Alí Maow Maalin tenía veintitrés años. Trabajaba de cocinero en un hospital de la ciudad de Merca, cerca de Mogadiscio, Somalia, y también colaboraba en algunas campañas de vacunación. El 12 de octubre de 1977 hizo un viaje sencillo y rápido que cambiaría su vida y marcaría un hito en la historia de la humanidad. Ese día, un conductor del gobierno le preguntó en el hospital por una dirección y Alí se subió al coche para guiarle hasta su destino, un corto viaje de menos de un cuarto de hora. En el asiento de atrás iban dos niños y su aspecto no era muy allá, tenían sarpullidos y granitos pero Alí no le dio más importancia. Si hubiera pensado en el lugar hacia donde se dirigían, quizá hubiera tomado más precauciones. Una población de nómadas del desierto de Ogaden había tenido un brote de viruela y las autoridades somalíes habían ordenado concentrar a toda la población afectada en un campo de aislamiento para facilitar su tratamiento. Esa pareja de pasajeros, los dos niños, estaban afectados y uno de ellos, una niña de seis años llamada Habiba Nur Ali, murió dos días después. Alí tenía miedo a las inyecciones y pese a trabajar en el hospital y ser la vacuna un requerimiento para todo el personal sanitario no se había vacunado «porque parecía que aquellos pinchazos dolían». Sus quince minutos de amabilidad fueron suficiente para infectarlo.
La viruela ha sido una azote de la humanidad, ha matado y desfigurado a millones de personas desde hace al menos unos doce mil años. Reyes, papas y artistas murieron de viruela y se cree que fue la principal responsable de que el imperio inca pasara de catorce millones de habitantes a uno y medio tras la llegada de los españoles y sus virus. Fue una transmisión accidental, fortuita y trágica pero en América del Norte los oficiales ingleses repartieron de forma planificada mantas de pacientes con viruela a los emisarios de los nativos norteamericanos a parlamentar con ellos. De esa forma acabaron con gran parte de la población, generaron un auténtico genocidio y zanjaron la rebelión de Pontiac.
De las cosas que los españoles deberíamos sentirnos orgullosos es de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, también conocida como la Expedición Balmis, una empresa generosa que saliendo de A Coruña dio la vuelta al mundo desde 1803 a 1814 para llevar la vacuna a todos los rincones del por entonces imperio español. Fue la primera expedición sanitaria internacional de la historia. La solución para que la vacuna resistiese todo el viaje se le ocurrió a Francisco Javier Balmis: llevó veintidós niños huérfanos y cada cierto tiempo pasaba la vacuna de uno a otro para que se mantuviera activa y viva en esos cuerpos infantiles. Con este sistema, la vacuna contra la viruela llegó a las islas Canarias, a Venezuela, a Colombia, a Ecuador, a Perú, a México, a las islas Filipinas y a China. También repartieron instrumental médico y científico así como la traducción del Tratado práctico e histórico de la vacuna de Louis-Jacques Moreau de la Sarthe, para ser usado como manual por las comisiones de vacunación que se fundaron en cada territorio. El gran científico y explorador alemán Alexander von Humboldt escribió en 1825 sobre la expedición Balmis: «Este viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la historia». Conocía demasiado poco a los españoles.
Pero volvamos a Alí. Diez días después de su buena obra, cayó enfermo con fiebre y dolor de cabeza. Fue al hospital y le pusieron un tratamiento para la malaria, la enfermedad más habitual. Cuatro días después seguía igual y le salió una erupción, pero los médicos creían que estaba vacunado contra la viruela así que pensaron que sería varicela y le dieron el alta. Pocos días después, los síntomas ya sugerían viruela pero Alí no quería que le aislaran y evitó acudir al hospital. Afortunadamente un enfermero que lo conocía denunció su estado, probablemente por la recompensa de doscientos chelines somalíes, unos treinta euros, que ofrecía la OMS a cualquiera que avisara de una persona con viruela. Con el tratamiento médico, Maalin se recuperó completamente y fue dado de alta a finales de noviembre.
Al mismo tiempo que su caso fue identificado y aislado, se puso en marcha una operación cuasimilitar para localizar a todas las personas con las que Maalin pudiese haber entrado en contacto durante su enfermedad. Era un hombre popular y se localizaron ciento sesenta y un contactos, de los cuales cuarenta y uno no estaban vacunados. Se les siguió la pista uno a uno, en algunos casos hasta más de ciento veinte kilómetros de distancia y se les vacunó a ellos y a sus familias. En total, en las dos semanas tras identificar la viruela de Alí cincuenta y cuatro mil setecientas setenta y siete personas fueron vacunadas. El hospital quedó cerrado para nuevos ingresos y se establecieron cuatro puntos de control en las principales carreteras de la ciudad. Además, la policía patrullaba los caminos y senderos. Nadie pudo entrar o salir de Merca sin demostrar que estaba vacunado. Cada mes hubo una operación de chequeo casa por casa por toda la región y finalmente se hizo una búsqueda por todo el país, que se dio por terminada el 29 de diciembre. No aparecieron nuevos casos.
La viruela solo se transmite de persona a persona, algo afortunado porque impide que haya reservorios en la naturaleza donde el virus se pueda esconder. En los años 1960, entre medio millón y un millón y medio de personas morían cada año de viruela. La vacuna, la primera de la historia, era eficaz, y se decidió algo de una ambición sin paragón: perseguir al virus de la viruela, de los poblados esquimales a las tribus amazónicas, de las megaurbes asiáticas a las islas más remotas y acabar con él. Al principio no funcionó pero se mantuvo un esfuerzo constante, metódico, titánico. País a país se fue vacunando en particular a los niños hasta romper esas cadenas de transmisión del virus que se habían ido reproduciendo durante milenios. En cada país, el virus fue acorralado hasta el último caso, el último paciente. En Botswana fue en 1974 y era una niña llamada Prisca Elias. 1976 fue un buen año, Kausar Parveen fue el último enfermo de Pakistán, Rahima Banu la última de Bangladesh y Amina Salat, la última de Etiopía. El último del mundo, como quizá habrá adivinado, fue un joven de Somalia, fue Alí.
Dos años después, el 9 de diciembre de 1979, los miembros de la comisión de la OMS que coordinaban la lucha contra la viruela firmaron un documento que decía que esta enfermedad había sido erradicada del mundo. Es uno de los grandes días de la historia de la humanidad, la primera vez que una enfermedad —y una terrible, por cierto— había sido barrida del mapa gracias a un esfuerzo coordinado de investigación, planificación y acción. Ya no necesitamos vacunarnos de viruela porque no existe ni un solo virus libre en el mundo.
Quizá pensando en su propia historia, Maalin decidió tomar parte en otra campaña similar: librar a su país de la polio. La polio ha demostrado ser un enemigo mucho más duro de batir, pero su propia experiencia era un ejemplo de por qué era necesario vacunar y consiguió convencer a los señores de la guerra de algunas facciones de que merecía la pena vacunar a sus soldados y a las personas que vivían en los territorios que controlaban. Él decía: «Somalia fue el último país con viruela. Quiero ayudar a asegurar que no sea también el último lugar con polio». Maalin trabajó para la OMS como coordinador local con responsabilidades en la movilización social y pasó varios años de un lado a otro de Somalia, vacunó niños y aleccionó a diferentes comunidades. El Boston Globe lo describió como uno los coordinadores locales más valiosos para la OMS. Animaba a la gente a vacunarse contando su experiencia con la viruela: «Ahora cuando me encuentro algunos padres que rechazan poner a sus hijos la vacuna contra la polio, les cuento mi historia. Les digo lo importantes que son las vacunas. Les digo que no hagan una idiotez como la mía».
En 2008 Somalia fue declarada libre de polio pero surgió un nuevo brote en 2013 con un registro de ciento noventa y cuatro casos. Era debido a una única persona infectada que había llegado del extranjero y también a que el índice de vacunación había bajado. Alí luchó contra la polio literalmente hasta la muerte: en julio de ese año estaba en la campaña de revacunaciones cuando enfermó y murió, al parecer de malaria. Su trabajo y el de los demás miembros del operativo contra la polio dio sus frutos: el 2014 solo se localizaron cinco casos en Somalia, cero en 2015 y cero en lo que llevamos de 2016.
Ha sido un largo y duro camino. En 1988 hubo en el mundo trescientos cuarenta y cinco mil casos de polio mientras que fueron trescientos cincuenta y nueve en 2014, setenta y cuatro en 2015 y veintiún casos en 2016, a fecha de 15 de agosto. La mala noticia es que en 2015 no hubo polio en África por primera vez en la historia, pero en 2016 ha habido dos casos de poliovirus salvaje en Nigeria. Además, la región del lago Chad, en la que hay territorios de Nigeria, Níger, Chad y Camerún, tiene un riesgo extremo de que vuelva a aparecer. Las cosas nunca son por casualidad y el comité presidencial nigeriano para la polio no se ha reunido en 2016, y una serie de fondos del Gobierno para atajar la polio no se consignaron a tiempo. Aun así, hay muchos motivos para mantener la esperanza: En 1988, cuando se inició el esfuerzo de vacunación para la erradicación de la polio, había virus libres en ciento veinticinco países y cada día miles de niños quedaban paralíticos por esta enfermedad. Hoy junto a Nigeria solo hay dos países con polio salvaje en estos momentos: Afganistán y Pakistán, y en ambos, a pesar de la difícil situación política y militar, las cosas están mejorando.
Tras la viruela y la polio, iremos a por la lombriz de Guinea. Este gusano parásito entra por ingestión de agua contaminada con pulgas de agua —conocidas científicamente como copépodos— que llevan en su interior la larva de la lombriz o Dracunculus. El ácido del estómago digiere el copépodo pero no a la larva que se encuentra dentro. La lombriz se mueve por el cuerpo, la hembra se aparea con el macho que a continuación muere y después la hembra fecundada viaja hasta una pierna y genera una ampolla con una terrible sensación de escozor —los pacientes lo llaman la serpiente ardiente—. La persona sumerge la pierna en agua para aliviarse y entonces el gusano libera cientos de miles de larvas, que penetran en los copépodos y el ciclo vuelve a comenzar. La prevención es relativamente sencilla, por un lado disponer de agua limpia y por otro tratar el agua de beber con un larvicida. En 1986 hubo tres millones y medio de casos, ciento veintiséis en 2014, veintidós en 2015 y siete en la primera mitad de 2016.
Pienso ver —y disfrutar— cómo acabamos también con esta enfermedad. Y seguiremos con el sarampión, con la malaria y quizá con el sida y con el ébola. Esta historia de éxito tiene desde hace años unos enemigos peculiares: las personas que por ignorancia, superstición o por promover sus propios negocios difunden errores sobre las vacunas o sobre otros tratamientos. ¿Se acuerda de que hace un año murió un niño de seis años de difteria por no estar vacunado? Yo no lo he olvidado. Una campaña de vacunación planteaba una simple cuestión. La pregunta era «¿Tengo que vacunar a mis hijos?», la respuesta era: «Solo a aquellos que quieres que vivan».
Para leer más:
- Balaguer Perigüell E, Ballester Añon R (2003) «En el nombre de los Niños. Real Expedición Filantrópica de la Vacuna 1803-1806». Asociación Española de Pediatría (Madrid) Enlace.
- Doucleff M (2013) «Last Person To Get Smallpox Dedicated His Life To Ending Polio». National Public Radio. Enlace.
- Madrigal AC (2013) «The Last Smallpox Patient on Earth». The Atlantic. Enlace.
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Estos artículos siempre me conmueven. Desde que descubrí la existencia de la expedición Balmis, siempre me llama la atención que no se haya dado a conocer al gran público a través del cine o la novela (200 años hasta la primera versión escrita me parecen demasiados). Esperemos que estos dos siglos de trabajo no los destruyan los fundamentalistas antivacunas.
Totalmente de acuerdo contigo. Es una gesta increíble y que sea tan poco conocida dice mucho de este país pues en las escuelas serviría para enseñar ciencia, geografía, historia… Habrá que volver a la carga. Gracias y un abrazo
Hay una película: «La película de RTVE 22 Ángeles, de Miguel Bardem, de 2016» (copiado de la wikipedia). No es una gran superproducción holliwoodiense, pero salen muchos héroes. Creo recordar que fue gracias al autor de este artículo que conocí la historia, y coincidió por entonces que emitieron la película en televisión.
Debe admitir que este artículo me ha molestado. Después de leerlo me siento incómodo. Será acaso que me recuerda que me vida occidental, llena de cultura y comodidades, no es más importante que la vida de un niño Somalí. Me duele enterarme recién que existió una campaña de vacunación como la mencionada. Me genera rechazo el interés y dedicación del autor a este tema, recordándonos que muchos olvidamos de las víctimas de este tipo de enfermedades. Seré cruel? Seré indiferente? Debe ser una prioridad en mi vida trabajar para erradicar el sufrimiento en los desafortunados? No sé. Tal vez la respuesta esté cerca de mí, no en África. A lo mejor la respuesta sea decidir incomodarme más a menudo e involucrarme en una situación que pueda ayudar a mejorar.
En fin, gracias al autor por esta molestia. Por este recordatorio de lo mucho que olvido. Gracias por darme la oprtunidad de no estar de acuerdo con el tono optimista del artículo, pues así me he dado cuenta de mi miedo y de mi cinismo. Pero esto no me preocupa, pues puedo ser cínico y al mismo tiempo involucrarme. Puedo ayudar sin ser optimista, mientras no me dé cuenta de que sí lo soy.
Soy optimista genético. Pienso que a pesar de todas las dificultades de nuestro día a día vivimos en la mejor época de la historia y solo por una razón: porque mueren menos niños. Pienso ver un titular que diga «la polio ha sido erradicada» Es cierto que dijimos que sería en el 2000 y ya llevamos 16 años de retraso pero nunca hemos estado tan cerca y me gustaría estar en uno de esos equipos pero como no puedo, intento hacer algo escribiendo y que a un lector como tú le motive y le incite. Gracias.
Habría que recordar que la región del lago Chad es uno de los santuarios de Bono Haram. Lo que dificulta la acción de los diversos gobiernos en dicha zona.
Muy buen apunte, Joaquín. Realmente los países donde existe o ha existido recientemente: Afganistán, Pakistán y Nigeria tienen una situación de violencia, guerrillas o guerras abiertas con grupos como Boko Haram. El problema es si los equipos de vacunación no consiguen llegar por amenazas, riesgos de secuestro o asesinatos de cooperantes como sucedió en esos países en los últimos años.