza para la fuerza de un imperio que no les ampara.
Cimino había sido un niño superdotado de Nueva York que se había dejado llevar por las malas compañías en la adolescencia. Se redimió en la Universidad de Michigan sacando buenas notas, escuchando a Thelonious Monk, levantando pesas y bebiendo vodka. Sobre todo, bebiendo vodka. Allí aprendió que los hombres se dicen que se quieren con sonoros manotazos cargados de testosterona y que el mundo es más grande que Long Island. Allí se preparó, sin saberlo, para rodar El cazador y enseñarnos que hay quien no tiene más horizonte que el de la niebla, la que cubre el Mekong o los bosques de Pensilvania.
Los protagonistas de la película de Cimino explican esa Norteamérica que no sabemos cómo interpretar ahora. La de la desesperanza. La del otro mundo que está en este. Esa Norteamérica que parece callada pero que murmura con el zumbido de un motor que un mal día se quedó en pausa. La Norteamérica que no se siente invitada a la fiesta de las grandes ciudades. La que no quiere saber nada de Washington. La que desea cobrarse la pieza de un solo tiro y acabar con todo. La que después de perder la guerra perdió la paz. Y se quedó sin nada.
El corazón de Estados Unidos está más cerca de la mirada de Mike Vronsky en El cazador que del pestañeo autómatico de Woody Allen. Se parece más a un hombre bailando alrededor de una mesa de billar en un garito de Clairton que a la hermosa frialdad de un Wagner en el Lincoln Center. Pero nunca lo recordamos. Porque para eso están las grandes praderas en las que se crio Superman: para olvidarlas. Para eso están las caras estupefactas de los trabajadores que ven llegar a un inmaculado Richard Gere a llevarse a Debra Winger: para dejarlas caer en la nada.
Nos extraña este país que llevamos mirando en la pantalla desde que el cine es cine. Como si no hubiéramos aprendido lo que era el miedo en ese Ohio que siempre decide quién estará en la Casa Blanca. Nos habría bastado con recordar lo que vimos en la infancia para entender que Estados Unidos es más que la promesa de la metrópoli. Para comprender por qué la hebilla del cinturón de óxido se abrocha del lado republicano.
Todo se explica en Ohio. Allí estaba aquella calle llamada Elm desgarrada por Freddy Krueger. Allí crecía aquella juventud también desgarrada que parecía no esperar nada más que saltarse el instituto y perder la virginidad en el asiento de atrás de un Ford marrón metalizado. En un pueblo imaginario del muy real Ohio, vivían los niños de familias desestructuradas de Super 8. En un lugar perdido de Ohio atacaba por primera vez Bill en El silencio de los corderos. En el Ohio perfilado por Kubrick enloquece Humbert Humbert por Lolita. Y allí volvía el mal escondido tras la careta de Scream, porque el maestro del terror con hemoglobina, Wes Craven, solo podía ser de Ohio.
Lo que no contaba Craven —o quizá lo contaba de pasada en la mirada naufragada de sus adolescentes aterrados— es que el verdadero zarpazo de su estado era el del desempleo. Desde el crepúsculo industrial de los noventa, el miedo real en Ohio es el paro.
La maldición del trabajo perdido, de los blancos sin privilegios, del sueño americano convertido en la pesadilla de una autocaravana recorre las faldas de los Apalaches desde Pensilvania hasta el norte de Alabama. El corazón de carbón y de antracita de la montaña ya no vale nada. Y cierran las minas y las fábricas han quebrado y se quedan abandonados en los cobertizos los monos azules con los que un día los hombres se deslomaban.
El cine nos lo ha enseñado. Hemos visto un Detroit decrépito en el que solo sobreviven los amantes vampíricos de Jim Jarmusch. Y la ciudad desolada de 8 millas, donde Eminem ejerce de rapero y de obrero sin esperanza. Nos hemos ahogado en la atmósfera opresiva del Michigan de Las vírgenes suicidas de Sofia Coppola. Y hemos visto al veterano Kowalski del Gran Torino, excepción blanca entre sus nuevos vecinos asiáticos.
Y sin embargo parece que se nos ha olvidado.
Como se nos han olvidado los moteles mugrientos de Oklahoma de Thelma & Louise —ese país convertido en horizonte sin futuro desde Arkansas hasta Arizona—. El estado de las cuatro esquinas, el de los cactus y los tipos duros, también votó republicano. Porque el único viento que sopla en el desierto es el del desencanto.
Pero más allá de los campos infinitos de maíz y de las fábricas abandonadas, el engranaje enmohecido de los setenta fue dejando legiones de valientes que lo intentaron en la tierra de nadie de las grandes ciudades. En los suburbios multiplicados donde el cemento es gris como el de una lápida. El cine nos ha llenado el imaginario de emigrantes interiores, obreritos trasplantados de los estados pobres a la opulencia urbana. Esos que siempre miran desde el lado malo de la autovía. Desde la orilla del río donde los residuos se acumulan. Desde un cuchitril de alquiler desorbitado. Es la Norteamérica de los Tony Manero, de los muchachotes de extrarradio que también quieren salir a la pista y bailar con la más guapa. Y triunfar. No como triunfan sus padres hipotecados. No como triunfa el gerente del concesionario de coches. Ni como los niños pijos que estudian en Harvard. Ellos quieren deslumbrar al mundo. Llevarse el aplauso de la multitud anonadada. Quién sabe si ver su nombre en la marquesina de un teatro. Quién sabe si en grandes letras en una torre oscura con el corazón dorado.
Unos y otros, el chulito de barriada y el parado acodado en el bar de carretera, comparten la misma ilusión rota. La sensación de que Washington es un lugar lejano y atrincherado. Una burbuja que ha de estallar o pudrirse. Y eso no lo puede hacer quien presume de que está preparado para gobernar. La repuesta de la Norteamérica invisible no está en el político que la ha olvidado. Está en otra parte. En un tipo que se pone una gorra que no es una gorra de hipster. Es la gorra del que tiene aparcado el pick-up en un cruce de caminos de Fargo.
Llevamos toda la vida viéndola, pero siempre se nos borra: es la Norteamérica de los hermanos Coen, la de la madre de E. T., la de la Alicia que ya no vive aquí, la de La ley de la calle —porque Coppola nació en Detroit—, la de Rocky, la de My Own Private Idaho, la de La matanza de Texas y la de Serpico, la de la madurez melancólica de Beautiful Girls, la de Stranger Things y True Detective, la de la orgía sangrienta de Carrie. La Norteamérica que recorre en un cortacésped el abuelo Straight en Una historia verdadera.
La que un día fue dorada. La que hoy parece oxidada hasta en nuestra memoria. La otra Norteamérica que no es la otra: la que perdió la paz y se quedó callada.
espectacular artriculo. Una delicia
Tal vez llevas razónen que hay un cine americano que refleja la realidad. Pero el desencanto no es exclusivo de ese país, y mucho menos excusa para tirar todo por la borda. Esa frase que dice “todo el mundo mira a EEUU, mientras EEUU mira la televisión” es probablemente lo que mejor refleja el espíritu yanki. Y, por supuesto, al garrulo de Ohio que tiene el mono azul colgado no parece importarle nada, absolutamente nada, que su presidente no tenga las más mínimas luces con respecto al cambio climático o a derechos fundamentales. El cazador es, pues, una película imprescindible de las que ya no hacen, porque ese desencanto que refleja como bien dices es algo que quizás ya no vende bien. Es más rentable la esperanza, aunque sea mentira.
Pues tal vez al garrulo de Ohio que votó a Trump le suene a chino lo del cambio climático, pero estoy casi seguro de que al garrulo del Bronx o del suburbio de Los Ángeles que se pasa el día con la cabeza zumbando de Hiphop y que votó por Hillary por recomendación de papá Obama también. Pero por lo visto esta vez los primeros garrulos se movilizaron más que los segundos, y súmale a eso que los garrulos de los latinos que todo el mundo creía que llevarían en volandas a la Hilaria a la Casa Blanca resultó que no lo hicieron, y es que el que está legalmente establecido en el país debe de estar hasta las narices de que le comparen con el que acaba de entrar de ilegal y le miren mal por eso. Suma por aquí, suma por allá… y Trump ganó el voto electoral, ¡Fraude! gritan muchos porque Hilaria ganó el voto popular, pues sí, como Nixon cuando le ganó a Kennedy pero éste se quedó de jefe por el voto electoral, y no recuerdo que por aquel entonces nadie protestara… será que unos tienen peor perder que otros??
totalmente de acuerdo, Julius… a ver si los pijoperas de las capitales finacieras que quiebran un sistema, el cual luego hay que rescatar con el dinero de los «garrulos» van a estar por encima del bien y del mal…
Me da la sensación de que la palabra garrulo le ha molestado cuando la uso para hablar de cierto tipo de población que existe en todas las sociedades (mi familia es garrula, que conste) y lo único que define, o al menos así la empleo yo, es a cierto de personas de baja formación intelectual y, por ello, a priori, manipulable con datos falsos y promesas huecas. El problema de la sociedad en general es que gasta más las neuronas en otros aspectos de la vida (últimamente en como vivir el día a día) que en comprobar la viabilidad de ciertas promesas electorales o en mirar a los ojos a la gente, hablando metafóricamente. El problema del cambio climático es que precisamente en EEUU deberían estar más concienciados que en otra parte, ya que ellos son de los primeros en hacer de este mundo un sitio más horrible.
Y sin citar al hoy Belzebú de cabello oxigenado. Obra maestra.
Interesante artículo, cierto en gran parte. Pero supongo que la realidad es más compleja y difícil de explicar de lo que parece (que se lo digan a los sesudos profesionales encuestadores …). Porque hace 8 años ganó Obama, demócrata y primer presidente negro, y estas las películas ya existían desde hace tiempo. Y muchas de las esencias que evocan esas mismas películas se reflejaban en los discos clásicos de Bruce Springteen (thesde «Darkness on …» hasta «The Gost of Tom Joad») y él es un firme defensor demócrata. Esa USA existe, es parte de su esencia, y es bueno conocerla y recordarla para tener explicaciones. Pero no todo es blanco o negro (chiste fácil).
La gente quiere creer.
Y que bien acompaña la foto de portada de El Cazador al artículo. Parece que estén saludando brazo en alto.
Si queréis saber la clave de estas elecciones sólo tenéis que leer Las uvas de la ira de Steimbeck. América es muy grande y no tan monolítica como pensamos. Esa es la américa auténtica y no la hipócrita de los millonarios de Sillycon Valley.
Ni la de los hipócritas millonarios de New York que venden ropa made in China y prometen traer de vuelta los trabajos a América.
Wow! articulo muy muy bueno. Acabas de ganar un lector. ‘Merica
la del cornbread and chicken
La gente quiere creer.
Y por cierto que parece que los únicos que sufren en América son los obreros blancos.
Tambien es la América olvidada la de los negros del delta del Misisipi que tienen una esperanza de vida similar a la de los africanos, la de los indios alcohólicos de las reservas y los chicanos que trabajan a destajo como jornaleros recogiendo naranjas en California.
Winter´s Bone es un retrato cojonudo de ese «white trash» arrasado por la pobreza y la meta a lo largo de los Apalaches.
Quizá uno de los mejores artículos sobre cine y Estados Unidos que haya leído jamás. Enhorabuena.
Me ha encantado, qué belleza de artículo, felicidades. En literatura también abundan esas visiones de «esa otra América», y sí, nos empeñamos en creer que todos son hipoteca de Nueva York.
En América hay de todo como en todos los lados. No somos mejores… puede que seamos en conjunto más cinicos, pero nunca mejores. Nosotros nunca tuvimos una industria potente, ni descubríamos y mimábamos a nuestros científicos, nunca tuvimos un marketing que dijera algo bueno de lo que alguna vez hicimos bien…así nos ha ido.
Pero adolecemos de las mismas enfermedad, en todas las sociedades existe gente amargada, mala, envidiosa con pocas luces que se regodea de lo ignorantes y burros que son, pero que además odian a la gente que es más inteligente, que disfrutan del mal ajeno, que odian saberse inferiores intelectualmente, cajas de resonancia rancias que emiten sonido rancio pero que es pegadizo y machacón… Yo sabía que iba a ganar Trump. Por que yo pertenezco a esa hebilla oxidada de mono azul, y se como piensan, respiran y comen por que yo soy uno de ellos.
Si yo fuera americano votaría a Trump. Y solo a el. Por que a Sanders le hicieron boicot. Los que «saben» me han llevado a donde estoy…y estoy peor…mucho peor…y yo quiero que los que me han llevado a esta situación y todos los que les han ayudado acaben como yo…iluso, nunca pasará.
Dad gracias que lo más parecido que hemos tenido por aquí sea Jesús Gil (se le veía venir de lejos, yo le hubiera votado) y Mario Conde (ni de coña)
Yo, sin embargo, al artículo le veo demasiada literatura… Como un marco ya construido al que se tratan de encajar los hechos; unos los hacen, sí, pero otros quedan forzados y algunos ni forzándolos. Por ejemplo, que la tasa oficial de desempleo de Estados Unidos está en el 5%, que es a todos los efectos pleno empleo. Que una parte de esos empleos son de miseria, seguro, pero… no es la Gran Depresión, y que, como se dice más arriba, si afecta a blancos, cómo no estará afectando a los negros… Vamos, que por este lado no se explica que la mitad del país haya votado por Trump. Una situación similar: el partido con mayor porcentaje de voto en la riquísima Suiza, el SVP, es un partido populista a la manera de Trump, con un frontman histórico que era calcadito a Trump -millonario de sus negocios y bocachancla, antiinmigración, aislacionista, etc.-. ¿Cómo es posible? Allí no podemos componer un retrato en expresivo blanco y negro de regiones industriales arrasadas y falta de oportunidades…
Es posible porque el mundo está sufriendo una crisis de identidad pandémica. La híperconectividad nos ha hecho reemplazables. Creo que por esto se respira un aroma de nacionalismo en el mundo entero. Asumo que es normal. Tal vez sea un paso hacia atrás para luego dar dos hacia adelante, como dijo Obama. Tal vez la sociedad híperglobal sea inevitable y la proliferación de estos populistas fatuos puede entenderse como manotazos de ahogado.
Votar a Jesús Gil ? en serio lo dice o quiere emular el articulista de referencia? y también hubiera votado (unos cuantos lo hicieron en su dia, aunque parezca increible) a Ruiz Mateos? que barbaridad. Nunca había conocido )y no l,o conozco) a nadie que admitiese esa barbaridad en público, aunque no sepamos quien es Vd,. Todo esto dicho sin acritud, eh. Ah, el articulo bastante bien, aunque un poco peliculero, tipo : heescritoelmejorarticulosobrelavictoriadetrumpquenadiehaescritohastalafecha..Mas o menos.
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