Ni siquiera ha acabado el verano y con lo que lleva dentro este año 2016 se podría rellenar una década entera… ¡Y lo que aún queda! Hemos visto en él acontecimientos decisivos, que afectan a millones de personas y que tendrán consecuencias durante muchos años. Pero lo más interesante es que están interrelacionados; bajo esas islas de eventos hay un fondo tectónico común, que además ha comenzado a desplazarse en dirección contraria a la seguida hasta ahora. El tiempo nos dará perspectiva, pero este año podría ser un punto de inflexión en la historia contemporánea, el momento en el que el péndulo ha iniciado su viaje de regreso: de la globalización a los Estados nación, que se suponían obsoletos. Para comprender ese viaje nos valdremos de dos libros.
Basta echar un vistazo a nuestro entorno. En Austria, tras la anulación de las elecciones presidenciales, ahora se sitúa como favorito Hofer para la repetición de los comicios el dos de octubre, fecha en la que por cierto en Hungría se celebrará un referéndum que supone un desafío frontal a la Unión Europea. En Francia se da por hecho que en las elecciones del próximo año que Marine Le Pen superará la primera vuelta, y tal vez tenga como contrincante ahí a Sarkozy, cuyo discurso ahora está centrado en la identidad y la soberanía. En Alemania el partido euroescéptico AfD es ya segunda fuerza en algunas regiones, mientras que en Holanda, también con elecciones el próximo año, según las encuestas el candidato más votado será Geert Wilders, partidario de abandonar la UE. Tal como hizo el pasado 23 de junio Reino Unido contra todo pronóstico. Como también desafió a los pronósticos Trump en Estados Unidos al hacerse con la nominación republicana, con un discurso opuesto a la deslocalización empresarial, la inmigración ilegal y la pérdida de soberanía frente a estructuras supranacionales (ONU, OTAN, tratados comerciales, etc). Turquía por su parte parece abandonar el laicismo moderno y cualquier anhelo de integrarse en Occidente para abrazar su identidad islámica. Finalmente, como guinda de todo ello, el tratado TTIP, que según sus detractores supondría una grave amenaza para la democracia en todos los países implicados, está según las últimas noticias definitivamente muerto. A la vista de todo esto no parece exagerado afirmar que algo está pasando y eso nos puede parecer bien, mal, regular o espantoso, pero antes hay que entender por qué ocurre en lugar de repetir como loros la palabra «populismo». Que cada comentarista quiera darle una definición al término es un claro indicio de que en realidad está vacío de contenido, pronto nos resultará tan obsoleto como ahora «casta».
Así que empecemos por el primero de dichos libros. No puede haber por tanto momento más oportuno para la publicación de Elogio de las fronteras, de Régis Debray. Dotado de abundantes fogonazos de ingenio y erudición, a veces se pierde en divagaciones poéticas y su mayor defecto es su brevedad. Es en realidad la transcripción de una conferencia pronunciada en la casa franco-japonesa de Tokio, de la que a continuación señalaré lo que considero más interesante. Para quien no conozca al autor basta decir que es un intelectual francés que fue a combatir junto al Che Guevara en Bolivia, hasta que fue capturado y, según se dice, es quien reveló a la CIA el paradero del revolucionario argentino, definido por nuestro autor como «cruel, fanático y despótico». Así que Debray además de un pensador apreciable es un magnífico quintacolumnista, más gente así hace falta. El caso es que unos años después se pasó al partido socialista francés, que terminó abandonando por desavenencias ideológicas, y ahora es un autor inclasificable que va por libre.
Comienza señalando algo contraintuitivo, que desmonta los clichés en los que estamos acostumbrados a movernos. Desde 1991 se han trazado en el mundo veintisiete mil nuevos kilómetros de fronteras y hay otros diez mil pendientes de instaurarse en los próximos años: «Lo real es lo que nos opone resistencia y se burla de nuestros castillos en el aire. ¡Qué fósil obsceno, la frontera, pero cómo sigue agitándose, como un diablillo! (…) Pocas veces se habrá visto, en la larga historia de las credulidades occidentales, semejante hiato entre nuestro estado mental y el estado de las cosas». Ese estado mental, el ideario dominante hasta ahora, es lo que Debray etiqueta como «sinfronterismo», que nos promete: «Un planeta liso, despojado del otro, sin enfrentamientos, regresado a la inocencia y la paz de su primera aurora, igual que la túnica sin costuras de Cristo». (Una utopía que, como todo lo demás existente en el universo, tiene su reflejo en Los Simpson). Pero no nos confundamos, esa globalización que pretende enarbolar cierto ideal hippie y clama contra cualquier barrera que divida a la humanidad no se refiere a la propiedad privada, naturalmente. Es una sinécdoque para aludir solo las fronteras entre países. Los barrios pobres podrán convertirse en guetos y quien tenga dinero seguirá separándose del resto en urbanizaciones cerradas, colegios privados y locales de ocio que se venden como exclusivos, donde el derecho de admisión es discrecional y el intruso será perseguido.
Dice Debray que el requisito inicial para fundar una civilización es el de marcar sus lindes. Es lo primero que hizo Rómulo: coger un arado y cavar la línea del Pomerium, la frontera sagrada de Roma. Más allá, los bárbaros. La frontera establece nítidamente el territorio en el que se hará cumplir la ley y donde los derechos serán efectivos. Desdibujándola, también se difuminarán estos. Además la pertenencia a un país, dice nuestro autor, nos dota de una identidad, pero si esta pertenencia se desdibuja la necesidad de tener una identidad simplemente se desplaza, con frecuencia hacia alguna forma de fanatismo: «La nidificación en un -ismo es un paliativo para el desarraigo. Los nietos de la diáspora son más intolerantes de lo que lo eran sus abuelos en sus casas, para quienes la religión era como una lengua materna, algo que hablaban pero sin pensar demasiado en ello (…) la religión sin la cultura es para ellos un modo barato de volver al pueblo sin tener que desplazarse (…) el toqueteo civilizacional provoca eczema. Los integrismos religiosos son las enfermedades de la piel de un mundo global en el que las culturas se toquetean». Lo estamos viendo cada día.
Una vez establecida la frontera su función rara vez es aislar del exterior, sino filtrar. Es inevitable que eso perjudique algunos intereses, «por eso tiene mala prensa: defiende los contra-poderes. No esperemos que los poderes establecidos, y en posición de fuerza, hagan su promoción. Y tampoco que esos atraviesa-fronteras que son los evasores fiscales, miembros de la jetset, astros del esférico, traficantes de mano de obra, conferenciantes de cincuenta mil dólares estadounidenses, multinacionales adeptas a los precios de transferencia, declaren su amor a aquello que les hace de barrera». Otro ejemplo que podríamos añadir ahora al leer esto es la City oponiéndose con fiereza al Brexit, que tuvo entre las clases bajas su principal apoyo.
Bajo el criterio de Debray no sería un exceso retórico definir la globalización como una forma de imperialismo: «Si la negra reputación de la frontera circula por todas partes (del tipo: «¡el nacionalismo es la guerra!»), el sinfronterismo humanitario destaca a la hora de blanquear sus crímenes (…) El deber de injerencia se ha convertido en el agua de rosas con la que se perfuma el imperio de un Occidente que envejece. No estima que sea ya necesario declarar la guerra para hacerla y se burla del derecho de gentes cuando le conviene». El hecho de reconocer unos límites a nuestra acción, de conocer lo que define como la sabiduría de las cosas finitas, nos ayuda a poner los pies en el suelo, nos dice, pues todo desvarío espiritual aspira a ser universal y eterno, a imponer a todos sus particulares manías… y a exigir de todos algún tributo. Pues si la tierra es del viento entonces tendré vía libre para recoger todos sus frutos. Acomodándonos tras nuestras lindes dejamos al resto del mundo en paz, lo que no es poca cosa. Ya que una vez que el planeta deja de tener barreras a nuestras aspiraciones ¿qué puede frenar nuestra ambición y que no acabemos jugando con el globo terráqueo como un balón a la manera de aquel dictador imaginario? Decía Ovidio que «a los otros pueblos les ha sido dado un territorio limitado: la ciudad de Roma y el mundo tienen la misma extensión». Si las fronteras no son algo serio o incluso sagrado sino un simple juguete, el siguiente paso lógico es jugar con ellas. Tal como señalaba la primera ministra israelí Golda Meir: «Las fronteras están ahí donde hay judíos, no donde hay una línea sobre el mapa». Algo curiosamente similar al propósito expuesto por Milošević: «Serbia será aquel lugar donde haya serbios» o, ya si rebajamos un punto el dramatismo de tanta cita solemne, a lo que decía aquel militar de La chaqueta metálica para justificar su presencia en Vietnam: «Dentro de cada maldito amarillo hay un americano deseando salir». Sin fronteras estatales la ciudadanía pasa a convertirse en etnicidad.
Llegados a este punto y con todo lo fundamental del libro ya señalado, fijemos la atención en la perfecta antítesis de todo lo expuesto por Debray, el agujero que da su identidad al donut, la encarnación misma de ese denostado «sinfronterismo», el hombre más global (y globalizante) del mundo: George Soros. Nacido en Budapest en 1930, fue educado por su padre como un hablante nativo de esperanto y tras sobrevivir a la ocupación nazi huyó con su familia cuando se instauró en Hungría un régimen comunista, primero a Gran Bretaña y posteriormente a Estados Unidos. Allí, gracias a los fondos de inversión, logró una extraordinaria fortuna —estimada por Forbes en casi veinticinco mil millones de dólares— y a partir de los años ochenta comenzó a sentir un gran interés por asociaciones como el Congreso por la Libertad Cultural (en su día organizado y financiado en secreto por la CIA para combatir el comunismo, de ello ya hablamos aquí) que le llevan a crear en 1993 la fundación Open Society, desde donde riega con generosas sumas de dinero a los movimientos sociales que considera afines a su ideario. A menudo de forma muy discreta, siguiendo la tradición. Su objetivo es promover las «sociedades abiertas», expresión acuñada por el filósofo Karl Popper para definir a aquellas antagonistas de las sociedades cerradas, que carecen de libertad económica y política. Esa actividad es la que le lleva a proclamar orgullosamente que «he luchado para hacer de este mundo un lugar mejor en el que vivir». Claro que… ¿hay algún activista político, de un signo o del contrario, que no se vea a sí mismo de tal forma? Y si centramos el foco en su actividad bursátil uno acaba esbozando una sonrisa al recordar el discurso de Johnny Caspar en Muerte entre las flores… ¿Fue el mundo un lugar mejor en el que vivir el 16 de septiembre de 1992, después de que Soros tumbara la libra en una jugada especulativa que le hizo embolsarse mil millones de dólares en un solo día? Sospecho que muchos británicos discrepan.
Pues bien, de acuerdo a sus esquemas mentales a ese mundo mejor de sociedades abiertas se llega mediante la abolición de las fronteras, la superación del Estado nación y, en definitiva, abrazando la globalización en todos sus aspectos. Así lo explicaba en un libro publicado ya hace unos años, titulado precisamente Globalización. En él habla sobre el FMI, la OMC, la OIT, las IFIS, el Banco Mundial, la Reserva Federal, la ayuda al desarrollo, el derecho a la propiedad intelectual, los regímenes totalitarios y las sociedades abiertas, los problemas internos de varios países europeos, los principios de la Ilustración, la democracia, la soberanía de los países, la finalidad de los Estados y la función misma del periodismo… ¡Hay que ver cuánto sabe este hombre! Como no tengo la menor idea de cuestiones económicas no entraré en ellas, pero sí me gustaría detenerme en sus reflexiones sobre política y periodismo. Una y otra vez insiste a lo largo de su obra en mostrar la «sociedad abierta» como un ideal puro, casi mítico, quintaesencia del bien y de la que él es profeta, frente a la maldad del Estado, descrito repetidamente como un ente autónomo al margen de los ciudadanos, una especie de monstruo cuya agenda nada tiene que ver con la de quienes lo forman y sostienen con sus impuestos. Veamos por ejemplo este fragmento:
El realismo geopolítico está basado en los intereses del Estado; el idealismo de la sociedad abierta, en los intereses de la humanidad. Desde la Ilustración, ha habido siempre una tensión entre principios universales y soberanía del Estado.
No sé a qué tensión se refiere pues a menudo si no se han podido aplicar principios universales es, precisamente, por falta de soberanía. La Francia ocupada carecía por completo de ella, por ejemplo. Vemos que habla de los «intereses del Estado» como si lo mismo diera que este fuera democrático o no y también que la «sociedad abierta» se basa nada menos que en los intereses de la humanidad ¿Cuáles son estos exactamente? Humanidad es solo abstracción a la que se apela sin dirigirse a nadie en concreto, una expresión grandilocuente que demasiado a menudo se ha empleado para aludir a fines escasamente nobles. Aquí vuelve a hacerlo:
Nuestros acuerdos internacionales se basan en la soberanía de los Estados y los Estados se guían por sus propios intereses, lo cual no coincide necesariamente con los intereses de la gente que vive en esos Estados e incluso menos con el interés de la humanidad como entidad global.
¿Cual es el interés de la humanidad como entidad global? Alguien que es propietario de una fortuna que el resto de los mortales ni siquiera alcanzamos a imaginar entiendo que ande algo falto de humildad, pero me temo que ni siquiera Soros puede saber tal cosa.
Los principios de una sociedad abierta encuentran expresión en una forma de gobierno democrático y en la economía de mercado. Pero si intentamos aplicar estos principios a escala global corremos el peligro de no poder superar una dificulta que nos saldrá al paso: la soberanía de los Estados. La soberanía es un concepto anacrónico.
Y aquí lo tenemos de nuevo a la carga, a un lado la «sociedad abierta» y la democracia, enfrente, el pérfido Estado y su secuaz doña Soberanía. Recordemos una lección básica que parece que le cuesta asimilar: recortar la soberanía es recortar aquello sobre lo que los gobiernos y parlamentos que votamos con regularidad pueden decidir, anularla es convertir el sobre con nuestro voto en papel mojado. En un país democrático la soberanía corresponde a la nación y esto no es una antigualla ideológica, sino el fundamento mismo de su legitimidad. El artículo tercero de La Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 lo decía con la mayor claridad: «La fuente de toda soberanía reside esencialmente en la Nación; ningún individuo ni ninguna corporación pueden ser revestidos de autoridad alguna que no emane directamente de ella». Por su parte, el artículo primero del Titulo Preliminar de nuestra Constitución tampoco parece dejar dudas al respecto: «La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado».
De manera que el Gobierno y el Parlamento harán uso de dicha soberanía no por la intrínseca pureza moral de los políticos, sino porque se enfrentan a elecciones con regularidad y más les vale. Si vaciamos los Estados de competencias estas pasarán a ser controladas por poderes no electos, que naturalmente buscarán satisfacer sus intereses, no los nuestros, porque ellos no estarán sujetos a ninguna votación. Así que no es posible poner la democracia a un lado y la soberanía a otro, como hace él, salvo que no sepa de qué está hablando. Desde luego se le ve mucho más dotado para la especulación financiera que para la filosófica… Aunque hay que admitir que acierta al plantear la discusión en unos términos reconocibles, de una gran actualidad, y que van al meollo de lo que está pasando ahora mismo (aunque como dije el libro tiene ya algunos años):
Es posible que sea anacrónico, pero en el concepto de soberanía descansa la fundación de las relaciones internacionales. Para ser realistas, tenemos que aceptar ese conector como punto de partida para la creación de una sociedad abierta global. Los Estados pueden ceder parte de su soberanía mediante tratados internacionales. Los Estados miembros de la UE han llegado bastante lejos a este respecto. El futuro de la UE mostrará hasta qué punto este camino es viable.
Para que haya democracia tiene que haber un dêmos, una comunidad política concernida por su futuro en común. Cada miembro de esa comunidad ha desarrollado un sentimiento de pertenencia a ella que le lleva a preocuparse por el bien colectivo incluso a costa de cierto sacrificio personal; es lo que se conoce como patriotismo o deber cívico. En ciertos momentos nos lleva a alistarnos para la guerra ante la llamada de la patria, pero también se expresa pagando los impuestos correspondientes, yendo a votar o presentándonos como candidatos, formando asociaciones, acudiendo a manifestaciones, manteniéndonos informados de la actualidad o debatiendo sobre el devenir político con las personas de nuestro entorno. Ahora bien, esas comunidades políticas no se pueden construir o derribar como si fueran castillos de arena. Esto no funciona así. A menudo tienen una historia muy larga a sus espaldas: han sido fundadas en torno a mitos, liderazgos fuertes y, casi siempre, aderezadas con mucho derramamiento de sangre e imposición de ciertas costumbres, creencias, idiomas o normas. Es un precio muy alto a pagar pero es algo que ya ha ocurrido, forma parte de la historia. Pretender construir ahora una nación europea o incluso mundial sin ese coste y en apenas una o dos generaciones es simple adanismo y, como estamos viendo, algo abocado inevitablemente al fracaso. Un poder político supranacional requeriría partidos políticos y asociaciones transnacionales, medios de comunicación transnacionales que encauzasen un debate y una opinión pública común, una ciudadanía unida por ese vínculo que hace sentir el mal ajeno como propio… Aunque todos estos requisitos (entre otros) serían imprescindibles si lo que se pretendiera fundar fuera un orden democrático. Si lo que se busca es otra cosa entonces nada de eso importaría, claro. En tal caso, trasvasar soberanía nacional hacia tratados e instituciones hiperburocráticas, opacas y no sujetas al escrutinio público sería la forma más directa de renunciar a esa parcela de poder que tenemos ahora como ciudadanos.
Así que como ocurre con tantas otras utopías, esa sociedad abierta al final huele a cerrado. Tampoco resulta tan paradójico, ya sabemos de qué está empedrado el camino hacia el infierno. Muchos movimientos emancipadores terminan volviéndose tiránicos, escojan el ejemplo histórico que prefieran porque los hay a carretadas. La lógica subyacente siempre es la misma: si el fin es tan loable, qué importan los métodos empleados para lograrlo, que van radicalizándose y corrompiéndose más y más por la impaciencia ante una sociedad idílica que nunca termina de llegar a nosotros. Por poner un ejemplo práctico, esto es lo que dice Soros sobre el periodismo:
También debemos atender a la penetración de los valores de mercado en áreas de donde tradicionalmente han estado ausentes. Y ello no depende solo de reformas institucionales; requiere de una reorientación de nuestros valores. Por ejemplo, profesiones como la medicina, la abogacía y el periodismo se han convertido en negocios.
Una idea en la que incide en su web, en la sección de «Misión y valores»:
Nosotros implementamos iniciativas para el avance de la justicia, educación, salud pública e independencia de los medios. Construimos alianzas a través de las fronteras y continentes en asuntos como la corrupción y la libertad de información.
«Independencia de los medios», «libertad de información»… qué bien suena. La realidad es que Open Society está ofreciendo dinero a diversos medios europeos para que informen sobre Ucrania, encargándose a cambio de suministrar las fuentes para crear un clima de opinión antirruso. No citaré el nombre del periodista ni del medio del que me consta tal práctica, pero sí diré que rechazó la oferta. La pregunta es inevitable, ¿cuántos medios sí habrán aceptado?, ¿bajo qué condiciones?, ¿esa es su manera de evitar que el periodismo se convierta en negocio, pagándoles para que sean altavoces de su propaganda? Las decisiones que se toman sobre información manipulada no son libres, ¿es esa su «sociedad abierta»? Los regímenes democráticos modernos se han construido sobre la base del pesimismo antropológico, son un delicado equilibrio de contrapesos que dan por hecho que cualquier persona con poder intentará abusar de él. Ahora un especulador con una fortuna de casi veinticinco mil millones de dólares, encarnación misma de dicha hibris en su ambición por ampliar su poder, pretende convencernos de que deben ser superados sin que sepamos bien la alternativa. Haríamos bien en desconfiar.
En realidad la profunda aversión de Soros por los Estados tiene una razón de ser y puede comprenderse a la luz de su biografía. Sobrevivió como judío a la ocupación de Hungría por el Tercer Reich, la encarnación perfecta del Estado totalitario, un régimen omnipotente dispuesto a moldear la sociedad como si fuera de plastilina. Por si eso no fuera bastante, a continuación vivió la instauración de un régimen comunista. Cómo no acabar escarmentado. Pero comete un error básico al confundir en su mente «totalitarismo» con «Estado»: está tirando al niño junto con el agua sucia y pretendiendo conjurar un mal provoca otro, como aquel criado de Bagdad que queriendo huir de la Muerte se daba de bruces con ella en otra ciudad. Dada su posición de privilegio, teniendo además ochenta y seis años, difícilmente nadie podrá hacerle recapacitar en nada a estas alturas y seguirá persiguiendo sus obsesiones hasta el final de sus días. Solo queda esperar que quien venga tras él, con las ganas de siempre por arreglarnos la vida a los demás aunque no se lo hayamos pedido, tenga una comprensión algo menos dogmática de la realidad.
Me parece acertado someter a crítica a George Soros y a cualquier idea que se separe de aquellas que tenemos ya muy manidas como la del Estado-nación (que, con todo, sólo tiene un par de siglos si entendemos que la nación nació con la Revolución Francesa; uno si lo hizo con los Románticos del XIX), pero de ahí a reirse de cualquier otra alternativa a este desastroso paranorama de egoismos estatales que vivimos con la que está cayendo bélica, social y medioambientalmente me parece muy gratuito. Parece evidente que el sistema estatal que tenemos no sólo no resuelve los problemas que nos afectan, sino que parece haber degenerado considerablemente de aquellos ideales de la Francia de la Ilustración. Nos hemos quedado con el caparazón jurídico, pero sin los ideales. ¿Por qué no plantearse mejorar las alternativas que a alguien en una situación similar se le ocurrieron algún día con buen juicio, como es el caso de la Unión Europea, en lugar de reirse de sus evidentes problemas de funcionamiento y tirar la toalla a la primera de cambio? La supranacionalidad no es una ocurrencia, es una necesidad en el mundo globalizado en que vivimos. Si reconocemos los límites que presenta actualmente el monopolio estatal y decidimos explorar otras vías de gobernabilidad, pensemos también en otras vías de llevar la democracia a la práctica en este nuevo escenario en lugar adoptar una visión cínica. Y sobre esto no sólo escribe el señor Soros, sino politólogos de mucho mayor prestigio y solvencia…
Cierto, pero es que la UE de momento exhibe todos los problemas a los que se refiere el artículo: escaso control democrático, falta de una comunidad establecida y políticas encaminadas al bienestar de unas élites. Curiosamente todas las soluciones propuestas van camino de los estados, bien fragmentando la UE de vuelta a sus estados de origen, bien convirtiendo a la propia UE en un estado-nación de corte más clásico.
Este artículo peca de un simplismo y de una inocencia tales que casi produce ternura. Es como si lo hubiera escrito un niño que, siendo muy inteligente para su edad, aún no llegara a captar la realidad con la precisión de un adulto.
Me reiría si no diese miedo el tufillo fascista que expele.
Reconozco que he husmeado a ver si captaba el tufillo a fascismo del que hablas, pero el pestazo a arrogancia injusticada que sale de tu comentario impide cualquier esfuerzo de captar otra cosa.
Valhue , tienes razón sobre mi comentario. Litros y litros de pestuzo arrogante. Peor que soltar una flatulencia en el ascensor. Mis disculpas a todos y al autor del artículo especialmente. Gracias por corregirme.
Dicho esto: no estoy de acuerdo en que exista una tendencia sinfronterísta sólida como propone el artículo siguendo las tesis de Régis Debray. Hay gente que piensa ingenuamente que las fronteras carecen de utilidad, que deben ser eliminadas como si esto constituyese un paso esencial hacia la realización de una cierta utopía. Otros han visto en la globalización una oprtunidad para enriquecerse ilícitamente y otros, como Soros, han montado una gran farsa entorno a este concepto con la intención de enriquecerse aún más. Pero no veo un sinfronterismo real contrapuesto al nacionalismo, haciendo de contrapeso. La globalización, por otra parte, es un fenomeno social, sustentado sobre el mero progreso técnico antes que una «ideología».
Afirmaciones como «el toqueteo civilizacional provoca eczema» me han llegado a parecer directamente absurdas. Estoy en desacuerdo con el autor del artículo en otras afirmaciones que no voy a detallar. La idea general es que me parece tan ingenuo creer que las fronteras son un fósil obsoleto como ignorar que hacerlas más permeables ha supuesto, en general, un gran progreso. Recordemos que hace nada en Europa la vida humana no valía un real a causa, entre otras cosas, de las dichosas fronteras.
A mi Soros me parece sencilllamente un criminal especulador. Alguien que es capaz, mediante una hábil estrategia bursátil, de ganar muchos millones en un solo día, a costa, eso sí, de hundir en la miseria a muchos miles de personas ( productores de cualquier cereal a los que arruina al hacer bajar su precio, o consumidores a los que impide su consumo, al hacerlo subir ).
Normal que el Estado – que se supone vela por la justicia social y la protección de los mas débiles – le parezca un mal invento. Porque vá en contra de sus intereses, sencillamente.
Excelente artículo. Huyamos de benefactores de la humanidad tipo Soros, Gates, Amancio Ortega, Steve Jobs, etc.
La globalización del mercado nos trae estos lodos. Por otra parte, el concepto inicial de la Unión Europea en mi opinión es loable. La unión de diferentes estados democráticos que con unos valores éticos, sociales y medioambientales comunes deciden dar un paso más allá y caminan hacia una ciudadanía común. Con todos sus defectos, actualmente el único objetivo cumplido es la circulación de capitales, y profundamente decepcionado con la deriva derechista del continente, pienso que el proyecto europeo es de las cosas más valiosas que se han intentado a nivel global. Valdría la pena no abandonarlo a las primeras de cambio. Con todo, estoy muy de acuerdo con el valor de las fronteras tal como indica el artículo. Ya está bien de buenismos. Necesitamos que los pueblos asuman y ejerzan sus derechos y valores. El que dice que esto es fascismo no ha entendido nada.
Pingback: Fronteras, soberanía y democracia - BLOG TRICOLOR
El texto me parece un despropósito. Es un potaje de ideas mal ligadas y generalizaciones vacuas. Se mezcla las críticas a Estado con las del sistema de Estados-nación. Del internacionalismo con el universalismo. De la discusión de cuanta intervención y que papel debe tener un estado en la economía con la distribución territorial de dicho estado. Globalización con todo lo demás y por el camino visitamos a Soros.
¿Que todo tienes sus plazos? Sí. ¿Que se necesita un sentimiento de patriotismo para que un estado funcione? No lo creo. Y menos con las generaciones que corren. La gente cada vez más se centra en los servicios que recibe y en una evaluación racional de los problemas. ¿Que hay Lepenes, Wilders, Trumps? Pues sí, y ahora llaman la atención. Eso era la norma indiscutible hace unas decadas.
Después está el contar los kilometros de fronteras como si todas representaran lo mismo. Hay algunas que impiden o regulan circulacion de personas, otras de bienes, unas delimitan las fronteras de como algunas competencias son gobernadas. Algunas coinciden en la misma ralla, pero cada vez esas coincidencias se van disipando. Ese mal análisis (o simplista analisis) lleva a conclusiones equívocas.
Soros financió y sigue financiando a ATTAC España: ¿quien está detrás de ATTAC España? Vicenç Navarro, Alberto Garzón y su hermano, Manolo Monereo, Pablo Iglesias, Gerardo Pisarello… La aparición de Podemos y Unidos Podemos ha sido la mayor estafa política del R78, desde los tiempos del PSOE en 1982
Soros financió la pseudo-primavera española del 15 M, y todos sus satélites y esquejes: DRY, Fundación CEPS, indignados… también Izquierda Unida, las asambleas ciudadanas y las PAH. Eso fue el germen de Podemos y los llamados «ayuntamientos del cambio», que en el fondo no han cambiado nada, aunque sí en la forma (un cambiazo en toda regla)
Podemos ya está desilusionando a miles de ilusos, y dentro de unos años se revelará como lo que es: una disidencia controlada. Todos los partidos que aparecen en vuestras pantallas lo son, Ciudadanos, PPSOE, y también Podemos
Cuanto antes se abran los ojos, mejor que mejor
Ahí le has dado… Por no hablar de la financiación de la Fundación Santander: http://www.lasinterferencias.com/2016/12/11/y-tu-has-sido-alguna-vez-parte-de-la-disidencia-controlada/