La verdad es la tarea del poeta. Y la verdad de Amiri Baraka era la fractura, la división, la contradicción, la tensión. La verdad del poeta que pelea por liberar las palabras del lenguaje del consenso. Que investiga las razones de la opresión. «Estoy dentro de alguien / que me odia», escribió. Era 1964 y su conciencia se debatía violentamente entre la lealtad a la lucha de su pueblo, el afroamericano, y su carrera literaria como beatnik de segunda hora. The Dead Lecturer (El conferenciante muerto), su libro de poemas de aquel año, funciona como crónica de esa escisión. Fotografía de la encrucijada en que historia y literatura colisionan, publicado meses antes del asesinato de Malcolm X, LeRoi Jones, después Baraka, no volvería a ser el mismo. Su vida y su obra, sacudidas al igual que sacudidos estaban los Estados Unidos de aquel tiempo, despegaría hacia el radicalismo político y estético.
«Queremos poemas que asesinen», escupía en «Black Art» («Arte negro»), poema grabado en 1965 junto a titanes del free jazz como Albert Ayler, Sunny Murray o Don Cherry. Entonces de nombre LeRoi Jones, nacido en Newark (Nueva Jersey) en 1934 y muerto setenta y nueve años después en la misma ciudad, dedicó su vida a escribir poemas asesinos. Poemas bomba. Redactó el acta notarial de la experiencia negra en el vientre del imperio y de su resistencia social, política, cultural. «Queremos un poema negro. Y un / Mundo Negro. / Dejad que el mundo sea un Poema Negro / Y Dejad que Toda la Gente Negra Diga Este Poema / Silenciosamente / o en VOZ ALTA», acaba «Black Art». Su poesía apenas está traducida a lenguas peninsulares y de su prosa solo se encuentran disponibles sus radicales e indispensables ensayos sobre música afroamericana —Black Music. Free jazz y conciencia negra y Blues people. Música negra en la América blanca—. Pese a la miopía del mundo editorial español, la trayectoria de LeRoi Jones, después Amiri Imamu Baraka, después Amiri Baraka, lo sitúa como uno de los escritores fundamentales de la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX.
Tal vez «controvertido» sea el adjetivo que más veces se ha utilizado para definir a Baraka. El joven poeta beat que alternaba con Allen Ginsberg o Frank O’Hara y que en 1961 publicó Prefacio a una nota de suicidio en veinte volúmenes (Preface to a Twenty Volume Suicide Note), su primera colección de poemas, no tardó en dar paso al furibundo nacionalista negro que advertía cómo el mundo se venía abajo a su alrededor. «Valéry como dictador» tituló otro de sus textos, incluido en El conferenciante muerto, en el que se preguntaba: «¿Qué es el mañana / que no puede llegar / hoy?». Y el mañana fue el asesinato de Malcolm X, la ruptura de Baraka con la escena del Greenwich Village, en Nueva York, y con su mujer blanca —la editora Hettie Cohen— y su traslado a Harlem, el barrio negro. Abandonó su nombre LeRoi Jones y se bautizó como Imamu Amiri Baraka —patronímico musulmán bantuizado que significa «líder espiritual príncipe bendito»; con los años se desprendió también del «Imamu»—. Llamó Home —traducido en una vieja edición argentina con un expresivo De vuelta a casa— a su antología de ensayos de 1966, en la que informaba del impacto que le había causado su visita a Cuba y su contacto con los intelectuales rebeldes del tercer mundo, trazaba un retrato urgente de la importancia del pensamiento de Malcolm X y prescribía las obligaciones del «artista negro»: «La función del artista negro en Norteamérica consiste en favorecer la destrucción de la Norteamérica que él conoce».
Para el profesor William J. Harris de la Universidad de Kansas, Baraka era ya entonces «el Frantz Fanon de la poesía», un escritor discutido, «el poeta psicólogo del intelectual radical negro», en búsqueda permanente, nunca en silencio, nunca quieto. El hombre que exponía en el escaparate todas sus contradicciones y las de su raza. En «Black Dada Nihilismus», feroz poema que lee acompañado del New York Art Quartet en 1965, la violencia producto de una situación violenta se despliega con extrema crudeza, tanta que resulta difícil escuchar de frente esa voz: «De Sartre, un hombre blanco, dio / el último aliento. Y rogamos que muera, / antes de que lo asesinen (…) Acude, nihilismo negro / dadá. Viola las chicas blancas. Viola / a sus padres. Corta las gargantas de sus madres». La exploración de los límites, de todos los límites, será, quizás, el hilo rojo que atraviese la obra poética de Baraka, como mínimo hasta el polémico poema post-11S «Alguien hizo saltar América por los aires» («Somebody Blew Up America»).
Pero fue también el dramaturgo que dejó el Off-Broadway temblando con The Dutchman (El holandés), ataque furioso contra el racismo y su imbricación en la lucha de clases. Y uno de esos críticos de jazz partisanos al que, aun así, nadie podía ignorar. De la cegadora importancia de la música en la expresión cultural de los afroamericanos dejó constancia en su estudio El mito de la literatura negra: «Nunca hubo un equivalente de Duke Ellington o de Louis Armstrong en la literatura negra, e incluso la mejor literatura contemporánea escrita por negros no puede compararse con la fantástica belleza de la música de Charlie Parker». Defensor de los airados músicos del free jazz cuando el establishment solo los percibía como amenaza o como burla, su propia poesía interioriza ritmos y estructuras de la gran tradición de la música negra a la que, al mismo tiempo, emplea como materia del poema.
En 1979, a los pocos años de alejarse del nacionalismo negro, en el que veía una «destructiva forma de racismo», y declararse «un socialista del tercer mundo», escribe el largo poema dedicado a John Coltrane «Am/trak», que finaliza con su recuerdo de la muerte del saxofonista durante los disturbios raciales de Newark, en los que Baraka fue arrestado: «(Acostado en confinamiento solitario, julio del 67 / Los tanques recorrían Newark / y yo silbaba todo lo que sabía de «Trane» / la sabiduría de mi latido / y él estaba muerto / dijeron. / Y aún la pasada noche puse «Meditations» / y me dijo qué hacer / ¡Vive, loco hijo de / puta! / y organiza / tu mierda / mientras arde / correctamente». El poema se retuerce, implosiona, durante siete páginas en las que el lenguaje del jazz y la destrucción de la cultura de los esclavistas celebran la «Universidad de Coltrane, un jodido doctor en filosofía». En la poesía de Amiri Baraka, los subalternos asaltan el poder. O, cuando menos, proclaman su oposición. «Pero justo cuando os levantáis para relameros yo grito ¡COLTRANE! ¡STEVIE WONDER! / ¡MALCOLM X! / ¡ALBERT AYLER! / ¡THE BLACK ARTS!», afirma en otra composición clave, «En la Tradición» («In the Tradition»), de 1982, homenaje al disco de Arthur Blythe del mismo título.
El otrora filósofo del jazz libre peleaba por despertar la tradición de la black music de su sueño conformista. Adscrito a lo que él mismo denominó «estética marxista tercermundista», defendía la necesidad de «obras de teatro directas, poesía directa, y no oscura». «Creo que incluso la más simple declaración debería contener la más avanzada comprensión, y la más avanzada comprensión debería contener la más simple declaración», explicaba en una entrevista sobre «el teatro y la revolución inminente» recogida en el volumen Conversaciones con Amiri Baraka. Teoría y práctica, como demuestra el balazo de disco music al que puso letra en 1978. La banda intérprete, atención, The Advanced Workers with the Anti-Imperialist Singers: «You Was Dancin’ Need To Be Marchin So You Can Dance Some More Later On». Se podía bailar. Era su revolución. Como era la revolución del poeta de Funk Lore (Sabiduría funk), que recoge textos y elegías dedicados a Duke Ellington y Thelonious Monk, o del que algunos críticos consideran su más acabado libro de poemas, Wise, why’s, y’s (1995), una reescritura de la epopeya emancipadora afroamericana en forma de canto griot, otra de las formas de la poesía oral —como el scat singing del jazz, el spoken word o el propio rap— que interesó a Baraka. O del elepé de 1980 New Music-New Poetry, en el que, escoltado por el batería Steve McCall y el saxo de David Murray, lee «Against Burgeois Art» («Contra el arte burgués») o «Class Struggle in Music» («La lucha de clases en la música»).
Amiri Baraka no se rendía. La opresión racial era, para él, inseparable de la opresión de clase. Y esta combinación, consecuencia de la dirección imperialista de su país, los Estados Unidos de América. Su visión política, cristalizada en la oscura década de los setenta, determinaba su escritura, su intervención cultural. En el Obama de primera hora, pese a la abismal distancia ideológica, percibió «la cuarta revolución que ha habido en América. La primera, por supuesto, fue eliminar a los británicos; la segunda, la guerra civil y toda la desegregación negra; después el movimiento por los derechos civiles en los sesenta. Esta es la cuarta, la elección de Barack Obama». «Lo veo como el fruto de las luchas de gente como el doctor King, Carmichael y Malcolm X», añadía en esa misma entrevista, en noviembre de 2008. Pero él, militante de la filosofía de la sospecha, no se confió. No extendió un cheque en blanco. Acostumbrado al ojo del huracán, no hacía tanto tiempo que la reacción se había abalanzado sobre su figura. Y todo por un poema: «Alguien hizo saltar América por los aires» («Somebody blew up America»).
Letanía implacable, poesía política oral, requisitoria contra el imperio, rap de combate e imprecación anafórica antifascista, «Alguien hizo saltar América por los aires» fue la respuesta del viejo poeta irreductible a los acontecimientos derivados del 11S. Baraka procede a través de una interminable serie de preguntas retóricas que desgranan las fechorías de los Estados Unidos a lo largo de sus dos siglos de existencia —del exterminio de las poblaciones originarias a la política exterior expansionista, del terrorismo de Estado contra los Panteras Negras a la caza de brujas— e insinúa, he aquí el pecado que causó sus mayores quebraderos de cabeza, que Israel conocía los planes de ataque a las Torres Gemelas: «Quién sabía que iban a bombardear el World Trade Center / Quién dijo a los cuatro mil trabajadores israelíes de las Torres Gemelas / Que se quedasen en casas ese día / ¿Por qué Sharón se mantuvo alejado? // ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién?».
La crítica literaria difirió, en esta ocasión, de la política. Para el profesor Edward Kamau Brathwaite, el libro que incluía «Alguien hizo saltar América por los aires», publicado en 2004, era «un hito en la reconstrucción cultural revolucionaria y radical negra». Pero la polvareda resultó fenomenal. Y densa. Las instituciones oficiales de Nueva Jersey retiraron a Amiri Baraka la condición de «Poeta Laureado» del estado bajo la consabida acusación de antisemitismo. No solo eso: suprimieron la distinción. «El asunto es que», se explicaba el escritor, «si ni siquiera puedes cuestionar un país extranjero sin que te llamen antisemita, bien, ¿qué tenemos que hacer? ¿No puedo cuestionar lo que sucede en Darfur o en el Congo sin que me llamen antinegro? Cada vez que cuestionas actividades ilegales, si se trata de un Estado soberano y sin miedo, entonces aparece alguien que te tilda de antijudío. Pero la gente está descubriendo que se trata de un disfraz y que intentan enmascarar el mal». Tal vez su poesía, su vida, no fue otra cosa que un intento, en honor a Bertolt Brecht, de desenmascarar el mal.
Amiri Baraka, uno de los poetas afroamericanos más importantes del siglo XX, trabajó como profesor en varias universidades estadounidenses. Murió en enero de 2014.
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