Los concursos de diseño de pasarelas peatonales singulares son un reclamo para técnicos, ya sean ingenieros, arquitectos, en ocasiones incluso escultores, que llevan un doctor Moreau en su interior. Las pasarelas peatonales, debido a que no tienen que soportar pesadas cargas de tráfico de automóviles, son propensas a la experimentación de nuevos tipos estructurales y a la pirotecnia efectista. Y como se busca un elemento urbano singular, un icono, en muchas ocasiones se lleva el gato al agua el que presenta la burrada más gorda. Algunas propuestas a concurso parecen fruto de un a que no hay huevos de presentarlo. Pero aún es posible un paso más en la espiral del despropósito: que una vez adjudicado el concurso de ideas, durante la redacción del proyecto, se considere adecuado realizar ciertos cambios y, lo que ya era de dudoso gusto y nefasta resolución técnica, se transforme en un engendro. En esta última categoría se encuentra la pasarela Skydance, en Oklahoma (Estados Unidos). Y es que hemos hecho bastante leña del árbol caído patrio, pero como verán no somos muy diferentes al resto del mundo.
Ornitología estructural
En el año 2008 se convocó un concurso para el diseño de una pasarela peatonal sobre el nuevo trazado de la carretera interestatal I-40, que comunicaría dos parques de un nuevo área de desarrollo municipal que quedarían separados por esa arteria viaria. Las dimensiones eran discretas: se hablaba de una longitud de unos ciento veinte metros en total (no condicionaba el número de vanos) y una anchura de unos nueve metros. Se iban a destinar unos tres millones trescientos mil dólares a tal efecto y el objetivo era crear un «elemento singular, un icono de la zona». Estas palabras son como una cría de antílope con la pata rota para una manada de hienas. Al concurso se presentaron dieciséis equipos, premiando a los cuatro finalistas con diez mil dólares para que presentaran su propuesta final en detalle. El comité de expertos finalmente dio el primer premio a Butzer Architects and Urbanism (BAU), un estudio local de arquitectos e ingenieros civiles, que había presentado esto:
En efecto, el concurso buscaba algo singular y BAU había seguido esas indicaciones a pies juntillas. Con un fuerte carácter asimétrico y tablero de planta quebrada, la tipología parecía responder a un atirantado con reminiscencias al puente Erasmo de Rotterdam, donde los pilonos habituales se habían sustituido en este caso por un elemento central blanco similar a esos trípodes que tiran los ninjas al suelo para que no los persigan. Bien, pues este trípode, según el texto que acompañaba su diseño, se inspiraba en la figura de una tijereta rosada, el ave representativa de Oklahoma. Textualmente: «El vuelo de la tijereta rosada es el que quizás mejor evoca las fuerzas que configuran el viento típico de Oklahoma (…), con su skydance característico, con sus alas y las plumas de la cola en ángulo, como hojas cortadas por el viento. La pasarela Skydance toma esta imagen como punto de partida y proyecta su forma icónica en el horizonte de la ciudad de Oklahoma». Como aclaración, se denomina skydance al ritual de cortejo de este ave que consiste en unas piruetas que el macho dibuja en el aire para llamar la atención de las hembras, en un simbolismo con estos concursos que no puede ser más acertado. En resumen, habían colado en el concurso una estructura inspirada en el vuelo de un pájaro cachondo. Ya hemos visto en otras ocasiones puentes que evocan, voluntaria o involuntariamente, cabezas de toro, gaviotas o hasta un monumental falo de caballo como en el puente del Alamillo, pero la idea de unas cabriolas de un ave calentorro creo que es merecedora de llevarse la insignia de oro y brillantes de la creatividad desbocada. Entiéndanme, no es que esté en contra de las estructuras alegóricas; es más, puestos a llevarnos por el lirismo y la representatividad de la ciudad, ojalá hubieran presentado una pasarela inspirada en un alley-oop de Russel Westbrook a Kevin Durant. Eso sí que hubiera sido un a que no hay huevos antológico.
Desde el punto de vista meramente estructural, el Skydance era desmesurado e innecesario. El pilono o ala de tijereta rosada de mayor cota alcanzaba casi sesenta metros de altura (como un edificio de veinte plantas) sobre la rasante del tablero, mientras que la luz máxima de la pasarela, de dos vanos, era del orden de ochenta metros. Y para sustentarlo, lanzaba nada menos que catorce tirantes. Demasiado pilono y demasiado acero, no olvidemos que solo debía soportar tráfico peatonal. El caso es que BAU, entusiasmados con su primer proyecto de puente (no han leído mal, no: su primer proyecto de este tipo) comenzaron a diseñar con toda su buena voluntad detalles constructivos francamente atractivos y funcionales, a pesar de que la estructura en sí no requería ese despliegue tipológico.
Quiero una merluza gorda que pese poco
Llegados a este punto del desarrollo del proyecto, los tres millones y pico de dólares que contemplaba el pliego del concurso para la construcción y los alarmantes cinco millones que BAU ya reconoció en las primeras etapas del encargo se habían incrementado hasta andar coqueteando con la barrera psicológica de los trece millones de dólares, bien por ajustes del diseño, bien por nuevos requerimientos del cliente. BAU, para que nos entendamos, iban camino de marcarse un calatravazo. Pero en junio de 2010 la historia da un giro dramático como el vuelo de una tijereta rosada en celo: la pasarela, que ahora va a ser financiada tanto por la ciudad como por el estado, ha de ajustarse a un presupuesto de entorno a la mitad del importe que estaban barajando. Es decir, BAU recibe la orden de rediseñar completamente la pasarela para que se ajuste a unos seis millones ochocientos mil dólares, a la vez que deberá mantener tanto el carácter icónico de la actuación como el plazo de entrega. El resultado del concurso quedaba entonces desvirtuado, ya que el primer premio se había adjudicado a un diseño que ahora se descartaba, pero se mantenía al equipo ganador. Una situación muy similar a la ocurrida en el Reichstag con Norman Foster. Lejos de abandonarse a las lágrimas y la autocompasión, BAU se comportó con más dignidad de la que merecía la situación y reelaboró su diseño manteniendo la esquemática tijereta rosada que tantas alegrías les había dado, aunque ahora, sin tirantes, parecía una marioneta a la que le han quitado los hilos.
La nueva pasarela, inaugurada en abril de 2012, se puede describir de muchas formas. La versión oficial incidía en que se mantenía la icónica tijereta, ahora revestida de escamas metálicas y con una instalación luminosa de última generación, aunque se trata de un elemento totalmente independiente de la pasarela en sí (espurio si me apuran), no colaborando en la función resistente ya que el tablero se sustentaba únicamente con una celosía metálica de las de toda la vida. La tijereta metálica la han puesto ahí como podría haber acabado en mitad de una rotonda. Queda así demostrado que el derroche de atirantados de la maqueta era innecesario y no tenían justificación desde el punto de vista estático. Otra forma de ver el resultado es que la pasarela Skydance es ahora una obra anodina, como tantas otras pasarelas sobre autopistas que comunican estaciones de servicio, si bien da la sensación de que «el viento típico de Oklahoma» ha derribado un par de torres de alta tensión sobre el puente. Eso también puede ser una analogía válida. También es aceptable describirla como una pasarela con pararrayos, por las tormentas que dan nombre a su equipo de la NBA. Como ven, siempre se puede sacar una evocación acertada sea cual sea el resultado final.
En fin, ¿tienen un icono? Pues sí, sobre todo de noche, cuando la iluminación artificial cambia de color la estructura, ya sea para festejar el 4 de julio o el Día del Orgullo Gay o para condenar y mostrar solidaridad por atentados. Además, la pasarela Skydance fue premiada como uno de los cincuenta mejores proyectos de arte público del año 2012 en Estados Unidos (ya, yo tampoco puedo imaginar cómo será el número cincuenta y uno). Probablemente han conseguido lo que querían, pero el fin no justifica los medios.
Les pedían un proyecto de 3 millones. presentan uno que debe ser hecho con 13, pero nadie lo sabe, ganan, y después les «recortan» a 6, el doble del presupuesto original para un resultado la mitad de vistoso. Pues parece que las obras públicas las carga el diablo en el extranjero igualito que aquí.
Sinceramente, a partir de pasarse un porcentaje determinado del presupuesto de cualquier obra, debería ser la empresa que diseña el proyecto la que asuma el sobrecoste, que es un cachondeo si no. Eso sí, mi diez por presentar a un pájaro cachondo y además decirlo sin pudor en el concurso.
Me alegra saber que no son sólo empresas españolas las expertas en ese truco de «gano el contrato del AVE con mi oferta de cuatro duros, y luego exijo que me paguen lo que realmente cuesta o dejo la obra a la mitad».
Hasta que vienen países serios, como Panamá y Arabia Saudí, que no aceptan tragar con esos chantajes de mercachifle.
¿Podría corregir los errores de concordancia de género presentes en el texto? Gracias.
La pasarela, siendo peatonal, no tendrá demasiadas exigencias de carga, pero teniendo en cuenta que «el típico viento de Oklahoma» es un tornado de categoría 3 o superior más vale que la tijereta esté bien firme o cualquier día se la encontrarán clavada del revés en Tulsa.