Ciencias

El efecto Coolidge

efecto coolidge
Calvin Coolidge y Grace Anna Goodhue. Foto: Cordon Press. efecto Coolidge

Calvin Coolidge (1872-1933) fue el trigésimo presidente de los Estados Unidos y gobernó el país entre 1923 y 1929. Era un abogado republicano y consiguió fama nacional cuando siendo gobernador de Massachusetts se enfrentó a la huelga de los policías de Boston con decisión y firmeza. Los policías querían formar un sindicato y la huelga generó violencia y saqueos, a lo que Coolidge respondió que «no existe el derecho de hacer huelga contra la seguridad pública por nadie, en ningún lugar y en ningún momento». Movilizó a la Guardia Nacional, restableció el orden y la policía de Boston tuvo que esperar hasta 1998 para poder sindicarse. Se dice que encarnaba el espíritu y las esperanzas de la clase media pero no es menos cierto que después de los escándalos de su predecesor William Harding —que incluían corrupción y amantes varias—, su espíritu tranquilo y poco amante de los conflictos fue vivido como un soplo de aire fresco.

Coolidge redujo la jornada laboral semanal de mujeres y niños de cincuenta y cuatro horas a cuarenta y ocho, vetó un incremento del 50 % en el sueldo de los legisladores, no nombró para ningún puesto a miembros del Ku Klux Klan, con lo que la asociación racista perdió influencia durante su mandato y reforzó los derechos civiles de nativos y afroamericanos. Intentó prohibir los linchamientos, y cuando le solicitaron que impidiera que los negros accedieran a cargos públicos, recordó que en la Primera Guerra Mundial medio millón de hombres de color fueron reclutados y «ni uno solo intentó evadirse». Por otro lado, su idea de un gobierno poco intervencionista hizo que la respuesta estatal a las inundaciones de Mississippi de 1927, el mayor desastre natural sufrido por los Estados Unidos hasta el huracán Katrina de 2005, fuese insuficiente y también se le acusa de que sus políticas absentistas durante los rugientes años veinte llevaron al país a la Gran Depresión de 1929.

En 1905 Coolidge conoció a Grace Anna Goodhue, una maestra de niños sordos, y se casaron unos pocos meses después. Ella era amigable, tolerante, cariñosa y de buen humor; él era taciturno, reservado y centrado en sus cosas. La pareja tuvo dos hijos, John y Calvin Jr., pero el pequeño murió a los dieciséis años de una septicemia por una ampolla infectada, una tragedia en aquella época sin antibióticos que acentuó aún más el carácter circunspecto y sombrío del presidente, lo que no ha sido óbice para que su nombre protagonice una de las historias más divertidas de la neurociencia.

El término «efecto Coolidge» fue al parecer acuñado por el etólogo y psicobiólogo Frank A. Beach en 1955 y según él fue a sugerencia de uno de sus estudiantes. La historia venía de un viejo chiste probablemente apócrifo. Al parecer, el presidente y la señora Coolidge estaban visitando una granja experimental del gobierno. En un momento determinado ambos fueron guiados a zonas diferentes de las instalaciones y la señora Coolidge llegó a una nave con gallineros. En uno de ellos, un gallo montaba a las gallinas con una frecuencia llamativa. La dama preguntó al encargado si aquello era habitual y este le aseguró que así era y que el animal se apareaba «docenas de veces al día». La señora Coolidge contestó: «No olviden comentárselo al presidente». Cuando Coolidge llegó a esa zona, le explicaron la cuestión suscitada y le dieron el mensaje de su esposa, a lo que él entonces preguntó: «¿Con la misma gallina siempre?». La respuesta fue «Oh, no, señor presidente, con una distinta cada vez». El mandatario concluyó: «No olvide comentárselo a la señora Coolidge».

El efecto Coolidge es una respuesta observada en la práctica totalidad de las especies de mamíferos en los que se ha estudiado, en la cual un animal, después de haberse apareado repetidas veces, hasta el punto de dejar de responder a los avances de los individuos del otro sexo, recupera la excitación si de repente aparece un animal nuevo, con el que no se ha emparejado previamente.

El experimento es relativamente sencillo. En una jaula grande se coloca una rata macho con cuatro o cinco hembras en celo. El macho se aparea una y otra vez con las hembras hasta parecer agotado o sin interés. La media de eyaculaciones es de siete a diez, con lo que mucho ojo con criticar al activo roedor. Las hembras adoptan la postura receptiva típica —lordosis— apartando la cola y doblando el lomo, y llegan a dar al macho lametazos y sexis olfateos, pero sin éxito. El macho no responde y en general deben pasar unas setenta y dos horas antes de que reactive su vida sexual. Ese estado se denomina de saciedad sexual y en los experimentos se suele establecer que se ha alcanzando cuando pasa un intervalo de noventa minutos sin ninguna eyaculación. Se trata de ratas, no aplique este criterio en su entorno cercano. Pero si en la misma jaula se introduce una nueva hembra, distinta a aquellas con las que el macho llegó a ese estado de saciedad sexual,  ese animal reaviva su interés y empieza a copular con la recién llegada. Ese acto sexual tiene las tres fases del coito (monta, introducción y eyaculación), pero a menudo no se llega a expulsar fluido seminal pues no aparecen espermatozoides en el tracto genital femenino. Es decir, el aparato reproductor del macho está vacío pero, aun así, copula.

El efecto Coolidge se ha estudiado sobre todo en ratas, pero también aparece en otras especies —incluidos los humanos— y se ha detectado en ambos sexos, aunque con menor intensidad en las hembras que en los machos. El estado de saciedad se considera asociado a una disminución de los niveles de dopamina, que a su vez va unida a una caída de la motivación sexual. Se han podido descartar otras ideas como que el problema fuera de incapacidad motora o de fatiga física. De hecho, la actividad sexual en un macho saciado se reactiva si se le administran distintos fármacos incluidos la naloxona y la naltrexona, el 8-OH-DPAT, la yohimbina, la apomorfina, y la bromocriptina, un agonista de los receptores D2 para dopamina y de varios tipos de receptores para serotonina. Esta bromocriptina es utilizada para problemas como la infertilidad femenina o el hipogonadismo donde hay un hiperprolactinemia, un exceso de producción de prolactina.

Todas estas moléculas están relacionadas entre sí y vamos a ver si consigo explicarlo de una forma sencilla. La eyaculación y el orgasmo generan un aumento de los niveles de prolactina, una hormona que tiene ese nombre porque favorece la producción de leche. Un exceso de prolactina genera hipogonadismo (gónadas más pequeñas o menos activas), pérdida de la libido y disfunción eréctil. La secreción de prolactina está parcialmente controlada por la acción de dopamina que, a su vez, actúa en las estructuras cerebrales implicadas en la conducta sexual. La dopamina es clave en los sistemas de recompensa, esos que nos dan un chute cerebral por hacer cosas como tener relaciones sexuales, beber agua cuando tenemos sed o tomar una decisión. Esto sugiere que las eyaculaciones consecutivas por los machos que se aparean tanto como quieren con la misma hembra generan un incremento progresivo en los niveles de prolactina que explicaría el aumento en el intervalo sin sexo después de cada serie de coitos, hasta que se alcanza un período prolongado de inactividad que es lo que hemos denominado saciedad sexual. Con el tiempo, la dopamina reduce la producción de prolactina y la libido se vuelve a elevar. El punto clave es que la llegada de una nueva hembra es un estímulo que es a la vez novedoso y relevante, características que generan la liberación de dopamina incluso en contextos no sexuales, lo que reiniciaría el proceso y haría que el saciado animal estuviera dispuesto a volver a aparearse. De hecho, nos vuelve locos la novedad desde que somos niños: abrir el paquete de un regalo, mirar dentro de un cajón desconocido, explorar.

Coolidge, evidentemente, debió de pensar que aquellos gallos tenían una vida envidiable y, si dejamos aparte los problemas morales, algo similar debería suceder para nosotros, teniendo en cuenta que además también nos afecta el efecto Coolidge. ¿Cierto, no? Pues la verdad es que no. En 2004 David Blanchflower y Andrew Oswald, dos economistas, investigaron si la mayor variedad sexual iba ligada a una mayor satisfacción. Preguntaron a dieciséis mil norteamericanos adultos de forma confidencial y llegaron a la conclusión de que, primero, la actividad sexual es una parte clave de la valoración de nuestra felicidad. Por otro lado, mayores ingresos no implicaban más sexo o más parejas sexuales, y las personas casadas mantenían más relaciones sexuales que los que eran solteros, divorciados, viudos o separados. También preguntaron cuántas parejas sexuales había tenido cada encuestado el año previo y cuál era su grado subjetivo de felicidad. Tanto en hombres como en mujeres, los datos mostraron que el número óptimo de parejas, el que iba asociado a un mayor índice de felicidad, era uno. En un primer vistazo esto puede parecer contradictorio con lo que vemos a nuestro alrededor: vivimos en una cultura que nos hace estar siempre insatisfechos, nos lleva a buscar sin descanso, a intentar acumular fama, dinero y sexo. Al final son tres cosas que pueden facilitar el incremento del número de hijos, que es algo que la evolución prima, pero nuestro cerebro nos dice que lo importante es el amor, el cuidado de los hijos e hijas, los vínculos de amistad y familia, incluso el hacer el bien a un desconocido. Por eso quizá vivimos en una época que nos lleva inevitablemente a una combinación de saciedad e infelicidad.

Coolidge era un hombre de pocas palabras que llegó a decir «nunca sabes demasiado, pero sí puedes hablar demasiado» y «nunca me ha dañado aquello que no he dicho». Con esta forma de pensar no es raro que le apodaran Silent Cal, Cal el Silencioso, porque aunque era un buen orador en mítines y actos oficiales, cuando asistía a comidas oficiales y cócteles, algo que hacía con frecuencia —«en algún sitio hay que cenar» decía— apenas hablaba. Se cuenta que en uno de esos banquetes, la dama a su vera le dijo:

—He apostado que le sacaré más de dos palabras durante esta cena.

—Ha perdido —fue su respuesta.

Dorothy Parker, una crítica literaria y guionista de Hollywood famosa por su lengua afilada, respondió cuando le dijeron que Coolidge había muerto: «¿Cómo pueden saberlo?». Otra mujer, Alice Roosevelt Longworth, la hija mayor del presidente Theodore Roosevelt, decía: «Cuando prefería estar en otro sitio, apretaba los labios, cruzaba los brazos y no decía nada. La pinta que daba era como si le hubieran destetado usando un pepinillo en vinagre». Coolidge sabía que tenía esa fama y la cultivaba. Una vez le dijo a la actriz Ethel Barrymore «creo que el pueblo americano quiere a un asno solemne como presidente, y yo estoy de acuerdo con ellos». Me temo que con a Donald Trump se satisfizo ese deseo.


Para leer más:

  • Blanchflower DG, Oswald AJ (2004) «Money, Sex and Happiness: An Empirical Study». Scand J Economics 106(3): 393–415.
  • Brooks AC (2014) «Love People, Not Pleasure». The New York Times. 18 de julio. Enlace.
  • Rojas-Hernández J, Juárez J (2015) «Copulation is reactivated by bromocriptine in male rats after reaching sexual satiety with a same sexual mate». Physiol Behav 151: 551-556.
  • Ventura-Aquino E, Baños-Araujo J, Fernández-Guasti A, Paredes RG (2016) «An unknown male increases sexual incentive motivation and partner preference: Further evidence for the Coolidge effect in female rats». Physiol Behav 158: 54-59.

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