Imaginen que estuviésemos gobernados por una pandilla de cretinos. Inquietante posibilidad, ¿no es cierto? Sí, ya sé que concebir semejante cosa requiere un titánico esfuerzo mental, pero supongamos que los ministerios están comandados por equipos de inútiles paniaguados más preocupados por sus carreras, sus infantiles peleas de egos y los resultados de las últimas encuestas que por el bienestar de los ciudadanos. Que, ¡oh, fantasía!, en los altos cargos de la Administración hubiese individuos que no tienen idea de lo que están haciendo, colocados ahí para obedecer mandatos absurdos en función de los intereses de su partido, que son capaces de proclamar una cosa por la mañana y otra distinta en la tarde de ese mismo día, para desdecirse una vez más a la hora de cenar. Ministros que no tienen ni pajolera idea sobre el funcionamiento del ámbito sobre el que han de tomar importantes decisiones. Y por último imaginen todo esto presentado en formato de comedia endiablada y ácida, de episodios muy breves pero también muy intensos que no dan un segundo de respiro. Esto era, y esto es, The Thick of It.
Esto es lo que el escocés Armando Iannucci concibió en 2005; un programa que despellejaba viva a la clase política, así, en su totalidad, sin distinguir ideologías ni posicionarse en un punto concreto del espectro. Una sátira no partidista que se asienta sobre el principio de que la política de alto nivel es una combinación entre farsa circense y estupidez crónica. The Thick of It, título que podría traducirse como «el meollo del asunto», fue producida y emitida por la BBC (¿imaginan algo así en RTVE?); a través de sus cortas y bastante espaciadas cuatro temporadas consiguió convertirse en una referencia habitual cada vez que los medios británicos quieren señalar la faceta ridícula de su actualidad política. La moraleja de la serie es sencilla de resumir: «Mire usted, imbéciles como estos son quienes gobiernan su país». Y la verdad, cada vez cuesta más trabajo poner esa moraleja en duda. Más verosímil que el propio realismo, diría yo, The Thick of It es sin duda como la This is Spinal Tap de la política.
El formato es de falso documental, siguiendo bastante de cerca la senda de The Office, la famosa serie de Ricky Gervais; si allí seguíamos el día a día de una oscura empresa de papelería, aquí podemos contemplar el funcionamiento interno del Ministerio de Asuntos Sociales y Ciudadanía, un departamento de segunda división que ni siquiera el propio Gobierno se toma en serio y que sirve para poco más que aparcar como ministro (o secretario de Estado, según la terminología británica) a cualquier tragaldabas con el que el partido que ocupa el poder no sepa muy bien qué hacer. Las primeras temporadas se centran en el quehacer diario del ministro Hugh Abbot, un completo idiota con nula capacidad de gestión y personalidad embarazosamente pueril; en la tercera temporada es sustituido por una nueva ministra, Nicola Murray, que tampoco sabe por dónde pisa y no deja de proponer medidas completamente risibles; algo parecido sucede en la cuarta y última con el nuevo titular de la cartera, Peter Mannion.
Aunque casi da igual quién ocupe el ministerio, porque al final el verdadero protagonista de la series es Malcolm Tucker, un escocés airado e hiperactivo (magníficamente interpretado por Peter Capaldi, el mismo de Doctor Who) que ejerce como consejero del primer ministro; la función de Malcolm en el Gobierno es la de conservar la buena imagen de cara a la opinión pública, coordinando con mano dura los diferentes departamentos y solucionando —a su manera, esto es, a berrido limpio— los asuntos de relaciones públicas con el fin de que la prensa no tenga material por dónde atacar. Dicho de otra manera: Malcolm es el matón de Downing Street, una especie de Luca Brasi de los despachos, que con maneras agresivas y dictatoriales se ocupa de sembrar el pánico entre los ministros para mantenerlos a raya. Malcolm Tucker es el verdadero corazón de la serie, por su cabreo perenne y su inagotable e imaginativa forma de soltar improperios cada vez más retorcidos y ofensivos, sin que nadie se atreva a llevarle jamás la contraria. Verlo en acción es todo un espectáculo que va a más conforme avanzan los capítulos, en donde la cantidad de tacos que suelta pueden contarse casi en unidades por segundo.
No esperen en esta serie un mensaje a favor de la izquierda o de la derecha; esto es irrelevante. La serie no pretende ser una descripción realista de la política —aunque al final termina siéndolo, por más que nos pese a quienes la sufrimos— ni la defensa de una ideología determinada, sino una intencionada exageración de cómo deben de funcionar las cosas en las altas esferas gubernamentales. Exageración, no desviación. Y en eso radica su fuerza: por muy delirante que parezcan los argumentos, transmiten un poderoso mensaje: quienes nos gobiernan son seres humanos, no necesariamente mejores que los demás, y puede incluso que algo peores, con menos dedos de frente (si cabe) que el resto de nosotros. El porvenir de países enteros depende de cómo influyen en las decisiones de los gobernantes no solamente sus ideas, sino también sus ambiciones privadas e incluso sus defectos personales, defectos que no siempre son los que la opinión pública cree conocer. La alta política, según esta serie, es una explosiva mezcla entre figuras maravillosamente incompetentes y las miras siempre cortoplacistas de los partidos; factores que pueden conducir a callejones sin salida de lo más surrealista.
Los guiones juegan hábilmente con situaciones que en un mundo ideal deberían ser enfocadas con sentido común pero que en este ingobernable ministerio suelen irse de madre, bien porque alguien se pasa de listo o bien porque alguien es demasiado tonto, o con frecuencia porque el partido —a través del terrorífico Malcolm— impone soluciones de bombero ante cualquier remota posibilidad de que los periodistas encuentren material con el que hacer su trabajo (que, recordemos, se supone es controlar al poder). El resultado es un continuo descontrol en un departamento donde la mano izquierda no sabe qué hace la derecha, pero es que la mano derecha ya andaba perdida, para empezar. Nada sale como tenía que salir y Asuntos Sociales va de un enredo vergonzante a otro enredo todavía más vergonzante que el anterior, sin que a nadie dentro de la organización le parezca que su funcionamiento cotidiano podría consistir en otra cosa que en esa sucesión de desastres.
El formato de falso documental no impide que el ritmo sea frenético. En esto sí se distingue de The Office, donde al espectador se le daba tiempo para asimilar y procesar cada gag antes de que comenzase el siguiente; era una serie que se caracterizaba precisamente por su capacidad para recrearse en las situaciones, para sacar el máximo jugo de las personalidades de los personajes y el efecto que esas personalidades producían en el espectador (por lo general, una hilarante vergüenza ajena). The Thick of It, aunque se parece mucho en el formato, no deja espacio para la recreación. Todo sucede con una velocidad de vértigo, con el fin de reproducir la caótica atmósfera de improvisación de un ministerio que vive obsesionado con dar buena cara a la prensa, sin molestarse en estudiar las medidas que ha de tomar ni en prepararse para las consecuencias.
Las secuencias se suceden con tal ímpetu y los diálogos transcurren con tanta premura que cada capítulo puede ser visto varias veces seguidas sin llegar nunca a aburrir, porque la primera vez seguro que nos hemos perdido un montón de cosas. Esto, he de admitir, tiene un problema añadido: quienes no sepan inglés están condenados a extraviarse en medio de tan apoteósica acumulación de juegos de palabras y sobreentendidos maléficos. Salvo que usted maneje el idioma como un nativo, yo le recomendaría verla con subtítulos en inglés (los subtítulos en español, que desconozco si los hay, a duras penas podrían reflejar la mitad de lo que se dice). Me sabe mal darle malas noticias a quienes no entiendan inglés. Casi siempre recomiendo ver las series en el idioma original con subtítulos en español, al menos cuando son series con actores humanos; en las de animación sí se nota que el doblaje en España es uno de los mejores del mundo (hasta llegar a ser superior a los doblajes originales; la versión española de The Simpsons, por ejemplo, ha sido elogiada por estadounidenses como superior a la original). Pero en el presente caso, para de verdad sacarle miga a la serie, hasta los subtítulos en español se quedan cortos. La densidad —en el buen sentido— y el carácter no siempre obvio de su comedia, hace que una traducción exacta se antoje imposible.
Para compensar, puede decirse que The Thick of It, aunque esté hecha en el Reino Unido, recuerda bastante a la política española. Me cuesta visualizar esta serie rodada en nuestro país, pero sí puedo imaginar a unos cuantos de nuestros políticos protagonizándola. La sensación de improvisación, de desajuste, de chapuza, de falta de preparación… Lo que en las islas británicas quizá parecía una hipérbole, en España se antoja espantosamente familiar. Desde 2005, además, la serie no ha perdido un ápice de vigencia, al contrario. Sitúe en ella a gobernantes de casi cualquier país occidental y el retrato se mantendrá en pie. Como prueba, diremos que la primera temporada se emitió en 2005 y la cuarta en 2012; aún hoy se le sigue pidiendo a su autor que se descuelgue con una quinta. Aunque Armando Iannucci ya ha dicho que no planea resucitar la serie, porque el panorama político británico, según él, se ha convertido en una parodia —opinión que ha reafirmado tras el Brexit—, y ya se sabe lo que dice aquella vieja ley no escrita del humor: no se puede parodiar lo que por su propia naturaleza resulta ridículo. The Thick of It se ha vuelto TAN actual e increíblemente vigente que ya no es capaz de competir con la realidad. Una vez la hemos visto, podemos adivinar escenas similares detrás de mucha declaración inexplicable y de mucha decisión insensata de los políticos españoles, británicos, estadounidenses o de donde ustedes quieran. El programa en sí es hilarante, pero su creciente similitud con la vida real da mucho que pensar, y no para bien. Dicho de otro modo: si la realidad política se está pareciendo a esta serie cada vez más, es que el mundo se va al carajo.
No esperan, eso sí, ver algo parecido a la versión estadounidense de House of Cards. Aquí se dejan fuera los manejos malévolos y delictivos del aparato de poder. La serie no denuncia la inmoralidad de los «servidores» públicos, entre otras cosas porque tiene vocación de comedia, no de política-ficción en el sentido clásico del término. Tampoco necesita denunciar nada. Su tesis gira en torno a la estupidez de los políticos, y bastaría con añadir la frase «y ahora imagine que, además de unos imbéciles, fuesen unos corruptos y unos inmorales» para terminar de completar el cuadro. Pero creo que incidir demasiado en ese aspecto hubiese matado la comedia. La realidad del asunto es más bien deprimente, así que una perspectiva bufonesca sigue siendo refrescante. Sí, supongo que habrá quien diga que los políticos son un blanco fácil. Pero así como no hay grupo de rock que niegue el considerable ingrediente de realismo que se esconde tras la alocada parodia This is Spinal Tap, dudo que haya gobernantes que no se sintieran reflejados al ver esto. Aunque ellos, claro, sí lo negarían en público.
The Thick of It es, pues, una comedia que requiere esfuerzo y más de un visionado. Pero eso es bueno, porque no hay muchos episodios (cuatro cortas temporadas, algún capítulo especial y un spin off, la película, In the Loop, en la que salía James Gandolfini). No hay que verla del tirón por pasar el rato, como si fuese The Big Bang Theory. Es algo mucho más elaborado e inteligente, que requiere un paladeo cuidadoso. Es más, que nos obliga a ese paladeo cuidadoso, o de lo contrario nos perdemos la sustancia. Muchos chistes están ocultos, y no se avergüence si ha de tirar de Google para saber de qué personajes o situaciones se están burlando en muchas secuencias. Es necesario, salvo que sea usted de allí. Tampoco se avergüence si ha de rebobinar secuencias. Así de frenética es. Pero lo bueno que tiene es que, aunque muy británica en su tipo de humor, también es muy europea en su concepción del poder como blanco de las burlas, algo que no crean es necesariamente universal. Un anunciado refrito estadounidense, por ejemplo, nunca llegó a pasar del episodio piloto, el cual, según el propio Iannucci, era «horrible». Es más, calificó de «bufones» a algunos de los ejecutivos de ABC que participaron en la producción de la versión americana (aunque sí ha elogiado la serie Veep, de HBO). Muchos estadounidenses desconfían del Gobierno, al menos por tradición, pero son más bien propensos a retratarlo como un enemigo malévolo, sin la capacidad para relativizarlo y convertirlo en un hazmerreír que sí poseen los británicos. Quienes, ni que decir tiene, carecen de rivales en ese ámbito.
En resumen, un maravilloso artefacto sin demasiados equivalentes en el arsenal audiovisual (si es que tiene alguno) y que no solamente no envejece, sino que cualquier día terminará suplantando a los telediarios sin que notemos la diferencia. Con facilidad puede decirse que es una de las más grandes sátiras políticas en la historia de la televisión, hecha bajo una filosofía que su autor describe como: «empieza con poco y veamos cómo se desarrolla». Con la salvedad de que The Thick of It nunca sabe a poco, salvo cuando termina, porque uno querría verla continuar más y más. Si no la han visto, ya tardan. Verán cómo después tienen auténticos problemas para votar a alguien. Es lo que tiene la buena comedia: abre la mente y, en consecuencia, deprime a largo plazo. Y aunque solo sea por ver a Malcolm Tucker inventando insultos cuya recopilación podría ocupar, como diría él, todas las putas páginas de un puto libro de mierda para imbéciles de los cojones.
Muy acertada crítica sobre una serie poco conocida en España, seguramente por no haber sido traducida nunca.
La realización es muy buena y sorprende ver hasta qué punto te llena de estrés el ritmo vertiginoso de cada capítulo, casi llegas a respirar sofocado o a saltar en el sofá cuando Malcom entra por la puerta.
Si el nivel de inglés te lo permite, una serie de que debes probar.
No pienses en ella como una serie para ver de corrido, los escasos capítulos disponibles te durarán un montón, pues no se puede ver de corrido. Tenla a mano y cada cierto tiempo, ella misma te llamará a avanzar un poco y volver a pausar. Suena raro, lo sé…
Buen análisis.
La verdad es que deja unas perlas Malcom Tucker de cuidado:
-«I’d love to stop and chat to you, but I’d rather have type 2 diabetes»
-» Come the fuck in or fuck the fuck off»(mientras tocan a la puerta)
-«ok, give me a second while I look up my little file of things I really don’t give a fuck about»
– «If you are not a prostitute or a pizza guy, fuck off» (llamando por telefonillo al despacho)
– «He is as useless as a marzipan dildo»
Y muchas más. Enorme serie. De digestión lenta, pero genial.
«Come the fuck in or fuck the fuck off» es buenísimo. Y al final añade «darling».
Muy divertido el comienzo del artículo; en efecto, cuesta un titánico esfuerzo mental imaginar que nuestros dirigentes son unos cretinos, sobre todo con la cupula del Pp que, es un decir, nos gobierna.
Sin duda que estaría muy bien poder ver la serie. En Tv3 existe algo ( medianamente ) parecido, Polonia.
Ianucci ES el creador de Veep (así que claro que la alabó) + Veep ES la versión USA de The thick of it