—¿Cómo sabe tanto sobre drogas?
—¡Soy abogado!
Un verano olímpico no parecía la época más indicada para que las grandes cadenas hagan sus apuestas. Por lo menos sobre el papel. Y, sin embargo, varias de esas apuestas han funcionado bien. Existen buenos motivos por los que las cadenas se deciden a estrenar producciones de cierta envergadura en plena temporada baja; para empezar, la repercusión relativa de cada estreno es mayor y la poca competencia permite obtener buenos resultados a la hora de generar publicidad espontánea. La cámara de eco que constituyen las redes sociales y los medios digitales permite atraer a determinados nichos de mercado bien delimitados. Los índices de audiencia no son tan determinantes para las cadenas que funcionan mediante suscripción; esto hace que hayan empezado a valorar el potencial del verano. El mejor ejemplo es el revuelo que ha conseguido Netflix con la entretenida Stranger Things y sus dosis de nostalgia fácil, o con el ejercicio de revival melodramático de The Get Down. Ambas series han buscado atraer por su trasfondo temático, más que por contar con rostros conocidos. Netflix ha obviado el supuesto marasmo informativo del verano y ha confiado en el «de boca en boca», hoy convertido en «de dispositivo digital en dispositivo digital»; un mecanismo que tiene efectos inmediatos, sobre todo cuando se consigue que muchos potenciales espectadores se sientan personalmente concernidos. Stranger Things, por seguir con el ejemplo, ha intentado capturar a un público que se empeña en ser adolescente para siempre en un paréntesis del calendario —el periodo estival— en el que, o se es adolescente de verdad y se está viviendo ese verano que solamente ellos pueden todavía vivir, o solamente queda recurrir a los pocos estímulos de la ficción audiovisual que sirvan para que ese público que se resiste a ser adulto se esconda de la terrible realidad de que se están haciendo mayores (¡sorpresa!). Ya se sabe; las bicicletas son para el verano. Y no hay mejor empresa estival que ponerse a vender bicicletas a quienes en realidad están más preocupados por el nivel de gasolina en el depósito de sus coches. Pero me parece bien. Vender nostalgia es legítimo.
No todo el verano es azul, sin embargo. Y no lo digo porque las Campos protagonicen un reality show (no lo he visto, pero mi sistema inmunológico de clase trabajadora me advierte de que no lo haga), sino porque en la HBO, que sigue jugando de acuerdo a sus propias reglas, han hecho una apuesta que no recurre a la nostalgia ni a intentar atraer segmentos de consumidores que permanecen fieles a un género incluso cuando las playas están abiertas. Es verdad que desde hace años sabemos que HBO también está compuesta por seres humanos, que se equivocan como todo el mundo. Esa cadena ya no es infalible, pero eso no impide que aún hoy siga jugando en otra liga, al menos en determinados aspectos. No porque sus series sean invariablemente mejores que las de la competencia; de hecho ya no siempre lo son y otras marcas han ido acercándose a ella en cuestión de calidad. Para mi gusto continúa en la vanguardia, pero ya no es tan fácil adivinar si una serie está producida por HBO con solamente echar un solo vistazo, como sucedía hace una década. No importa. La cadena todavía conserva parte del espíritu aventurero que sirvió para convertirla en un puntal de la ficción televisiva. Y siendo la que más tiene que perder cuando emprende algo nuevo —sus deslices se comentan mucho más— todavía se permite tomar sus riesgos.
Desde luego era algo inesperado que en pleno verano se descolgase con la tenebrista adaptación de una miniserie británica de hace algunos años. Que haya podido convertirla en un éxito también es de remarcar, porque su versión, llamada The Night Of, ni es generosa con la acción, ni recurre a mecanismos prototípicos para atraer segmentos concretos de espectadores. Está basada en Criminal Justice, miniserie que la BBC estrenó en 2008, y quien la haya visto sabrá que de por sí se nos remite a un material de partida más bien adusto, cuyo espíritu ha sido respetado no en su totalidad, pero sí en lo esencial. No hablamos de una de esas relecturas perezosas que acostumbran a realizar los americanos cuando adaptan material extranjero. Es cierto que parte del trabajo estaba hecho, que contaban con un buen material de base porque el modelo británico es más que interesante y, por lo menos al principio, casi calcan el argumento original. Pero en HBO también han intentado que su versión tenga entidad por sí misma, que demuestre una personalidad propia. Para empezar, han invertido mucho más en el aspecto técnico y cinematográfico; la adaptación cuenta con muchos más medios que el original; eso quizá no es novedad, pero también se han preocupado por cuidar el desarrollo dramático para darle un toque propio que no desluzca el concepto primario. Esto es de valorar, cuando con demasiada frecuencia sucede lo contrario y las adaptaciones estadounidenses se convierten en traducciones descafeinadas de series que son mucho mejores en origen. Existen muchos ejemplos, seguro que a cada cual le viene alguno a la mente. Pienso en The Office, cuya versión americana es mucho más obvia, menos sutil, menos confiada en la capacidad del espectador para captar los sobreentendidos, hasta el punto de ser otro tipo de programa de humor. O pienso en The Killing, con respecto a la danesa Forbrydelsen. Los americanos son los mejores cuando producen sus propias series, eso nadie lo duda; su arsenal técnico y de talento es inigualable, pero quizá debido a una vieja tradición de su cultura televisiva tienden a lo obvio. No suelen confiar en su público autóctono (a otro nivel, esto pasa también en España) y cuando adaptan programas extranjeros temen que los espectadores no entiendan ciertas cosas. Así, lo simplifican todo más de la cuenta. Pero en HBO entienden que en Estados Unidos hay mucha gente que disfruta con las series extranjeras más sofisticadas, sobre todo las europeas, y con The Night Of les han ofrecido un buen plato caliente incluso en mitad del verano. Creo que The Night Of se sostiene bastante bien frente al molde. No es una adaptación entontecida, pero tampoco un aprovechamiento de la marca para crear algo distinto, entre otras cosas porque Criminal Justice a duras penas podía ser considerada una marca reconocible fuera del Reino Unido, como demuestra el que HBO no se haya molestado en conservar el título. Sí fue, en cambio, una serie muy sólida. Y muy tradicionalmente británica, en el sentido de que se hacían las cosas de manera sencilla y directa. En HBO, como americanos que son, han añadido cierta dosis de artefacto y han buscado más efectismo, sin duda. Pero con mesura, sin pasarse de la raya. A su manera, la adaptación ha conservado parte del espíritu de moderación de la original y que creo que en algunos aspectos incluso la supera.
La premisa argumental no es, al menos en su punto de partida, asombrosamente imaginativa. Veamos: un joven neoyorquino se lleva sin permiso el taxi de su padre para irse de fiesta. Una chica entra en el taxi pensando que está de servicio; él intenta aclarar que no es taxista, pero al final, atraído por la belleza y la personalidad de la chica, acepta llevarla a su destino. Ambos empiezan a conversar. Congenian; terminan en casa de ella, beben, se drogan y mantienen relaciones sexuales. Hasta ahí, todo bien (bueno, menos lo de las drogas). Al cabo de varias horas, el joven se despierta en la cocina de la casa. Cuando busca a la chica para despedirse, la encuentra en la cama, cubierta de sangre, con el cuerpo repleto de horrorosas heridas de cuchillo. Alguien la ha asesinado brutalmente, suponemos que mientras él dormía. Aterrorizado, huye de la casa, pero deja tras de sí toda clase de pruebas que le incriminan, lo cual permite prever que será tratado como el principal sospechoso.
Como verán, se trata de un argumento clásico sobre una persona que parece inocente y que amanece metida en un asunto peligroso del que nada entiende. Nada sorprendente. Pero es que la serie no trata de sorprender con un planteamiento inédito, sino de capturar al espectador mediante el suspense —sobre todo en el primer episodio— y la elaboración de complejas relaciones entre personajes después. La versión de HBO es bastante más lenta que la inglesa, lo cual tiene un aspecto positivo: en el primer episodio la tensión se va creando de manera mucho más gradual; funciona basándose en un poco perceptible pero constante incremento de la intensidad que, sin grandes alardes, consigue llevar el piloto a su debido punto de ebullición. Un ritmo pausado que ayuda a que la situación kafkiana que vive el protagonista —un joven estudioso, formal, de aspecto inofensivo— vaya tomando forma de manera verosímil; le vemos zarandeado como un muñeco por las surrealistas circunstancias, sin que parezca tener manera de librarse de ellas, ante nuestra atenta mirada. La evolución de su personalidad ante el tremebundo vuelco que dará su vida es uno de los alicientes de la serie, y aquí los americanos introducen una novedad: el protagonista, al contrario que en la versión británica, no es un joven de raza blanca. Aunque nacido en Nueva York, es de ascendencia pakistaní y además musulmán —no muy devoto, ya que le vemos beber alcohol con bastante alegría—, lo cual sirve para introducir un matiz que no estaba en Criminal Justice: el racismo, el rechazo hacia el que es percibido como extranjero sin serlo, o hacia una religión que casi ninguno de sus conciudadanos conoce o comprende. Nasir Khan, que así se llama el protagonista (muy bien interpretado por Riz Ahmed), se enfrenta a una carga suplementaria desde el momento en que se convierte en sospechoso de asesinato, y esa carga es su origen familiar. Esta miniserie se emite justo cuando Donald Trump tiene la posibilidad de convertirse en presidente de los EE. UU., y desde luego se convierte en una perfecta metáfora sobre ese aspecto oscuro de la sociedad estadounidense, o de las sociedades occidentales en general. ¿Es un matiz introducido por mero oportunismo? Yo no diría eso, porque el tema es tratado con elegancia y, sobre todo, ha sido bien encajado en la trama, sin que parezca un añadido ortopédico.
Tras el primer episodio, la intriga criminal continúa, por supuesto, pero el suspense empieza a compartir protagonismo con el drama. Cabe decir que The Night Of, al contrario de lo habitual en HBO, no contiene muchos personajes. No hay una perspectiva coral. Esto, desde luego, es una influencia de la serie británica, pero también sirve para que la evolución de los personajes sea estudiada con detalle de un episodio al siguiente. Pensemos que se trata de una miniserie y que su ritmo pausado no cede espacio para introducir mucho más. Eso sí, hay pocos personajes pero en el reparto vemos varias caras conocidas. La presencia más notable es la del gran John Turturro, que interpreta a un cochambroso abogado, perfecta personificación del perdedor; entre otras cosas padece un desagradable problema de eccema en los pies, que le impide llevar zapatos. La minimalista, pero al mismo tiempo extrañamente titánica, lucha del pobre tipo contra su dolencia es un arco argumental casi tan interesante como el del protagonista de la serie. Y, en fin, ya pueden imaginar que Turturro se apropia sin ningún esfuerzo de cada secuencia en la que aparece; este actor es una fuerza de la naturaleza, como lleva ya décadas demostrando. También vemos a Michael K. Williams, el mismo que interpretaba al inimitable Omar Little en The Wire; aquí es un jefe criminal que controla a su antojo una cárcel, y no hace falta decir que cumple con el papel sin despeinarse. Pienso, eso sí, que la faceta carcelaria del argumento es quizá la que resulta un poco menos efectiva. Parece un poco más forzada, como si hubieran querido meter un poco de aquella serie inaugural de la ficción HBO, Oz, dentro de esta The Night Of, pero sin la eficacia de aquella. Y hablando de Oz, también podemos ver a J. D. Williams, también veterano de The Wire, donde interpretaba al carismático Bodie Broadus. Aquí tiene un papel remotamente parecido al de Bodie, un tipo callejero dotado de una particular simpatía natural, que aprovecha la característica habilidad de este actor para introducir una velada pero eficaz pátina de comedia en cualquier escena, por severa que esta sea (aunque por desgracia aparece poco y su papel es secundario). Otros actores son menos conocidos, pero igualmente efectivos, como Bill Camp, que interpreta con mucho acierto al policía encargado del asesinato, empeñado en meter al protagonista entre rejas; un personaje críptico e indescifrable del que nunca estamos seguros si está actuando con honradez o no. O Amara Karan, que encarna a una abogada novata e idealista cuyas verdaderas motivaciones, como las de casi todos los demás personajes, dan la impresión de ser un secreto bien guardado. Por cierto, una intervención breve pero fantástica que me gustaría señalar es la del actor teatral Chip Zien, que interpretan a un experto analista de escenas criminales; su aparición como perito en un juicio es corta, pero una verdadera delicia… ¡ese tipo sabe actuar! Por lo demás, la serie muestra una gran atención al detalle; desde el punto de vista visual no es especialmente ambiciosa y se decanta más hacia un desangelado feísmo, pero la narración no verbal es tanto o más esmerada que los propios diálogos. Eso sí, hay detalles en cuya importancia uno no repara hasta varios episodios después.
Quizá debería aclarar que cuando hablo de «sorpresa veraniega de HBO» no pretendo decir que esta miniserie va a unirse al Olimpo de la cadena. ¿Es una obra maestra? No. ¿Pasará a la historia como un hito? Eso sería mucho decir, al menos por esta primera temporada. Pero es una serie de factura técnica impecable, muy compensada, sin grandes puntos débiles que la hagan cojear. Quizá no abundan momentos de esos para guardar en la videoteca a nivel visual o dramático, pero no deja de haber algunas secuencias y diálogos dignos de recordar. Creo que no intenta deslumbrar, sino más bien crear un universo propio, ligeramente claustrofóbico, y en ese sentido funciona muy, muy bien. HBO ha apostado fuerte emitiendo durante el verano esta miniserie que quizá hubiese tenido mejor encaje durante la temporada otoñal, pero se ha salido con la suya. Es una buena manera de mantener la atención del público durante unos meses en que muchas de las demás cadenas se toman un respiro. The Night Of ha sido recibida con términos elogiosos casi unánimes por la crítica. No creo que nadie pretenda decir que esta vaya a ser la serie del año (sin salir de la temática policiaco-judicial, me parece que no está a la altura de la electrizante American Crime Story), pero desde luego habrá que incluirla en el grupo de las buenas. Y, qué demonios, aunque solo sea por ver a Turturro tratando de sobrevivir a su eccema, su alergia a los gatos, su penosa soledad y su vida de mierda, ya merece la pena el visionado. ¡Dios salve a John Turturro! Alguien tenía que decirlo.
clap clap clap clap. Me encantan tanto los comentarios positivos ma non troppo de la ultrasuperhiperdimensionada Netflix como la forma en que se defiende tanto la labor de la siempre estimulante (no siempre excelente) HBO, como The Night Of, efectivamente, no será lo mejor del año, pero sí DE lo mejor del mismo. Y eso ya da.
Es que el protagonista de la serie es John Turturro, y sus putas alergias, lo del medico chino, es buenisimo.
Y ver a «Omar Little», gestionando la carcel genial.
Algo a destacar es que el productor sea el nunca suficientemente llorado Gandolfini, que, según tengo entendido, iba a hacer el papel de Turturro cuando, poco antes de comenzar a grabarse la serie, tuvo el fatídico infarto.
No es de extrañar que las interpretaciones sean una de la grandes bazas de la serie. Ver (y escuchar) a Michael Kenneth Williams es un regalo.
Muy de acuerdo con todo el artículo. No pasará al olimpo, pero la serie funciona como un engranaje. Es bastante más que digna.
Y antes de Turturro, lo iba a hacer De Niro, pero tuvieron que cancelarlo por problemas de agenda. Ahora nos quedaremos con las ganas de saber si el viejo zorro habría retornado por todo lo alto.
También nos quedamos con un Turturro estratosférico.
Duele la ausencia de mención al objetivo de la serie: poner de manifiesto las gravísimas imperfecciones del sistema policial y judicial americano. El final de la serie es para llorar del asco y la impotencia.
Por lo demás, artículo decente.
×Spoiler×
¿por que nadie menciona que si Nasir hubiera matado a la chica su ropa o el estarían llenos de sangre?
Porque vio DEXTER.
La original «Criminal Justice» ya era muy buena.
La «reedición» de HBO es excelente.
Turturro de abogado perdedor con talento la rompe.
Recomiendo verla con subtítulos para saborear la entonación del inglés especialmente de la Asistente del Fiscal que apenas mueve la quijada y el sonido le sale por la nariz.
El último capítulo es para sacarse el sombrero.
¿y los paralelismos/referencias a Barton Fink?
Plas plas plas
John Turturro está genial, como siempre, pero la serie se hace larga para ser tan corta.
Los primeros episodios, piloto incluido, parecen un ejercicio de ver crecer la hierba, o mejor, de ver cómo un elefante (el sistema judicial) digiere esa hierba (el acusado).
A diferencia de otros thrillers «tranquilos» como True Detective, aquí vemos ambos lados de la historia, a excepción de lo que dice no recordar el acusado, y por tanto la única intriga es si el protagonista lo hizo o no. No me parece suficiente para sostener tanto metraje.
A deshoras, perdón.
No he visto el original británico y el primer episodio de la versión americana no fui capaz de verlo de un tirón. Luego no pude parar. Tal vez tuvo que ver con la inteligencia (inverosímil: los humanos somos un puto desastre) que destila el triángulo abogado-policía-fiscal. Y la factura algo impecable. Sin remilgos y como asunto estrictamente personal: 10/10.
Arranca de sobresaliente y acaba cuesta abajo y claudicando en sus dos últimos capitulos. Una lástima que no evita la obligatoriedad de su visionado.
Pese a esa última recta llena de decisiones erróneas de guionistas y showrunners, su calidad es indiscutible.