Parmas, los llamaron. Como los escudos que usaba la infantería del ejército romano, que eran redondos, ligeramente convexos y rematados en el centro con una semiesfera. Podemos imaginar que porque se les parecían. Fueron vistos por primera vez surcando el cielo sobre Arpos, cerca de donde hoy está la ciudad de Foggia, en el año 217 antes de Cristo. En su Ab Urbe condita, Tito Livio además precisa que la aparición de estos parmas voladores vino precedida por otro enigmático avistamiento que tuvo lugar en Roma durante el invierno, solo unos meses antes. Algunos dijeron haber visto, atención, «una nave fantasma navegando por el cielo».
No fue la única vez que ocurrió. Un siglo más tarde, «bajo el consulado de Lucio Valerio y Cayo Mario» (en el año 100 antes de Cristo), un gran objeto con forma de disco sobrevoló de nuevo los tejados de Roma. Fue Plinio el Viejo quien aportó la descripción en su Historia naturalis comparándolo ahora con un clípeo, un escudo metálico con la misma forma que el parma. Este «gran clípeo», dijo, «cruzó el cielo al atardecer, de oeste a este, emitiendo chispas».
Nosotros les hemos puesto un nombre distinto, y por cierto mucho más feo. El 24 de junio de 1947, Kenneth Arnold, un piloto de avioneta estadounidense, aseguró haber visto nueve enigmáticas naves circulares volando en formación sobre el monte Rainier, en el estado de Washington. Solo un par de días después, siguiendo su descripción, la prensa daba ya titulares acerca de grandes flying saucers, «platillos volantes», y con ese nombre se han quedado. La forma que todos reconocemos en los platillos volantes clásicos, sin embargo, poco tiene que ver con platillo alguno y sí con aquellos escudos que refirieron los historiadores latinos, en particular si se miran de perfil. Esto es lo que pasa en las civilizaciones en las que los nombres los ponen los periodistas en lugar de Tito Livio.
O Séneca, que es a quien corresponde el intento taxonómico. En sus Naturales quaestiones, del siglo I, el autor distinguió expresamente los clipei flagrantes, «escudos ardientes», del impacto de meteoritos, la aparición de cometas o el desarrollo de auroras, entre otros acontecimientos celestes y atmosféricos que agitan la imaginación, y los calificó de prodigios «a los que nadie prestaría atención si no fuesen contrarios al orden y a la ley de la naturaleza». Así que escepticismo todo el que quiera, pero condescendencia histórica ni media. Eran romanos, dese cuenta. Manejaban un catálogo muy completo de las cosas que acontecen en el cielo y los discos voladores, entonces como ahora, no formaban parte de él. Cuando decían que veían escudos que volaban no estaban hablando, no, de aerolitos o nubes un poco raras, ni de ningún otro fenómeno que denominasen con este nombre. Estaban hablando de escudos que volaban.
De flotas celestes y batallas en el aire
Dé palmas el lector believer y se atuse con decisión el cucurucho de papel de plata, porque la lista sigue con Tácito, Josefo, Plutarco, Dion Casio, Orosio o Julio Obsecuente. Enterradas en los kilos de latín que nos legaron los historiadores romanos figuran decenas de menciones a objetos voladores no identificados, particularmente en los estratos que corresponden a la Roma republicana y el inicio del Imperio. Y para gran pajarraca de ufólogos, cienciólogos y otra gente que se peina raro, resulta que las descripciones que hicieron de estos objetos coinciden con las que manejamos hoy. Pero además muchísimo.
El paralelismo evidente entre los clípeos voladores y el tipo de ovni más popular hoy en día, el platillo volante, es sin duda el que podría llenar más minutos de dramatismo y zooms en Discovery Channel, pero no el único. De hecho Richard B. Stothers, astrofísico en el Goddard Institute for Space Studies de la NASA, ha sistematizado las características más recurrentes en los avistamientos de objetos voladores en la antigua Roma solo para concluir que recuerdan a las que atribuyó a los ovnis modernos aquel profeta de la ufología, J. Allen Hynek, en su clásico The UFO Experience: A Scientific Inquiry.
Según reseña Stothers en Unidentified Flying Objects in Classical Antiquity, la mayoría de las descripciones que nos han llegado de estos objetos hablan de grandes cuerpos con forma de disco, redondeados u ovoides; color dorado o plateado, en ocasiones rojo; y textura metálica, en ocasiones brillante, nebulosa o flamígera. Como ocurre con los de hoy, también la mayoría de ovnis de la Antigüedad se movían en silencio. Y al igual que actualmente, cuando la mayoría de avistamientos se notifican en Estados Unidos, el espacio aéreo que presentaba el mayor ajetreo en la Antigüedad era el corazón de la república romana, en el centro de Italia.
Según Livio, algunos habitantes de Lavinio, cerca de la capital, dijeron haber visto «una gran flota» en el cielo en el año 173 antes de nuestra era. Veinte años más tarde, en el año 154, «aparecieron armas volando por el cielo» de Compsa, en la moderna región de Campania, según Julio Obsecuente. Y en su Vida de Cayo Mario, Plutarco cuenta que «de Ameria y Tuderto se refirió que se veían de noche en el cielo espadas y escudos de fuego» en el año 103 antes de Cristo, solo tres años antes de aquel gran escudo que antes decíamos que sobrevoló Roma. Plinio coincide en reseñar este choque de fuerzas aéreas sobre la moderna Perugia hablando de «armas celestes procedentes de la cara este y oeste» que llegaron a trabar batalla. Ganaron las del este, por cierto.
Todo muy magufo, en efecto, y muy cogido por los pelos. Por eso, los autores que creyeron en la verdad de estos avistamientos se vieron obligados a desplegar detalles y a apelar a la credibilidad de sus fuentes para convencer a sus lectores, tan poco inclinados a creer estos mondongos como usted y como yo. Josefo, que se cuenta entre los historiadores más metódicos de los primeros siglos de nuestra era, pasó un trago a la hora de contar en La guerra de los judíos que en el año 65, específicamente «en el día 21 del mes de Artemisio», tuvo lugar en Judea algo que «parecería una fábula si no lo contaran los que lo han visto con sus ojos». Antes de la puesta de sol, explica, «se vieron por los aires de todo el país carros y escuadrones armados que corrían por las nubes y asolaban las ciudades». Tácito también se refirió a esta flota aérea, por cierto. En sus Historias, asegura que poco antes de las revueltas judías en Jerusalén «visae per caelum concurrere acies», se vieron en los cielos de la región «ejércitos armados que luchaban entre sí».
También en Asia se divisó el que seguramente es el ovni más célebre de la Antigüedad, que entraría con facilidad en la categoría de encuentro en la segunda fase según la escala diseñada por Hynek. Miles de personas lo vieron con sus propios ojos, según Plutarco. Treinta y dos mil por la parte de Roma, entre infantes y caballería, y un número superior de soldados frigios. Entre los testigos, algunos tan insignes como el cónsul de Roma, Lucio Licinio Lúculo, y el rey del Ponto, Mitrídades VI. Sus dos ejércitos iban a medirse por el control de Anatolia, en la Turquía actual, pero algo abortó la batalla en el último momento. Algo que descendió del cielo.
«Cuando apenas faltaba nada para trabarse el combate, de repente, sin ninguna mutación visible, se abrió el aire y se vio un cuerpo grande, envuelto en llamas, descender entre ambos ejércitos», cuenta Plutarco en el tomo dedicado a Lúculo en sus Vidas paralelas. «Su forma era como la de una tinaja y tenía el color de la plata fundida. Esta visión asustó a unos y a otros y los separó. Se dice que este milagro ocurrió en la Frigia, en el sitio llamado Otrias».
Ocurrió en el 74 antes de Cristo y no, en principio no se concluye que el objeto fuese un bólido o un aerolito de alguna clase. Sobre este particular Stothers recuerda que el impacto de un objeto así habría emitido sonido, que Plutarco no menciona; que debería haber practicado un cráter, del que tampoco se dice nada; y que el color de estos objetos al enfriarse es el negro, no el plateado. Además en la antigua Frigia, donde se ha documentado la tradición de adorar betilos (meteoritos sagrados), no se conoce ninguno que pueda corresponderse.
Y ahora viene cuando la matan, porque en algún momento hay que matarla. ¿Era, pues, algún tipo de cohete, como se ha propuesto en los foros de ufología, esto que describió Plutarco? Y, por extensión, ¿era una flota pilotada lo que se cernió sobre Jerusalén y asoló las ciudades de toda Judea, como contaban Josefo y Tácito? ¿Eran realmente naves, platillos volantes al uso, esos escudos voladores que abundaron en los cielos de Italia, según Plinio y Tito Livio?
De matanzas, hambre y elefantes
El lector believer dirá que sí, que no por nada ha elegido para sí mismo un adjetivo que habla de creer, no de saber. Así que aquí le despedimos, porque ahora dejaremos de jugar a que todo vale, deseando que la lectura le haya resultado amena y que pase buena tarde, no le entretendremos más. Seguro que hay movidas inquietantes que requieren su atención.
Al lector escéptico, que confiamos en que sea mayoría, le felicitamos por llegar a estas alturas del carrete y de premio le invitamos a una excursión. No a las Praderas del Sí o el No, qué más querríamos. Ocurre que no estábamos allí y comprenderá usted que, en fin. Pero nos vamos, en cambio, de camping playa por algunas estadísticas, usted que sabrá apreciarlas. Ya verá qué bonito y qué florido está el contexto en esta época del año.
¿Sabía que en los últimos tiempos no solo han aumentado el desempleo, la desigualdad y la pobreza, sino que también lo han hecho el pesimismo y la desconfianza en el futuro? Pues sí. Aunque algunos valores macroeconómicos se vayan recuperando aquí y allá después de la recesión económica desatada en 2008, la incertidumbre acerca del futuro no remonta en ninguna esquina de eso que llamamos Occidente. De hecho, estamos batiendo récords. Según un reciente estudio de The Wall Street Journal/NBC, el porcentaje de estadounidenses convencidos de que las generaciones futuras vivirán peor alcanzó en 2014 la cifra récord del 76 %, frente al 60 % que se registraba en 2007. En España, en 2014, esa misma percepción alcanzaba el 84 % entre los mayores de treinta años, según otra encuesta publicada recientemente por IPSOS, de nuevo tras dispararse a partir de 2007. Y en Europa ocurre igual, con Francia y Bélgica a la cabeza, donde la misma magnitud alcanza el 92 % y el 87 %. Además de los efectos de la recesión económica, otros factores que se han disparado parejos a esta percepción tan negra de las cosas son la ansiedad financiera, el temor al cambio climático y el desapego hacia la clase política.
Y, ¿a que no sabe qué otra cosa ha aumentado espectacularmente en este mismo intervalo de tiempo? Lo ha adivinado: los avistamientos de ovnis.
Hasta un 67 % en todo el planeta entre 2008 y 2011, según las estadísticas que maneja The Mutual UFO Network o MUFON, la mayor institución del mundo dedicada a su rastreo. Y, tras un estancamiento del crecimiento en 2012, la cantidad volvió a subir de nuevo en 2013 y 2014 a un ritmo cercano al 20 % anual. El National UFO Reporting Center o NUFORC, la otra gran institución dedicada a documentar estos avistamientos, coindice. Durante años, el número de casos de los que tenían noticia al mes rondaba los trescientos. Desde 2008, sin embargo, la cantidad ha ido aumentando año tras año y en la actualidad se aproxima ya a los setecientos.
Nos sigue, ¿verdad? También la recurrencia de los avistamientos de ovnis se disparó en la Roma clásica en tiempos de incertidumbre y miedo. Tito Livio, sin ir más lejos, nos cuenta que las noticias de aquellos escudos voladores sobre Arpos y la nave fantasma que planeó sobre la capital se recibieron en el 217 antes de Cristo, un año en el que «muchos portentos acontecieron en Roma y sus proximidades; o, en cualquier caso, se informó de muchos y fácilmente ganaron credibilidad, pues una vez que las mentes de los hombres se excitan con temores supersticiosos se creen tales cosas fácilmente».
Y los vecinos tenían buenos motivos para el temor, nadie dice que no. Treinta y ocho, concretamente. Con sus treinta y ocho trompas respectivas. Ese mismo año, mientras en el centro de Italia aparecían pavorosos discos voladores y navíos en el aire, Aníbal acababa de cruzar los Alpes con su formidable batallón de elefantes y se disponía a conquistar Roma según la versión más literal del elefante y la cacharrería. Era la segunda guerra púnica, que se inclinaba a favor de los cartagineses hasta el punto de vencer poco después en la batalla de Cannas, la derrota más sonada que sufrió la República romana. Las perspectivas para los habitantes de la capital no eran halagüeñas, pero al menos pasaron un invierno paranormal de lo más entretenido. Además de los ovnis y los barcos fantasma aéreos hubo una lluvia de piedras, un buey se suicidó arrojándose desde un tercer piso, una estatua de Juno se movió ella sola y hasta «un niño de seis meses de edad, de padres nacidos libres, gritó: ¡Yo triunfo! en el mercado de hortalizas». Incluso en territorio amiterno, no muy lejos de donde se avistaron los escudos voladores, «fueron vistos seres de forma humana y vestidos de blanco, pero nadie se les acercó».
Igual podemos decir de los otros casos. El de Oriente Próximo tuvo lugar en plena guerra de Roma contra los judíos, nada menos que en vísperas de la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70, un episodio bélico que se recuerda precisamente por la saña. El mismo Josefo se preocupa de detallar en sus volúmenes el hambre, la desesperación y las calamidades que devastaban la región en los tiempos en que aquel inquietante ejército aéreo fue visto en Judea, y Tácito reseña el prodigio pero se cuida de recordar que se notificó «en aquella nación, dada a la superstición» junto a otros sucesos paranormales, entre ellos voces «más que humanas» que hablaban desde el interior de los templos.
Y en Frigia, más de lo mismo. El rey Mitrídades VI, aquel contra el que los soldados de Roma se disponían a luchar cuando un objeto descendió del cielo, era el mismo que unos pocos años antes había orquestado y perpetrado una de las mayores matanzas de la Antigüedad, las Vísperas asiáticas. Entre ochenta mil y cien mil personas, que se dice pronto, habían sido asesinadas de un golpe en aquella misma región, en Asia Menor, por el hecho de ser romanas o hablar latín. Por si las legiones no tuviesen razones aquel día para dejarse dominar por el miedo, la batalla se iba a desarrollar a la vez que en Hispania se declaraba una revuelta interna contra el Senado, dirigida por Quinto Sertorio, quien a su vez había prestado efectivos a Mitrídades. El enemigo les superaba en número y, por contar con generales latinos, conocía bien sus tácticas. A lo mejor fue una estrella fugaz, una nube un poco rara o es que a alguien se le escapó la catapulta, vete a saber. Lo cierto es que, para los presentes, el suceso pudo ser más un alivio que una fuente de temor, como nos quiere hacer ver Plutarco o como él mismo creyó. Pudo ser conveniente, en otras palabras. Y con eso queda dicho todo.
Del creer y del querer
Una lástima. Estos y los otros muchos ovnis que nos dejamos en el tintero, la mayoría porque pueden explicarse con facilidad por el efecto de espejismos ordinarios, aberraciones ópticas o el desarrollo de fenómenos naturales. Y lo que no son ovnis, que de todo hubo. En el siglo ii hasta llegó a caer sobre Roma «una lluvia como de plata», según certificó Dion Casio en su Historia de Roma, que se ha relacionado con el cabello de ángel, y no confundir con la delicia confitera. El cabello de ángel es una sustancia enigmática de aspecto blanco y textura algodonosa que, según algunos, siembran las aeronaves alienígenas a su paso por la atmósfera, aunque en otros foros se asegura que se presenta con las apariciones de la Virgen. No descarte que en algún otro círculo ambas opciones no se consideren excluyentes.
Una lástima, insistimos. Casi los podemos oír, ¿verdad? con ese ulular tan suyo. Era una imagen bonita, la de estos escudos voladores. No cuesta imaginarlos ejecutando rasantes sobre los tejados de Roma u ocupándose con tranquilidad de los asuntos que acostumbran: abduciendo gente con el haz de luz, practicando colonoscopias a los paseantes incautos o sembrando la destrucción, sin más, a golpe de rayo láser. Qué bonito skyline de columnas rotas y templos en llamas, no diga que no. Y si no bonito, pintoresco. Tanto como para que haya quien se lo cree, porque es un hecho ampliamente documentado que para muchos creer consiste en querer creer. I want to believe, recuerde. Y nosotros también, nos ha jodido. Sin escudos voladores ni navíos fantasma, la Tierra es, qué duda cabe, un lugar mucho menos excitante.
Menos mal que el artículo está muy bien escrito y con mucho sentido del humor, rque de no ser así, reconozcámoslo, sería aburridísimo. Historias de avistamientos Ovnis hay, nunca mejor dicho, para aburrir.
En mi opinión, lo mejor que se puede decir sobre el tema ya lo hizo I. Asimov en un artículo, hace bastantes años, y poco mas o menos lo corrobora el articulista: considerando las escasísimas posibilidades de contacto con otras civilizaciones , lo mas lógico es suponer que la mayoría de los avistamientos tiene explicaciones mas sencillas.
A ver, yo soy incrédulo como el que más, pero que haya guerras, crisis, pestes y hambrunas ¿explica todos esos fenómenos y sus coincidencias?
Pues no lo sé, imagino que simplemente se ha hecho un estudio estadístico y los resultados han sido esos.
Para mí, la principal razón para que haya tantos que crean en los Ovnis es mucho más sencilla: la gente se aburre. La mayoría, me incluyo, del ciudadano medio lleva una vida dominada por la rutina y por escasos alicientes en su vida diaria. Los Ovnis, el misterio en general, le proporciona algo de imaginación, algo de misterio, algo que puede ser apasionante. Algo de diversión, en suma.
Suscribo.
En cierta forma, son una «moda». Simplemente, son pre-juicios (en el sentido de ideas previas) subjetivos, una forma de entender los acontecimientos, dándoles forma según un molde ya pre-existente, que es el que tiene la persona en la cabeza. Por ejemplo, los doce escudos sagrados de los romanos, llamados Ancilas. Los antiguos romanos ven caer un objeto del cielo, que digamos parece un escudo, el molde que tienen en su mente es el de sus dioses, no el de los extraterrestres. Consideran este objeto un escudo de Marte, un objeto divino, sagrado, que debe ser cuidado y protegido. En cambio, hoy tal vez alguien podría pensar que es un objeto de origen alienígena, nunca un objeto de origen divino, porque es el molde que tiene preparado en su mente para dar forma al universo.
Otro ejemplo. Mucho se habla de la inquisición española, pero ésta se preocupó mucho menos de la brujería que de otras cuestiones. Sin embargo, en otras partes de Europa, en la misma época (siglos XVI, XVII), se organizó una inmensa e inmisericorde caza de la brujería. En España los pre-juicios sobre lo que había que perseguir eran diferentes a los pre-juicios de Alemania o Inglaterra, por ejemplo. Pero en todos los casos, la persecución de la brujería se basaba en un pre-juicio/idea previa: que efectivamente existen brujos y brujas que sirven a Satán. Esta idea proviene del propio razonamiento cristiano, que dice justamente eso: no sólo existe el Diablo, sino también personas que se han dejado tentar y han pasado a adorar al Diablo en vez de a Dios. Y que estas personas para adorar al Diablo realizan todo tipo de actos odiosamente contrarios a (la concepción cristiana de) Dios. Y a través del Diablo pueden cometer actos horripilantes que perjudican a otras personas. Por tanto, cuando pasa algo malo, alguien con este concepto en la cabeza, lo que hace es ponerse a buscar a la bruja que ha causado ese mal. Mas aún, la forma de localizar a supuestos brujos, y de identificarlos como tales, también responde a esos criterios previos, además otros como puedan ser la envidia, la codicia, o incluso la transferencia cognitiva de un mal desde un causante que no puede ser atacado, hacia otro que es mucho más débil (como las mujeres en general, en aquella época).
Pues parece que por alguna razón, la época de cambios sociales profundos que se dio en los siglos XVI y XVII, junto con toda una serie de calamidades (miseria, guerra, etc), produjeron una obsesión por perseguir la brujería que no se dio durante la edad media.
Pero esto no sólo ha pasado en ese contexto. Recuerdo que en África, hace pocos años, se produjeron matanzas de gran cantidad de personas a quienes acusaban de ser brujos/as. El contexto es diferente, pero similar al mismo tiempo, debido a ser un tiempo de cambios unidos a grandes miserias.
Sí, de acuerdo, Pijus y anonimo, pero clásicos y modernos ven las mismas o parecidas formas en el cielo, que luego interpretan según la forma de pensar de cada época (dioses o extraterrestres), pero los fenómenos son prácticmanete idénticos, eso es lo que me sorprende.
Lo leo en 2019 y acabamos de organizar una excursión al área 51…
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