Para Mar
El 28 de octubre de 1949 se estrelló sobre las Azores un Lockheed Constellation de Air France. El avión había salido de París rumbo a Nueva York. El accidente conmocionó a Francia. Entre las víctimas se encontraba el boxeador pied-noir Marcel Cerdan —campeón del mundo del peso medio hasta que se cruzó en su camino Jake LaMotta—, que viajaba para enfrentarse de nuevo contra el Toro Salvaje. Una llamada de su amante, Édith Piaf, de gira por Estados Unidos, después de una exhibición del boxeador en Troyes, modificó su destino. Renunció a su planeado viaje en barco y marchó apresuradamente a París. El vuelo de las nueve de la noche estaba lleno, pero unos recién casados aplazaron su luna de miel y cedieron orgullosos los billetes al gran deportista, que murió horas después junto a otros cuarenta y ocho pasajeros y tripulantes. Miles de personas desfilaron ante sus restos durante los dos días que se mantuvo su capilla ardiente en Casablanca. Nos dicen que la muerte del ídolo nacional francés aceleró la adicción de Piaf —que había regalado al boxeador su «Himno al amor»— a la morfina y el alcohol.
Toda esta amalgama de hechos notables, caminos que se bifurcan y sentimientos colectivos e individuales, con los que me topé investigando sobre la vida y la muerte de alguien, y que pensaba tratar como una trama, sin embargo, se me emborronaron y empequeñecieron al descubrir las imágenes que les mostraré posteriormente y que cambiaron este artículo. Un anciano que llora apenas, que sostiene un pedazo de algo roto y extraviado; una disculpa apresurada y un mínimo momento; esas son las causas de mi frialdad, por la que pido disculpas.
Pero antes de que vean ustedes las imágenes a que me refiero, permítanme hacer una introducción que las haga comprensibles. El vídeo nos muestra parte de una entrevista realizada a uno de los más grandes lutieres del siglo pasado, Étienne Vatelot. Se le pregunta a Vatelot por dos violines, un stradivarius (pero no de Antonio, el padre, sino de Omobono, uno de sus hijos) y un guadagnini. En el vuelo de Air France viajaban los hermanos músicos Ginette y Jean Paul Neveu, ella violinista y él pianista. Ella era la dueña de los violines y la casa Vatelot, le había preparado una resistente funda para proteger los preciados instrumentos ahora que comenzaban una gira por Estados Unidos y Canadá. Tras el accidente, personal enviado por Air France a las Azores recuperó el estuche y dos arcos de violín, uno de ellos intacto, y se los mostró al lutier, que los reconoció sin dudar. Los visitantes le explicaron que, de vuelta del lugar del accidente, habían escuchado a un hombre rascar un violín con un arco de lujosa apariencia. Al preguntarle si era suyo, el paisano respondió que no, que lo había encontrado. Pero, ¿y el violín que tenía entre las manos?, preguntó el lutier. Los representantes de Air France respondieron que, al verlo tan viejo, dieron por sentado que no tenía ningún valor y no se lo reclamaron.
Esto lo cuenta Vatelot, en 1982, en un programa homenaje que se le dedica en la televisión francesa. Junto a él dos grandes violinistas, Isaac Stern y Jean Pierre Wallez. Tras rememorar estos hechos, sucedidos treinta y tres años atrás, el presentador del programa introduce a Bernard Ringeissen, el pianista francés, que asiste porque quiere enseñar al lutier algo que posee.
Ya pueden ver el vídeo:
El anciano lutier llora. Reconoce la voluta del guadagnini.
Ginette Neveu nació en 1919 en una familia de músicos. Su madre, también violinista, la inició en el instrumento. Con siete años interpretó el concierto de Bruch, y con nueve y once años obtuvo premios en el conservatorio parisino que solo había logrado, a una edad similar, el gran Wieniawski, más de medio siglo antes. Estudió con Enesco, Thibaud y Flesch, y composición con Boulanger. Cuando, en 1935, se organizó por vez primera un concurso de violín en honor de Wieniawski, en Varsovia, Carl Flesch se empeñó en que participase, a pesar de contar solo con quince años y tener que enfrentarse a ciento ochenta instrumentistas de enorme nivel. Neveu, que acababa de comprar su primer violín en la casa Vatelot, el stradivarius, venció. Para relativizar su victoria, simplemente les diré que el segundo puesto lo ocupó David Óistraj, once años mayor.
Entre las obras que interpretó se encontraba la dificilísima «Tzigane» de Ravel, que años después grabaría.
Su éxito, abonado por la fama de niña prodigio, fue fulgurante y comenzaron las giras. Hasta que estalló la guerra. Durante esos años limitó sus recitales a Francia, negándose a tocar en Alemania, a pesar de la admiración que suscitaba allí. Tras esa época oscura, su carrera se vio de nuevo relanzada. Había madurado. El sonido seguía siendo apasionado y poderoso, y su técnica fantástica, pero a esos dones añadió una profunda visión personal que llamó la atención de los directores más importantes, que empezaron a disputársela.
Sus grabaciones completas, las más importantes en directo, no ocupan muchos volúmenes. Se la recuerda sobre todo por las de los conciertos para violín de Sibelius y Brahms —este lo grabó en cuatro ocasiones—, por Poème, el op. 25 de Chausson, por la sonata para violín y piano en sol menor de Debussy, L 140, y por la sonata nº 3 en re menor, para violín y piano, de Brahms, op. 108, ambas con su hermano al piano.
Esas obras románticas se ajustan perfectamente a su estilo y a su sonido. Escúchenlas. En ellas se observa su gusto por la búsqueda de un discurso coherente que permita desplegar su energía progresivamente desde una cierta contención inicial, y su facilidad para transmitir emoción sin traicionar la sintaxis musical, desde una seriedad inequívoca. En la grabación del concierto de Brahms que interpretó en 1949, con la Orquesta Residencial de La Haya, bajo la batuta de Antal Dorati, se aprecia esto marcadamente.
Tras escuchar todos sus registros, les voy, sin embargo, a recomendar que comiencen con la grabación de la interpretación que realizó en vivo del concierto para violín de Beethoven, con la Orquesta de la Radio del Sudoeste de Alemania, dirigida por Hans Rosbaud. Es del mes de septiembre de 1949, poco más de un mes antes de su muerte. Enormemente controlada y lírica, con un sonido que uno entrevé, a pesar de las deficiencias del registro, de una dulzura y pureza magistrales, la versión de la genial violinista resulta íntima, convincente, emocionante.
Ginette Neveu está enterrada en el cementerio del Père-Lachaise, junto a su hermano, muy cerca de la tumba de Chopin, tras un breve paso por un cementerio de Bantzenheim. El cadáver, irreconocible, había extrañado a sus padres, porque las uñas de los dedos eran demasiado largas para ser las de un violinista. Tras un nuevo análisis forense, se descubrió que las autoridades se habían confundido y que los restos eran de otra persona.
Dije antes que el anciano lutier llora porque reconoce la voluta del guadagnini. Pero no mancharé su memoria pensando por un segundo que llore por el instrumento perdido. La voluta es una reliquia, un Et in arcadia ego.
!Que historia más emocionante!
Con una redacción, a mi entender, sublime.
Gracias por la música y los enlaces.