Como mujer y creyente, estoy preocupada por la decisión del Vaticano acerca de la incineración de nuestros seres queridos. El Santo Oficio ha aprovechado unas fechas muy sensibles, las vísperas de Todos los Santos y Todos los Difuntos, para mandar esta Instrucción a las familias católicas. Desde Roma esperan que no caiga en saco roto, como otras tantas recomendaciones que los fieles no solo no observamos, sino que encontramos un perverso placer en contravenir y ridiculizar. Por ejemplo, esa triste reacción de la sociedad española cada vez que alguno de los delicados representantes de la Conferencia Episcopal expresa sus inspiradas ocurrencias, como lo haría cualquier tuitero famoso.
Pero también me considero un poco progresista, y aunque esto por desgracia me ha llevado a tener más de un conflicto con mi director espiritual, me niego a pensar que esta decisión haya sido motivada por asuntos crematísticos. Digo no a que la Iglesia se haya visto forzada a decirnos a los católicos que volvamos al entierro tradicional porque no genera el mismo volumen de ingresos que antes. Que los cementerios de mascotas son respetables y la Iglesia bendice a las bestias y esta lucrativa demostración de cariño, pero no es igual. Con prácticas como estas se empieza a perder la perspectiva, y la sociedad inicia una peligrosa deriva hacia el panteísmo y conceptos muy cercanos al sacrilegio. Estoy segura de que el Santo Padre ha aprobado la nueva Instrucción ofendido por la experiencia. En sus viajes por países raros, habrá tenido que ver esos columbarios blasfemos contra la teología y el libre comercio, instalaciones que parecen vulgares taquillas de gimnasio unisex. Eso por no hablar de algunos objetos que hemos contemplado en domicilios particulares de gente muy librepensadora, tales como recipientes no homologados para las cenizas, relicarios paganos y altares de cine para los fallecidos.
Para homenajear a los difuntos, he confeccionado una lista de recomendaciones culturales que creo pueden combinar perfectamente el respeto por las tradiciones, y también, por qué no, seguir siendo moderna (y femenina, me apunta el padre confesor).
Los muertos no se tocan, nene
El día de las ánimas ha inspirado obras muy valiosas para la literatura española, e incluso hay artistas que pasaron sus días como verdaderas almas en pena. El Romanticismo nos dejó varios ejemplos de alguno de estos penurias. Gustavo Adolfo Bécquer debe su obra a una vida desdichada, llena de reveses económicos, hambre, desengaños amorosos y enfermedad, en paralelo a la de su hermano, el pintor e ilustrador Valeriano Domínguez Bécquer. Los dos murieron el mismo año, con meses de diferencia, a causa de la tuberculosis. Las Rimas y Leyendas son un monumento del sevillano al folclore nacional sobre lo lúgubre y la dualidad amor- muerte. Acerca de las tiras cómicas Los Borbones en pelota, atribuidas a los Bécquer, no me voy a pronunciar en este artículo.
Carolina Coronado dejó una obra muy extensa en poesía, teatro, novela y artículos periodísticos. Fue una figura importante de la literatura y la vida social del siglo XIX, pero por su sexo nunca obtuvo el reconocimiento que merecía. Revolucionaria y abolicionista, podemos achacar estas desviaciones del pensamiento a que desde niña tuvo visiones, sufría de catalepsia y a punto estuvo de ser enterrada viva tras un primer ataque. Este pánico la acompañó siempre y motivó que su familia también fuese objeto de sus cuidados. Su hija mayor falleció muy joven y la madre ordenó embalsar el cuerpo y a continuación guardarlo en el compartimento secreto de un convento. Cuando murió su marido, su cuerpo permaneció conservado en el palacio de Mitra (Lisboa), hasta la muerte de Coronado. Fue entonces cuando los dos fueron enterrados en Badajoz (no sin antes permanecer un mes corpore in sepulto). A falta de una edición completa de sus obras, recomiendo algunas novelas muy piadosas, como La exclaustrada, Vanidad de vanidades y La rueda de la desgracia.
En el siglo XVIII, el coronel y escritor José Cadalso representó como ningún otro autor el ideal romántico a la española. Aparte de sus viajes, batallas y condenas al destierro, que fueron provocadas por la publicación de obras satíricas (sin duda, producto del pecado de vanidad), me interesa para este grupo de desventurados su historia de amor con la actriz María Ignacia Ibáñez. Gaditana, como Cadalso, era una mujer ilustrada (es decir, afrancesada) que actuaba en los teatros de Madrid. Durante 1770, los amantes hicieron promesa de matrimonio, pero el Ejército prohibía las bodas con artistas. Mientras Cadalso intentaba una recomendación de arriba para saltarse la norma, «Filis», como la llamaba en sus versos, murió de fiebres tifoideas. Fue enterrada en una capilla de la iglesia de San Sebastián, consagrada a los cómicos. Aquí empieza la leyenda. Dicen que Cadalso llegó a la iglesia de noche, y procedió a levantar la lápida. El pobre don José abrazó a la novia cadáver, siendo detenido por los militares cuando se la llevaba en brazos por la calle Atocha. Parece que esta historia fue avivada tiempo después por autores como Ramón Gómez de la Serna (por cierto, sobrino de Carolina Coronado), al descubrir la obra de Cadalso Las noches lúgubres (1798), sobre un desgraciado que ha perdido en poco tiempo a varios familiares y está intentando convencer al sepulturero del satánico propósito de exhumar el cadáver de su mujer, llevárselo a casa, suicidarse y prenderle fuego a la casa. De obligada lectura en el día de las ánimas, para escarmiento de pecadores, más incluso que el Don Juan de Zorrilla.
Un poquito más recientes en el tiempo tenemos otras Noches lúgubres. Son las que firmó Alfonso Sastre en 1964, el grupo de relatos de terror del dramaturgo que ha abordado en varias de sus obras los temas sobrenaturales (La taberna fantástica, Necrópolis, Demasiado tarde para Filoctetes…). El género de terror es usado con un claro mensaje político por el señor Sastre, lo cual ha sido motivo de graves discusiones en el club de lectura de la parroquia, incluso con apercibimiento de expulsión, pero yo siempre opino que el valor literario debe ser apreciado por encima de ideas totalitarias y espectacularización populista. De las tres partes de que constan Las noches lúgubres, traigo la primera, subtitulada «Las Ventas del Espíritu Santo». Los suburbios de la ciudad, chatarreros, vagabundos, negocios muy dudosos y tabernas inmundas se mezclan en este cuento sobre vampiras de provincias y vampiros exiliados. Siempre los pobres y sus circunstancias. Es una obra maestra, compañeros y comp… digo, hermanos y hermanas.
La literatura actual tiene también distinguidos ejemplos. Pilar Pedraza continúa su carrera en el campo de lo oscuro y la maravilla, con libros tan fascinantes como Lucifer Circus o los relatos de Arcano 13 (Valdemar 2012 y 2000). En la misma editorial, Emilio Bueso publicó en 2015 una gran colección de cuentos de terror, Ahora intenta dormir, donde la actualidad se muestra desde una terrible perspectiva. Esperando su próxima novela, recomiendo otras incursiones suyas en el género, como la vampírica Diástole (Salto de Página, 2012). En tiempos aberrantes como este, escribir sobre el miedo parece ser la postura más acertada…, eso siempre, claro está, desde una opinión muy atea, liberal y casi diría antiespañola, que yo, por supuesto, no comparto.
Entre los clásicos de la literatura extranjera, no me resisto a incluir algunos relatos fabulosos que considero muy adecuados para leer a los niños y las niñas en estos días. Por ejemplo, Vi, del maestro Nicolai Gógol, historia de brujas, seminaristas y monstruos, pero sobre todo, acerca del miedo (Ed. Nórdica, 2009). La escritora norteamericana Joyce Carol Oates ha dedicado una parte de su prolífica obra al género: he escogido la nouvelle El primer amor, un cuento gótico (Edhasa, 1998), porque fue el primer libro que leí de Oates y por su tenebrosa admonición contra los falsos profetas. Para concluir, destacaré las historias de terror adolescente de Mariana Enríquez, en Cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016).
Pantalla Infernal
Verán, es que las proyecciones en la parroquia fueron canceladas hace hoy diez años. Mira que lo hice con muy buena intención, para que los ancianitos vieran por fin una película española, pero de las buenas, con reparto de primera categoría y además, sobre asuntos muy graves que competen a la Iglesia, pero a la media hora de haber comenzado Memorias del ángel caído (Fernando Cámara y David Alonso, 1997), el párroco, que estaba aplicando los santos óleos en un domicilio particular, entró precipitadamente en el club de cine y ordenó detener la proyección (no es por malmeter, pero estoy segura de que el sacristán, que siempre peca de envidia, fue quien se lo chivó por SMS), alegando no sé qué de atentados contra la salud pública y acusándome de querer matar a los abuelos. ¡Si solo estábamos fumando!
Total, que esta es una breve lista de películas para Todos los Santos. Pero eso sí, solo para mayores con reparos (la tercera), o algunas, aviso, gravemente peligrosas (la cuarta):
1) La muerte viaja demasiado (Claude Autant-Lara, José María Forqué y Giancarlo Zagni, 1965)
Tres episodios a cargo de tres directores europeos, en una muy singular comedia negra. «El ciempiés», «La corneja» y «Miss Wilma» son historias ejemplarizantes sobre la irrupción de la muerte en la vida cotidiana, sobre todo la de Forqué, ambientada en un carromato de circo, con Enma Penella, José Luis López Vázquez, un payaso asesino y la presencia del célebre faquir Daja-Tarto.
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2) La muchacha del sendero (Nicholas Gessner, 1976)
Después de pasar inadvertida mucho tiempo, se ha convertido en un clásico esta película con niña inquietante (Jodie Foster), depredadores de niñas (Martin Sheen) y un oscuro secreto escondido en el sótano de una casa familiar. Inspirada en la novela de Laird Konig, un autor de género poco reconocido.
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3) El carruaje fantasma (Victor Sjöström, 1921)
Si hay alguna película que se puede poner con toda garantía el número uno de cualquier lista sobre el cine y la muerte, es esta. Como un wéstern gótico del norte de Europa, cuenta la terrible historia de un alcohólico maltratador, cuyas fechorías se mezclan con una mujer muy piadosa que intenta salvar sus pecados, y la leyenda de una carreta y su conductor fantasma, que recoge las almas de los muertos. Como curiosidad, la famosa escena del hacha en la puerta de El resplandor, está copiada de esta.
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4) Parents (Bob Balaban, 1989)
Aparentemente se trata de un retrato feliz y optimista, ambientado en los años cincuenta, con el color y el ambiente propios de esa época. El niño protagonista se acaba de mudar a una nueva casa con sus papás (Randy Quaid y Mary Beth Orton), y cada vez le sienta peor el régimen de las comidas. Además, sufre horribles pesadillas en las que ve a sus progenitores entregándose a ritos abominables… Un festín satírico, con caníbales de clase media y experimentos químicos del gobierno.
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5) El hundimiento de la Casa Usher (Jean Epstein, 1928)
La primera adaptación del relato de E. A. Poe (eso sí, muy libremente) para el cine es de una belleza sobrenatural. Guion de Buñuel y Epstein, las imágenes profundizan en la pesadilla y los recursos del surrealismo para contar la historia de una debacle moral y amorosa, con la presencia de las grandes estrellas del cine francés, el matrimonio Margarita y Abel Gance.
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6) En la boca del miedo (John Carpenter, 1994)
Un retrato lúcido de la locura, la creación literaria y el fin de los tiempos. Los fotogramas se retuercen para enseñar al espectador el caos de la mente del protagonista, un trama mitad Stephen King, mitad cosmología de H. P. Lovecraft. La caída en un universo que no distingue realidad de ficción y la consecución del mal en su forma más perversa.
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7) La comedia de los terrores (Jacques Tourner, 1963).
Es tan maravilloso ver a Vincent Price, Peter Lorre, Boris Karloff y Basil Rathbone, que cualquier motivo que les hubiese unido serviría, pero esta película del maestro Tourner es una pirueta de estilo y un absoluto must en la historia del cine. Con guion de Richard Matheson, los que fueron las más grandes leyendas de un estilo encorsetado en la figura del monstruo aquí se entregaban a una parodia cínica y muy atrevida de sus personajes, apareciendo como vulgares seres humanos que tienen que sobrevivir sin poderes de ultratumba.
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Hollywins??
Pues estábamos en el Rodilla chateando sobre el disfraz que iba a llevar la criatura para la fiesta de Jalogüins, ¿sabes? cuando hemos recibido un guasap de la profesora, que ponía una noticia sobre no sé qué de la Iglesia, que había que abrir un enlace que te mandaba a una página… un lío de esos… bueno, que ya en casa lo ha visto tu hermano en la tele y me lo ha explicado. Resulta que el papa ha dicho que no se pueden tener en casa las cenizas y que si las hemos echado al mar, como hicisteis vosotros con la tía vuestra, la que vivía sola, pues eso ya no vale. O sea que no es legal. Ya… No, sí sola, no, yo quería decir que como no se casó al final, ya, pero, oye que sí, que cada una… Que yo lo que quería es a ver qué hacemos ahora. ¿Eh? ¿Oye? No te oigo. Yo lo digo por lo del colegio del niño. ¿Eh? Sí. Verás que te explico. ¿Qué? Ay, no te entiendo, no te oigo. Bueno, mira, que la tumba de tu padre pues podría valer para el mío, sabes, que no habrá problemas para enterrarle allí, ¿no? Que tu hermano dice que no, que ahí puede caber mucha gente. Es que no veas cómo está eso de los entierros, que una tumba cuesta un ojo de la cara… ¿El qué? Ah, ya, ¡el recibo! lo venimos pagando, pero resulta que no tenemos terreno… Pero yo digo de tumba, tumba, porque a mi padre, la verdad, pensábamos en lo de la cremación, ¿no?, que es más rápido y económico y mi madre se podía quedar con los restos en casa. Hay unas urnas preciosas que venden por internet que, bueno, parecen jarrones chinos, una cosa muy bonita. Pero claro, ahora, la pobre está un poco asustada, ¿sabes? a ver si por no enterrarle vamos a tener un problema. ¿Qué? No, bueno, problema… no. Ya, es que no entiendo eso, que no te oigo bien. Es que yo quería decir que mi madre, ya sabes, bueno, tú no, que no vienes nunca, pero, ¿eh? ella va a misa, la pobre, sabes y todo eso. Nosotros no, salvo por lo del niño, pero respetamos. Es que hay que respetar las creencias. Bueno, que lo que quería decir es que yo quería que la tumba esa… pues fuese familiar, porque somos familia, al fin y al cabo. Ya, no. No, eso no sé, pero tu hermano me ha dicho que sí, o sea que sí. ¿Mi padre? ¡Pues claro que no se ha muerto!, qué cosas tienes, yo hablaba, pues en un futuro, por lo que pueda pasar. Ya. No, no, yo no sé nada de eso que dices. ¿Apocalipsis y no sé qué niño muerto? No te entiendo. No, que no oigo. ¿Qué? Ah, el trajecito. Sí, pues la verdad es que, hemos tenido muchas discusiones con el niño, ahí negociando, porque él quería uno de no sé qué, pero, claro, es que no entiende que para la fiesta del colegio no podía ser, porque allí celebran lo de jolygüins y entonces, no veas qué problema, porque claro, los disfraces de santo son muy pocos y para no coincidir, mira…. Como todos iban de san José, pues yo he arreglado el hábito de cartujo con el que hizo tu hermano la comunión, que es mucho más bonito, pero el niño, en fin, pues no le gusta. ¿Qué? ¿Uno de qué? Sí, mi padre se llama Sebastián, como su abuelo. Ah, san Sebastián. Ya. Sí, no. Uy, eso no sé lo que es, aquí es que celebramos los cumpleaños, ¿sabes? Ya, no sé nada de esa historia. Ya, oye, es que no te escucho. ¿Qué? ¡Pero como voy a llevar al niño en calzoncillos y con unas flechas clavadas! ¡Vamos! ¡Ni que fuera el día del Domund!
Y yo que siempre he querido vestirme de santa María Egipciaca…
Divertidísima la pelicula La comedia de los terrores.
Chiste leido por ahí: la Iglesia prohible quemar personas muertas. De hacerlo con vivas no dice nada.
A ver, no se prohíbe la cremación, de hecho la ratifica (al cabo de los siglos todo cuerpo enterrado se convierte en ceniza dicen). Lo que prohíben es dispersar las cenizas por tierra, mar y aire ya que consideran que no es una tradición cristiana. Y prohíben completamente el conservar las cenizas en casa, por el hecho de que al cabo del tiempo (ya sabéis la iglesia no piensa en años, piensa en siglos) los descendientes lejanos pueden dar un trato despreciativo a los restos.