Si Marcel Proust hizo desplegar las ninfeas del Vivonne, el parque del señor Swann y las buenas gentes que poblaban los jardines de Combray a partir de una taza de té; en Nymph()maniac Lars von Trier no se anda con florituras y hace desplegar todo un campo de nabos, desfloramientos varios y algún que otro pato silencioso. «Me gustaría una taza de té», le dice Joe, la protagonista de la película, a Seligman cuando este la encuentra tirada en el suelo en un callejón tras haber sufrido una brutal paliza nada más empezar la película. Ella no quiere que llame a la policía, ni a la ambulancia, pero sí una infusión. A cambio, en el transcurso de una sola noche, ella le contará su historia. Ella, el sexo hecho carne; él, virgen, asexual, la razón pura. La sucesión de orgasmos versus la secuencia de Fibonacci. La pulsión versus la razón. Dos partes, tal vez, de la misma persona.
Lo primero que hay que preguntarse cuando se trata de Lars von Trier es por qué sus películas nos resultan tan incómodas. Recuerdo que en Por el camino de Swann, de Proust, Madeimoselle Vinteuil colocaba la foto de su padre, recientemente fallecido, de manera que este no perdiera detalle de sus encuentros sexuales prohibidos. Solo colocando la foto de su padre en el encuadre apropiado se situaba ella en la posición idónea para poder gozar del sexo con otra mujer. Del propio Proust se ha dicho que era un perverso —más concretamente que cedía a menudo a los placeres del sadomasoquismo—, y frecuentaba los burdeles masculinos llevando siempre una foto de su madre consigo. Según esto, el padre, la madre o ambos suelen estar en el palco de honor contemplando el espectáculo. Para Gilles Deleuze, el propósito del masoquista es socavar la autoridad paterna. Es decir, el masoquista quiere martirizar y humillar al padre (entendido como la ley, la autoridad) que todos llevamos dentro. Teniendo en cuenta que ahora somos nosotros los espectadores y que ver una película de Trier es, en gran medida, un acto de masoquismo, tal vez conviene no olvidarlo, al menos para saber dónde exactamente nos ha dado el látigo que maneja el maestro.
También creo que escuece más, si cabe, ver una película de Trier siendo mujer. No diría que el ensañamiento del director con sus personajes femeninos (véase, Bess en Rompiendo las olas, Selma en Bailar en la oscuridad o Justine en Melancolía) sea una prueba irrefutable de su misoginia; más bien creo que, por alguna razón, el danés suele elegir a mujeres como portadoras de su melancolía. A esta nómina de mujeres atormentadas hay que sumar a la protagonista de Nymph()maniac, Joe, magistralmente interpretada por Stacy Martin (Joe joven) y Charlotte Gainsbourg (Joe adulta). Sobre ella pesa la «gran maldición del goce ilimitado», que diría la historiadora y psicoanalista francesa Élisabeth Roudinesco. Al igual que un paréntesis secciona en dos el título de la película, el sexo de Joe la parte por la mitad. No es que le falte algo, es que es falta pura, un vacío a duras penas disfrazado de carne. Un vacío imposible de llenar. No es de extrañar que «Llena todos mis agujeros» sea su eslogan. Eso es precisamente lo que en varias ocasiones le suplica a su amado, Jérôme (interpretado por Shia LaBeouf), pero él, por mucho que se afane, no conseguirá saciarla. Por desgracia, como dice Lacan, el amor, aunque sea recíproco, es impotente.
Para Slavoj Žižek lo que una ninfómana expresa de forma alienada está determinado «por la insistencia de la sociedad en que las mujeres son objetos de la satisfacción sexual». Una parodia de esta cosificación de la mujer tiene lugar en la escena en la que Joe intenta hacer realidad sus fantasías sexuales con un par de hombres de raza negra. Joe es tratada como un objeto, la cambian de sitio, la colocan en una posición, luego en otra, mientras ellos hablan entre sí en una lengua que ella no entiende. Pese a la indiscutible virilidad de los dos hombres, el espectador asiste atónito al único gatillazo de nuestra protagonista. En otro punto de la película, durante un viaje en tren, Joe y una amiga le dan la vuelta a la tortilla a esta idea de la cosificación y son ellas las que no dudan en servirse de cualquier hombre que se ponga a tiro para ganar una apuesta. Si la hombría de don Juan dependía del número de sus conquistas, ellas no iban a ser menos infantiles: usarán a cualquier hombre que se cruce en su camino por un puñado de chocolatinas.
Otro aspecto que la sociedad espera de una mujer es la maternidad. Como cabía esperar, tampoco en esta ocasión Joe se somete a esta demanda. En cierto modo, madre y mujer son posiciones antagónicas: «la mujer», nos recuerda el psicoanalista Jacques-Alain Miller, «es lo contrario a la madre». En la medida en que es mujer, una madre no está toda para su hijo. En este sentido, Joe elige ser mujer en detrimento de ser madre. Para empezar, renuncia a un parto natural y se inclina por una cesárea. No quiere que nada ni nadie estropee sus genitales. Dicho de otro modo, por encima de todo, quiere seguir follando. Después no dudará en dejar solo a su bebé por la noche para citarse con desconocidos o para ser azotada por el señor K. En gran medida somos con nuestros hijos como nuestros padres han sido con nosotros, y Joe será una figura tan ausente para su hijo, Marcel, como su propia madre lo fue para ella. La madre de Joe es descrita como una «zorra fría» que se pasa la vida de espaldas a su hija y su marido haciendo solitarios. «La madre», continúa Miller, «es la instancia a la que llamamos, aquella a quien pedimos socorro y nos prodiga sus favores, o bien es la que se niega a hacerlo, la que no responde, la que no está».
La relación de Joe con su padre, en cambio, es de naturaleza bien distinta. De hecho, se podría decir que se trata de una relación muy erotizada. Esto es particularmente evidente en la escena en que Joe, ya adulta, coge el álbum de hojas que solía recoger junto a su progenitor y, metiéndose los dedos en la boca, orgasma espuma. En otro momento de la película, cuando su padre está agonizando, y pese a estar desgarrada por el dolor, Joe está tan desconectada de su cuerpo que no logra sentir nada… a no ser que se acueste con el primer desconocido que pase por allí. Esta aleación de dolor y placer alcanza el clímax ante el padre muerto. En una escena memorable por perturbadora, Joe lubrica al contemplar a su padre amortajado. Se podría decir que la vagina de Joe llora inconsolable las lágrimas que sus ojos no consiguen llorar. A partir de ese momento, su vida se convertirá en una especie de casting de penes. A duras penas tratará de aplacar su «llanto vaginal» con una dieta de diez hombres al día. En este sentido, para Joe el pene hará las veces de consolador, aunque, como cabía esperar, tampoco así hallará mucho consuelo.
Así las cosas, no es de extrañar que el ataque frontal de Joe se dirija contra el llamado «pilar de la sociedad»: la familia. No contenta con dinamitar la que formó con Jérôme, nuestra ninfómana no dudará en destrozar el futuro familiar de un hombre que viaja en el tren para inseminar a su esposa, que se encuentra en un momento óptimo de fertilidad. En una de las escenas más explícitas de la película, Joe engulle, hasta tragarse la última gota, al potencial bebé. Pero tal vez lo más perturbador de la película no sea ni la «putivuelta» que Joe se da con su amiga en el tren ni las perrerías que le hace el señor K. Hay que tener en cuenta que el masoquista se somete al amo solamente en apariencia. Como dice Robert Stoller, es el masoquista el que dicta cómo de prieta debe estar la cuerda que le ata. Lo más inquietante ocurre en la segunda parte de la cinta, cuando la trama da un giro extraño y Joe decide aprovechar su valioso conocimiento (una ninfómana es, por definición, alguien que sabe todo lo que hay que saber sobre el goce) para ganarse la vida. Ella piensa que las fantasías perversas están latentes en todo ser humano, listas para ver la luz a poco que las circunstancias lo permitan (es decir, para Joe, todos somos perversos polimorfos). Con esta idea en mente, se inicia en el negocio ilícito del cobro de deudas. En vez de recurrir a la violencia para hacer que los morosos paguen lo que deben, ella sacará sus fantasías más oscuras a la luz a sabiendas de que la culpa les hará pagar. De este modo, escenifica sin saberlo la teoría de Nietzsche sobre la culpa: el que se siente culpable es un deudor que no restituye la deuda. El superyó freudiano sería una especie de acreedor insaciable que no cesa de recordar al sujeto que ha incurrido en una deuda que debe pagar. Joe parece conocer la teoría a la perfección, por eso su negocio va viento en popa.
En una de los escenas más incómodas de la película, Joe decide someter a un moroso a su «detector de mentiras». La infalible técnica consiste en atar al presunto deudor a una silla y observar la reacción de su miembro viril mientras ella le narra todo tipo de fantasías sexuales. En vista de que el moroso en cuestión (interpretado por Jean-Marc Barr) no reacciona, Joe está a punto de desistir… hasta que le hace imaginar a un niño en pantalón corto jugando en el parque. Es entonces cuando el miembro del desdichado lo delata y este rompe a llorar, probablemente porque hasta ese momento él mismo ignoraba sus tendencias pedófilas. Al hilo de esto, Trier, por boca de Joe, plantea al espectador una de las reflexiones más controvertidas de la película: «Tú piensas en el 5% de los pederastas que cede a sus impulsos y abusa de los niños. Pero, si el sexo es, como hemos dicho, el mayor impulso que puede experimentar jamás un ser humano, ¿qué pasa con ese 95% que vive toda su vida reprimiéndolo, que nunca cae en la tentación, que sacrifica su sexualidad para no hacer daño a ningún niño? Un hombre capaz de anularse así a sí mismo, de aceptar con resignación tanto sufrimiento, de matar así su propio deseo, ese no es culpable: yo creo que merece una medalla».
Esta idea de que todos somos perversos reprimidos se plantea también en el magnífico ensayo de Élisabeth Roudinesco, Nuestro lado oscuro. Una historia de los perversos. Para Roudinesco los perversos ponen de manifiesto nuestro lado oscuro, esa parte de nosotros que «no dejamos de ocultar», y se pregunta hasta qué punto cumplen una función social: «¿Qué haríamos si ya no nos fuese posible designar como chivos expiatorios, es decir, perversos, a aquellos que aceptan traducir mediante sus extraños actos las tendencias inconfesables que nos habitan y que reprimimos?». Tal vez por eso la humanidad siempre se haya mostrado ambigua con ellos. En la actualidad apenas se utiliza la palabra «ninfómana» para designar a las mujeres como Joe. De hecho la mandan a una terapia del grupo para «adictas al sexo», término mucho más aséptico. La terapeuta recomienda a Joe que se aleje de todo estímulo relacionado con el erotismo. El problema es que, por mucho que ciegue los espejos o cubra todos los salientes, sus esfuerzos están destinados al fracaso. Probablemente tendría que arrancarse la piel a tiras o extirparse el clítoris (como ya hizo en otro contexto el personaje que interpretó la propia Gainsbourg en Anticristo) para no pensar en el sexo. Pese a los pueriles intentos de la terapeuta por «reinsertarla», Joe se despedirá de la terapia grupal con un contundente: «Yo no soy como vosotras. A mí me encanta mi coño». Al entonar este mea vulva, Joe asume que no hay lugar para ella en la sociedad y que el precio que ha de pagar por ser así es la absoluta soledad.
Cuando uno se sienta a ver Nymph()maniac no está en una posición tan distinta a la de aquel moroso atado a la silla. Aunque, en esta ocasión, nada, salvo nuestra curiosidad —por no decir nuestro lado oscuro—, nos obliga a mantenernos en el asiento viendo las fantasías sexuales con las que nos «tortura» el director danés. Es cosa de cada uno preguntarse si lo que le hace retorcerse en el asiento es el asco, la vergüenza o la culpa. En mi caso, confieso que me gustó mucho la película (especialmente, la primera parte). Siempre he creído que me gustan las películas de Lars von Trier o de Michael Haneke porque hacen visibles aspectos del ser humano que normalmente permanecen en un margen de nuestro campo visual. En un cómodo punto ciego. Pero si Roudinesco tiene razón, esta explicación podría ser puro autoengaño. Sea como sea, lo cierto es que ya estoy deseando ver lo próximo del señor Trier. Lo recibiré con la misma cara que puso Joe cuando el señor K. le regaló una fusta por Navidad. En la película, Joe recibe el látigo como una niña a quien le regalan un juguete nuevo; de hecho, Joe «peina» el látigo como si de una muñeca se tratara.
Aplaudo que se regrese a un título mayor y que mucho me temo, pasado el «escándalo» de su estreno, ha caído en el olvido. Humildemente, me permito la osadía de enlazar el texto que escribí en su momento sobre el filme de Von Trier: http://cinedivergente.com/ensayos/estudios/nymphomaniac-las-histoire-s-de-joe
Brillante artículo.
Como gran seguidor del cine de Trier que soy, creo que tus palabras son la más aproximada descripción de una de sus películas. Personalmente, mi favorita.
Ha sido como verla de nuevo y por primera vez, lo que no deja de ser sorprendente, puesto que son 6, 7 veces las que me he encontrado con Joe y sus peripecias.
Sin embargo, creo que el artículo tiene un defecto…
…que se me ha hecho muy corto.
Gracias a Jot Down por el regalo de tus letras, las cuales deberían abundar más por aquí.
Ps: esta noche toca verla una vez más.
Se antoja darle otra revisada. Muy buen análisis, creo que la película posee mucho trasfondo y denuncia.
Sólo falta decir que, como casi siempre en Lars von Trier, esta película forma parte de una trilogía -junto con Anticristo y Melancolía, que, en este caso, está dedicada a la mujer desde un punto de vista antimachista.
Sorprende que haya análisis de este tipo fuera del entorno de algunas facultades. Creía que Jot Down era poses y poco más. Para nada aquí.seguiré
Creo que von Trier garantiza lo que se le pide al cine como ámbito artístico: que nos cuente una historia que doblegue recurrentemente la hipócrita moral presente en lo cotidiano de nuestras vidas. Nada más …y nada menos!.
Jajajaja! Vaya colección de comentarios gafapasta! Lo de Tremula es que se podía sacar de un capítulo de celebrities:
«Creo que von Trier garantiza lo que se le pide al cine como ámbito artístico »
… Jajajaja!
Tienes razón.
¿ El cine ? Qué mas dá ver una pelicula u otra, total, unas luces y sombras que se mueven en una pantalla.
¿ La música ? lo mismo me dá oir a Mozart, que a los R. Stones, que a Bill Evans. Total, series de notas musicales, una detrás de otra: do, si, re, do, sol… y así una vez y otra.
¿ Literatura ? Es igual leer a G. Marquez que a M. Lafuente Est. : series de palabras, una detrás de otra, hasta alcanzar tropecientas, o más.
Si me lo permites, te voy a dar un consejo: hay unos objetos, que constan de unas paginas de papel, escritas, unas encima de otras, y vienen protegidas por otras mas gruesas de cartón. Se llaman libros. Prueba con uno y verás que chulo.
Un poco tarde para contestar, lo se, pero se me había pasado el comentario. Mira, explícame, ya que lees tantos libros, Quien coño define «lo que se le pide al cine como ámbito artístico”.
De acuerdo con el comentario de Trémula:
«Que nos cuente una historia que doblegue recurrentemente la hipócrita moral presente en lo cotidiano de nuestras vidas»
… Venga ya… … en serio? …
Ojala leas este comentario, Pijus, y contestes. Estoy, al contrario de lo que piensas, ávido de conocimientos.
No pasa nada, nunca es tarde si la dicha es buena. Yo ya casi no me paso por aquí, porque en mi experiencia una vez pasan unos días de un artículo ya no hay mas comentarios.
Yo no he dicho que lea muchos libros, lo normal, creo, en cualquier persona con un mínimo interés cultural.
Es difícil definir eso de: lo que se le pide al cine como ámbito artístico; en cualquier caso, se supone que para eso está la crítica. Y, desde luego, creo que todos tenemos una idea mas o menos intuitiva de lo que es: una pelicula como Sunset song ( hay un artículo en JD ), o tirando de clásicos, Fellini, Berlanga, Ford, Allen, Ford, etc. No lo son, por decir algo, las peliculas de Rambo, o las de Pajares y Esteso.
Puede que la frase: que nos cuente… esté escrita de un modo algo grandilocuente, o gafapasta, como prefieras, pero tampoco pasa nada, cada uno se expresa como quiere, o como le sale en ese momento.
Lo de gafapasta yo lo asocio – puede que mal hecho – a los comentarios sobre comics, entendiendo por tales los aficionados, entre los que me incluyo, al comic europeo ( francés, español, los Sfar, Trodheim, Gimenez, Zapico ), en contraposición a los que les gustan los superhéroes o pijameros.
Me he desviado del tema. O no, que diría Rajoy.
Bueno, pues si estás ávido de conocimientos, me parece muy bien, pero no soy yo quien puede proporcionártelos, eso debes buscarlo tú mismo en donde puedas obtenerlos. Leer JD no es mala idea ( a la redacción, ¿ dónde tengo que recoger el jamón ? )
Es cierto, ver cine es como el que ve llover, o como las vacas cuando pasa un tren. No hay mensaje entre líneas, lo que se ve es lo que hay. Todos satisfechos de entender lo obvio, una simple cinta de cine, ¿que narices vamos a interpretar aquí?, jarjarjar,¿no es así?
Un tostón infumable de película, por mucho análisis sesudo que se haga. El jueguecito de la constante provocación y del escándalo hace mucho que debió dejarlo su director, so pena de que muy pronto no le tomen nada en serio
¿Pero da para paja o no?