Cine y TV

Sing Street: larga vida a la comedia musical

Imagen: Vértigo Films.
Imagen: Vértigo Films.

(La siguiente reseña contiene leves spoilers que no desentrañan la trama)

«Todo va a salir bien» es una frase tan confortante y tan poderosa que la hemos transformado en imposible. Por mucho que se pronuncie, nadie cree realmente en ella y, al final, solo funciona en el territorio de la narrativa. Por suerte, Sing Street es narrativa; un ejemplo de la mejor narrativa aplicada a la felicidad.

Al igual que en el resto de su filmografía, especialmente en Once y Begin Again, el cineasta irlandés John Carney vuelve a entregar un pieza pequeña y discreta. Sencilla en su concepción y en su puesta en práctica. Sin embargo, la aparente falta de ambición de la película es, efectivamente, solo aparente, porque Sing Street entronca con un pilar transversal a la historia del cine y, en realidad, a la historia del mismo oficio de la narración: la comedia romántica. A saber: chico conoce a chica, ambos se gustan un poco, luego mucho y, tras vencer un sinnúmero de adversidades y simpáticos malentendidos, acaban juntos, son felices, comen perdices y los espectadores también son felices y comen palomitas en el cine con una sonrisa de oreja a oreja y alguna lagrimilla de emoción.

Cursi, ¿verdad? Pues no, no lo es. O sí, puede serlo si la peli en cuestión se deja llevar por un exceso de sacarina, los hechos narrados sobrepasan los confines de lo inverosímil y la suspensión de la incredulidad se convierte en un «venga, coño». Porque la comedia romántica, como cualquier artefacto de tradición clásica y reglas sólidas, es un terreno muy delicado en el que se camina por una cuerda floja entre el sentido de la maravilla y el pastiche ridículo. Así, el cine nos ha hecho tragar ñoñeces infumables protagonizadas por la estrella de moda, pero también ha construido algunas de las obras mayores de la industria. Piensen en Con faldas y a lo loco, en Ninotchka o en Historias de Filadelfia. Piensen en Cantando bajo la lluvia.

Hay un momento en Sing Street en el que el hermano del protagonista dice: «El rock & roll es riesgo. Te arriesgas a ser ridiculizado». Es curioso, pero cuando la comedia romántica le da la vuelta al contador y atraviesa la frontera del ridículo afrontando todas las consecuencias, es cuando se eleva de verdad. Sucede en el musical. Sucede cuando Gene Kelly cierra el paraguas y, de manera inopinada, se pone a cantar. Debería ser absurdo, grotesco. Debería darnos vergüenza ajena y, sin embargo, funciona. Quizá porque lo llevamos experimentando desde que existe el lenguaje. Es el mismo mecanismo de los juglares, que cantaban sus cantares para recordarlos mejor. Es la misma lógica de la ópera. Todo es tan perfecto, tan emocionalmente lujoso, tan exagerado, que nos encanta. Aunque nos cueste creerlo.

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Imagen: Vértigo Films.

Sin embargo, el entorno ambiental de Sing Street no tiene ningún lujo: el relato de un adolescente en el Dublín de 1985 que sobrelleva más mal que bien la descomposición sentimental y económica de su familia y que, enamorado de una chica mayor que él, decide montar una banda de rock y así conquistarla. Para narrar la historia, la película se apoya en un guion extraído del manual-de-los-buenos-guiones, una puesta en escena ajena a cualquier rimbombancia, casi imperceptible, y unas interpretaciones más que notables. Hay unos cuantos adultos en papeles pequeños y consistentes, como Jack Reynor dando vida al ya mencionado hermano y mentor del protagonista, o Maria Doyle Kennedy y Aidan Gillen, como los tumultuosos padres a punto del divorcio. Con todo, los auténticamente magníficos son los críos; acostumbrados a tíos hechos y derechos interpretando a adolescentes, es una alegría ver a chavales, prácticamente niños, haciéndolo tan bien. Empezando por el protagonista, Ferdia Walsh-Peelo, de quien cuesta imaginar que sea su primer filme; pasando por un espléndido robaplanos Mark McKeena, como peculiarísimo amante de los conejos / multiinstrumentista / compositor;  y terminando por Lucy Bonton, que sabe alternar lo luminoso y lo complicado en su papel de Raphina, musa no solo artística sino también vital del filme.

Es casi inverosímil verlos actuar (hablar, moverse y cantar) tan bien, y es lógico, porque en esta película todo es deliciosamente inverosímil. Es inverosímil que un chico de un entorno difícil y en una situación difícil encuentre amigos tan fácilmente en un nuevo colegio; que forme el grupo tan rápido sin apenas conocimiento de música; que la chica participe e incluso le ayude. Es muy improbable que se enfrente a las autoridades escolares y a los matones juveniles, que se atreva a llevar maquillajes horteras o que decida vestir como un mamarracho. Es increíble que las canciones sean tan blandas, tan sobreproducidas y, a un tiempo, tan formidables. Pero es que la adolescencia es un paisaje de lo increíble, lo improbable y lo inverosímil. Es el lugar para ser hortera y grotesco. Para ser excesivo y formidable, como lo eran Duran Duran, Morrissey o The Cure. Es el fragmento de existencia en el que te atreves a todo ahora, ya, equivocándote y volviéndote a equivocar más y mejor. Y da igual la edad que ponga en nuestro DNI; siempre tenemos quince años porque la adolescencia es psicológicamente inmortal. Por eso la recordamos como una fábula o como el homenaje que el filme hace al «Baile del encantamiento bajo el mar» de Regreso al Futuro. Difuminada, compleja, exagerada, turbulenta. Narrativamente brillante y completamente distinta a la realidad.

Porque la realidad no es narrativa; es un agregado de capas difícilmente predecibles donde los actos no siempre tienen consecuencias y las cosas suceden a menudo de forma accidental, por suerte o coincidencia. Por suerte, el lenguaje es la estructura del pensamiento y, por suerte, el lenguaje es narrativo. Por eso Sing Street funciona a la perfección. Porque todo encaja aunque todo apuntase a lo contrario. Porque los protagonistas se enamoran pese a los cien obstáculos que se les presentan. Porque todo sale bien y los espectadores son felices. Como sucede en los cuentos desde que existen los cuentos. Como en Mucho ruido y pocas nueces y en Las bodas de Fígaro. Como en una lujosa comedia musical americana de Fred Astaire y Ginger Rogers o Gene Kelly y Debbie Reynolds. Como en Cantando bajo la lluvia.

Puedes ver el tráiler de Sing Street aquí.

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Imagen: Vértigo Films.

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10 Comments

  1. Maestro Ciruela

    Antes de leer el artículo, pensé en Maria Doyle Kennedy, no sé muy bien por qué… Tal vez porque la asocio a este tipo de películas. Por cierto, ¿saben que esta señora tiene su faceta de cantante y lo hace más que bien? ¿La han escuchado en «Fuckability», por ejemplo? La recuerdo en «The commitments» hecha una leona sexi en lo alto del escenario. Este film, «Sing Street», tiene el mismo aroma y creo que le seguiré la pista…

  2. Mayorista, no limpio pescado

    Da gusto cuando se lee un artículo de una película que has visto y compruebas que el escritor ha plasmado exactamente tu opinión de la misma. Creo que la evidente inverosimilitud de la película no le resta nada de magia. Al contrario la eleva a la categoría de fábula moderna.

  3. Es una delicia de película.

  4. luchino

    EStoy de acuerdo en tus consideraciones sobre la verosimilitud y el encanto, o como se quiera llamar.
    En la ópera, a un personaje le apuñalan y en vez de morirse, que sería lo lógigo, se pone a cantar y lo hace durante 10 min.
    En La Valquiria, un personaje muere por el desprecio que le hace otro.
    Todo esto no es nada creíble, pero nos encanta.

  5. Tantas opiniones buenas son dignas de consideración, aunque (confieso) cuando vi el banner y leí el título, me dije. Luego leí el artículo y vale, estoy de acuerdo y todo concuerda, o sea que ya. Pero ¿por qué hacen musicales de ahora voy y canto? Ya disfrutamos My Fair Lady, o la versión de Ninotchka de Cyd Charisse y Fred Astaire o todas aquellas otras verdaderas maravillas (cursis, sí, divertidas y geniales, también) de las que no me acuerdo, hasta Lili (y eso da que pensar… pero era Mel Ferrer)… Y encima ves cien veces sin querer West Side Story (que sí, es una obra maestra) y otras maravillas del séptimo arte en las que cada dos minutos te salta el contestador con un repeinado en trance, y es que quedé como al borde de la rapsodia y no aguanto una más, a menos que verse sobre una obra musical en la que los protas se saltan la partitura a la torera para decirse lo cual. Ay, no, seguro que ya la vi. En resumen, que a la próxima me apunto.

  6. De acuerdo en todo menos en la inverosimilitud de que un grupo de jóvenes formen un grupo y rápidamente hagan canciones que suenen tan bien. Estamos en Dublín, no en España. Tanto allí como en Gran bretaña el oído, el gusto y la sabiduría musical no tiene nada que ver con nuestro pobre país. Hay mil bandas de adolescentes que tocan varios instrumentos, en los colegios tocar en un grupo es como aquí ir de botellón. Están todo el día escuchando grupos con un mínimo de calidad, no macarradas, y haciendo versiones en fiestas y pub por doquier (como dice el hermano mayor al principio) y aunque suene a exageración, cualquiera tiene una voz aceptable cuando no, estupenda. Aquí, para encontrar un grupo o solista con dotes vocales tienes que sufrir muuuucho..
    Enfin, una delicia de peli, sobre todo en lo musical (volver a oir a Joe Jackson, The cure y The Jam, aunque sea brevemente… )

    • SrMarlafu

      Vivo en el Reino Unido, y lo que usted ha dicho es una sarta de bobadas desde el «De» hasta el «)». El oído y el gusto musical es aquí, en el RU, igual que en España. Pésimo el de la mayoría, bueno el de la minoría. Los jóvenes ingleses beben MUCHÍSIMO más que los jóvenes españoles, y efectivamente ellos también van de botellón. El raeggetón ha llegado con fuerza a Inglaterra, y además de eso en discotecas y pubs ponen música electrónica más mala que un dolor de muelas. Tampoco nos olvidemos de One Direction, que es británico, y no es precisamente el culmen de la música occidental.

      Sobre lo de las dotes vocales… creo que no hace falta ni contestar.

      Antes de soltar sus severos problemas de inferioridad y autoodio, viaje un poco y tenga amigos REALES ingleses (o galeses, escoceses, irlandeses…), vea lo que hacen sus hijos y compare, porque en un mundo tan globalizado, la diferencia con España es mínima.

  7. Ruymán

    A mi me gustó mucho la metáfora del final, y que está relacionada con una conversación que tienen los dos hermanos ya casi al final de la película. Para mi gustó muy buena peli.

  8. moncho

    La vi en un viaje, y me gustó tanto que al regresar volví a verla con una amiga. La verdad es que no había pensado en ella como una comedia romántica, porque no me parece una comedia en realidad. La veo más como una peli irlandesa buena, que ya es decir mucho.

    Y es que quizás esa simplicidad tan difícil de definir, que hace que la historia funcione, es en realidad un toque celta, folk, escondido en una película moderna. Se ve mejor la segunda vez: cuando está cantando la canción lenta en el medio del concierto, esa canción podría cantarla Lorena Mc Keenit en un festival celta, es pura música irlandesa, y me llamó muchísimo la atención.

    Y cuando van en el bus y la chica le cambia el final a la canción, y se convierte en sirena; y Cosmo transmutado en druida gracias a las enseñanzas de su hermano, enfrentándose y dominando a los guerreros con el sólo don de su palabra; y el barco fantasma…

    Y también está el tema del exilio, tan irlandés, como en James Joyce. Me acuerdo de un cuento de Dublineses que se llama «Los muertos», ese adolescente enamorado que recuerda al final la burguesita, el «otro mundo» posible que sublima el espíritu de Irlanda en los tiempos difíciles. Y es que la película es en el fondo un enorme homenaje a Irlanda, en el que el exilio representa de forma contradictoria la fuerza de su auténtico espíritu. Es esa «tristeza alegre» que cantan los The Cure y que Rafina conoce tan bien… De ahí la dedicatoria final: «A todos los hermanos»

    Lo dicho, yo no creo que sea una comedia, pero es la película más bonita y emocionante que he visto en mucho tiempo. Abrazos

  9. Pingback: to find you | ¡ah, qué raro!

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