Cuenta Carl Sagan que tuvo su cerebro en la mano.
Fue en el parisino Musée de l’Homme. El astrónomo neoyorquino relata con precisión cómo llegó hasta él. Cómo recorrió cada uno de los pasillos, atravesando oscuros laberintos y mohosas salas, dejando atrás restos paleolíticos, estatuillas priápicas, grotescas máscaras ceremoniales, esqueletos articulados de orangutanes o series de cráneos perfectamente clasificados. Cuenta Sagan que todavía le perturbó más la visión de las colecciones de restos humanos, al más puro estilo del museo de los horrores. Dice que pudo observar especímenes con cabezas reducidas, frascos con embriones y fetos humanos nadando en fluidos verdosos, siameses unidos por el esternón y hasta un feto con dos cabezas y cuatro ojos. Cerrados, afortunadamente. La visita al museo lo cambió para siempre, y fruto de ello escribió un libro sobre las fronteras de la ciencia que a día de hoy todavía podemos paladear.
Pero de todos los objetos y especímenes que pudo observar Sagan, uno de ellos lo perturbó profundamente. La joya que descubrió el mítico autor de Cosmos: A Personal Voyage estaba un poco más allá de las áreas más visitadas del museo. Se encontraba escondido en el rincón más recóndito y más misterioso del edificio: la sala de los cerebros. Flotando en tarros de cristal rellenos de formalina, viejos cerebros grisáceos veían pasar impertérrito el tiempo, mientras el museo continuaba con su decadencia.
Año 1840. Hospital de Bicêtre. París, Francia. Louis Victor Leborgne, que pasaría a la historia de la medicina como monsieur Leborgne, ingresa en el hospital con un curioso cuadro clínico. No puede articular palabra alguna. Monsieur Leborgne ha tenido epilepsia desde que tiene uso de razón, desde la más tierna infancia. Pero no es por eso por lo que va al hospital. Hace dos meses tuvo un fuerte ataque. Y desde entonces es incapaz de articular palabra alguna.
Monsieur Leborgne nació hace treinta años en Moret-sur-Loing, la ciudad que sirvió de inspiración a los impresionistas franceses. Es artesano. Más concretamente curtidor de zapatos. Proviene de una familia acomodada, su padre y su madre eran maestros. Así que si no puede hablar no es porque sea analfabeto. Ha tenido una educación letrada. A pesar de su pérdida del habla es capaz de leer los diarios parisinos y de jugar al ajedrez.
Aunque no lo sabe, monsieur Leborgne ya nunca más saldrá de ese hospital.
Pasará los siguientes veintiún años en el asilo de Bicêtre, hasta el momento de su muerte, en 1861. El 11 de abril de ese año, monsieur Leborgne sufre una gangrena como consecuencia de la parálisis del lado derecho de su cuerpo, fruto del agravamiento de su enfermedad. Así que deciden trasladarlo al área quirúrgica del hospital. Allí trabaja el doctor Pierre Paul Broca, el cual acaba de fundar, rozando la clandestinidad, la Société d’Anthropologie de París. En ese momento, monsieur Leborgne, debido a su parálisis, no puede mover ni el brazo ni la pierna derechos, sufre problemas de visión y sus facultades cognitivas han disminuido ostensiblemente desde el momento de su ingreso en el hospital.
El doctor Broca acaba de encontrar lo que estaba buscando.
Paul Broca es un neurólogo empeñado en demostrar que la localización anatómica del lenguaje está en el lóbulo frontal del cerebro. Así que comienza una serie de estudios médicos con monsieur Leborgne, utilizando, eso sí, la mano izquierda del paciente para poder comunicarse con él. Monsieur Leborgne es capaz de contar números y de leer las horas del reloj.
El doctor Broca anota «monsieur Leborgne» en sus cuadernos, en la historia clínica, en los documentos médicos que trazan la evolución del paciente. No trasciende el nombre completo del enfermo. Es, tan solo, monsieur Leborgne. Sin más. Pero esta no era una práctica habitual en la época. Los detalles de los pacientes solían ser públicos, por lo que los enfermos de renombre se convertían en personajes famosos y cuasi circenses, al estilo de la película de culto Freaks —La parada de los monstruos—, que rodó Tod Browning en 1932. De hecho, hasta hace tan solo tres años no se ha conocido el nombre completo del enfermo. La conexión entre monsieur Leborgne y Louis Victor Leborgne acaba de cerrarse gracias a la labor detectivesca de un investigador polaco, Cezary W. Domanski, de la Universidad Maria Curie-Sklodowska, en Lublin.
Monsieur Leborgne muere ese mismo año. El doctor Broca le practica una minuciosa autopsia, en la que observa una grave lesión en el hemisferio izquierdo del paciente, más concretamente en la convolución posterior inferior frontal de su cerebro. Es la primera vez en la historia de la medicina que se asocia un área concreta del cerebro con una anomalía funcional en un enfermo. Además, es la primera piedra del conocimiento para entender que el cerebro no es homogéneo, sino que presenta regiones diferenciadas con funciones específicas.
Ese mismo año Paul Broca presenta ante la Société d’Anthropologie las conclusiones del estudio del cerebro de monsieur Leborgne. La presentación de los resultados de la autopsia del paciente sienta, a partir de ese momento, las bases de las enfermedades del lenguaje.
Hoy en día, la región que identificó Paul Broca en el cerebro de monsieur Leborgne se conoce como área de Broca, y se asocia con el control de las funciones del lenguaje. La contribución de Paul Broca al avance de la neurociencia ha sido reconocida históricamente, y hasta se ha inscrito como homenaje su nombre en la Torre Eiffel, desde donde se alcanza a observar el Musée de l’Homme.
Monsieur Leborgne, con su enfermedad, y Paul Broca con el minucioso análisis de su paciente sin habla, han contribuido a cambiar la comprensión del cerebro y la concepción de las enfermedades del sistema nervioso.
Pero algo no es totalmente cierto en esta historia. No es del todo verdad que monsieur Leborgne no fuera capaz de emitir ningún sonido. Había uno que repetía una y otra vez. Lo único que era capaz de decir era «tan», generalmente dos veces. Era capaz de emitir este sonido con diferentes inflexiones de voz, pero solo eso salía de sus labios. «Tan». O «tan tan». Por ese motivo la historia médica también lo conoce como «el señor tan-tan». Tal vez la sílaba fuera azarosa. Tal vez tuviera que ver con su profesión, con los talleres de curtir piel de la región en la que vivía en su infancia, los moulin à tan.
Casi dos siglos después, el cerebro de monsieur Leborgne se conserva todavía en formalina, sumergido en un frasco perdido en las estanterías polvorientas de un museo parisino.
Sagan sigue escrutando las series de recipientes alineados en los anaqueles que pueblan la sala. Su mirada se fija en la leyenda de un frasco cilíndrico. El corazón le da un vuelco. Conoce el nombre de la persona escrita en la etiqueta. El papel reza: «P. Broca».
El cerebro de monsieur Leborgne se guarda en el Musée Dupuytren de Anatomía Patológica de París, que acaba de ser cerrado al público.
No lejos de allí, en el Musée de l’Homme descansa el cerebro de Paul Broca, formando parte de una colección que creó el propio Broca, quién sabe si para estudiar en el futuro los cerebros de los personajes más relevantes del siglo XIX, desde convictos asesinos hasta brillantes intelectuales. Lo que nunca hubiera alcanzado a imaginar Paul Broca es que, entre aquellos cerebros, un día se encontraría el suyo.
Interesantisimo articulo. Muchas gracias!!!
Hodor Hodor Hodor Hodor
Muy intersante. Pero probablemente, aunque quede bonito tal como está escrito, el señor Broca sí se imaginase su cerebro entre la colección. Le imagino dando las instrucciones precisas para que asú fuese. Sería lo lógico.
Pingback: El hombre que solo decía «tan-tan»
Sí, y más cosas que, aunque quede bonito, mejor no marear la perdiz al personal: o no podía decir nada o sólo podía decir «tan». Las dos cosas no pueden ser. Según el título solo decía «tan». Después empiezas a leer y resulta que no decía nada, ¡pero no! Al final te enteras que sí podía decir algo y solo decía tan. ¡Caramba! Qué gran audacia la del autor del artículo. Uno termina con aquella gran cita de Fernán Gómez, «enga, ¡a la mierda!»
Una historia fascinante. Genial artículo.
Mientras caminaba a mi casa , estaba pensando y de la nada dije tan tan , y pensé que sería interesante escribir sobre un personaje que se llame tan tan .
Después de estar divagando sobre el tema , me preguntaba si existia algúna leyenda sobre tan tan y busqué en Google y encontré esté artículo , es muy interesante y cool
Y cuando estaba caminando me di cuenta que los pasos suenan » tan tan » , talvez solo sea una alucinación mía .
Solo yo escucho eso ? O que sonido tienen los pasos / pisadas o caminar ?