Leni Riefenstahl ocupaba la silla de mandar durante la filmación de Olympia, el documental que cubría los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Desde aquella posición la realizadora alemana logró ensamblar toda una revolución a nivel técnico: a lo largo de sus más de doscientos minutos (distribuidos en dos partes, «Festival de las naciones» y «Festival de la belleza») Riefenstahl se marcaba picados, contrapicados, travellings, intensos primeros planos y métodos de edición completamente adelantados a su época. A causa de aquella portentosa capacidad visionaria resulta habitual que, hoy, la obra asome la cabeza entre las selecciones de mejores películas de la historia (aquí mismo en la revista Time). Pero desde un punto de vista moral aquella Olympia era un asunto completamente diferente y bastante inmundo: la cinta era un producto de la propaganda nazi, un catálogo fantasioso de la superioridad aria centrado en admirar cuerpos atléticos.
Cuando los Estados Unidos empezaron a darse cuenta de lo que tramaban Hitler y compañía, se decidió invitar amablemente a la directora, que andaba de gira promocional por el país, a volver a su casa y meterse los rollos de celuloide en su recto teutón. Veinte años más tarde el valor artístico del documental lo haría merecedor de visitar el Museum of Modern Art de Nueva York con la condición de que Riefenstahl eliminase todos los planos de Hitler del metraje. Lo cierto es que, artísticamente hablando, Olympia ejerció una influencia considerable en el mundo del cine, los documentales deportivos futuros beberían de sus recursos y los directores de cine tomarían nota de las técnicas utilizadas. Los más atentos descubrirían que aquellas escenas con trampolines y atletas zambulléndose en las aguas resultaban especialmente hermosas por una razón concreta: Riefenstahl había permitido al espectador contemplarlas con la calma que otorgaba una velocidad ralentizada.
En la película Los siete samuráis (1954) de Akira Kurosawa dos personajes se enfrentaban en duelo ante varios espectadores. Durante aquel combate Kurosawa decidió meter cinco segundos de cámara lenta con una precisión fantástica: situándolos en el momento exacto para convertir la victoria en algo legendario. Y de ese modo se confirmaba que un plano a cámara lenta en el instante preciso era toda una lección de elegancia. O una forma de molar muy fuerte.
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Bonnie y Clyde (1967)
El 23 de mayo de 1934 cuatro oficiales de policía muy bien armados se agazaparon entre los arbustos de Luisiana para jugar al escondite con Bonnie y Clyde, una pareja de criminales americanos con estatus de enemigos públicos del país. Cuando el vehículo conducido por los delincuentes llegó hasta los setos que ocultaban a los oficiales, estos decidieron simplificar el protocolo de detención vaciando directamente los cargadores sobre aquella versión bandolera de Romeo y Julieta. En el 67 Arthur Penn firmó una película sobre la pareja criminal con Warren Beatty y Faye Dunaway que dotó a la leyenda de Bonnie y Clyde de cierto toque distinguido, pero que obviamente no permitió a sus protagonistas llegar a los créditos sin reunir una colección de orificios extra. La escena final del film recreaba la famosa emboscada y el puntual uso de la slow-mo durante la misma añadía tragedia al baile de los cuerpos que recibían el chaparrón de balas.
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La naranja mecánica (1971)
Alex y sus drugos de paseo. La asombrosa capacidad de Stanley Kubrick para plantar una cámara y extraer diamante de lo que ocurre al otro lado.
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Sam Peckinpah: Grupo salvaje (1969), La huida (1972), Quiero la cabeza de Alfredo García (1974)
Peckinpah fue uno de los que mejor entendió el arte de la cámara lenta. Sus detractores le echaban en cara que glorificase la masacre en la pantalla cuando en realidad el hombre intentaba evocar la catarsis ante la violencia mostrada, representar en sus historias una crueldad descarnada con la vana intención de extirparla del mundo real. Y a pesar de lidiar con cintas donde la pólvora y la brutalidad eran una constante, su uso de la cámara lenta no apuntaba a embellecer el espectáculo sino a componer una especie de poema visual triste y doloroso: ralentizaba la acción frenética para observar cuerpos desplomándose, vidas estrellándose contra el suelo.
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Karateci Kiz (1974)
Cinta turca con Filiz Akın como chavala karateca en busca de venganza y con La Escena. Sí, se trata de aquella ridícula secuencia compartida desde hace cuatro años por las redes sociales de medio planeta, el vídeo que alguien (que no ha visto lo de Marion Cotillard en El caballero oscuro: la leyenda renace) se aventuró a etiquetar como «La peor muerte de la historia del cine». Pero, joder, existía algo hermoso en aquel villano con la mano llena de tomate dándolo todo por salvar el asunto pese a que la slow–mo jugaba en su contra.
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Cato Fong contra Jacques Clouseau: El regreso de la pantera rosa (1975), La pantera rosa ataca de nuevo (1976)
El eterno combate amistoso/destructivo entre el inspector Jacques Clouseau (Peter Sellers) y Cato Fong (Burt Kwouk) añadía una nueva dimensión al recurso de reducir la velocidad de la acción: la comedia consciente. Patadas aéreas y porrazos con nunchakus subrayados por gritos ridículamente ralentizados.
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Toro salvaje (1980)
Lo de Martin Scorsese en Toro salvaje era para proyectarlo en las escuelas. La película, basada en la autobiografía Raging Bull: My Story del boxeador americano Jake Lamotta, exprimía la cámara lenta de todas las maneras imaginables: como elegante acompañamiento a los créditos iniciales, como medio para representar el punto de vista y los fetiches del personaje, como un jadeo invisible de dolor y finalmente como mecanismo para transformar un combate entre dos bestias pardas en un violento ballet de sudor y sangre.
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El resplandor (1980)
De la fabulosa secuencia con la riada de sangre decidiendo que se bajaba del ascensor en ese piso tomarían nota hasta en el otro lado del mundo: Stephen Chow fusiló la escena en un momento de su fantástica Kung-Fu Sion.
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Carros de fuego (1981)
Carros de fuego añadió épica al asunto de trotar antes de que llegase la palabra runner y lo despojase de toda ella. Unas zancadas por la playa embellecidas por Vangelis y desde entonces ningún ser humano podría volver a escuchar ese piano y evitar simular que correteaba a cámara lenta. Curiosamente, mientras en la película original la slow motion aplicada era bastante delicada, las innumerables parodias exageraban el efecto notablemente.
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El sentido de la vida (1983)
Los Monty Python siempre han defendido la máxima de intentar ofender a todo aquel que fuese posible. Su disparatada El sentido de la vida incluía un gag protagonizado por un hombre, condenado a muerte por contar chistes sexistas, a quien se le había permito elegir previamente la naturaleza de su ejecución. En la pantalla el caballero huía de un grupo de jóvenes chavalas que le perseguían, en inevitable cámara lenta, con casco y en toples.
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Superman IV (1987)
La tercera entrega de Superman dejó al público bastante tocado: era tontorrona y lo de convertir a Richard Pryor en coprotagonista no pegaba ni apretando muy fuerte. Tras el desastre, el productor Ilya Salkind cedió los derechos del personaje a Menahem Golan y Yoram Globus, la pareja responsable de una famosa fábrica de churros de serie B llamada Cannon Films. Golan y Globus se enfrentaron a Superman IV en modo tacaño: ahorrando todo lo posible y negándose a rodar en Nueva York porque Inglaterra para ellos era más o menos lo mismo pero más barato. El presupuesto se recortó de treinta y seis a diecisiete millones y Christopher Reeve acabó lamentado participar en aquella chapuza. Lo bonito es que legaría a la historia uno de los combates más vergonzosos nunca vistos: la deliciosa batalla entre Superman y Nuclear Man en una luna de corchopán.
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Mata y mata otra vez (1981)
El discurso de enterado consiste en decir que en esta coproducción entre Sudáfrica y los Estados Unidos el proyectil que disparaba la versión Hacendado de José Sacristán entraba en bullet time mucho antes de que Matrix empezase siquiera a ser un boceto. Sí, pero no; hay una bala surcando el aire sin prisas, pero serían otras cámaras más evidentes las que antecederían en contoneos a los disparos de las Wachowski.
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Los intocables (1987)
Uno de los tiroteos más geniales jamás rodados y una escena que ni siquiera aparecía en el guion original: Brian De Palma había ideado un enfrentamiento en el interior de un tren, pero a la Paramount le salía demasiado caro construir un ferrocarril de los años treinta y le comentaron muy formalmente al realizador que nanay y que se bajase un poco de las nubes. De Palma trasladó la acción a las escaleras de la Chicago Union Station para ahorrar pasta, reescribió y planificó un nuevo tiroteo y agarró del film El acorazado Potemkin la potente idea de arrojar escaleras abajo un carrito de bebé con niño dentro. La edición precisa dotó a la secuencia final de una tensión y ritmo tan exquisitos como para quitarse la chistera y bailar claqué.
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El último gran héroe (1993)
A pesar de contar con un Arnold Schwarzenegger dirigido por John McTiernan, un villano con un smiley en el ojo y un guion divertidísimo rebozándose sin pudor en las metarreferencias, El último gran héroe se descalabró en taquilla. Pero tenía a Arnie pescado en el aire por una grúa de la que colgaba el cadáver de un mafioso con una bomba dentro a modo de ventosidad post-mortem. Superad eso.
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En Blanco humano (1993) Jean-Claude Van Damme se veía atrapado en un bucle de slow motion intermitente: montaba en moto y disparaba a cámara lenta, saltaba sobre otra moto que explotaba a cámara lenta, hacía equilibrios sobre el sillín a cámara lenta, se arrojaba sobre un coche a cámara lenta, se arrojaba sobre un tren a cámara lenta y era perseguido por un Lance Henriksen que recargaba su arma a cámara lenta. Tras las cámaras apoltronaba el culo John Woo, un director hongkonés al que Hollywood había fichado tras ver lo que hacía en su tierra natal: rodar un montón de escenas de acción espectaculares muy coreografiadas donde la cámara lenta y las palomas aleteando adquirían bastante protagonismo. Luego ocurrió lo de Misión imposible 2 y ya nadie sabría cómo volver a mirar a Woo a la cara.
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Ace Ventura. Detective de mascotas (1994)
Vale, tiene truco, porque no se trata de una escena a cámara lenta sino de Jim Carrey haciendo el capullo y simulando super slow motion mientras viste un tutú. Pero, eh, en los noventa estábamos sin evolucionar del todo y nos reíamos con esto. Y sigue siendo admirable cuando hace lo del rebobinado.
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Sospechosos habituales (1995)
Desde El profesional (Léon) y la fugaz escena de «Me boss you not» nunca una taza había tenido tanto protagonismo en la gran pantalla.
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Los elegidos (1999)
Los elegidos cosechó una legión de fans y un estatus de culto que no se merecía. Pero justo a eso apuntaba en principio una película cuya mayor parte del metraje estaba diseñada para intentar molar mucho yendo de chula. «There was a firefight!», exclamaba un pasadísimo Willem Dafoe antes de detonar el recuerdo de un tiroteo desmadrado, un flashback dentro del cual el propio Dafoe acababa colándose para bailar y disparar al aire. También ofrecía un váter aterrizando sobre la cabeza de un matón y un tiroteo con los protagonistas colgados bocabajo. Y la impresión de que todo era una excusa para encadenar secuencias absurdas a cámara lenta.
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The Matrix (1999)
A las hermanas Wachowski se les había metido en la cabeza registrar la acción a una velocidad altísima, es decir en slow motion, y al mismo tiempo desplazar la cámara por la escena a velocidad normal. Los primeros intentos para lograr su objetivo incluyeron un cohete y mucha fe, pero finalmente optaron por la opción digital y rodaron el asunto con un buen montón de cámaras en círculo y muchos remiendos digitales, una técnica que no era novedosa (existían antecedentes, entre ellos Michel Gondry y su videoclip Like a Rolling Stone) y que popularmente acabó conociéndose como bullet time. El resultado asombró al mundo y la técnica se extendería rápidamente entre el cine y los videojuegos, juguetes interactivos como Max Payne se construirían en torno a ella.
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Romeo debe morir (2000)
Lo más destacable de la versión kungfú de Romeo y Julieta eran los instantes ralentizados donde unos rayos X nos mostraban cómo se producían los daños en el chasis del personaje que recibía el guantazo. La pelea final incluso elevaba el destrozo óseo a once con un efecto dominó en toda la columna vertebral. Aunque lo de recrearse en huesos rotos (un recurso que también utilizarían los videojuegos en series como Mortal Kombat o Sniper Elite) venía de lejos: diez años antes el festival gore de Historia de Ricky había reventado una calavera de un puñetazo tirando de radiografías.
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El cine de Wes Anderson
Wes Anderson es uno de esos cineastas que ha logrado construir a base de imágenes un mundo personal e identificable a través de una serie de elementos propios: planos milimétricamente planteados, simetrías, movimientos de cámara muy calculados, rótulos sobrepuestos, escenarios como casas de muñecas, reverencias a lo inusual, estética de postal, mucha música y secuencias a cámara lenta. Muchas secuencias a cámara lenta. Mención especial para el plano posvenganza de Academia Rushmore y sobre todo para el paseo de Steve Zissou al ritmo del «Queen bitch» de David Bowie en Life Aquatic.
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Shaolin Soccer (2001)
Ni siquiera en el mundo de los dibujos animados un resbalón con una cáscara de plátano había dado tanto juego.
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X-men 2 (2003)
Rondador Nocturno se presentó a lo grande en las salas de cine: con un sensacional asalto a la Casa Blanca que culminaba con la ralentizada escena del mutante limpiando el Despacho Oval de guardaespaldas.
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Superman Returns (2006)
La versión de Bryan Singer de Superman suele recordarse como un fracaso a todos los niveles cuando lo cierto es que no fue del todo así: la crítica alabó la cinta (Quentin Tarantino escribió un ensayo de veinte páginas a modo de aparatosa felación hacia su director) y recaudó cuatrocientos millones de pavos. El problema es que una historia tediosa hizo que Superman Returns nunca llegase a conectar realmente con el público. De hecho, el único recuerdo que parece conservar la audiencia de aquella película es la secuencia del disparo a bocajarro sobre la cara de Brandon Routh, la escena donde Superman paraba una bala con su ojo.
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300 (2006)
Con el documental de Zack Snyder sobre Leónidas y sus colegas de trekking existen unas cuantas bromas recurrentes. La más obvia y menos sutil es aquella que señala que en el porno gay profesional asoman abdominales menos marcados y menos carne de varón que en el festival de Photoshop de Snyder. La otra coña recurrente consiste en apuntar que, en caso de agarrar la película y eliminar la cámara lenta, el show no duraría mucho más de quince minutos. Probablemente sea verdad.
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Vecinos invasores (2006)
La versión original de Vecinos invasores tenía a gente como Bruce Willis y Steve Carell otorgándole voz al bestiario protagonista. Desgraciadamente la adaptación española sufrió de un doblaje encabezado por actores que estaban de moda en la televisión patria del 2006, y por eso mismo uno se tropieza aquí con Luis Merlo e Isabel Ordáz recién salidos de Aquí no hay quien viva y la injustificable elección de Michel Brown como protagonista, un tipo famoso a causa de Pasión de gavilanes, el culebrón que arrasaba por entonces. Calamidades del doblaje aparte, lo cierto es que Vecinos invasores no era nada del otro mundo, pero contenía una escena genial: la detonada cuando Hammy, una ardilla que vivía en un estado espídico constante, se pimplaba una bebida energética con el consiguiente chute de cafeína disparando su velocidad hasta el punto de lograr que, a sus ojos, el resto del planeta dejase de girar sobre su eje. Sí, un mutante llamado Quicksilver hará exactamente lo mismo más adelante sin tirar de Red Bull, pero, a ver, la ardilla mola más.
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En tierra hostil (2008)
A la hora de juguetear con las bombas, Kathryn Bigelow demostró que lo más efectivo para tensar espaldas era retratar la onda expansiva en corto: poniendo el objetivo sobre un puñado de guijarros que rebotaban a consecuencia del bombazo y administrando la cámara lenta.
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Wanted (2008)
Entre los disparos con efecto y Angelina Jolie enseñando la matrícula, la divertida Wanted nos dejó un momento entrañable: la versión panoli del profesor Xavier reventándole la cara con un teclado a la versión capulla de uno de los Guardianes de la galaxia mientras un puñado de teclas y la raíz de un diente vuelan contra la pantalla mostrando un sutil mensaje subliminal: «Jódete».
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Sherlock Holmes (2009) y Sherlock Holmes: juego de sombras (2011)
Fichar a Guy Ritchie para una nueva versión de Sherlock Holmes resultó ser una idea estupenda. El tío es de los pocos que aprovechan para bien los recursos videocliperos modernos y su dirección le insuflaba caña al personaje al mostrar su talento pugilístico. Holmes repartía leña mientras explicaba cada uno de sus movimientos en unas escenas ralentizadas que funcionaban como una especie de combinación entre el tutorial de los juegos de lucha y la clase de anatomía a hostia limpia. La secuela, Juego de sombras, apostaría más fuerte por el espectáculo al marcarse una asombrosa huida, que entraba y salía del bullet time durante una lluvia de proyectiles a través de un bosque.
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Secuencias de créditos
O cómo abrir con estilo. Los créditos de Watchmen (2009) embellecidos por el «The Times They Are a Changin» de Bob Dylan merecen una ovación en pie y los de Bienvenidos a Zombieland (2009) con Metallica atronando con «From Whom The Bell Tolls», que les hagan la ola. Jackass (2002) tenía tarados rodando cuesta abajo en un carrito gigante con el «O Fortuna» del Carmina Burana de fondo. Jackass dos: todavía más (2006) improvisaba un San Fermín americano y Jackass 3D (2010) se ponía más artística y azotaba stunts idiotas bajo un gigantesco arcoíris. A Quentin Tarantino le bastaría con sacar los perros a pasear con el «Little Green Bag» de George Baker para hacer historia con Reservoir Dogs (1992).
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Kick–Ass (2010)
«Show’s over, motherfuckers». Hit girl.
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Attack The Block (2011)
Antes de alistarse en las filas del lado oscuro, John Boyega salvó al planeta de una invasión de extraterrestres (inspirados en la fauna del videojuego Another World) con un sprint por el pasillo, un marciano muerto en la espalda y un cohete en la boca. Attack The Block entendió mejor que Super 8 dónde se encontraba el alma del añorado cine de aventuras fantásticas en pandilla.
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Drive (2011)
La escena del ascensor. Malditos ochenta.
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Dredd (2012)
En la Dredd buena, es decir aquella del 2012 en la que ni aparece Rob Schneider ni el labio colgante de Sylvester Stallone asoma por debajo del casco, el propio guion se atrevía a incluir la cámara lenta como un elemento de la trama: en aquel futuro distópico triunfaba un nuevo tipo de droga denominada Slo-Mo que reducía la velocidad de percepción del consumidor. Ese elemento servía para presentar a la villana de manera muy efectiva chapoteando en pleno subidón, pero sobre todo para convertir el asalto a un piso en una formidable coreografía de balazos, carne y sangre.
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El lobo de Wall Street (2013)
Siempre que sea posible dejad en manos de Scorsese lo de filmar a alguien con un colocón.
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Los amos de la noticia (2013)
Anchorman aterrizó en los cines de España retitulada como El reportero y, a pesar haber sido un bombazo en EE. UU., solo dos pares de felinos pagaron por verla en sala por estas tierras. Como consecuencia, Anchorman 2 se tiró de cabeza al DVD, una decisión lógica tras el rendimiento en taquilla de la original, pero que venía acompañada de la gilipollez de bautizarla Los amos de la noticia y no El reportero 2. Sea como fuere, la secuela acogía un gag maravilloso en setentera gravedad cero, el del accidente de caravana.
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Quicksilver : X-men: Días del futuro pasado (2014) y X-men: Apocalipsis (2016)
En Días del futuro pasado, la quinta entrega (sin contar un par de spin-offs) de la Patrulla-X, un personaje llamado Quicksilver heredaba la capacidad que tenía aquel Rondador Nocturno de X-men 2 para robar la función por completo con una sola escena. La película agraciaba al chaval con una aparatosa secuencia donde lucir sus poderes, al ritmo del acertado «Time in a Bottle» de Jim Croce, en la que Quicksilver se movía alegremente en un mundo ralentizado (1). Para la siguiente película, X-men: Apocalipsis, no solo se repetiría la jugada, sino que además se multiplicaría hasta niveles disparatados: el chico esta vez salvaría a todos los inquilinos de una mansión mientras la misma volaba por los aires a causa de una explosión. Durante el proceso, esta vez al ritmo del «Sweet Dreams» de Eurythmics, la velocidad del mutante le permitía encontrar tiempo para beberse un Tab, marcarse un moonwalker, surfear una onda expansiva a bordo de una mesa y salvar a un perrete y un puñado de pececillos.
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Zootrópolis (2016)
Zootrópolis, uno de los éxitos más recientes de Disney, contenía un gag absolutamente memorable que redefinía la idea de cámara lenta al transformarla en un personaje en sí mismo. Se trataba de los perezosos, criaturas que operaban a una velocidad extremadamente pausada para desgracia de terceros que requerían de sus servicios. El toque maestro había sido otorgarles un oficio concreto con el que pitorrearse de su lentitud, el de funcionarios.
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Nota:
(1) ¿Cómo se las apaña para escuchar música a través de los cascos si el tiempo está aletargado?
En Kick Ass, la mejor imagen que se podría poner es la cara que se le queda al villano tras ver el vídeo.
Está claro que lo de la cámara lenta es para películas de cachas, polis y superhéroes. A ver cuándo se le presta la merecida atención a la voltereta mortal de la tortilla perfecta o al prebeso que ni es, o al cine mudo de ojos más chulo de aquí a Cuenca, por dar un par de ideas al alcance de cinéfagos. De técnica van bien. Pero así no lo pillarán nunca.
La escena inicial de Deadpool para mi es antológica sobre todo con la canción de amor de fondo. Mucho sarcasmo. La escena de X-Men dias del futuro pasado para mi que esta plagiada de un episodio de Futurama creo que se titulaba «300 billetazos»
Las pelis de Garci son todas a càmara lenta
El toque maestro el del autor del artículo proponiendo que les encajen la profesión de funcionarios a los perezosos, eso si que es ser original…Se habrá dejado los cuernos pensando tanto.
Ha interpretado incorrectamente el texto:el autor no propone que sean funcionarios, explica que sí lo son. Entiendo que su despiste se debe a que no ha visto la película