Introducir la saga Star Wars a las nuevas generaciones preocupa mucho a la fauna que habita internet. Por eso mismo, cuando George Lucas decidió hacer creer al público que la idea inicial siempre fue arrancar Star Wars desde el cuarto capítulo (algo no del todo cierto porque la primera entrega se estrenó sin ese subtítulo que reza Episodio IV), muchos habitantes de este planeta que querían enviar a sus retoños hacia galaxias muy muy lejanas descubrieron que no tenían claro por dónde empezar. De repente los nuevos espectadores de la saga tenían que decidir si se desvirgaban con las precuelas rodadas hace poco o con las películas originales rodadas hace mucho. El problema es que dichas precuelas fueron acogidas por los fans con la misma alegría con la que se recibe un enema de brea, porque su calidad era mediocre en el mejor de los casos, pero desde un punto de vista narrativo cubrían hechos que cronológicamente antecedían a las películas originales y por tanto tenía cierta lógica empezar por ellas. Por otro lado, la trilogía original era bastante superior a las entregas más modernas, pero cargaba con unos cuantos años al lomo (La guerra de las galaxias data de 1977) y probablemente su aspecto resultase anticuado para las nuevas generaciones de consumidores de blockbusters.
Por todo lo anterior, el orden de visualización de Star Wars era un gravísimo problema del primer mundo hasta que en internet un autoproclamado movie nerd llamado Rod Hilton publicó en su blog (Absolutely no machete juggling) una extensa entrada explicando de manera razonada el mejor modo de afrontar el visionado de las seis primeras entregas de Star Wars. La propuesta de Hilton, conocida como el «Orden machete», se basaba en reordenar el visionado de las películas para conseguir la experiencia más intensa posible durante una maratón galáctica. Según el bloguero, lo ideal era ver las entregas en el siguiente orden: Episodio IV, Episodio V, Episodio II, Episodio III y Episodio VI. La idea de esta disposición era convertir a los episodios II y III en un inmenso flashback que tendría lugar entre El imperio contraataca y El retorno del Jedi, porque Hilton defendía que la verdadera historia que daba sentido a Star Wars era la leyenda de Luke Skywalker y consideraba las precuelas centradas en Darth Vader como daños colaterales. Aquel orden machete adquirió reconocimiento popular, hasta llegaría a mencionarse durante un late night, pero lo más llamativo del asunto era observar que Hilton reordenaba seis películas para formar una lista que solo contenía cinco, porque se olvidaba por completo del Episodio I. Y lo hacía a propósito.
Hilton ignoraba por completo el Episodio I porque a su parecer no añadía nada a la historia general de Star Wars. En aquel largometraje la figura de Darth Vader era la de un niño cuyas acciones no tenían consecuencias directas en el resto de la saga, y algo similar ocurría con el resto de un reparto compuesto por personajes que, o acababan muriendo en la historia, o no aportaban nada interesante. Además de eso, La amenaza fantasma introducía a los infames midiclorianos, criaturas microscópicas que habitaban dentro de los seres vivos y facilitaban la posibilidad de hacer virguerías con la Fuerza, una ocurrencia que fue especialmente mal recibida por los fans porque con ella se dotaba de carácter científico, y no místico, a la idea de la Fuerz,a y eso significaba cargarse de manera retroactiva un concepto importante de la trilogía original. En el corazoncito del público la existencia de los midiclorianos era una jodienda que había salido de una chistera y modificaba el espíritu de las películas anteriores, algo que nadie había pedido.
Las precuelas de Star Wars son un ejemplo célebre de películas que destrozan el legado de sus antecesoras porque tuvieron la desfachatez de hacerlo de manera literal: George Lucas retiró del mercado las versiones originales de las tres primeras películas y las sustituyó por versiones tuneadas que se atrevían a hacer cosas tan viles como cambiar digitalmente la cara del actor Sebastian Shaw (Anakin Skywalker en la trilogía original) por la jeta del Hayden Christensen (Anakin en las versiones más modernas). Con tanto mamoneo no resulta extraño que un aficionado mañoso apodado Harmy dedicase centenares de horas a editar y tratar digitalmente el metraje recopilado de diversas fuentes hasta reconstruir una versión «desespecializada» de las películas que intentaba ser lo más fiel posible a las estrenadas en cines hace cuatro décadas. Las versiones resultantes de aquella empresa han sido tan celebradas que ciertos fans (entre ellos el creador del orden machete) se han dedicado a tostarlas en blu-rays, imprimir carátulas exclusivas, envasarlas en cajas y colocarlas en las estanterías para autoengañarse asegurándose que eran la única edición disponible de la trilogía original.
George Lucas traicionó a su propio universo al decidir trastocar las normas del mismo. Y gente como Hilton había decidido que la única forma de enfrentarse a aquello era hacer como si nunca hubiese existido. No estaba solo. Y en el Episodio I nunca existió un secundario cómico generado por ordenador al que todo el público le deseó una muerte extremadamente dolorosa.
No hay tiempo para explicaciones
Las precuelas galácticas también patinaban en su insistencia por ofrecer respuestas a cosas que nunca las necesitaron. Y aunque lo de introducir a los midiclorianos era un tontada que dinamitaba la magia, lo cierto es que su auténtico error era el de dibujar pasajes que no necesitaban ser perfilados. En la trilogía original se hacía referencia a eventos como las Guerras Clon, una contienda que la película no mostraba en pantalla pero sonaba épica y enigmática en la imaginación de los espectadores. Con la llegada de las precuelas, Lucas decidió convertir dicha guerra en una tormenta de CGI e instantáneamente volatilizó todo el encanto de una lucha que hasta entonces se había librado en la cabeza del público.
La canadiense Cube de Vicenzo Natali era un ejemplo fantástico de cómo hacer una película genial con un presupuesto ínfimo y un único escenario. Inspirada por un capítulo de The Twilight Zone, titulado «Five characters in search of a building», la cinta narraba las adversidades de varios desconocidos que despertaban encerrados en el interior de un gigantesco cubo sin saber cómo habían llegado hasta allí. La gracia del asunto es que la estancia formaba parte de un laberinto colosal compuesto de muchas más habitaciones cúbicas, conectadas entre sí mediante escotillas, plagadas de trampas mortales que despachaban a los personajes con cierta creatividad charcutera. Lo más inteligente de todo es que la historia evitaba revelar el mayor interrogante de la historia —¿qué era aquel cubo y quién estaba detrás de todo aquello?— para centrarse en plantear un escenario fascinante con reglas divertidas y ver quién salía vivo de allí. En Cube no hacía falta dar explicaciones porque solo importaba lo que ocurría dentro del cubo, pero no lo que era el cubo. El problema es que el éxito de la película provocó Cube 2: hypercube, una secuela sin el director original que intentaba repetir el éxito de la primera pero la cagaba por completo al decidir dar respuesta a la existencia del cubo. Por un lado, la explicación que justificaba el laberinto cúbico y mortal resultaba decepcionante y menos fantástica de lo esperado. Por otro, era innecesaria al arrasar con gran parte del aura misteriosa original. La precuela que llegó a continuación, Cube zero, era más digerible, pero como partía de la nueva premisa establecida por Hypercube era imposible contemplarla con buenos ojos. De repente las secuelas de un film se habían cargado de manera retroactiva la parte más interesante de la obra original.
Entretanto, en el mundo de la felpa y el pelo sintético, los entusiastas fans de los Muppets negaban la existencia de una película titulada Los Teleñecos en el espacio porque en ella se desvelaba qué era en realidad Gonzo.
Cambio de planes
En más de una ocasión las secuelas de películas ofrecían revelaciones que cambiaban lo establecido por las entregas iniciales o precedentes: Los inmortales II convertía en aliens a los protagonistas. Men in Black 3 revelaba la existencia desde hace años de un escudo alrededor de la Tierra que hubiese impedido las invasiones que tenían lugar en Men in Black y Men in Black 2. Halloween: Resurrection sentenciaba que Jamie Lee Curtis le había cortado la cabeza al tío equivocado en el desenlace de Halloween H20. Terminator 3 dictaminaba que el futuro era inevitable y con ello convertía en esfuerzos inútiles todo lo que había ocurrido en Terminator 2. Los films más célebres de Sylvester Sallone sufrieron importantes cambios de ruta al generar secuelas: Acorralado (Rambo) era una obra antibélica hasta que llegaron los Rambo 2 y 3 para convertir al personaje en mascota de guerrera de los Estados Unidos, y Rocky hablaba de la superación personal en su primera entrega mientras sus continuaciones apuntaban hacia la fama, el dinero y partirle la cara a gente guay de los ochenta. En Spiderman (2002) un delincuente random asesinaba al tío de Peter Parker, el hombre que decía aquello de «un gran poder conlleva una gran responsabilidad», pero cinco años después Spiderman 3 optaba por añadir drama gratuito al sacarse de la manga que en realidad el asesino del tío Ben era uno de los antagonistas de aquella tercera parte.
Rec 2 fue lista y traviesa al revelar la auténtica naturaleza de la infección ocurrida en la primera parte, porque al hacerlo trasladaba de manera retroactiva la saga desde el género zombi hasta el género fantástico para lamento de los amigos de los muertos vivientes que de repente se enfrentaban a una película sobre poseídos demoníacos.
No te conozco de nada
En ocasiones son las propias franquicias quienes evitan reconocer a sus propias entregas. Superman Returns continuaba la historia a partir de Superman II, pasándose por el forro a Superman III y Superman IV. El reboot moderno de Viernes 13 (2009) se inspiraba en las cuatro primeras carnicerías de Jason y desechaba las otras siete secuelas. La serie Halloween que inició John Carpenter en el 78 se regateaba a sí misma: Halooween III no tenía nada que ver con las dos primeras (el psicópata estrella ni siquiera aparecía) y la séptima entrega titulada Halloween H20: 20 años después ignoraba los capítulos cuarto, quinto y sexto. La finura la demostraría X-Men: días del futuro pasado, porque hacía borrón y cuenta nueva de lo ocurrido en X-Men: La decisión final, muertes de personajes incluidas, desde su propio guion: la historia de Días del futuro pasado viajaba hacia atrás en el tiempo y evitaba que lo sucedido en La decisión final tuviese lugar.
Shock Treatment, la seudosecuela de The Rocky Horror Picture Show, sería desechada como segunda parte incluso por su propio creador Richard O’Brien. El director de Jurassic World, Colin Trevorrow, aseguraba que la suya era una secuela directa del Parque jurásico original y que en caso de encontrarse de frente en una acera con El mundo perdido o Parque jurásico III miraría al móvil, seguiría caminando y haría como si no las conociese de nada. Los inmortales no solo tenía una segunda parte considerada como una de las secuelas más odiadas de la historia, sino que además se hacía boicot a sí misma de manera progresiva: Los inmortales III: el hechicero ignoraba que existiera Los inmortales II: el desafío, pero la cuarta entrega (Los inmortales: juego final) se olvidaba a propósito de Los inmortales II y Los inmortales III.
Lo de La matanza de Texas era una guasa al tratarse de una serie con una continuidad tan estable como un rascacielos de gelatina: la secuela era una comedia, la tercera parte no tenía mucho que ver con las dos primeras, la cuarta era una tontada protagonizada por Bridget Jones, la primera tuvo un remake en 2003, el remake de la primera tuvo una precuela en 2006 y finalmente en 2013 se estrenó una nueva entrega que hacía de secuela de la primera parte e ignoraba la segunda, la tercera, la cuarta, el remake, la precuela del remake y la madre que los parió a todos. El consenso general es que de La matanza de Texas solo existe una película.
Casino Royale (1967) y Nunca digas nunca jamás (1983) era casos extraños, porque se trataban de películas de James Bond que no formaba parte de la saga de James Bond al haber sido producidas al margen de la serie principal, aprovechando ciertos bailes de derechos. Casino Royale en realidad era una parodia, pero Nunca digas nunca jamás iba en serio, llegaba protagonizada por Sean Connery e incluso se estrenó el mismo año que Octopussy, la entrega oficial de James Bond protagonizada por Roger Moore. Lo más gracioso de Nunca digas nunca jamás era la coña de su propio título: tras Diamantes para la eternidad Connery había asegurado que nunca volvería a interpretar a 007.
Los fans por otro lado juegan su propia liga y se montan sus aventuras particulares sobre lo que es canon, lo que no y lo que tiene pinta de abonar muy bien la huerta. Para muchos de los que disfrutaron de El cuervo nunca han existido ni la serie de televisión El cuervo: escalera al cielo protagonizada por Mark Dacascos, ni las películas El cuervo: ciudad de ángeles, El Cuervo: salvación o aquella espantosa El cuervo: la plegaria maldita de reparto curioso (Tara Reid, Dennis Hopper o David Boreanaz), cuyo mayor mérito es haber sacado durante un rato a Edward Furlong de debajo del puente donde se rehabilitaba. Los palmeros de Jason Bourne reniegan de que El legado de Bourne se haya estrenado en cines. A Hannibal, el origen del mal todo el mundo le hace el vacío. Cualquier persona que tenga un mínimo respeto por Donnie Darko tiende a ponerse muy nervioso cuando se le recuerda que existe algo llamado S. Darko centrado en la hermana del protagonista de la película original. Para muchos el pack de blu-rays Indiana Jones: las aventuras completas incluía por error un disco con un programa de Cuarto Milenio patrocinado por un anuncio de neveras. Y lo cierto es que nadie ha oído hablar nunca de Grease 2, Dragonheart 2, La máscara 2, Blues Brothers 2000, American Psycho 2 o de las diversas secuelas de Solo en casa. Zoolander 2 tampoco hay que tenerla muy en cuenta porque en el fondo la primera ya era bastante bosta.
Como si no existiera
Un señor enfundado en un traje de látex y encerrado junto a Sigourney Weaver en bragas en un compartimento donde nadie les puede oír gritar es una idea que sobre el papel promete bastante, pero que cuando Ridley Scott la agarra y la estampa contra la pantalla del cine acaba creciendo hasta aterrar, en el mejor de los sentidos, a varias generaciones. Alien: el octavo pasajero se convirtió en un clásico casi al instante y provocó una secuela de tono inesperado cuando un James Cameron, que estaba metido en la preproducción de Terminator, agarró el volante de la nueva entrega y decidió abandonar el horror para saltar a la acción. El póster de Aliens: el regreso ya anunciaba sus intenciones con un «This time it’s war» y el espíritu de aquella película se empapó del pesimismo pos-Vietnam al adoptar un tono guerrillero. Lo que en manos de cualquier otro hubiese sido un desastre, en el regazo de Cameron se convirtió en una de las mejores segundas partes filmadas: la película acabó llegando a la ceremonia de los Óscar con siete nominaciones, incluyendo una a mejor actriz para Weaver por su papel como teniente Ripley, y salió de allí con dos premios técnicos (mejores efectos de sonido y efectos especiales) en el bolsillo.
La cosa se comenzó a torcer con la tercera parte en el 92. Aliens 3 supuso el debut cinematográfico de David Fincher, pero también el desengaño del hombre con la industria y el descalabro de la franquicia. El estudio metió tanta mano en la producción y le tocó tanto los cataplines a Fincher que el tío renegó por completo del mediocre resultado y los mandó a todos a paseo. En los making of de la película el director no hace acto de presencia, y cuando en otros medios le toca enumerar su currículo el hombre suele olvidarse a propósito de mencionar que rodó aquella tercera parte. Cinco años después Alien resurrection contrató a un director estupendo (el francés Jean-Pierre Jeunet de La ciudad de los niños perdidos o Delicatessen) para producir algo que no fue tan estupendo y que utilizaba como excusa la clonación para revivir a una Ripley que se había cocinado a la parrilla al final de la entrega anterior. Alien Resurrection mejoraba a su antecesora, algo que no tiene mucho mérito, pero se quedaba muy justita e introducía un cruce entre alien y humano que no hizo ni puñetera gracia a los fans de la mitología original.
Un señor con careta enfundado en un traje con medias de rejilla junto a un Arnold Schwarzenegger untándose en barro en una jungla alejada de cualquier tipo de civilización también era una idea muy prometedora sobre el papel, hasta que llegaba John McTiernan (padre de Jungla de cristal) y convertía la exótica excursión en Depredador, un clásico del cine de acción. La inevitable Depredador 2 la dirigió un tío que pasaba por allí (Stephen Hopkins) y fue un accidente mucho más tontorrón al que puede excusarle un poco el ser hija de su tiempo: aquellos primeros noventa donde nadie sabía qué coño estaba pasando.
El auténtico problema para las sagas Alien y Predator llegó cuando ambas decidieron caminar de la mano: a finales de los ochenta el mundo del cómic combinó a ambos monstruos, un detalle al que la película de Depredador 2 le dedicaría un pequeño guiño al colocar la calavera de un alien entre los trofeos de los depredadores. La marca Alien vs Predator se convirtió en franquicia propia y provocó un buen montón de tebeos, videojuegos y novelas para acabar saltando al cine con Alien vs Predator de Paul W. S. Anderson (el incapaz que fabrica Residents Evils para su señora) y Aliens vs Predator 2 (dirigida por un ente que se hace llamar The Brothers Strause). La primera era una chorrada demasiado family friendly y la segunda un slasher idiota. La saga del Depredador se redimió un poco del asunto con Predators en 2010, una tercera entrega que ignoraba todo aquella mierda de Alien vs Predator. Y en 2012 Ridley Scott volvía al universo de Alien con una casi precuela llamada Prometheus que gustó a la crítica y cabreó a los fans. La gente lista acaba deduciendo que solo existen dos entregas de Alien y un par de Predator en caso de que le demos un pase a la protagonizada por Adrien Brody.
Matrix fue un bombazo. Las hermanas Wachowski se cubrieron de gloria combinando Ghost in the Shell con Ubik y los posos de decenas de obras de ciencia ficción mientras desfilaban por la pantalla unos efectos especiales que embobaban con cámaras revoltosas. Un batido de ciencia-kung-fu-ficción que se demostraba listo de manera clásica: lucía las ideas al principio y desembocaba en espectáculo durante el último tercio, pero que también era astuto y consentía un final abierto por si aquello era rentable. El problema es que las Wachowski apuntaron a la trilogía y parieron dos secuelas al mismo tiempo porque PROFIT.
Matrix Reloaded todavía funcionaba porque parecía querer contar algo a pesar de montarse un Monegros indoors que daba bastante vergüenza y de sentar a un tío en un sofá, bautizarlo como El Arquitecto y pretender que toda la miga interesante la despachase el pobre hombre de corrido haciéndose el listo. Pero la secuela se convertía en un coitus interruptus al relegar de golpe toda la responsabilidad en la tercera parte. Y Matrix Revolutions no pasaba de ser una carísima bosta, con efectos especiales que le hacían el amor suavemente a todos los habitantes del valle inquietante, diálogos tontorrones y una mitología que nadie había solicitado. Su mayor logro fue conseguir que una trama que incluía un ejército de mechwarriors resultase un coñazo. Revolutions parecía un fanfic del montón y probablemente el mayor error, compartido con su antecesora, era patinar en lo básico: llevar en el título la palabra «Matrix» y pasarse por el forro el mundo de Matrix para centrarse en el aburridísimo escenario de corchopan de Zion. Nadie aprendió nada de todo esto y más tarde Piratas del Caribe se metió un batacazo con sus tres primeras películas de manera similar: con una segunda parte curiosa y una tercera desastrosa.
En la cultura popular la sociedad tomó la sana decisión de afrontar la existencia de las secuelas de The Matrix tal y como reflejaban las cuatro últimas viñetas del cómic número 566 de xkcd:
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… sean ecuánimes: ¿Jar-Jar es peor que los Ewoks? ¿En serio?…
Sí
De aquí a Lima
Malditos romulianos. ¡Les desafío! Vean «Caravana de valor» y «La batalla por Endor» y declárenlos parte del «cánon». ¿Quién dijo que «Rogue One» es el primer spin-off? …Pobre Jar-Jar…
El problema viene cuando te topas con fans enroscados, que no se limitan a ignorar dichas pelis, sino que pretenden que todo el mundo lo haga. Entonces llega alguien que, como por ejemplo un servidor, afirma que disfruta de estas películas porque se la suda «el canon» (esa cosa…), y se lleva una mirada de desprecio y suficiencia que no acabas de entender. Y quizá tomarse estas cosas TAN en serio no sea lo más inteligente.
Ah, y declaro que, siendo fan de Star Wars y Alien, disfruto La amenaza fantasma y Alien3. No hay no ley ni continuo espacio-tiempo (ni comentario en Jotdown) que lo impidan; son las peores de sus respectivas sagas, vale, pero no por eso van a dejar de gustarme.
La mayor influencia (por decirlo de alguna manera) de Matrix es el cómic Los Invisibles, mucho más que Ubik o Ghost in the shell.
Jamás entenderé cómo alguien puede poner El ataque de los clones por encima de La amenaza fantasma.
Yo, debo decir, arrastro diabetes desde que vi por vez primera los revolcones en la hierba de Anakin con Amidala.
Haga como yo, que me salto todas las escenas azucaradas de en medio entre Anakin y Amidala y queda una peli de aventuras galácticas, con la investigación de Obi Wan y el rescate posterior en plan caballería Jedi, bastante apañada. Así es como se la pondré a mi hija cuando sea el momento, en todo caso.