Ciencias

Que nadie duerma

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Fotografía: marimnz (CC).

Amo esa aria de Puccini. La bella y cruel princesa Turandot pone a todos sus pretendientes una dura prueba, si quieren casarse con ella deben resolver tres acertijos. Si no lo logran, el castigo es temible: serán decapitados. De forma inmisericorde los pretendientes van siendo ejecutados uno tras otro hasta que un joven príncipe extranjero supera el reto, pero, en vez de reclamar su premio, pone él un reto a la princesa: debe adivinar su nombre. Turandot se siente atraída por él pero su orgullo la pierde, ordena que todos los habitantes de Pekín busquen el nombre del causante del desafío y da una orden tremenda, que nadie duerma hasta averiguarlo. ¡Nessun dorma!

Pasamos un tercio de nuestra vida durmiendo y, aun así, todavía no tenemos del todo claro por qué necesitamos hacerlo, qué pasa en nuestro cuerpo durante esas horas y qué hace nuestro cerebro durante el sueño. Sabemos que los animales también necesitan dormir, pero eso que nos ayuda tantas veces, las relaciones evolutivas, aquí no dan ninguna respuesta clara: los tigres y las ardillas duermen unas quince horas al día mientras que un elefante duerme tres horas y media y una jirafa en torno a una hora y media. Si no dormimos, como los ciudadanos pequineses, nuestro cuerpo y nuestro cerebro se resienten: sentimos desazón, estamos de mal humor y nos notamos torpes, poco eficientes y sin agudeza mental. Lo normal es que en cuanto podamos durmamos más horas, hasta que el equilibrio de sueño-vigilia queda nuevamente restablecido. Los súbditos de Turandot no pueden dormir porque ellos también serán ajusticiados si no consiguen averiguar el nombre del príncipe ignoto.

En la Grecia clásica se pensaba que nos quedábamos dormidos cuando nuestro cerebro se llenaba de sangre y despertábamos cuando se había drenado. En el siglo XIX decían que el sueño llegaba cuando el cerebro dejaba de tener pensamientos estimulantes o ambiciosos. Hasta la mitad del siglo XX creíamos que el sueño era un periodo uniforme en el que el cerebro descansaba. El descubrimiento de los movimientos oculares rápidos (REM) en la década de 1950 demostró que el sueño estaba formado por cinco fases diferentes que se repetían a lo largo de la noche en periodos aproximados de noventa minutos. La primera es tan ligera que, si nos despiertan, frecuentemente negamos que estuviéramos dormidos. Son esas cabezadas, como cuando decimos que solo hemos cerrado los ojos unos segundos y la familia nos informa de que llevamos media hora roncando. La segunda fase se caracteriza por la presencia de ondas cerebrales específicas con una duración de pocos segundos. En ella, nuestro cerebro se aleja de la consciencia. En el tercer periodo, el cerebro muestra unos pulsos largos y potentes de actividad eléctrica, las llamadas ondas delta. El estadio cuarto se conoce como el sueño de ondas lentas por la baja velocidad de las ondas que muestran los registros encefalográficos. Ambos periodos, el tres y el cuatro, conforman el sueño profundo. Si te despiertan en fase cuatro, estás desorientado, no consigues responder a las preguntas más básicas y lo único que tu cerebro quiere es volver a dormir. El estadio final es el sueño REM, llamado así por los rápidos movimientos de los ojos («rapid eye movements») que se producen debajo de los párpados. En esta fase el cerebro muestra un nivel de actividad comparable a cuando estamos despiertos y es cuando suceden la mayoría de los sueños.

Hemos modificado el mundo a nuestro alrededor: durante decenas de miles de años funcionábamos siguiendo el Sol y solo en el último siglo hemos conseguido independizarnos en nuestra actividad personal, laboral y social de la presencia o ausencia de luz solar. Ahora tenemos luz artificial a capricho, recibimos noticias importantes de forma continua las veinticuatro horas del día, contamos con tecnologías que nos permiten comunicarnos con otras personas en cualquier momento del día o de la noche, disfrutamos de una intensa vida social en las horas de oscuridad y, en resumen, hacemos muchas cosas cuando la naturaleza duerme. De este modo se ha ido produciendo un conflicto entre nuestros hábitos de sueño y nuestra actividad laboral y social. Más y más gente tiene trabajos en turnos vespertinos o nocturnos; más y más personas están despiertos, con una actividad cerebral intensa, en horas sin luz solar. El cronobiólogo alemán Till Roenneberg ha acuñado el término de «jet lag social» para referirse a un estado de agotamiento, con algunos síntomas similares a los del desfase horario del viajero y comparable a tener que trabajar en una empresa cuyos horarios fuesen diferentes a los de tu domicilio habitual. Muchos investigadores piensan que los avances tecnológicos y los cambios sociales aparejados han llevado nuestros patrones de sueño-vigilia a una situación de caos y que muchas personas estarían afectadas de ese jet-lag crónico. A pesar de eso, sentimos que podemos dominar nuestro sueño, pensamos que podemos cambiar a voluntad nuestros patrones de sueño-vigilia, que logramos dominar las ganas de dormir con cafeína u otros estimulantes, que podemos ignorar el sueño y divertirnos durante muchas horas en la noche o, si ese es el objetivo, que raramente lo es, dedicar la noche a averiguar el nombre de un príncipe extranjero.

Las personas tenemos cronotipos diferentes; es decir, no todos somos iguales y hay quien es de hábitos nocturnos y quien es madrugador. Un 10% de las personas son madrugadoras y les cuesta mantenerse despiertos cuando llega la hora a la que se acuestan normalmente; otro 20% son nocturnos, se sienten mejor trasnochando, y les cuesta levantarse por la mañana si han dormido poco; y el resto está entre medias. El cronotipo de cada uno de nosotros se puede establecer por el punto medio de nuestro descanso nocturno y se calcula dividiendo entre dos el número de horas que dormimos y sumando ese número a la hora a la que nos vamos a la cama cuando no tenemos obligaciones; es decir, en nuestros días libres de fin de semana o vacaciones. Por tanto, si dormimos ocho horas y nos vamos a dormir a la una de la mañana, nuestro punto medio del periodo de sueño o midsleep serían las cinco de la mañana. Para más del 60% de la población ese punto central está entre las 3:30 y las 5:30 h de la mañana.

Fotografía: Bill Collison (CC).
Fotografía: Bill Collison (CC).

Refranes como «al que madruga, Dios le ayuda» tenían todo el sentido en una economía agrícola donde el rendimiento del trabajo dependía de aprovechar bien las horas de luz, pero son mucho menos sensatos en la actualidad. Si históricamente los madrugadores tendrían ventaja —«el primer pájaro se come el gusano»— , ya no es así, y esa idea de que los madrugadores son gente trabajadora y los que se levantan tarde son flojos o vagos no tiene sentido. Eso sí, estudios previos han demostrado que la gente nocturna duerme peor, está más cansada durante el día, tiene menos sustancia blanca en áreas cerebrales relacionadas con la depresión y consume más tabaco y más alcohol, probablemente por ese divorcio entre los deseos de dormir de su cerebro y su agenda diaria. Pero no todo es negativo, los innovadores, los creativos y los emprendedores tienden a tener cronotipos tardíos, lo que puede tener que ver con la intensa vida cultural durante la noche.

El cronotipo varía con la edad. Los niños pequeños tienen cronotipos tempranos (para desesperación de muchos padres que son despertados y querrían dormir más el fin de semana) y se van retrasando según van creciendo. En la pubertad y la adolescencia se convierten en «aves nocturnas» (nuevamente con poca alegría por parte de los padres, pues nos ponemos nerviosos viendo que se quedan en el ordenador o viendo la tele cuando nosotros nos caemos de sueño y luego no hay quien les levante por la mañana). Alrededor de los veinte años de edad se produce una nueva aproximación del cronotipo a la media y se estabiliza para el resto de la vida. Se ha dicho que este cambio en los patrones de sueño, en el cronotipo, es el primer síntoma biológico del fin de la adolescencia.

La Organización Mundial de la Salud ha clasificado el trabajo en turnos que implica una disrupción del ritmo circadiano como un factor de riesgo para el cáncer, y las consecuencias del jet lag social y los casos de somnolencia van más allá de los accidentes de tráfico o los errores médicos. Un ejemplo es que se ha visto que, cuanto más grave sea el jet lag social, hay más posibilidades de ser fumador. Y, de hecho, la mayor disrupción en los patrones de sueño se produce, como hemos dicho, en la adolescencia, que es donde la mayoría de los fumadores inician su adicción. Por otro lado, las posibilidades de dejar de fumar son mayores cuando la diferencia entre el tiempo externo y el interno es mínima. Por eso es más fácil dejar de fumar en vacaciones. Para darnos cuenta de cómo están conectadas ambas cosas, baste el resumen de un estudio: en los que tienen menos de una hora de jet lag social, entre el 15 y el 20% fuman, pero en los que tienen más de cinco horas de asincronía fuman más del 60 %. Hay seguro muchos otros factores en la iniciación al tabaquismo o en la dificultad para dejarlo, pero el jet lag social es sin duda uno de ellos.

Es algo que deberían tener en cuenta los políticos —los cuales, por cierto, suelen ser, según el estudio de Roenneberg, de cronotipos tempranos— para valorar retrasar los horarios de escuelas e institutos por su impacto no solo en el bienestar psicológico y emocional, sino también en la salud. Hay una contradicción entre los patrones biológicos con miles de siglos detrás y los patrones culturales, desarrollados durante unas décadas, desde que tenemos luz artificial. Pensamos que los adolescentes deberían acostarse antes, pero ellos no tienen sueño a esas horas (por lo que pueden salir de juerga o estar intercambiando mensajes de WhatsApp) y el error puede ser que les obligamos a seguir un horario escolar que es demasiado temprano para sus cronotipos. La suma de esa alteración de los periodos de sueño y el hecho de que la adolescencia sea la época que requiere más horas de sueño hace que estén adormilados, apáticos, propensos al mal humor y con cambios temperamentales, una gozada, vamos. Se ha demostrado que si se retrasa una hora el comienzo del instituto, el porcentaje de estudiantes que consiguen dormir ocho horas en los días laborables pasa del 37,5% al 50% y mejoran los índices de asistencia, los resultados académicos, la motivación e incluso los hábitos alimenticios. Es posible que debamos cambiar nuestro modelo escolar. Roenneberg citaba un proyecto danés que eliminaba los horarios fijos y dejaba la decisión de cuándo ir al instituto a los estudiantes —ya oigo las voces de indignación de padres y profesores—. La idea estaba fundamentada en que las escuelas ya no son centros de información, de recepción de conocimientos o datos, algo que tiene cada vez menos sentido en la época de internet, sino de tutoría, guía, seguimiento, motivación y orientación, actividades que pueden tener horarios mucho más flexibles. A veces, como educador pienso que estamos conjugando los verbos equivocados.

Puccini dejó la ópera inacabada. Le descubrieron un cáncer de garganta —era un fumador compulsivo— y fue a tratarse con radioterapia en Bruselas. Al parecer fue allí a visitar a Toscanini y le rogó: «No deje que mi Turandot muera». Falleció cuatro días más tarde de un infarto, cuando parecía que la radioterapia estaba funcionando. Diecisiete meses después de su muerte, Toscanini estrenó la ópera en la Scala de Milán con el tenor español Miguel Fleta en el papel del príncipe desconocido. Él fue el primero que cantó «Nessun Dorma». Durante décadas Turandot estuvo prohibida en la República Popular de China porque, según las autoridades pequinesas, denigraba al país y a sus habitantes, pero no es así: Turandot se rinde al amor de Calaf, que le ha confesado su nombre dejando su vida en sus manos. Finalmente, el amor triunfa, como debe ser, y los pequineses pueden dormir. Sea cual sea su cronotipo.

Para leer más:

  • Randall, D. K., (2012), Dreamland. Adventures in the Strange Science of Sleep. W. W. Norton & Co., Nueva York.
  • Roenneberg, T., (2012), Internal Time: Chronotypes, Social Jet Lag, and Why You’re so Tired. Harvard University Press, Cambridge, Mass.
  • Rosenberg, J., Maximov, I. I., Reske, M., Grinberg, F., Shah, N. J. (2013) «“Early to bed, early to rise”: Diffusion tensor imaging identifies chronotype-specificity». Neuroimage. 84: 428-434.

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7 Comments

  1. Bonito y muy interesante artículo. :) :)

  2. Con una canción así, es normal no poder conciliar el sueño.

    https://youtu.be/ru8Lf_SAPIo

  3. Muy interesante. Me provoca curiosidad, sin embargo, preguntarme por qué determinadas actividades culturales están limitadas a la noche, no solo por cuestiones laborales. ¿A quién no le ha apetecido ir al cine un sábado por la mañana?
    Y otra pregunta: ¿a cuántos amigos uno ha dejado de ver cuando, por lo que sea (criar hijos, por ejemplo), nuestra vida nocturna se la limitado?

    • Muy sugerentes tus preguntas. Ha habido cines que tenían sesión matutina pero tuvieron poco éxito y no se popularizó. Sería curioso ver si nos resulta más fácil entrar en un sitio cerrado y poco iluminado (cine, teatro, concierto…) si llegamos desde un espacio abierto sin luz natural, es decir, de noche, que si lo hacemos en pleno día.
      Con respecto a los amigos, a veces, cambiamos de actividad y nos seguimos viendo pero con un ocio centrado en las nuevas coordenadas familiares, los niños, etc. en ese nuevo horario diurno. A veces también nuestra pareja considera que no son buenas influencias y nos ayuda a ir perdiendo el contacto ;-)
      Un saludo cordial

  4. victoria

    Muy interesante y bien contado. Para los que os guste el deporte, quizá os interese saber que no solo el rendimiento académico, sino también el rendimiento deportivo depende mucho del cronotipo de cada persona, pudiendo variar hasta el 25% a lo largo del día. Los madrugadores suelen tener su óptimo al rededor del mediodía y los trasnochadores por la tarde. En general, aunque mucha gente prefiere hacer ejercicio/deporte a primera hora de la mañana y cree que es más sano, es preferible hacerlo unas horas después de despertar.
    Pero vamos, que cada uno elija la hora que más le guste antes que dejar de hacer algo!

  5. Pingback: Tu cruz en el cielo desierto (1) - Jot Down Cultural Magazine

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