Ya está, se acabó. Hay que asumirlo: hemos perdido un imposible y hemos ganado una serie. Predicador ya nunca más será «lo que HBO no tiene huevos de hacer» ni ese proyecto loco e inadaptable, imposible de concebir fuera de la viñeta. Los estudios han pasado casi dos décadas jugando al voleibol con el marrón, dando largas a una de las adaptaciones más incómodas de ayer, hoy y siempre. En 1998 si estabas en el bussines cinematográfico y divisabas en lontananza la silueta de Garth Ennis lo suyo es que tragaras saliva con las uñas en la billetera, en previsión del chaparrón. Ennis se había encabezonado con el antojo de llevar su cómic (y el de Steve Dillon) al cine, y es por todos conocido que no existe nada más tozudo que un irlandés con un propósito. La obstinación le sirvió de poco, porque ni él ni la directora Rachel Talalay lograron la financiación necesaria. A cambio, recolectaron un bonito catálogo de giros sinónimos de «ni loco» «¿quieres que me quede sin trabajo?», «dale una vuelta» o «no estoy lo suficientemente borracho para aceptar».
Un par de años más tarde una productora británica picó el anzuelo y aceptó. Quince segundos después de anunciar que Jesse Custer sería interpretado por James Marsden, uno de los ejecutivos involucrados atravesó la típica tarde tonta y desocupada. Cogió el primer volumen de Predicador y las córneas le hicieron salto base hasta los tobillos. Literalmente. Pedofilia, necrofilia, colorista violencia, genitales metiéndose por doquier y un trato digamos, poco ortodoxo con los asuntos religiosos. Hizo un fast-check con el significado de blasfemia y se abalanzó sobre el teléfono. Fue una llamada corta: «Shut it down».
La protopelícula se fue al garete al menos dos veces más. El director Sam Mendes era un gran admirador del trabajo de Ennis, e hizo su floja tentativa de sacar adelante el proyecto. Pero echó cuentas y se percató de que la factura le salía a devolver en controversia, así que renunció en detrimento de algún otro capricho más barato. Hay documentadas un par de intentonas más (en una de ellas, Shia Labeouf se pidió ser Caraculo) que acabaron haciendo aguas por idéntica razón: Predicador era un viaje que a todos les apetecía emprender, pero al consultar el precio del billete las tasas de polémica resultaban demasiado altas.
Cuando estaba a punto de convertirse en boceto frustrado y maldito, llegó HBO. La esperanza blanca del guionista irlandés y de gran parte de los aficionados, que veían en la televisión el reducto idóneo para salvaguardar la inocencia del espectador de cine que saldría despavorido ante el indescriptible despliegue de casquería, sexo y bestialismo que albergaban las viñetas de Ennis. Acertaban, al menos en parte. El escollo fundamental para que hoy no estemos viendo Predicador en el catálogo de la network líder no fue la controversia ni ningún otro asunto relacionado con el noble arte de herir sensibilidades. Todo se truncó por una razón de estricta necesidad narrativa. HBO puso al frente del guion a Mark Steven Johnson (razón aquí: ideólogo de guiones como el de Ghost Rider y el Daredevil de Ben Affleck), en colaboración con el propio Ennis, al que solo fingían escuchar. El irlandés no quería una adaptación literal del original, y la cadena buscaba que cada tomo correspondiera exactamente a un capítulo de una hora. Rodaron un piloto bajo esa premisa de estricta literalidad y claro, aquello petardeó como una escopeta de feria. Resultó que sí, HBO tenía las agallas precisas, pero le faltaron las orejas.
Y entonces apareció Seth Rogen. Y Evan Goldberg. Y la cadena AMC, escogiendo como showrunner a Sam Catlin, guionista de Breaking Bad. Todos ellos con una dimensión genital adecuada y, por suerte, los conductos de la escucha escrupulosamente desengrasados. Ennis planteó que Predicador no podía ser un calco exacto de los cómics, porque el formato no admitía traslación plano a plano. Para bien o para mal, fue él quien apostó por amputar a su criatura después de una década intentando mantenerla incólume. Habría que renunciar a una gran parte del contenido para que la cosa no pareciera un mal chiste, aunque forzosamente provocara que un gran sector de los aficionados quisiera colgarle de los pulgares. La historia de Jesse, Tulip y Cassidy debía reformularse para hacerla encajar (y no a martillazos) en el formato televisivo, modificando pequeños y no tan pequeños detalles de la narración. Y esta vez sí, le hicieron caso.
El resultado han sido los diez capítulos que en mayo de 2016 la cadena AMC terminó de emitir. Casi una decena de horas que han tenido la típica acogida desigual y maniquea que suele dispensarse a todo lo que parta de un material previo. Predicador es una adaptación libérrima, un «basado en», si lo prefieren. Una reformulación de la trama porque, como ocurrió con Juego de Tronos, la primera opción no funcionó. La serie se salta con pértiga el guion para aterrizar en un territorio relativamente nuevo, que no siempre acierta y no siempre falla. Y ese es el íntringulis de todo esto: juzgarla como serie con entidad propia y no establecer en torno a ella un aburridísimo concurso de perspicacia.
Predicador SIN SPOILERS
Antes, un disclaimer insistente. Habida cuenta de que nuestro tiempo es escaso y su atención muy preciada, la particular política de cookies de esta casa dispensa la cortesía estrictamente reglamentaria a los llorainfancias, los rastreadores de discrepancias, guardianes de la literalidad, los ofendidos por las variaciones raciales de personajes, los débiles de espíritu y en general a todos aquellos que sostienen que la única adaptación digna de Predicador era enfocar las páginas del cómic durante horas y prescindir de lo demás. (A estos últimos, permítannos prescribirles al menos la banda sonora de la serie de AMC para aligerar el visionado. Porque esto no hay discusión: es incuestionablemente perfecta). Despachado y empecemos.
Cuando Ennis dijo que la serie perseguiría mantener el «espíritu» del cómic no parloteaba en vano. Para ello, reordenó las piezas del puzle. Mientras en el original el background del trío principal lo descubríamos mediante un goteo de flashbacks, la serie opta por una presentación más clásica. En el capítulo piloto se levanta el telón con Jesse, Tulip y Cassidy, en tres introducciones de personajes (especialmente la de este último) que son un verdadero festín. Jesse Custer (Dominic Cooper) es predicador en Annville, Texas. El clásico pueblucho de white trash, con sus pedófilos, sus empresarios degenerados, sus malos tratos e incestos, su paletismo de cuadriculadas camisas y grasientas barbacoas, su celebración del crimen en general y en definitiva todo lo que apretujó entre sus letras Randy Newman en Good old boys. Una congregación sofisticadísima, como ven, a la que se enfrenta Custer domingo a domingo en una parroquia con cada vez más eco. Inmerso en una crisis de fe, «algo sobrenatural» (llamémoslo así de momento) le posee cerca del final del primer capítulo. Mientras, Cassidy (Joe Gilgun, engendrado para este papel) tiene los cinco minutos de escena paridos para ser grandes, un deleite de hemoglobina, humor y virtuosismo que solo podía amasar el guionista irlandés. Merece la pena que contemplen esto, incluso aunque no sepan de qué va la vaina. El vampiro dipsómano aterriza, cual Mary Poppins del Holocausto, en Annville, por supuesto. Igual que Tulip (la magnética Ruth Negga), la dama del trío nacida para petarlo y para demostrar que la violencia puede ser elegante y macarra a la vez. Aunque estés en Kansas.
En el aspecto formal, Predicador echa mano de los mismos cold opening tan representativos de Breaking Bad (el oso de peluche en la piscina, el fuselaje en el patio…) aparentemente desligados de la historia, que logran exactamente lo pretendido: desconcertar. Tanto es así que para los profanos del cómic los primeros capítulos de la serie corren el riesgo de resultar anticlimáticos e inconexos. Porque, reconozcámoslo: lo son. La narración, aunque pretende ser inclusiva y apelar tanto al fan como al neófito, centra su primer tercio en gritarle al incondicional que se quede, que esto va a ser Predicador y que no desconfíe de las variaciones. Mientras, el otro espectador asiste con el culo torcido a una sucesión de surrealismo, violencia, personajes malsanos que transpiran carisma y una pregunta latiéndole en la sesera: ¿de qué cojones va esto? ¿De la fe? ¿De vampiros? ¿de ángeles? ¿De rednecks? ¿De Tom Cruise explotando en mil pedazos?
Equilicuá, amiga. La primera temporada se toma su tiempo (pausado, con interludios frenéticos) en desplegar el grueso de la mitología de Predicador para servir de prólogo a la historia que vertebra. Es un prólogo. Una precuela. Una temporada cero, paseo circular por un universo desquiciado que solo asoma las orejas. Catlin reserva el hilo argumental (la búsqueda del jodido Dios) para el final, tratando de acercar posturas entre unos y otros espectadores para reunirlos más o menos en el mismo punto. En la misma cafetería. Algo que consigue solo a medias.
En esa narración pausada, Predicador va desperdigando los detalles de las muchas intrahistorias que componen el arco fundamental de la serie. Deja estática la trama en la malsana Annville, con sobreuso de la cocción lenta que a muchos les resultará desquiciante y no sin razón. ¿Recuerdan esa sensación de «pero si no ha pasado nada» al término de cada episodio de Better Call Saul? ¿Y ese regusto en absoluto negativo de «qué poco ha avanzado la cosa pero qué corta se me ha hecho»? Pues se reproduce en Predicador. No es, ni mucho menos, una serie voraz que se juega todo al rojo del cliffhanger, pero logra esa misma sensación adictiva a través del engaño. Porque ahí donde creemos que en realidad no ha pasado nada hay mucha mierda cocinándose, debajo de la superficie.
La estética supone otro de los puntos fuertes. Preñada de referencias y homenajes directísimos a Breaking Bad (como ese easter egg en esa carretera) la serie hereda ese filtro tostado de realismo sucio que encaja a la perfección con este wéstern moderno (y sacrílego). Y no es el único: el propio Seth Rogen apiló las inspiraciones que laten detrás de Predicador, y de esa parroquia de Annville que invita elegantemente a «Open your ass and holes to Jesus».
Hasta aquí lo que se puede decir sin dañar a quienes deseen permanecer vírgenes con los detalles de la trama. Que Predicador es una serie sobre un pueblo, un predicador, un vampiro, una criminal y un dios. Un Caraculo, unos ángeles chiflados y unos pueblerinos sureños. Hay putas, droga, todas las desviaciones existentes y una decena aún por estudiar. Que es hilarante, nihilista, socarrona, pringosa, violenta y herética; pero también dramática y adulta; en la que a veces hay que agarrar bien el hilo para que no se escape. Pero la recompensa lo merece. Parafraseando a Joe R. Lansdale sobre el tebeo original: «Esto es una erección envuelta en alambre de púas y espinas».
Bien de SPOILERS
Al lío. La serie, como hemos dicho, trastoca el orden de la narración. Las cosas suceden exactamente al revés. El final de la serie es el principio del cómic, un calco de esa viñeta inicial que reúne al trío en un dinner; con Tulip conminando a Jesse a explicar los detalles de la posesión de Génesis y Cassidy haciendo guiños explícitos a lo que está por venir: aventuras absurdas con chicas en bikini pegando tiros. Eso llegará en la segunda temporada, donde Predicador se calzará el alzacuellos genuino: será road movie, buscará al dios huido aunque no medie en la epifanía Bill Hicks (lamentable omisión, sentimos decir).
El riesgo que asumieron Catlin y Ennis al atrapar toda la acción en Annville ha dado sus frutos, dejando también alguna manzana podrida en la cesta. Ha permitido edificar lentamente el universo para el desconocedor, profundizando en los personajes pero sin arrancar in media res con Jesse ya remangado. A cambio, también ha vitaminado alguno de los puntos más flojos de la serie, principalmente ciertas subtramas de los habitantes que han quedado muy, muy lánguidas (sin ir más lejos, la de la muy cariacontecida Emily, hasta que rompe en la escena sacrificando al alcalde). Por fortuna, no las veremos más porque Annville desaparece, una aciaga aniquilación no tan espectacular como la del cómic, pero mucho más metafórica: explosión de caca de vaca. ¡Viva!
Muchos se maliciaban que Predicador rebajase el octanaje en pantalla. En ciertos aspectos, así ha sido, pero desde luego no en lo tocante a los mamporros y la sangre. Ahí podemos darnos por más que satisfechos y revolcarnos como gorrinos en cochiquera sanguinolienta. La serie se torna serión cuando las explosiones de violencia gratuitas nos devuelven al mejor Ennis: la pelea de Cassidy con los dos ángeles en la iglesia a motosierrazo limpio; la de la serafín, el reverendo Custer y los ángeles en el motel; la ya mencionada introducción de Cassidy y Tulip … y quizás la que se lleva el oro: la batalla campal con los zotes de Quincannon vestidos de confederados tratando de tomar la iglesia. «El predicador me ha arrancado la polla de un disparo, ¿la quieres ver?», musita uno, incomprensiblemente sonriente. Y sí, la vemos. Puro Ennis sin estar escrito por Ennis.
Pero al margen de la violencia, la serie ha descafeinado algunos pasajes. El más doloroso ha sido el plano sexual, uno de los aspectos icónicos del original que desafortunadamente ha mutado en algo entre pacato y metodista. Junto a la esperanza de que rompan a follar en la segunda entrega, colocamos también el regocijo por otra variación: Quincannon no sodomiza hombres de carne, pero todo el asunto de las vísceras de su familia tampoco está mal resuelto.
Quizás, lo peor en esta línea de moderar el tono haya sido Caraculo. Su personaje —como todos— sufre variaciones argumentales, pero él sale perdiendo en la reinvención. Con una caracterización no en extremo cruel (y unos pertinentes subtítulos) el deforme que parodiaba a una generación émula del malditismo de Kurt Kobain, se reduce a un tontaco que da mucha lastimica. Hizo algo horrible, pero todo lo que le acontece en escena nos mueve más a la ternura que a la adrenalina original. Preferíamos al hijo de puta obsesionado con Jesse que al corderito usado como saco de boxeo de todas las frustraciones que muy improbablemente acabe convertido en rockstar.
Hablando claro: chapó por el resto de modificaciones operadas en los personajes. La pareja de ángeles custodios mejora a los que ya conocíamos y pide a gritos un spin off en el que Fiore (Tom Brooke) y DeBlanc (Anatol Yusef) serían estrellas de una buddy movie de tres pares de narices. Para el resto, asumidlo: Jesse Custer tiene tupé y Tulip es negra. Para los sofocos, las sales (qué decepcionante resulta que los seguidores de un cómic tan integrador se estén ofuscando ahora con tonterías de este calado). Sus cambios tienen una coherencia propia, que antes de que acabe el último capítulo quedan completamente reivindicados. Jesse ve reducido su capital de machoalfismo, manteniendo intacto el fenotipo de caballero sureño (nunca un británico habló tan bien como texano) pero acogotándole con más dudas y debilidades que en el original. Bien por eso. Tulip es algo más ligera con el gatillo, pero también lo sostiene un por qué (y una colección de chupas que ya quisiera cualquiera para sí). Sobre Cassidy, chitón. Si no han leído ninguna crítica al robaescenas oficial es porque es malditamente perfecto… salvo por una cosa: su encoñamiento con Tulip quizá resulta algo abrupto y precipitado. Pero ya veremos, paciencia.
La misma que hay que tener con la familia de Jesse. Porque no todo es tan light como podría antojarse. De momento, se ha reproducido ese pasaje emocionante que nos anudó los intestinos («Tienes que ser uno de los buenos, porque ya hay demasiados malos») y se ha inspeccionado mínimamente en la figura del padre, pero no se va a quedar ahí. Según han confirmado los creadores, en la segunda temporada escarbarán en el pasado del predicador, en su familia redneck oligofrénica… ¡abuela incluida! Así que de descafeinado, nada.
También han adelantado que aparecerán algunos otros conocidos que muchos dieron por perdidos en la primera temporada: habrá Herr Starr (la cabeza en forma de glande va ser difícil) y también Jesus de Sade. Nos reconcome el ansia viva por que se incorporen a esta lista a los Detectives Sexuales, Jody, Frankie, el Ku Klux Klan o el fantasma de John Wayne. Si lo resuelven con la mitad de tino que han gastado con el Santo de los Asesinos esto podría convertirse en algo grande con una apetitosa ensalada de tiros en la cara. Y dicho sea de paso: bravo por esa recreación del infierno como bucle pesadillesco, un brillante recurso narrativo que solventa tres asuntos de un plumazo: revela los motivos del personaje sin recurrir al manido flashback —pues con el genial giro no lo es—, conecta las tramas sueltas y le grapa la boca a quien decía, al inicio de la serie, que no tenía lógica introducir ya al personaje.
Como avisa Willie Nelson al principio y al final de la serie (en homenaje directo al inicio del cómic): «It was the time of the preacher / When the story began», esto es solo el principio. Y aunque no sea perfecto, merece piedad quien acaba de romper el cascarón. Tulip, hacia el final del cómic, le pregunta a Jesse por qué se apiada de todos esos perdedores y capullos que tratan de cargárselo: «Porque merecen una segunda oportunidad». Pues eso mismo.
aunque un poco lenta y con bastantes tramas aburridas, se deja ver.. y como metodo de introduccion al nucleo de lo que es el comic no esta mal. Espero que lo bueno de verdad empiece en la segunda temporada!
PD: no se a que viene la tonteria con Tulip, la actriz da la talla. Cassidy es gilgun y gilgun es cassidy. El que no me termina de convencer es Dominic Cooper, aunque capitulo a capitulo va siendo mejor opcion para el personaje, y eso es bueno (al menos no es un Constantine-Keanu Reeves)
«Más papista que el Papa». Creo que muchos fanáticos rechazan los cambios «estéticos» a sus personajes favoritos más por una pasión desmedida que por principios o preconceptos. Realmente creo que debe existir algún afrodescendiente fanático de Preacher que critique el hecho de que Tulip sea negra. No deja de ser una pendejada, pero así vamos.
Respecto a la serie, apenas supe que era AMC quién se aventuraba a adaptarla, recordé The Walking Dead. Un gran What If?
Genial artículo, como siempre, Bárbara. Dejo nota de unas cuantas cosas:
– Hace cinco años estuvo Ennis en el Salón del Cómic de Barcelona con Carlos Ezquerra al flanco y le preguntaron por la serie de Predicador. Comentó que él lo daba ya como un proyecto que nadie tenía interés en hacer y que el cómic estaba quedando ya muy lejano como para adaptarlo. Dijo que él veía más interesante ya entonces hacer una adaptación de su The Boys (ahora ya acabado). Visto lo visto, ojalá The Boys acabe también con serie.
– Una cosa que otros autores decían de Ennis como elogio es que «empieza a escribir donde otros autores se trazan el límite». Esto es así. La serie es cojonuda, pero no deja de ser irónico, con relación a ese elogio, que la primera temporada termine donde empieza el tebeo de Ennis. Para mí, esto significa que lo más dificil, la verdadera prueba de que la serie de Predicador funcionará está en lo que venga a continuación. La primera temporada para mí ha sido más un ensayo, un estirar los músculos en preparación de lo que viene después.
– La serie es cojonuda pero le saco punta a una cosa. Jesse, en la primera, lo veo un poco «peterparkerizado». Quiero decir que lo hacen pasar por una especie de prueba moral cuando utiliza los superpoderes en su beneficio, forzando a la gente a hacer esto o aquello de forma que plantea un debate moral de si es correcto o no. En el tebeo -hasta donde recuerdo, que ya hace mucho que lo leí y dejo espacio para la duda- no lo necesita. Jesse viene ya con un instinto natural de serie de qué es lo correcto y qué no lo es. Y aunque mete la pata alguna vez, es algo más anecdótico que algo de lo que deba aprender más adelante. Eso ahí me rechina un poco.
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