Stephen King era un autor consagrado en 1982. Sus primeras novelas estaban en las listas de los más vendidos (Carrie, La zona muerta, El resplandor, El misterio de Salem’s Lot…). Intrigado por si este éxito era producto de la publicidad asociada a su nombre, ya había publicado con el seudónimo de Richard Bachman varios libros donde tocaba la ciencia ficción y el posapocalíptico (entre ellos, su primer libro de adolescencia, Rabia, y otros como La larga marcha o El fugitivo). Su agente, Kirby McCauley, le animó a que dejase por un momento el terror y se decidiese por algo menos de género, por si su «encasillamiento» era lo que impedía a la crítica reconocer en él a un autor digno, y no una máquina de hacer libros para grandes audiencias. Esto no lo conseguiría hasta 2003, cuando The National Book Foundation le entregó por fin la medalla en honor a su obra, aunque no sin la indignación de muchas voces autorizadas, que siguen y seguirán creyendo que King, si no es una franquicia de becarios (quien dice becarios, dice simios o inteligencias artificiales) tecleando constantemente para mantener semejante volumen de producción, solo es un escritor que no merece estar entre los grandes nombres de la literatura. Ni siquiera entre los que han logrado que esas voces autorizadas los consideren grandes nombres del género de terror.
Tan interesante discusión se la dejamos a los expertos. El caso es que Viking Press, la editorial de Stephen King, publicó en 1982 una colección de cuatro novelas cortas, escritas en diferentes momentos de su vida, en las cuales había abandonado el fantástico y se internaba en el drama. Un drama, todo hay que decirlo, lleno de elementos inquietantes: lo único que tienen en común Different Seasons (Las cuatro estaciones, Ed. Mondadori, 1992), es que cada relato estaba situado de forma simbólica en una estación del año. El libro, de nuevo, tuvo mucho éxito, y todavía más cuando tres de los textos fueron llevados al cine. Salvo excepciones, las numerosas adaptaciones de King no han sido especialmente felices; sin embargo, las tres películas que salieron de esta antología son de lo mejorcito que se ha hecho con su literatura. Frank Darabont, uno de los directores que más veces y más apropiadamente ha llevado a King al cine, estrenó en 1994 Cadena perpetua, la aclamada versión de Rita Hayworth y la redención de Shawshank, historia de la cárcel de pesadilla y la resistencia de su protagonista principal, incluso, como dice la Biblia, contra cualquier esperanza («Esperanza, eterna primavera» fue la traducción del subtítulo. En 1998, Bryan Singer presentaba su adaptación de la novela corta Alumno aventajado en Verano de corrupción, sobre la insana relación entre un adolescente y su vecino, anciano de pasado inconfesable. El cuento de invierno, que se titula El método de respiración, todavía no se ha visto en cine, aunque dispone de guion y los derechos están comprados para 2017. Quizá porque es el que tiene más de King como autor de lo extraño y porque en él aparece por primera vez el imaginario Club de Nueva York donde los socios se reúnen para contar historias perversas.
En estos días se cumplen treinta años del estreno de Stand By Me, la versión de Rob Reiner de El cuerpo. El otoño de la inocencia (The Body. Fall from Innocence). La historia de King situaba la acción en los últimos días del verano y jugaba en el título con el doble significado de «fall» en inglés: «otoño» y «caída en el pecado, pérdida de la gracia divina». Los protagonistas, cuatro preadolescentes del comienzo de la década de los sesenta en Castle Rock, pasarán en un par de días de ser unos niños a darse de bruces con la madurez, en lo que parece una simple excursión desde el pueblo hasta un bosque cercano. Pero el viaje tiene un objetivo siniestro: descubrir el cadáver de un niño que ha sido arrollado por el tren y al que las autoridades buscan por los alrededores. Los niños no son unos personajes «normales» o modelo, del tipo de protagonista de la publicidad de 1960 en USA. No, son cuatro desarraigados, chicos pobres con familias rotas a los que les une la desgracia. La excursión pronto se convertirá en una odisea llena de peligros, donde serán puestos a prueba constantemente.
Stephen King utilizó una anécdota de su infancia para esta novela, el accidente de un niño en idénticas circunstancias. Cuando leyó en el periódico la muerte de un compañero de escuela, comenzó a escribir el relato, contado en primera persona por uno de los personajes, que no es otro que el propio King, reconocible en el niño Geordie Lachance, convertido a sus treinta y tantos años en un escritor de éxito y que recuerda y fabula —historias dentro de otras historias— su duro pasado en Maine como niño pobre, dando tumbos de un sitio a otro con su madre y su hermano mayor. Castle Rock, la ciudad inventada por King, se revela como un pueblo pequeño y triste de Nueva Inglaterra entre dos décadas, los cincuenta y los sesenta, donde se esconden todos los horrores del universo de su autor, tal y como él los vivió en su peripecia vital. El viaje en busca del niño muerto se hace mucho más largo y duro de lo que ellos han calculado mientras siguen caminado sobre las vías del tren, y está a punto de transformarlos en otros niños perdidos. Los chicos descubren en un par de días que el miedo a la oscuridad y los aullidos de los animales en un lugar agreste y solitario no es el mismo que se padece en la habitación de una casa, por muy pobre que esta sea. Sufren, como en un rito de iniciación, hambre, calor, las picaduras de insectos y otros animales mucho más desagradables. Tendrán que sortear a cara o cruz la entrada a un infierno (un desguace) custodiado por un perro de leyenda negra. Tendrán peleas, amenazas de otros chicos, la incertidumbre del futuro y la traición.
Hasta por fin, el descubrimiento del niño muerto, en una escena de pánico durante una brutal granizada. La amistad de los protagonistas, en especial entre el futuro escritor y Chris Chambers, el líder de la banda, esos lazos que parecen inquebrantables en la infancia y sin embargo pueden romperse con la misma facilidad que un niño es arrollado por un tren, la finitud, y dentro de ese corto periodo que es la vida, el término de la infancia cuando se desvela la cruda verdad, son las ideas centrales de un relato que, despojado de los elementos típicos de Stephen King (el universo Castle Rock, los detalles macabros y violentos, etc.) tiene muchos elementos en común con la historia que en 1973 escribieron George Lucas, Gloria Katz y su marido, Willard Huyck, para la película American Graffiti. Aquí se retrataba el desencanto de una generación, de un país entero, en el año 1962, pero igualmente dentro de un pueblo pequeño aprovechando la excusa del final de curso de un grupo de adolescentes. Entre ellos había un personaje, el solitario Kurt, que vertebra la narración y se pasa la película buscando la pista de una chica misteriosa, el chico que abandonará el pueblo y se convertirá en escritor. El actor que daba vida al personaje, Richard Dreyfuss, terminó por interpretar también al Geordie Lachance adulto en la versión para el cine del relato de King.
Stand By Me es una interesante película sobre niños dentro de la década de los ochenta y sus interminables comedias con adolescentes alocados. Aquí no hay bailes de fin de curso, es demasiado pronto, no salen niñas o adolescentes ideales, lo pueblan únicamente las fantasías infantiles y la amargura de la pobreza, el alcoholismo, los padres ausentes y críos que fuman. Quizá demasiado sentimental, en eso se aleja de la novela, y un poco forzada en los diálogos (los chicos hablan como si fuesen adultos, aunque en una de estas conversaciones se plantea la pregunta definitiva que nos hemos hecho todos en algún momento: «Si Donald es un pato y Pluto un perro, ¿qué es Goofy?»), pero muy convincente como propuesta de relato iniciático. Lectores aparte, poca gente creía que la historia hubiese sido escrita por un autor como Stephen King, quien, muy escarmentado con Kubrick y su adaptación de The Shining (1980) no veía una película buena inspirada en sus novelas. En este caso, un autor muy conmovido felicitó personalmente a Reiner por el resultado, afirmando que era la mejor adaptación que se había hecho de un texto suyo. El guion (Raynold Gideon y Bruce A. Evans, también productores) había profundizado en los retratos de los protagonistas y añadido algunos elementos, tales como plasmar en la pantalla cómo sería alguno de los cuentos que Gordie narraba a sus amigos. Para eso inventaron la historia del concurso de tartas, además de cambiar sustancialmente un hecho del final.
El verdadero éxito de la película reside en el reparto y la elección de los cuatro actores protagonistas. Will Wheaton era un actor infantil con experiencia que se vio convertido en estrella a los doce años, gracias a su papel de Geordie Lachance, el niño del que se han olvidado sus padres tras la muerte del hermano mayor (breve aparición de John Cusack). A su lado, River Phoenix, de catorce años, estaba a punto de dar el estirón y ser el mito que ha pasado a la historia, caracterizado como Chris Chambers. Corey Feldman, habitual del cine y la televisión, y reciente protagonista del taquillazo Los Goonies (Richard Donner, 1985), con trece años era Teddy Duchamp, el crío inestable con heridas externas e internas del maltrato paterno. Jerry O’Connell, de once, debutaba en el cine con este papel de Vern Tessio, el niño torpe que desencadena la trama. La clave de las buenas actuaciones recaía en las similitudes entre actores y sus respectivos personajes: Wheaton era un niño sin habilidades sociales, que prefería pasar el tiempo entre toma y toma en una galería de videojuegos, alejado de los demás. Phoenix se identificaba con el desarraigado Chris, un chico torturado por sus fantasmas personales, que compartía con sus compañeros revistas porno y alcohol y perdió la virginidad durante el rodaje. Feldman tenía los mismos trastornos psíquicos que Duchamp, había sufrido abusos de su padre, padecía ataques de ira y atacaba al resto de compañeros. O’Connell, el más pequeño, además de las peleas con Feldman, rodaba las escenas aterrorizado, porque casi siempre estaba detrás de las cámaras Kiefer Sutherland, quien interpretaba con muchísimo acierto al siniestro jefe de la banda de pandilleros, Ace Merrill, que permanecía allí para meterse en el papel y amedrentar a los pequeños. La película brilla especialmente cuando se dedica a la historia del grupo de delincuentes, los hermanos mayores de Chris y Vern y el resto de sus amigos, que también van en busca del niño muerto, y nos muestra a través de ellos el negro futuro de los niños. Lo más probable es que terminen en una banda de criminales de medio pelo, destrozando con un bate los buzones de correo a bordo de un coche. O si no, arrollados por un tren.
El actor y director Rob Reiner también se identificaba con la historia, por edad y trayectoria vital. Tras dirigir la sátira This is Spinal Tap (1984), se empeñó en llevar adelante el guion sobre el relato de King, después de que Adrian Lynne lo rechazase. Hubo diversos tropiezos en ese camino. Embassy, la productora original, fue vendida a Coca-Cola y anunció que no financiaría la película solo dos días antes de comenzar el rodaje. Continuaron gracias a la generosidad de Norman Lear, productor de televisión que puso de su bolsillo los millones necesarios. Gracias al éxito de taquilla, Reiner bautizó a su propia productora como Castle Rock Entertainment. El título de la película iba ser como en el relato, pero «El cuerpo, inspirada en un relato de Stephen King» podría confundir al público, que lo mismo esperaba una historia de terror, así que Reiner eligió una de las frases claves del texto, ese «Quédate conmigo» («Stay with me») del enfrentamiento final. De esta forma podía conectar la película con la balada «Stand by Me» interpretada por Ben E. King, que abre y cierra la cinta. Era una unión mágica, por la coincidencia del apellido de los dos artistas, escritor y cantante, aunque la canción se editara un año después del momento en el que se desarrollan novela (1960) y película (1959), pero sobre todo, por el contenido del tema, nº 1 en el momento de su publicación en un subsello de Atlantic, y otro Nº 1 en 1986, cuando se estrenó la película.
«Stand by Me» fue escrita por Ben E. King, el primer cantante de los Drifters, junto a la pareja Jerry Leiber y Mike Stoller. King, una de las leyendas del RnB, nos dejó en abril de este año, y entre las grandes canciones que compuso, destaca por encima de todas este góspel moderno, una emotiva plegaria de ayuda, envuelta en un ritmo marcado por el bajo que va ascendiendo en progresión con los coros y los elegantes arreglos de cuerda, bajo la inspección de Phil Spector y Stanley Applebaum. Ha sido versionada en innumerables ocasiones y es mundialmente conocida. El espíritu de Chris Chambers (malogrado River Phoenix) pidiendo apoyo a su amigo, siempre quedará fijado gracias a esta película.
Pero no es la única música. En los ochenta, con Stand by Me hubo un pequeño revival del doo wop y el rock and roll de finales de los cincuenta, exactamente lo mismo que sucedió tras el estreno de American Graffiti, y un poco también, aunque de aquella manera, con Grease (1978) y The Wanderers (1979, Las pandillas del Bronx). La banda sonora está llena de grandes éxitos del género, que suenan en la radio que acompaña a los niños en su viaje o en la de los coches del grupo de los chicos malos. Números inolvidables de The Coasters, The Silhouettes, Jerry Lee Lewis, Buddy Holly o The Chordettes refuerzan más si cabe el sentimiento de nostalgia por la infancia perdida:
El compositor Jack Nitzsche, veterano músico de la época dorada junto a Rolling Stones o Buffalo Springfield, escribió la banda sonora, un arreglo romántico de la original «Stand by Me». El pueblo de Castle Rock esta vez no se localizó en Nueva Inglaterra, sino en el extremo opuesto del país, en diversas ciudades de Oregón y sus alrededores, que todavía se conservan igual:
He vuelto a releer el libro y he visto de nuevo la película para celebrar el cumpleaños de Stephen King y los treinta años de Cuenta conmigo. La película es un producto que se hace difícil de tragar en algún momento, sobre todo cuando la figura de River Phoenix se difumina en la carretera, saludando. La música tiene el mismo poder de hace no treinta, sino cincuenta años, y algunos momentos siguen siendo desternillantes, como el festival de vomitonas. El relato, por su parte, permanece como un recuerdo conciso y seco, igual que un septiembre en Madrid, incluso tiene ese récord cíclico y eterno que gusta tanto en televisión, «tras el verano más caluroso desde comienzos de siglo». Es Stephen King hablando de sí mismo, del niño que quería salir corriendo de Portland para contar sus experiencias y mirar en donde otros no se atrevían. Crear y refugiarse en un mundo paralelo en el que dictaban las leyes imposibles del misterio y el horror, nada que no fuera superado por la realidad de la violencia social y las penurias personales. Asomarse sobre el cadáver de un niño muerto y atravesado de insectos, cubiertos los ojos con bolas de granizo como pasaporte al otro mundo. Es Stephen King cuando dice que lo más difícil no es contar eso, una aventura macabra y con personajes paranormales, sino aquello que no te atreves a confesar a nadie: que estás solo, que tienes miedo y que tú y los días se hacen cada vez más cortos cuando llega septiembre.
Bravo. Admito que he llegado a emociarme al final.
Hermosa película y gran artículo!
Maravillosa revisitación. Leerlo en septiembre con los ojos nublados y gratitud por la lectura
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Excelente artículo, enhorabuena a la autora.
Que belleza de película! Como me gustaría volverla a ver.
Precioso tu homenaje, gracias
«Will Wheaton: el único niño de cuenta conmigo al que nadie recuerda» Sheldon Cooper
Gracias al propio Sheldon, ahora ese honor corresponde a Jerry O’Connell.
Béisbol buzones!
Gran artículo, enhorabuena.
Enhorabuena por el artículo. A pesar de no ser perfecta (ni pretenderlo, es una película pequeña, no intenta cambiar la historia del cine, simplemente contar una historia sencilla) es una gran película. Sin duda, una de las que más me ha marcado. Maravillosa.
Que bonito e interesante. Enhorabuena.
Que bonito! Y que interesante tambien. Enhorabuena!
Stephen King es a la literatura lo que las hamburguesas a la gastronomia, dicho por
el mismo.
Y podras estar de acuerdo o no con el, pero quien no ha saboreado una deliciosa hamburguesa!
Esta es una de esas películas ochenteras que uno no se cansa de ver!
Preciosa película y precioso relato del tito King. King es muy grande cuando se pone a hablar de lo cotidiano, uno de los mejores escritores de la normalidad. Y de entre todos los libros de este tipo que tiene destaco el relato corto «Corazones en la Atlántida» que me parece extraordinario.
A mí esta película también me marco, además de ser contemporáneo de los actores creo q la película es muy buena, y refleja muy bien muchos de los sentimientos de esa fabulosa etapa de la vida q es la adolescencia
Felicitaciones por el artículo, yo también me emocioné leyéndolo y recordando la primera vez q ví la película con mis amigos de aquella época
«Cuenta conmigo» entra en ese grupo de películas, con «Grease», «Cadena perpetua», «Los intocables de Eliott Ness», «La gran evasión» o «Bailando con lobos», que cuando un dia das con ella mientras haces zapping no puedes evitar quedarte pegado a la pantalla y verla hasta el final. Te pones a echar cuentas, e igual la has visto ya una docena de veces.
Es magia, supongo.
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Película que nos muestra la amistad, la amistad buena, esta que existe cuando tienes 10 o 12 años, donde las conversaciones son absolutamente todas trascendentales e de mucha importancia, donde ir al cementerio del pueblo por la noche es toda una aventura, donde jugar al futbol a oscuras en el frontón de tu pueblo y pegarle una patada a una piedra en vez de a la pelota es lo más doloroso y ameno que te ha pasado nunca, donde ir a un rio lleno de barro a bañarte es mejor que cualquier balneario o «spa», donde hacer una cena con tus amigos que consista en hacer una guerra de comida con la tortilla que ha hecho tu progenitora es el mejor instante que ninguna persona puede imaginar, donde jugar al escondite y ganar es mejor que ganar una medalla en los Juegos Olímpicos, donde los que beben alcohol pudiendo beber batido de chocolate son idiotas y donde, en conclusión, todo cuanto hagas con tus amigos va a ser la superior aventura y más entretenida que vas a tener nunca.
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