La cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar. Porque no tiene, porque le falta marihuana que fumar.
Esperen. No se arranquen ustedes a bailar. «La cucaracha» no viene a este reportaje sobre el cannabis medicinal para hacer el chiste más obvio de la historia de los reportajes sobre marihuana. No se trata de eso. «La cucaracha», aunque no se lo crean, va a servirnos de punto de partida para entender por qué en 2016 seguimos versando y versando sobre la legalización del cannabis. La cucaracha era, en realidad, un soldado mexicano de las huestes de Pancho Villa, algo perezoso el hombre, que no estaba dispuesto a ponerse delante de los fusiles gringos sin pegar antes unas buenas caladitas. Con la marihuana todo se ve de otra manera. Incluso la muerte.
Los norteamericanos se quedaron con la copla, nunca mejor dicho, le sacaron tarjeta amarilla a la poción mágica de sus vecinos del sur y, para cuando la Gran Depresión golpeó los cimientos del incipiente imperio veinte años después, qué mejor chivo expiatorio que los mexicanos, sus drogas y su alboroto. Las cifras y las estadísticas no arrojaban diferencias sustanciales entre el comportamiento de los futuros espaldas mojadas y los blanquitos, pero por qué dejar que las estadísticas arruinen una buena política xenófoba. Aprovechando que el Mississippi pasaba por Memphis la marihuana se ilegalizó, como unas cuantas décadas antes se había ilegalizado el opio, que convertía a los chinos en una fuerza de trabajo imbatible, o la cocaína, la droga de los negros.
Esta, sin embargo, no es la historia de la ilegalización de la marihuana. Ya se han llenado bibliotecas enteras sobre el particular. La marihuana no es el demonio que fue, ni siquiera para los más beatos del lugar. Ahora ya no se trata de mexicanos, chinos o negros; para cualquier chaval menor de edad es mucho más sencillo conseguir heroína, cocaína, eme o marihuana que una lata de cerveza. Sigue siendo ilegal, pura cabezonería del establishment, y eso merecerá capítulo aparte, pero en torno a la maría circulan corrientes de aire mucho más interesantes que «legalización sí, legalización no», con mucho menos calado en la opinión pública. Corrientes como las que promueve el Observatorio Español del Cannabis Medicinal (OEDCM), de reciente cuño, y otras organizaciones similares que remueven cielo y tierra para exponer y estudiar las propiedades terapéuticas de la marihuana.
Empecemos por el principio. Qué es el cannabis y cómo nos afecta.
Otra vez los chinos
Hay que viajar a las montañas del Himalaya para encontrar las primeras plantas de marihuana. Y hay que remontarse cuatro mil años en la historia para encontrar en el Shennong Ben Cao Jing, un tratado chino de plantas medicinales, la primera alusión de la que se tiene constancia a los efectos balsámicos de la marihuana, del Cannabis sativa. Ya entonces se recomendaba el cannabis para dolencias para las que hoy se sabe que es útil el THC, uno de los principios (psico)activos de la planta.
¿Aquella marihuana colocaba? Por supuesto que colocaba. De hecho, esa era la razón por la que se versó sobre ella en la farmacopea del emperador Shennong. Además, existen documentos de los escitas en los que se relata que, efectivamente, ellos también utilizaban el cannabis para colocarse. Para nuestros antepasados, la medicina y los efectos psicoactivos eran una misma cosa. Sanar el cuerpo, el alma, o el más allá. Sanar, al fin y al cabo. La modernidad y la extralimitación de la moral judeocristiana cambiaron las cosas. Si la morfina es ampliamente aceptada como paliativo del dolor, el opio, su hermano de madre, es tabú. Lo que divierte, o lo que perturba, no puede ser ni bueno ni legal. Salvo el vino, que es la sangre de Cristo. Paracelso fue mucho más certero y dejó tabúes a un lado, porque «el veneno está en la dosis».
Un viejo conocido
Aunque seas de los que nunca quisieron darle ni una caladita a aquel canuto que te ofrecieron con quince años, debes saber que tu cuerpo estaba perfectamente predispuesto para asimilar aquella calada. El sistema endocannabinoide, el que nos ayuda a procesar la marihuana, es uno de los sistemas de neurotransmisión más antiguos que poseemos los seres vivos. Está con nosotros desde una fase muy temprana de la evolución. Es posible que la capacidad de sintetizar endógenamente cannabinoides ya se encontrara en un tatarabuelo unicelular común a animales y plantas y que más adelante, a partir del microscópico ente eucariota, toda la flora y la fauna desarrollaran independientemente sus propios sistemas de señalización intercelular basados en compuestos cannabinoides. En román paladino, no solo hallamos esos receptores en los seres humanos, también en el mejillón que te comes, o en el león que te mira desde su jaula del zoo.
Resulta cuanto menos sorprendente, no obstante, que hasta la fecha solo se hayan encontrado cannabinoides —o fitocannabinoides— en la planta del cannabis. Otras plantas contienen compuestos que quizá actúen sobre el sistema endocannabinoide, pero cannabinoides puros y duros solo moran dentro de la amiga maría. Y son hasta ochenta las moléculas de su familia. Toda una anomalía. Demasiadas moléculas y demasiado raras como para despacharlas con un decreto ley con la huella dactilar de Donald Trump estampada a pie de página.
Una de esas pequeñas, el ya mencionado THC, es la madre de todas las disputas relacionadas con el cannabis. La misma molécula que nuestros mayores veneraban por su capacidad para el subidón, para abrir las puertas de las que hablaba William Blake, es la que terminó por condenarla a la penitenciaría. Y no deja de ser cierto que con el boom del autocultivo y el verano del amor creció el afán por obtener semillas lo más ricas posibles en THC, pero esa curva ascendente se detuvo en 2005, con la llegada de la moda «medicinal». Desde entonces, se opta por variedades más ricas en CBD, una molécula no psicoactiva y sí de probada eficacia para un espectro considerable de enfermedades y disfunciones. Aun así, desde algunos sectores contrarios a la legalización del cannabis se prefiere que la realidad no se interponga entre el prohibicionismo y el ciudadano. Se continúa afirmando, en falso, que las concentraciones de THC en el cannabis son cada vez más potentes. Pero lo cierto es que solo los muy cafeteros se lanzan a consumir bombas alucinógenas. El resto de los mortales, entre ellos los enfermos que han decidido tratar sus dolencias con preparados de cannabis, necesitan funcionar en el día a día. Necesitan mayores concentraciones de CBD, o solo CBD. Y son ellos, los enfermos que encuentran en el cannabis una alternativa eficaz a tratamientos convencionales, los que salen peor parados de este statu quo. los perjuicios asociados a la prohibición, o a la ausencia de regulación, tanto monta, derivan en un cannabis contaminado por bacterias o metales pesados, de consecuencias a todas luces más graves para el organismo que los efectos del THC.
Nada es inocuo, ni el agua de la fuente
Y otra vez recurrimos a Paracelso. La toxicidad de una sustancia no es solo cuestión de dosis, también de patrones de consumo. Una cantidad exagerada de agua bebida en poco tiempo puede ser mortal debido a un proceso conocido como hiponatremia, una bajada súbita, a veces letal, del nivel de electrolitos. Conviene tener esto en cuenta cuando se pone en solfa la conveniencia de alguna sustancia aludiendo a su no inocuidad. Lo inocuo «no hace daño», un concepto difícilmente aplicable a la vida cotidiana. Se trata pues de asumir riesgos. Hay, por ejemplo, un consenso general respecto al consumo de cantidades moderadas de alcohol. Un vaso de vino al día es beneficioso para la salud. A su vez, equis cantidad de ese vino en una noche toledana es más dañina que la misma cantidad espaciada en el tiempo. De Perogrullo. Categorizar qué drogas o qué sustancias son más peligrosas que otras no es fácil. Sin embargo, si metemos en el ring a nuestro compañero el alcohol, tan social, tan aceptado por chicos y grandes, con la letra escarlata en la que hemos convertido al cannabis, diferentes estudios indican que las alteraciones cognitivas consecuencia del uso y abuso continuado del alcohol a menudo son permanentes, algo no demostrado con el cannabis. Y esto es extensible a la mayoría de las drogas; cuando se abandona su consumo, las áreas del cerebro que hayan podido resultar dañadas tienden a revertir ese daño, salvo casos excepcionales de excesivo abuso o patologías psiquiátricas severas.
En cualquier caso, según el OEDCM, esto no es una carrera cuadrigas. No se trata de desprestigiar al rival para así imponer los criterios propios. Esa ha sido la política, simplista y torticera, de la medicina conservadora. A la farmacología se le pide que lo cure todo sin mediar efectos secundarios, lo cual, de momento, no es viable. Con ningún tratamiento, alternativo o convencional. Porque «se critica mucho a la medicina oficial, pero luego cuando estamos enfermos terminamos acudiendo a la farmacia o al ambulatorio».
¿Qué puede hacer el cannabis por mí?
El cannabis no es el panakos que buscaban los alquimistas. No es el remedio para todo. En realidad, como sucede con la mayoría del catálogo de la farmacia, las propiedades medicinales del cannabis se centran antes en atajar síntomas que en curar, aunque, como ya se ha dicho, dado que nuestro sistema inmunitario cuenta con receptores para cannabinoides, ante un déficit del sistema endógeno el cannabis supone un suplemento efectivo. Si nuestras defensas decaen —algo habitual, por ejemplo, en quienes padecen esclerosis múltiple— aparecen enfermedades o alteraciones asociadas que el cannabis puede ayudar a corregir.
Pero si hablamos de sintomatología, de dolor, es ahí donde las propiedades terapéuticas se ponen más en relieve. Aunque la causa del dolor radique en cualquier órgano es el cerebro el que nos «alerta», y es en el cerebro donde los cannabinoides actúan atenuando esa sensación. Allí donde otros analgésicos fallan, concretamente en enfermedades de carácter neuropático, o neurológico, el cannabis supone una alternativa a tener en cuenta. También, hoy por hoy, ya se barajan múltiples evidencias relativas a los beneficios del cannabis en pacientes oncológicos, bien por su capacidad para prevenir las náuseas o la pérdida de apetito que conllevan el tratamiento con quimioterapia, bien por su ya glosado poder analgésico. En cuanto a la rumorología que otorga al cannabis propiedades antitumorales, las únicas evidencias preclínicas —obtenidas a partir de ensayos en animales— parecen optimistas, pero en ningún caso se puede afirmar que la marihuana sea, o vaya a ser en un futuro cercano, un tratamiento a tener en cuenta en la lucha contra el cáncer. «Internet dice que sí». Bueno, vivir tu vida de acuerdo a lo que «dice» internet es una opción como otra cualquiera. Desde el OEDCM, que también están en internet, advierten contra empresas o pseudoempresas que ofrecen derivados del cannabis, de dudosa calidad, como cura contra el cáncer.
Los investigadores de las propiedades terapéuticas de la marihuana no se olvidan tampoco de la salud mental. Se están llevando a cabo ensayos con CBD para el tratamiento de la esquizofrenia, y los estudios arrojan un índice de eficacia similar a los antipsicóticos aunque con menos efectos secundarios para el paciente. No se ha demostrado, no obstante, que el tratamiento con derivados del cannabis funcione mejor que los antidepresivos o los ansiolíticos. La psiquiatría es un campo complejo que a menudo está condicionada a la respuesta de cada individuo, a las terapias asociadas. No es de esperar que ninguna sustancia, «oficial» o no, rectifique per se un desequilibrio de raíz emocional. Esto, junto a la propia farmacología del cannabis, mucho más errática e intraindividual que la de otros fármacos al uso, desaconseja su prescripción como sustituto de los medicamentos «establecidos». Solo el tiempo y una buena inyección de fondos para analizar en profundidad los efectos del cannabis pueden concretar lo que hasta ahora se mueve entre la hipótesis y la duda razonable. Pero aquí…
… Con la Big Pharma hemos topado
Un dato: el estado de Colorado vendió marihuana por valor de mil millones de dólares en 2015, lo que supuso ciento treinta y cinco millones de dólares en impuestos directos. Se les sale el IVA por las orejas a los vecinos del Cañón. Tanto que han destinado alrededor de treinta millones para la construcción de escuelas. El dilema ni siquiera parece tal cosa. Incluso si dejamos a un lado todo lo expuesto hasta ahora y analizamos el asunto desde un punto de vista puramente thatcheriano, solo hay dos caminos delante de nosotros: regularizar y llenar las arcas públicas o incidir en la prohibición y llenar las arcas de los narcotraficantes.
¿Quién podría tener interés en llenar las arcas de los narcos? ¿Cómo? ¿Es una pregunta demasiado tendenciosa? De acuerdo, la reformulamos. ¿Quién se beneficia del monopolio que ejercen los narcos sobre la marihuana? Como mínimo, la Big Pharma, el conglomerado de las grandes corporaciones farmacéuticas, asiente con media sonrisa cada vez que una opción terapéutica ajena a su control no llega a los dispensarios.
Las compañías farmacéuticas determinan, e incluso manipulan, el devenir de la práctica totalidad de la sanidad pública. No solo en el plano asistencial, también en lo tocante a la investigación, el I+D+I. Aunque es indudable que esta industria ha sido y es fundamental a la hora de obtener medicamentos eficaces y con importantes estándares de pureza, no es menos cierto que se le ha dejado entrar hasta la cocina y más allá. La Big Pharma es el verdadero Gran Hermano que Orwell imaginó. Controla, en esencia, toda la cadena de montaje; desde el diseño y caracterización de una molécula equis hasta su dispensación a los pacientes, lo cual tiene como consecuencia inmediata una actividad clínica cara, mal financiada por los Estados y avasalladora para con cualquier aproximación terapéutica que no se desarrolle bajo su descomunal paraguas.
El cannabis, por su naturaleza, no escapa al thumb down de la farmacéuticas. Fue incluido en la Lista I de las Naciones Unidas de sustancias consideradas no terapéuticas y sí de gran poder adictivo, con la infinidad de trabas burocráticas que ello conlleva; y su no patentabilidad, al tratarse de una planta que cualquiera puede cultivar, le terminan de dibujar los cuernos rojos y el tridente a ojos de las Pfizer, Roche, Bayer y compañía. En estas circunstancias, conseguir que alguien «enseñe la pasta» es harto complicado.
La realidad es que sin farmacéuticas de por medio no hay ensayos clínicos, y aunque el cannabis pudiera suponer en el futuro una alternativa segura, barata y eficaz a otros medicamentos nada de eso será posible sin los ensayos correspondientes. En última instancia está en manos del sector farmacéutico acelerar o dilatar este proceso.
*Este reportaje no habría sido posible sin la colaboración de los siguientes expertos en la materia:
José Carlos Bouso (Psicólogo y Doctor en Farmacología. Director de proyectos científicos de la Fundación ICEERS). Cristina Sánchez (Doctora en Bioquímica y Biología Molecular por la UCM). Manuel Guzmán (Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la UCM. Miembro de la junta directiva de la SEIC y la IACM. Académico de la RANF). Carola Pérez (Fundadora y directora de la asociación Dos Emociones. Cofundadora del Observatorio Español del Cannabis Medicinal).
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Un artículo muy bueno.
Felicidades.
Nota: no me gusta el cannabis.
¡Gran artículo!
Respecto al CBD está claro que el potencial de todos estos productos de CBD está infravalorado debido a la legislación actual, cuantos puestos de trabajo e ingresos se conseguirían, si el negocio de las semillas es legal deberían legislar y que se cree una economía a su alrededor, pero claro, como ecis en otro articulo vuestro https://www.jotdown.es/2016/12/mito-del-cannabis-medicinal/ sus virtudes medicinales no tienen nada que ver con el negocio nque está por venir
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