El 8 de noviembre de 2001 la policía local de Kalamata, Grecia, cerca de la frontera con Turquía, sorprendió a doce turistas ingleses y dos holandeses merodeando por las inmediaciones del aeropuerto. Llevaban prismáticos y estaban tomando notas y haciendo fotos, lo que a las autoridades griegas les pareció suficiente evidencia como para acusarlos de espionaje y terrorismo. Fueron arrestados e inmediatamente transferidos a los calabozos, donde pasaron nada menos que treinta y seis semanas y no fueron liberados hasta depositar una fianza de nueve mil libras por cabeza. Costó un año más demostrar que no eran más que un puñado de pálidos cincuentones practicando plane spotting, una de las aficiones predilectas de los ingleses, tan dados a los hobbies, a la ornitología y a hacer listas de cosas.
El plane spotting, para unos un pasatiempo cualquiera, para otros una obsesión que roza lo freak, viene a ser así como la identificación o seguimiento de aviones en tiempo real, en vivo, en directo y ahora también online. Aviones militares o comerciales. Lo más cerca posible de un aeropuerto, aunque un spotter veterano puede identificar el fabricante de un avión con los ojos cerrados con solo oír cómo rugen los motores. Si los abre y es de noche lo más facilón es comprobar cómo parpadean los pilotos blancos de los extremos de las alas: dos flashes y es un Airbus. Una y es un Boeing. Porque Airbus (europea, de sede en Toulouse) y Boeing (Seattle, cien años recién cumplidos construyendo cacharros que vuelan) son con toda probabilidad lo que se encuentre; el modelo Boeing 737 está por todas partes, es como la Coca-Cola, lo lanzaron en los sesenta y quedan cerca de nueve mil aviones volando por ahí, más o menos como el Airbus A320, donde casi con toda seguridad habrás sentado tu pequeño culo europeo. Pero lo que da más puntos es descubrir un modelo raro, como un Bombardier canadiense, o muy, muy raro, como algún aparato de la desaparecida McDonnell Douglas o un Lockheed. Los Tupolev y los Ilyushin rusos son también bastante poco frecuentes más allá del este de Europa y Asia. Y luego están los raritos de los Antonov. Antonov construye un modelo exclusivo, el An74, que solo vuela a la base rusa del polo norte y está diseñado para posarse sobre hielo a la deriva, y el Antonov 225, una bestia de seis motores, construido ex profeso para el transporte de la estación espacial y del que no existe más que un solo ejemplar, el Pynchon de los cielos.
Teniendo en cuenta que cada día hay una media de ochenta y cinco mil vuelos (y ocho millones de pasajeros, ahí arriba, sin mayor protección frente a una caída a plomo de cinco mil metros de altura que una bolsa de papel para el mareo) no sorprende que en 2004 al piloto Daniel Baker se le ocurriese diseñar una web para que su familia pudiera localizarlo en cualquier momento del día o de la noche. Así surgió FlightAware.com, la primera web de este tipo, con sede en la suite 1150 del hotel Greenway Plaza de Houston. Se popularizó a la velocidad del Match.1 y ahora también ofrece de una aplicación de móvil desde la que podemos consultar cualquier vuelo local e internacional. Aún más impresionante es Flightradar24.com, una web y app en la que vemos de forma literal cómo todos y cada uno de los aviones que en este instante están en el aire se mueven físicamente, en tiempo real, en todo el globo. Muy inquietante.
Estas aplicaciones son bastante prácticas pero un plane spotter que se precie siempre va a preferir la identificación en persona, y para esto lo mejor es hacerlo desde los aeropuertos. Barajas (*) o El Prat son muy buenos para el spotting, tienen accesos relativamente sencillos (A la T4 de Barajas se llega andando desde la salida de la línea 8 de metro y las vistas son espectaculares) y el clima suele acompañar. Si nos gusta el riesgo, que nos gusta, en la península podemos visitar el aeropuerto de Gibraltar, uno de los más peligrosos del mundo. La única pista de despegue atraviesa a pelo la avenida principal de la ciudad, la Winston Churchill, y cada vez que despega o aterriza un vuelo cortan el tráfico de vehículos. En el aeropuerto de Princess Juliana, en St. Maarten, en pleno Caribe, el espacio aéreo cruza la misma playa y los aviones vuelan a cinco metros escasos de las cabezas de los bañistas, a los que no les costaría nada alcanzar el aparato con una pelota de vóley. Quizás el más peligroso sea el de McMurdo, en la Antártida, donde los aviones no aterrizan sobre pista sólida si no sobre hielo puro que se quiebra si el avión pesa un par de kilos de más. Así ocurrió en 1970 con un Constellation de la Lockheed que sigue ahí abajo, a la vista, enterrado bajo hielo.
Lo habitual es que los aviones, como los elefantes, vayan a morir a cementerios donde los someten a desguace o simplemente los aparcan indefinidamente hasta que se oxidan. Uno de los mayores cementerios de Europa se encuentra en la antigua base secreta soviética de Vozdvizhenka, a cien kilómetros de Vladivostok, donde descansan los antiguos bombarderos de la Segunda Guerra Mundial, abiertos en dos y destripados al gélido aire de la estepa. En España podemos encontrar restos de Mirage en los alrededores del Museo del Aire de Madrid, y algún Caribou en el de Cuatro Vientos, aunque las piezas mejor conservadas se encuentran en el de Zaragoza. Cerca, en el aeropuerto de Teruel, se habilitó hace un par de años un área de desguace y reciclaje. Los cementerios de aviones suelen localizarse en zonas de aire caliente y seco que preserva la conservación de las piezas, lo que hace de Arizona el enclave perfecto. Allí se encuentra el mayor cementerio de aviones del mundo, en la antigua base de Davis-Monthan, a pocos kilómetros de Tucson, donde más de cinco mil aviones militares permanecen aparcados y a la espera de ser desmantelados, miles de aviones en filas perfectas, en formación estática bajo el sol del desierto (la vista desde Google Maps resulta sobrecogedora). La escasa población de Arizona hace del estado el lugar habitual de las prácticas de vuelo militar. Hasta hace unos años en Arizona y California se encontraban la mayoría de las bases aéreas (la mayoría ya abandonadas) con lo que se calcula que hasta finales de los sesenta se produjeron cerca de mil accidentes de aviación militar, y no militares, como el del cámara de Top Gun, quien se estrelló pilotando su avión al entrar en barrena mientras rodaba una toma de la película. Se llamaba Art Scholl. Era una fanático de los aviones. Seguro que le iba el plane spotting.
Nota:
(*) No es frecuente pero a veces pasa que un propietario particular «olvide» su avión en las pistas de Barajas. La mayoría de las veces ocurre porque el dueño no puede hacerse cargo del mantenimiento del aparato o del alquiler de la plaza de estacionamiento. En cualquier caso AENA saca los aviones a pública subasta con regularidad, de manera que si de verdad eres un friki que se precie, siempre puedes comprarte un Fokker por trece mil euros de nada.
¿Vladivostok está en Europa? ¿En serio?
¿Y Kalamata está cerca de la frontera con Turquía? ¿Seguro?
¡Gran artículo!
¡Gracias!