El cine es el medio audiovisual por excelencia, de momento. Pero, con esa capacidad única que tiene el olfato para generar emociones, la industria del entretenimiento exploró desde muy pronto sus posibilidades para añadir un nuevo atractivo a sus películas. En las primeras décadas del siglo XX, los dueños de las salas cinematográficas ya habían probado sillas que se movían para simular un terremoto y diminutos espráis que te salpicaban agua en la cara cuando el barco atravesaba una tempestad. Entonces le llegó el turno al mundo de los aromas.
Curiosamente, la primera llegada de las sensaciones olfatorias a una sala de cine en conjunción con la proyección de una película, tuvo lugar en 1906, y fue anterior por tanto a la llegada del sonoro. El pionero fue Samuel «Roxy» Rothafel (1882-1936), un empresario cinematográfico que se hizo con algunas de las salas más famosas de Nueva York como el Rialto y el Strand y creó un lujosísimo cine, al que bautizó con su apodo, el Roxy. Ese nombre, gracias a esa imagen de lo mejor de lo mejor, se ha usado para cientos de cines por América y Europa. Rothafel empapó grandes bolas de algodón en aceite de rosas, las colgó del techo y las enchufó a un ventilador durante un documental sobre el Rose Bowl Game, algo a medio camino entre unos juegos florales y una competición universitaria de fútbol americano. El campeonato deportivo estaba tan dominado por Michigan que los organizadores intentaron aumentar el interés del público con carreras de cuadrigas, carreras de avestruces y una cabalgata de carrozas magníficamente decoradas con rosas y pilotadas por bellas señoritas, la Rose Parade. Cuando estos carruajes aparecieron en escena, Rothafel encendió su ventilador y trasladó mágicamente a los espectadores a esa festividad que se ha celebrado ininterrumpidamente desde 1890, incluidas ambas guerras mundiales, un honor que comparte únicamente con el maratón de Boston, el Derby de Kentucky y la exposición de perros de Westminster.
En 1929, un cine de Nueva York intentó reforzar el éxito de The Broadway Melody, el primer musical de la Metro-Goldwyn-Mayer y la primera cinta sonora que ganó el Óscar a la mejor película. Para eso colocó unos diminutos aspersores en la sala que esparcían perfume sobre los espectadores. El mismo año, el gerente del Fenwat Theather de Boston volcó una botella de perfume de lilas en el momento en que la pantalla mostraba el título de otra película: Tiempo de lilas (Lilac Time). Por su parte, mientras se proyectaba en el Teatro Chino de Grauman de Los Ángeles un número musical titulado «Tiempo de que florezcan los naranjos», de la película Hollywood Reviews, se esparció por la sala un aroma a azahar. Eran pruebas independientes, pequeños experimentos para intentar mejorar esa mezcla entre creatividad y tecnología que recibió el elogioso nombre de séptimo arte. Al final, un gancho sensorial para llevar más público a las salas.
Arthur Mayer, productor y distribuidor, uno de los primeros en llevar cine europeo a Estados Unidos, también probó el sistema en 1933. Mayer se había quedado con el Teatro Rialto en Broadway e intentó ir liberando una serie de olores en sincronía con el argumento de la película. Sin embargo había un problema que fue así explicado por el propio Mayer:
Los cañones de aire que distribuían con precisión estos olores en teoría debían eliminarlos con igual eficacia, pero por desgracia esta parte del invento no había sido suficientemente perfeccionada. El auditorio estaba tan atiborrado de una mezcla de madreselva, beicon y desinfectante que nos llevó más de una hora airear la sala, y unos días después había tal olor a manzanas maduras a mi alrededor que un amigo me preguntó si estaba fabricando aguardiente de sidra a escondidas.
Hubo nuevos intentos, siempre con la misma dinámica: liberar perfumes en momentos clave de la película. El estreno de Angèle de Marcel Pagnol en 1935 estuvo también acompañado por la difusión de aromas en el cine. El resultado fue tal desastre que los espectadores organizaron un motín y estuvieron a punto de destrozar la sala. También se hizo con El halcón del mar (The Sea Hawk), la película dirigida por Michael Curtiz y protagonizada por un Errol Flynn que luce su habilidad con la espada y hace sus acrobacias frente a la Armada de Felipe II. No sé en qué momento soltarían los perfumes, pero la perorata de la reina Isabel al final de la película estaba claramente destinada a la audiencia británica, que empezaba su difícil trayectoria por la Segunda Guerra Mundial —la película se estrenó en 1940— y a la que se recordaba que defender la libertad era un deber de todo hombre libre y que el mundo no pertenecía a ningún mandatario, un mensaje que aunque supuestamente recibía Felipe II tenía como destinatario real a Adolf Hitler.
El interés que un «concierto» de olores podía producir en los espectadores fue aumentando, y al mismo tiempo fue quedando claro que un proyeccionista con una botella de perfume y un ventilador no daba la talla; la liberación de olores de una forma secuencial en un espacio cerrado tenía una complejidad técnica que no era fácil soslayar. Un suizo, Hans Laube, inventó una técnica más sofisticada que llamó Scentovisión. La sala disponía de un sistema de tuberías dispuestas entre las filas de asientos, con lo que el proyeccionista podía controlar el momento y la cantidad de perfume que se liberaba. Laube formó una compañía denominada Odorated Talking Pictures y rodó una película titulada My Dream para poder mostrar su tecnología a los posibles compradores. El argumento era muy básico pero incluía veinte olores: un hombre joven se encuentra en un parque con una chica guapa. La damisela desaparece, pero olvida un pañuelo con su perfume. Siguiendo este aroma, el hombre inicia su búsqueda, un camino que los espectadores también podían seguir: el aroma de las rosas, un hospital con su olor a éter y a desinfectante, los escapes de los coches y, finalmente, incienso durante la boda de la feliz pareja. Laube y sus socios presentaron su sistema en el pabellón suizo de la Feria Mundial de Nueva York de 1939 y el New York Times publicó que la Scentovisión «puede producir olores tan rápida y fácilmente como la banda sonora de una película produce sonido».
Unos meses después, el 19 de octubre de 1940, la película fue presentada al público por primera y última vez. Tras terminar la proyección, todo el equipo y la única copia de la película fueron requisados por la policía bajo el falso pretexto de que un sistema similar estaba ya patentado en los Estados Unidos. El sistema de Laube parece que era original, pero 1940 no era un buen año para llamarse Hans en Norteamérica. Presentó varias demandas reclamando que le devolvieran sus equipos, pero no consiguió recuperarlos. Aun así, se quedó en Estados Unidos durante la guerra e intentó sacar adelante nuevos inventos, como un sistema de aromas para usar como propaganda en los supermercados y un aparato que según él podía liberar más de dos mil olores en los hogares en sincronía con la televisión. Volvió a una Europa deshecha en 1946 sin haber conseguido interesar a las grandes empresas en ninguno de sus inventos.
Un aspecto interesante de todas estas tentativas fue que nacían de los propietarios de las salas, cuyos presupuestos eran limitados y tan solo querían superar al cine de al lado, y no por las propias compañías cinematográficas, que tenían un grandísimo poder, los mejores técnicos y presupuestos enormes. Una explicación es que la audiencia se distraía con los olores en vez de seguir la película, algo que no interesaba a nadie y que creaba problemas con el ego de los directores.
Un segundo problema es que la técnica resultaba cara, pues las salas solían ser grandes y necesitaban cantidades importantes de perfume. Este fue el motivo por el que la compañía de Walt Disney tiró la toalla con su idea original de incluir aromas en Fantasía (1940). Habían planeado incluir aromas florales para la «Suite» del Cascanueces, incienso para el «Ave María» y el «Credo» y pólvora para el «Aprendiz de brujo». Sus contrincantes en el mundo de animación, los hermanos Warner, también se interesaron en el tema y, de hecho, hicieron un capítulo de Bugs Bunny donde el famoso conejo y Elmer viajaban al futuro y veían un titular de prensa del año 2000 que decía «la Smellovision reemplaza a la Televisión». Pero, sin duda, el principal problema fue que las salas no eran fáciles de ventilar, los perfumes permanecían en el ambiente y los distintos aromas se mezclaban.
Pocos años después, en la Guerra Fría, los rusos peleaban por competir con la tecnología de los americanos en todos los frentes. El director de cine Grigory Alexandrov declaró en 1949 que la industria cinematográfica soviética «estaba a punto de producir películas con olor», pero no hay evidencias de que hubiera ningún intento real y es posible que solo fuera propaganda.
En 1953, General Electric, la compañía fundada por Edison que fue durante décadas la mayor empresa tecnológica del mundo, desarrolló en 1953 un sistema que bautizaron como Smell-O-Rama, que competía con Smell-O-Vision y AromaRama por el liderazgo en unir aromas y cinematografía. La revista Variety llamó a esta pugna «la batalla de los olorosos». Smell-O-Vision fue un fracaso. La única película en la que se intentó fue Scent of Mystery (1960) (Aroma de misterio), en la cual un escritor de thrillers descubría un complot para asesinar a una rica heredera americana, interpretada por Elizabeth Taylor, y recorría España en su ayuda acompañado por un taxista interpretado por Peter Lorre. La propaganda del estudio lo presentaba como una nueva etapa en la historia de la cinematografía. «¡Primero se movieron (1895)! ¡Después hablaron (1927)! ¡Ahora huelen!». La prensa elogiaba el sistema diciendo que Smell-O-Vision «puede producir cualquier cosa, desde un tufo a un perfume, y retirarlo instantáneamente».
La película se estrenó en tres cines especialmente preparados en Nueva York, Los Ángeles y Chicago, en febrero de 1960. No funcionó. Según Variety, los aromas se liberaban con un siseo que distraía a los espectadores y los que estaban en el anfiteatro empezaron a protestar porque los olores les llegaban varios segundos después que la acción mostrada en la pantalla a la que correspondían. En otras partes del patio de butacas los olores eran muy sutiles y la gente empezó a aspirar aire ruidosamente en un intento por captar el aroma. El espectáculo tenía que ser divertido, pero no lo vieron así ni los espectadores ni los responsables de las salas. Algunos de estos fallos se corrigieron, pero el boca a boca había hecho correr que aquello no merecía la pena e incluso el cómico Henny Youngman dijo «no entendí la película. Tenía un resfriado». Además, la película tuvo malas críticas, así que el estudio le cambió el título a Holiday in Spain (Vacaciones en España) y se volvió a estrenar, ahora sin olores. Tampoco fue solución; el periódico The Daily Telegraph contaba que «la película adquiere una calidad desconcertante, casi surrealista, ya que no hay una razón por la que, por ejemplo, una hogaza de pan se saque del horno y se ponga frente a la cámara en lo que parece un tiempo desmesuradamente largo». Fue la tumba del Smell-O-Vision.
En 1981 se estrenó Polyester, dirigida por el gamberro John Waters. La película estaba protagonizada por Divine, y era una sátira de la clase media donde iban apareciendo de manera inmisericorde temas como el aborto, el divorcio, el adulterio, el alcoholismo, el fetichismo y la derecha religiosa. Waters incluyó Odorama, una tarjeta de «rasca-y-huele» donde había diez círculos numerados. La tarjeta se distribuía a los espectadores al entrar, y cuando uno de los números salía en pantalla tenían que rascar y oler ese círculo. Los olores eran 1: rosas; 2: heces; 3: pegamento; 4: pizza; 5: gasolina; 6: mofeta; 7: gas natural; 8: olor a coche nuevo; 9: zapatos sucios y 10: ambientador. El número 2 había que olerlo cuando Divine soltaba unos pedos debajo de las sábanas. Todo el mundo sabía lo que venía, pero con una sonrisa rascaron y olieron. Cuando la película se vendió en DVD, Waters incluyó en los comentarios del director unas declaraciones donde presumía de que «audiencias de todo el mundo me han pagado pasta para oler un pedo».
Los productores de Rugrats Go Wild, una película de animación de Paramount estrenada en 2003, usaron el nombre y el logo de Odorama, algo que incendió a Waters. Pero más allá de enfadarse no pudo hacer nada, porque New Line Cinema, su productora, había dejado que caducaran los derechos. No fue la única. La película de 2011 Spy Kids (en Hispanoamérica Miniespías) incluía también una tarjeta de rasca y huele que ahora fue denominada «Aromascope». La productora publicitó que era la primera película en 4D, sugiriendo que el olfato le proporcionaba esa nueva dimensión.
En 2013, en el festival cinematográfico Crossing Europe, que se celebra en la ciudad austriaca de Linz, Wolfgang Georgsdorf, un artista especializado en lo que él llama OsmoDrama, presentó una película con aromas experimental: NO(I)SE. Una serie de colores destellaban en la pantalla mientras una serie de aromas pasaban por delante de tu nariz. Los asistentes podían captar e intentar distinguir tierra mojada, champiñones, estiércol, chocolate, sudor, hierba recién cortada, heno, pastel de limón, peces podridos y combustible diesel. Los olores eran difundidos en la sala por un proyector de aromas llamado Smeller 2.0, que ocupaba toda la parte trasera de la sala, costaba un cuarto de millón de euros y tenía sesenta y cuatro depósitos de olores que iban siendo emitidos por la parte frontal de la máquina por sesenta y cuatro grandes tuberías y dispersados a través de la sala con una fuerte corriente de aire que escapaba por una ventana escondida detrás de la pantalla.
Según Georgsdorf «puedes tener diferentes olores en fila, cambiando cada pocos segundos y sin que se superpongan. Esto es importante». Algunos de los olores fueron creados por Geza Schön, un perfumista alemán que ha diseñado fragancias para algunas de las casas de moda más famosas de Francia. Es posible que las técnicas utilizadas sean las mismas, pero no el resultado final, porque algunas de las mezclas introducidas en los depósitos del Smeller llevan los sugerentes aunque no atractivos nombres de «predador» y «muerte». La ventaja de este sistema, aún con sus muchas imperfecciones, es que permite crear historias, una sucesión de imágenes olfatorias que ahora es demasiado simple pero que quizá algún día pase de ser unas sucesión de unas pocas notas fijas a una auténtica sinfonía. A pesar de todos estos esfuerzos, el cine con «banda olfatoria» nunca triunfó. La revista Time, famosa por sus listas, incluyó a Smell-O-Vision en la selección de «Las 100 peores ideas del Siglo XX». Allí está junto al Tratado de Versalles, el amianto, la nueva Coca-Cola o a la ley seca. Toda una compañía.
Para leer más:
- Fujiwara C (2006) «Wake Up and Smell the New World». Filmcomment. Enlace.
- Hediger V, Schneider A (2005) «The Deferral of Smell: Cinema, Modernity, and the Reconfiguration of the Olfactory Experience». En: A Autelitano (ed.). I cinque sensi del cinema: XI Convegno Internazionale di Studi sul Cinema. Udine: Forum. S. pp. 243-264.
- «The real history of smells in the cinema». Olorama Technology. Enlace.
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¡Gracias por el artículo! SIempre temas interesantes o llamativos. Supongo que había leído algo suelto del tema pero esta recopilación estuvo genial