Arte y Letras Fotografía

Inge Morath y el curso del Danubio

Inge Morath. Yugoslavia. Smederevo. 1958 © Inge Morath Foundation. Magnum Photos.
Inge Morath. Yugoslavia. Smederevo. 1958 © Inge Morath Foundation. Magnum Photos.

Jot Down para Fundación Telefónica

Suele decirse que los artistas no están a la altura de su obra, quizá porque debido a algún extraño motivo esperamos que sean santos y no artistas. Alguien capaz de crear algo tan bello necesariamente tiene que ser bueno, casi angelical, nos decimos, y entonces llega la decepción al conocer tal o cual detalle más o menos sórdido o mezquino, quizá sin ser conscientes de que ninguna vida resiste al ser expuesta en detalle. Pero a pesar de todo nos gustaría calzar los zapatos de algunos de ellos, envidiamos cómo pudieron dedicarse plenamente y con pasión a hacer lo que más les gustaba, la manera en que en ningún momento dejaron de ser endiabladamente libres. Inge Morath es un buen ejemplo de ello.

El escritor Philip Roth la definió como «una tierna intrusa con una cámara invisible», cualidad que también apreciaba de ella Marilyn Monroe, lo que le hizo posible varios de sus retratos más memorables por su naturalidad. De carácter tranquilo y observador, era como una esponja capaz de absorber todo lo que la rodeaba allá donde fuese (llegó a hablar con fluidez siete idiomas), retratando aquello que le llamase la atención  sin que su presencia lo distorsionase. El origen de esa actitud, según explicaba en las entrevistas, estuvo en las excepcionales circunstancias que le tocó vivir durante su infancia. Nació en Austria en 1923 y posteriormente estudiaría en Berlín, donde asistió a la exposición «Arte degenerado», organizada por el Tercer Reich y que ejerció una gran influencia en ella. Allí comenzó a tener conciencia sobre la necesidad de ocultar sus pensamientos y guardar silencio, asegura, debido a su rechazo al nazismo, que aprendió de sus padres. Impresión que se acrecentaría con el estallido de la guerra, durante la cual terminó siendo reclutada para trabajar en una fábrica, de la que huyó tras un bombardeo. «Todo el mundo estaba muerto o medio muerto, caminé a través de caballos muertos, mujeres con niños muertos en sus brazos. No puedo fotografiar la guerra por esta razón», dijo más adelante recordando su experiencia.

De regreso a Austria en la posguerra, esa facilidad suya para los idiomas le permitiría pasar a trabajar al servicio de los ocupantes aliados como traductora y periodista. Ahí es donde comenzó su contacto con la fotografía gracias a su colaboración con Ernst Haas, que le llevó a conocer al legendario Robert Capa. Él les invitó a unirse a la cooperativa que acababa de fundar, la agencia Magnum. Mientras tanto, nuestra protagonista tuvo tiempo de conocer a un periodista británico con el que se casó y se marchó a vivir a Londres en 1951. El amor les debió durar poco porque dos años después estaba ya divorciada y viviendo en París, donde encontró ocupación como asistente de Henri Cartier-Bresson, de quien aprendería lo suficiente para, ya en 1955, llegar a ser miembro de pleno derecho de la agencia.

La década de los cincuenta resultó extraordinariamente fructífera para Inge, quien en una mezcla de suerte y olfato fuera de lo común lograba encontrar oportunidades allá donde fuese. Si se caía al suelo, se llevaba de paso la baldosa al levantarse. Así por ejemplo su estancia en Londres, lejos de suponer una pausa en su trayectoria, le permitió conocer al cineasta John Huston, en quien causó tan buena impresión que la contrataría como fotógrafa en varios de sus rodajes durante los años posteriores. Lo cual le dio ocasión de codearse con las grandes estrellas de Hollywood del momento, a las que retrató de todas las formas imaginables y que le terminarían llevando a su segundo matrimonio. Pero no adelantemos acontecimientos. Recién convertida en miembro de Magnum viajó a España a mediados de los cincuenta para indagar en nuestra esencia más ancestral. Así, por ejemplo, esta imagen de Barcelona nos puede resultar muy útil para sacar los colores a sus habitantes actuales más hipsters, y decirles «vosotros también fuisteis así, no todo van a ser gin-tonics». Y qué decir de este pamplonica en plenos Sanfermines: esa boina calada es una antena que comunica su mente con civilizaciones extintas, a juzgar por ese gesto absorto que se le ha quedado. Mientras que a este otro de Huelva un suelo con algo de sombra ya le vale para una buena siesta.

Ya imparable, hacia finales de esa década Morath viajó realizando fotografías para revistas como París Match o Vogue por Sudamérica, África, Oriente Medio y, también, en un recorrido a lo largo de 1958 por el curso del Danubio. Este viaje tendría un mayor significado sentimental para ella por remitirle a sus orígenes, aunque debido a la situación política del momento en plena guerra fría no pudo completarlo. Pero, como decíamos anteriormente, no hay circunstancia o inconveniente del que no pudiera sacar partido, así que treinta años después encontró el momento para completar el recorrido, aprovechando así para revisitar aquellas partes ya retratadas y dejar constancia en imágenes del paso del tiempo. En 1960 ejerció de nuevo de fotógrafa en un rodaje de Huston, Vidas rebeldes, que contó con estrellas del nivel de Clark Gable, Montgomery Clift y Marilyn Monroe. El guionista era precisamente el (aún) marido de esta última, Arthur Miller. Al año siguiente se divorciarían y ella murió poco después, convirtiéndose en mito, mientras que Miller y nuestra fotógrafa contraerían matrimonio en febrero de 1962. Juntos tuvieron dos hijos y colaboraron en varias obras de viajes, en las que ella hacía las fotos y él redactaba los textos, permaneciendo juntos hasta la muerte de Inge en 2002.

My Danube, 2014. Fotografía: Lurdes R. Basolí.
My Danube, 2014. Fotografía: Lurdes R. Basolí.

Como homenaje la agencia Magnun instituyó un premio con su nombre para fotógrafas menores de treinta años. Pues bien, en el verano de 2014 ocho de las premiadas se reunieron para realizar juntas un viaje por el curso del Danubio siguendo los pasos de Inge y añadir así una nueva perspectiva. De la suma de la obra inicial de la pionera y de sus ocho sucesoras surge ahora esta exposición que podrán ver en el Espacio Fundación Telefónica hasta el 2 de octubre de 2016. Una gran oportunidad para todos los interesados en el fotoperiodismo en general y para todos aquellos que quieran conocer un poco más de cerca el legado de tan singular artista.

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