Arquitectura Arte y Letras

Edificio España: los planes de demolición

Edificio España, 2012. Imagen: Víctor Moreno Rodríguez PC / Zentropa.
Edificio España, 2012. Imagen: Víctor Moreno Rodríguez PC / Zentropa.

Del alto sudeste dirección noroeste y cuesta abajo. Correr en paralelo al Manzanares, entrar en el túnel de Bonaparte, arriesgar en el descenso, y salir a la luz de la puerta y glorieta de San Vicente, donde antes no había puerta y se llamaba Príncipe Pío y Estación del Norte, ahora un centro comercial e intercambiador de autobuses y metro. Atravesar los túneles de la cuesta de San Vicente bajo Bailén, y cuando comienza el final de la pendiente, contemplar la aparición del Edificio España, en las alturas de la plaza. Ese es mi horizonte topográfico, mi plano mental cuando pienso Madrid desde la narración y la experiencia diaria.

He hecho ese recorrido en coche, en una moto sin luces, lo he caminado como paseo y alguna vez en huida. No recuerdo desde cuándo, ni podría contar las veces que me he montado en la escalera mecánica del metro para bajarme en Reyes o en Leganitos ante su fachada. Pero en ninguna de esas ocasiones he pensado el Edificio España como un rascacielos. Mi percepción identifica su fachada con la de un ministerio o institución oficial que con el tiempo se hubiera reciclado en almacén de oficinas y comercios. Para rascacielos, como los de las ciudades norteamericanas, está la Torre de Madrid a su derecha. Ese sí es (o era) moderno, no solo por la forma y el color de su piedra, sino por el espacio que ocupa, desmarcado en el orden rígido de los edificios de la plaza. Frecuenté durante años el cine que se alojaba en su parte de atrás, ese que había sido Teatro Valle-Inclán y luego fue sede de la Filmoteca, después tienda de discos y luego diferentes encarnaciones de discotecas hasta el día de hoy, que llevan nombre de marcas comerciales, como una franquicia de peluqueros.

En sus ascensores me he encontrado con señoras con bata de científico, hombres vestidos de carnaval y ejecutivos de chaquetas cruzadas armados con tubos portaplanos. Me he perdido por sus pasillos, descubriendo carteles de negocios exóticos en las puertas y pisos particulares a nombre de personajes famosos. A primera hora de la tarde, entraba en la antigua Casa de Cantabria. En el restaurante, cuyo aspecto tenía el mismo glamour que un bar español de a pie de calle (de entonces y de ahora), apenas quedaban clientes, salvo partidas de mus y los que dormitaban frente al periódico. Siempre igual: me pedía un café y salía a la terraza de la planta 32 para fumar frente a todo Madrid, abierto en canal desde la Gran Vía. Con el cigarro en la boca, con las manos en la barandilla, siempre deseando subirme al escalón donde estaba enclavada para tentar el equilibrio. Pensando en el personaje de John Hurt en La venganza, de Stephen Frears. Los camareros me echaban un ojo desde el cristal mientras yo medía el aire. Por si la adolescente se decidía a ensayar la pirueta. La Torre de Madrid había sustituido al viaducto en la fantasía suicida. Pero es que hay generaciones y generaciones, y luego estamos nosotras.

Durante las fiestas de San Isidro de la década de los ochenta, aquella que recuerdan los supervivientes según les fue, si con lágrimas de cocodrilo o sangre de serpiente, vinieron unos equilibristas a la plaza de España. Actuaban Los Karindas y Los Bordini, que hacían locas piruetas subidos en una moto sobre el alambre. Uno de los acróbatas se desplazaba a toda velocidad, colgado de una anilla por los pies a lo largo del cable entre el Edificio y la Torre. La cuerda que lo sujetaba se rompió y cayó cerca de la estatua de Cervantes, muriendo casi en el acto. Al día siguiente, otro artista del hambre/alambre se arrojó desde la Torre de Madrid en caída controlada hasta Bailén, como homenaje al compañero fallecido, mientras la gente echaba limosnas y flores en un cubo de plástico. La verdad es que ni la más petarda esperó nunca un espectacular lanzamiento de artista de la Movida siguiendo las instrucciones tecnopop del tema de Azul y Negro. Como mucho, se tiraron algunos oficinistas y jubiladas tras robos y actos violentos. Nuestro artisteo más reciente veía los edificios de la plaza de España de otra forma. Ni política ni romántica, simplemente como un recortable kitsch para decorar, como aquel que dieron con la revista La Luna. Un lugar elegido no para suicidarse, o ya en el esfuerzo postrer, escribir o pintar algo, (no digo una obra de arte), sino para para alquilarse un apartamento, de esos con vistas imponentes y recibir a las revistas y las visitas.

Edificio España, 2012. Imagen: Víctor Moreno Rodríguez PC / Zentropa.
Edificio España, 2012. Imagen: Víctor Moreno Rodríguez PC / Zentropa.

Tras la fachada bicolor del Edificio España se movía un microcosmos más en vertical que en horizontal, muy parecido al de la Torre España, aunque no lo pareciese, que, repito, a mí siempre me ha parecido un ministerio soviético, pero con portada neo barroca. Dentro, sin embargo, el franquismo había construido un relato de anticipación, en una galaxia paralela de capitalismo y modernidad salvaje: había pisos lujosos, galerías comerciales, saunas, bingos, tiendas de arte con suelos de mármol y maderas preciosas, un hotel de cinco estrellas, y allí, en la planta 26, el bar-terraza con la piscina más famosa de Madrid. Allí vivieron espías, escritores, directores, estrellas de cine, famosos del espectáculo, y también trabajaron cientos de administrativos y secretarias de compañías aéreas y agencias de turismo internacional. Sin desmerecer a su distinguida clientela, lo mejor del Edificio España, sin embargo, estaba en su estructura. Los tanques de agua gigantes, sobre todo el de la torre que corona el complejo, y los generadores eléctricos del sótano, fueron diseñados para autoabastecer el edificio en caso de, supongo, invasión comunista o colapso de la civilización. Es asombroso el desarrollo de su plano en torno a varios patios abiertos desde la parte trasera (mucho más interesante que la fachada), que proveían de ventilación y luz natural al coloso. Una podía perderse en el enorme laberinto de pasillos, escaleras y ascensores, de botones y apliques dorados, con salida directa al exterior sin pasar por la calle. Bueno, eso si es que la encontrabas.

Pero todo ese esplendor arquitectónico que pretendía el Régimen se esfumó en poco tiempo. No así la idea: turismo, ocio y sector servicios es lo que sigue moviendo Madrid y los territorios autonómicos, tal y como lo diseñaron los pensadores franquistas. Pero la plaza de España se vio superada por una avalancha bestial de coches y transeúntes y el selecto edificio fue perdiendo protagonismo frente a la muchedumbre que circulaba a su alrededor. Luego llegaron los inmigrantes, el botellón, el trapicheo de droga, mucha gente de a pie, ¡los mercadillos!…, y los turistas de gama alta, naturalmente, fueron trasladados a lugares más selectos y sin tanta gente y tan molesta. Mientras que la torre, gracias a su situación y talle largo, fue rápidamente revendida y reconvertida (las antiguas viviendas de lujo pasaron a ser «espacios» y «hábitats» para superpersonas del siglo XXI), el Edificio España se apagó y comenzó un calvario de subastas, como si fuese la hija fea y ya entrada en años de la familia rica que no encuentra pretendiente.

El banco intentó colocárselo a un famoso empresario chino que pretendía, con todo el sentido común del mundo, demolerlo por completo y construir encima un multi todo a cien gigante, ideal para el público que frecuenta el lugar, pero el Ayuntamiento, por algún ramalazo de nostalgia, un poco incompatible con la decisión de cambiar el nombre de las calles por resultar poco democráticas, quizá porque también les suena a fachada estalinista, o porque simplemente lo vintage es lo que manda (me quedo con esta última opción), estuvo ahí peleando en nombre de no sé qué memoria histórica de las postales, y por fin, tras vaciarlo por dentro y dejarlo en el esqueleto, con la puritita fachada, se lo ha encasquetado a un señor de Murcia, atractivo empresario con nombre y apellido de teatro de Carlos Arniches. Don Trinitario Casanova y el Holding Baraka piensan reconstruirlo con nuevas viviendas de lujo, galerías comerciales y un hotel, pero esta vez más orientado al turismo joven, o sea, el de mediana edad. Por supuesto, no soy experta en arquitectura ni en macroempresas, pero este nuevo proyecto, de tan nuevo, seguro que funciona.

Edificio España (2012)

Memorias aparte, de la experiencia sobre el Edificio España ha quedado un valioso testimonio, la película documental que Víctor Moreno rodó entre 2007 y 2010. En ella no hay rastro de estas anécdotas ni visitas al lujo del pasado o reflexiones de propaganda política de baratillo. Es el registro de la célebre «rehabilitación» emprendida por el Banco Santander, el último propietario del inmueble. La obra consistía en demoler meticulosamente el interior, dejando en pie solo la fachada y los muros maestros, y retirar los materiales para proceder a su reconstrucción, una obra que de momento no se ha llevado a cabo. El edificio sigue así, como gigantesca casa esqueleto, fantasma plantado al final de la Gran Vía, una imagen que resume el estado económico y cultural de esta ciudad: vacía, a expensas de los elementos exteriores, y apenas sujeta por andamios, pero conservando la cáscara. El documental relata el proceso de desmantelamiento, a cargo de una numerosa subcontrata de obreros, casi todos inmigrantes, que tiran a golpe de martillo, pico y taladro los techos, revestimientos y las paredes, acumulan cascotes y hacen montañas con los escombros, lanzándolos al fondo de los patios. Moreno recorre con ellos los pisos desnudos, ruina cubierta de goteras y grava. El resto es conducido en tráiler a la escombrera para ser machacado y reconvertido en cemento. Al final, como en aquella fiesta de La Luna, solo se salva del destrozo un gran cuadro con la foto a todo color de la fachada del edificio. Quedan, como siempre, por encima de la materia y el trabajo, los símbolos y los mitos para fabular y facturar.

Edificio España, 2012. Imagen: Víctor Moreno Rodríguez PC / Zentropa.
Edificio España, 2012. Imagen: Víctor Moreno Rodríguez PC / Zentropa.

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4 Comments

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  2. Isobel Pantoha

    Pero esa terrasa ¿no e la de La Comunidá de Alexs dela Iglesia?

  3. Pacolete

    Qué va. La de la Comunidad es el antiguo edificio del Banco de Bilbao en Alcalá esquina Sevilla. Isobelita, iha.

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