Manuel Borrás (Valencia 1952) era un chaval recién llegado a la Facultad de Filosofía y Letras de su ciudad natal cuando fundó junto con Manuel Ramírez y Silvia Pratdesaba la editorial Pre-Textos. Este año celebran su cuarenta aniversario. Cuarenta años dan para mucho, en concreto para publicar más de mil seiscientos libros, en sus colecciones de poesía, narrativa y ensayo. Lo entrevistamos en su oficina de Valencia entre viaje y viaje porque Manuel Borrás no para nunca. No sabemos cuál es su aeropuerto favorito pero sí sabemos que las salas de espera y los aviones le parecen lugares estupendos para leer. «Las azafatas me preguntan si no me canso de leer», confesó una vez. ¿Se lo seguirán preguntando o ya lo toman por un caso perdido?
¿Cómo se te ocurre el nombre de Pre-Textos?
El nombre se nos ocurre después de cavilar muchísimo. Nosotros tenemos que dar un nombre en un plazo determinado cuando empezamos a trabajar. Teníamos que cumplir ese plazo muy concreto, porque había que mandarlo a una oficina de patentes. No recuerdo exactamente cuál era el trámite. Una noche nos reunimos las cuatro personas que en ese momento la montamos, y que seguimos todavía hoy en la editorial. Tres de ellas han constituido el trípode sobre el que se construye la editorial, que son Silvia Pratdesaba, Manolo Ramírez y yo, y un cuarto componente que no se constituyó como el núcleo, pero que siempre ha estado unido a nosotros, que se llama Manuel Arranz… es escritor y un estupendo traductor, traduce para nosotros y para Acantilado. Recuerdo que nos reunimos los cuatro en torno a una botella de whisky, una noche, y empezamos a cavilar qué nombre podía ser. Y no dábamos con él. Todos los que proponíamos, unos y otros, iban siendo descalificados, y finalmente alguien dijo: «Pues necesitamos un pretexto», y yo dije: «Oye, ¿pretextos no os gusta?». Y todos dijimos que sí. Y Manolo Arranz, esa cuarta persona, ese cuarto pretexto, fue además el que sugirió que se incorporara ese guion para darle un campo semántico más ambiguo al nombre de Pre-Textos. Así es como nació.
¿Cómo influye la política en la cultura?
La política influye. Eso es indiscutible. La política siempre quiere intervenir en la cultura para dominarla, para controlarla, para manejarla, para instrumentalizarla. Y más que la política, el poder… el poder desde luego quiere intervenir, y creo que con intención non sancta.
¿Ha cambiado mucho desde que empezasteis en 1976?
Sí. Las cosas han evolucionado muchísimo. Ten en cuenta que nosotros empezamos en un periodo, diría incluso, predemocrático. Y las cosas han evolucionado, en ese sentido, para bien. Ahora nos encontramos ya en una democracia de facto, y, claro, las cosas han mejorado.
Pre-Textos cumple ahora cuarenta años. ¿Qué supuso para vosotros como editorial Las voces de Marrakesh, de Elias Canetti?
Creo que es muy importante. Incluso lo tengo escrito en un libro colectivo que me pidieron, con un evento que había influido en mi vida de una manera sustantiva. Y desde luego fue mi encuentro casualísimo con Elias Canetti. Tuve un encuentro en Innsbruck, en la universidad, y sin saber quién era aquel señor… Estaba investigando en los archivos de la revista Der Brenner, que dirigió un señor, un colega, que para mí era muy importante: Ludwig von Ficker. Aparte de ser el animador de esta revista, fue el que intercedió frente a Wittgenstein, el filósofo austriaco, para que financiase el primer libro de uno de los grandes poetas expresionistas austriacos y en alemán, que se llamaba Georg Trakl. A mí me interesaba mucho esa relación triangular. En aquel momento era muy joven, tenía apenas dieciséis o diecisiete años, y era muy pedante. Elias Canetti estaba haciendo una visita protocolaria a la universidad, y, advertido por el profesor Methlagl, que era el jefe del departamento, de que yo era un español que estaba haciendo una cosa que le llamaría mucho la atención, se me acercó y habló unos minutos conmigo para animarme en lo que estaba haciendo, y me habló de que él también era de origen español. Yo estaba hablando con un señor que no tenía ni la más remota idea de quién era. Recuerdo que, al día siguiente, le pregunté a Methlagl quién era aquel señor, y me dijo: «Mire, usted que está tan interesado en ese periodo de la literatura de Mitteleuropa, y en concreto en Karl Kraus, creo que usted ha saludado al digno sucesor de una persona de la envergadura de Karl Kraus». Me quedé muy impresionado por eso, y esa noche casualmente le dije a un amigo: «¿Sabes qué? He conocido a Elias Canetti». «¡Cómo que lo has conocido!» Entonces me sacó el volumen de Carl Hanser, que lo recuerdo todavía, amarillito, con Las voces de Marrakesh, y me dijo: «Toma, léetelo». Me acuerdo de que cuando volví a mi casa, la casa donde estaba hospedado, me puse a leerlo, empecé a leer los cuentos y me dormí leyendo ese libro con gran entusiasmo. En aquel momento todavía no pensaba siquiera si iba a ser editor o no iba a serlo, pero sí que se me pasó por la mente: «Si un día soy editor, me gustaría publicar este libro». Y, efectivamente, cuando fui editor lo publiqué.
¿No existía edición en castellano?
No, no. No había versión en castellano, ni existían precedentes de nada que se hubiera traducido de Elias Canetti. Después coincidieron en el tiempo las ediciones que hizo Mario Muchnik, que empezó a publicar a Canetti, y la nuestra. Quizá salieron antes sus ediciones que las nuestras, no sabría precisar tampoco la fecha, fue casi en paralelo. Nosotros al segundo año de iniciar esta aventura editorial teníamos una dependencia económica de nuestras respectivas familias, estábamos un poco cansados de que las cosas no acabaran de ir lo bien que debían ir. Tuvimos un enganchón con una distribuidora grande. Manolo Ramírez se había ido a hacer las milicias universitarias. Hubo un momento de cierta zozobra en la editorial, incluso nos planteamos la posibilidad de, si las cosas no evolucionaban en positivo en un plazo determinado, tirar la toalla. Con tan buena suerte que cuando nosotros estábamos con esto el libro de Las voces de Marrakesh se estaba imprimiendo. Estaba en imprenta y antes de salir de las prensas, le dan el Premio Nobel. Gran regocijo por nuestra parte, una gran alegría, tuvo mucho éxito la salida del libro, se vendió muy bien, y ese primer triunfo nos hizo rectificar la voluntad de querer cerrar. Y yo, cuando escribí sobre esta anécdota, siempre he reflejado lo mismo: hasta qué punto Elias Canetti en ese encuentro fortuitísimo —que es una casualidad, aunque yo creo que el azar no existe, que el azar es la conciencia de la necesidad—, cómo ese señor en un momento muy conciso de la vida influye positivamente en algo que después va a durar, como ha sido nuestra caso, cuarenta años. Creo que es una enseñanza bonita. Es como una pequeña fábula.
Pre-Textos comenzó con el objetivo de recuperar a autores republicanos exiliados, recuperar su memoria, puesto que en ese momento ellos eran unos grandes desconocidos. ¿Qué problemas os supuso esto?
Alguna editorial ya nos había precedido en la intención de la recuperación de la memoria del exilio republicano. Pero habían sido, yo creo, que muy vagos, porque entre otras cosas había una dificultad y era la censura. Nosotros lo teníamos bien claro desde el principio… es decir, Pre-Textos empieza con la intención de recuperar parte de la memoria de ese exilio republicano. Nos parecía que eran parte de la mejor España, que se había perdido, y nos sentíamos moralmente obligados a contribuir a su difusión. Esto nos hizo en principio acercarnos a gente del exilio, desde Juan Larrea, María Zambrano, pasando por Jorge Guillén, y todos nos animaban muchísimo en el proyecto. Nos decían: es maravilloso, pero cuando ustedes tengan un catálogo, ya les daremos un libro. Salvo Juan Larrea, que fue el único, la excepción que marcó la regla; el resto, todos muy buenas palabras pero… entonces nos veíamos con un proyecto de la editorial, pero claro, totalmente desasistidos, totalmente huérfanos. Aparte yo les decía, y me acuerdo perfectamente: «Si ustedes no nos dan un libro, cómo vamos a hacer un catálogo». Y esa fue la dificultad inicial que encontramos. Tanto es así que tuvimos que recurrir a una política de traducciones inicial, porque la sociedad literaria española en general era muy celosa de unos chicos, les dábamos poca confianza dada nuestra juventud. Ten en cuenta que nosotros ponemos nuestro primer libro en circulación a los veinte añitos. Yo creo que en los anales de la edición en castellano hemos sido de los editores más jóvenes que ha habido. Yo no sé si habrá habido otro editor tan joven como nosotros. Esto nos obligó a hacer toda una política de traducciones y después, claro, cuando tú ya tienes un catálogo constituido, todos quieren estar en el catálogo. Pero no antes.
¿Cómo lo vivieron vuestras familias? Montar una editorial, dedicarle un espacio a los exiliados republicanos…
Lo vieron en ese momento con cierta perplejidad, porque no había en ninguna de las tres biografías un ascendente editorial. Cada uno venía de medios muy distintos. En mi casa había biblioteca, se leía, y en casa de Silvia y de Manolo también. Esa era quizá la característica que nos unía. Nos sentimos muy apoyados en todo momento por las tres familias. No hubo ninguna disidencia. Lógicamente la inquietud por saber cómo se iban a desarrollar los acontecimientos, pero nosotros precisamente lo que nos sentimos fue, y eso es algo que hay que reconocerles públicamente a las tres familias, muy apoyados.
Tu madre te leía poemas de niño de Rubén Darío. ¿Hasta qué punto eso fue importante para que luego tú quisieras ser editor? ¿Influyó para que pusieras la vista sobre Latinoamérica y los exiliados españoles?
Sí. Creo que sí. Siempre digo que mi primer viaje imaginario a América Latina, en concreto a Centroamérica, fue un descubrimiento por vía de mi madre. Juan Ramón, primero; mi madre, aparte, me leía también cosas de las traducciones de Juan Ramón, de Rabindranath Tagore, El cartero del rey. Mi primer libro fue Platero y yo, teníamos también en casa sus poesías, los sonetos espirituales, etc. Pero el descubrimiento de Darío fue para mí el descubrimiento de América. Además, me acuerdo, era muy jovencito, no tenía ni siquiera noción… sabía que existía América, pero no tenía noción de las repúblicas latinoamericanas todavía, y recuerdo que le pregunté a mi padre: «¿Y Nicaragua dónde está?». Saber que Rubén, que me había impresionado tanto, había nacido en Nicaragua… mi padre siempre me remitía a la enciclopedia Espasa Calpe, que tenía unos mapas que se extendían, y yo veo, ahora retrospectivamente, el niño que era recorriendo Centroamérica, buscando ese pequeño lugar. Ese recorrido con el dedo que yo estuve haciendo en busca de Nicaragua fue mi primer viaje imaginario a América. Y creo que sí que marcó carácter en mí. Ese fue mi primer contacto con América, y desde luego creo que comenzó una larga pasión y relación que ha durado todo este tiempo.
¿Cómo ves la enseñanza en nuestro país, y la enseñanza de la lengua y la literatura en concreto?
Muy mal. La evidencia la tenemos en que en este país, por desgracia, no hay un continuum cultural en lo que a lectura respecta. Tuve la suerte de tener buenos profesores de literatura y de lengua, pero por regla general veo que ahí hay una deficiencia grande. No pongo en duda que haya muy buenos profesores. Lo que sí pongo en duda es el sistema. Para mí la educación es seducción o no es nada. Siempre he identificado, y lo he dicho en reiteradas ocasiones, siempre identifico al maestro con el seductor. Lo que pasa es que plantear esto en términos institucionales supone una cosa que hace zozobrar a la propia institución, porque si hay algo que repele más a la institución es que los que enseñan seduzcan. Pero yo creo, y eso no lo dice Manolo Borrás, viene de la Grecia antigua: el educador tiene que ser necesariamente un seductor. Aquel que crea en el otro un estado de perplejidad que le permite trasladarle un conocimiento. Y que esa curiosidad surta efecto.
En tu larga trayectoria habrás pasado por unas cuantas crisis editoriales. ¿Ha habido alguna peor que la actual? ¿A qué crees que es debido?
Yo desde luego no tengo conciencia de que hayamos pasado por ninguna peor. Y creo que la actual es debida al desajuste general, a esta especie de mentira global y desafueros, una cadena constante de desafueros a la que se nos ha abocado. También te diría una cosa: ya no solo voy a demonizar al mundo financiero y al mundo de los políticos. No, no. Yo creo que todos tenemos una parte de responsabilidad. Y hasta que la sociedad no reconozca la parte alícuota de responsabilidad que le corresponde en cualquier crisis, no acabaremos de salir de ella. Y yo creo que sí, que una crisis tan grave como la que hemos vivido, de la que estamos saliendo a trancas y barrancas, desde luego yo, en mis cuarenta años de ejercicio profesional, no la he conocido.
En tus propias palabras: «No sobran editoriales, lo que sobran son malos editores». ¿Por qué? ¿Hay muchos malos editores en España?
Solo hay que asomarse a una librería y ver lo que se está ofreciendo. Y entonces, francamente, me pregunto cómo es posible que se editen algunas cosas. Recuerdo que fui invitado por José Manuel Lara hijo, que en paz descanse, a participar en un jurado que era el Premio José Manuel Lara, dedicado a su padre, que quería ser un poco como el Goncourt: premiar a un libro editado. Tuve que leer muchísimos libros que evidentemente no había leído, porque los habían editado otros… el editor, si lee, tiene que circunscribir su lectura a aquello que le llega. No tiene tiempo para leer otras cosas, salvo esos libros de los amigos que publican otros editores y que tú, por una cuestión de amistad, lees. También te diría que cuando me tuve que someter a la lectura de muchos libros, libros además que habían sido ovacionados por la crítica, de una manera ditirámbica, me dije: una de dos, o la crítica está totalmente equivocada, o yo estoy totalmente equivocado con lo que es la literatura. No solo había libros que estaban mal editados, sino que desde el punto de vista literario no pasaban ni siquiera la prueba del nueve.
¿Hay mucho intruso en la cultura?
Muchísimo.
¿Y mucho amiguismo? ¿En qué perjudican ambas cosas?
Hay mucho intrusismo y hay mucho amiguismo. Intrusismo en el sentido de que hay gente que tiene la sensibilidad de un pedazo de tocino que está hoy opinando sobre cultura, y ya no es solo que esté opinando sobre cultura, sino que está interviniendo en ella. Tanto desde la esfera política como desde la esfera exclusiva y propia de los libros. A mí me sonroja ver a veces el grado de ignorancia de esos que se llaman agentes culturales. Y por supuesto que hay amiguismo. Si es que solo hay que ver las páginas de cultura de los periódicos nacionales. A ver quién tiene el cuajo de no ver amiguismo en esas páginas de cultura. A ver quién tiene el cuajo de considerar que esa unanimidad de criterio de todas las páginas de cultura es creíble. Por ejemplo, te voy a poner un ejemplo que creo que dilucida lo que está ocurriendo. ¿Desde cuándo un editor tiene que ir mendigándole a un crítico literario que haga una reseña de un libro suyo? Cuando tendría que ser el crítico literario el que se lo hubiera currado; más que crítico literario voy a hablar de periodista literario, que hay un montón. Tendrían que ser ellos los que nos dijeran a nosotros: «Oye, voy a hacer la reseña de tal libro porque me interesa», o simplemente para criticártelo. Fijando jerarquía. Pero ¿dónde se ha visto eso? Si es que se han invertido los términos. El editor que más llora, el editor que más se queja, es el que acaba teniendo más protagonismo.
¿Qué te parece la prensa cultural en nuestro país? ¿Compras alguna revista en papel? ¿Y periódicos?
No compro ninguna revista en papel porque las revistas en papel que me interesan las recibo en casa, porque estoy suscrito a ellas. No me hace falta salir a comprarlas. Vamos, de las que conozco. Seguramente habrá alguna otra revista que se publica en otras ciudades, pues nos olvidamos siempre de que también en provincias se hacen cosas muy interesantes, y a mí no me lleguen noticias de ella. Las leo. Y periódicos… yo leo como profesional no solo los periódicos nacionales, sino también los periódicos internacionales. Además soy un editor que se mueve más por la intuición que por la información.
Hace poco Pérez Reverte y amigos de la talla de Juan Marsé han puesto en marcha el portal web Zenda. ¿A qué crees que se debe esta implicación de los escritores con la comunicación?
No me extraña nada que en paralelo se desarrollen todos estos proyectos, porque a algún sitio tendremos que irnos a alimentar. Yo sé por ejemplo que hay foros y páginas que se leen mucho más. El crítico para mí es aquel señor que fija jerarquías, aun a riesgo de poner su yo en crisis. Lo que le recriminaría a mucha de la crítica de hoy es la falta de generosidad con los más jóvenes; segundo, la falta de riesgo… la unanimidad a la que hacía referencia, ¿quién se va a creer esa unanimidad? Habrá alguien que discrepe, incluso de las cosas que yo publico; y, sobre todo, la falta de generosidad. La cultura se hace con generosidad. A mí me llama soberanamente la atención cuando tú publicas a un autor novel o un autor joven, la falta de apoyo que se recibe a ese respecto. Porque los críticos suelen ser unos cobardes, y son unos cobardes porque no tienen ni idea de lo que es la literatura. Y además «hablan de una cosa que entienden pero que no comprenden». Y eso, algo con lo que yo estoy totalmente de acuerdo, lo dijo Ramón Gaya antes que yo.
El País acaba de revitalizar Librotea con la pretensión de convertirse en el Goodreads hispano. ¿Qué te parece la figura de los prescriptores?
Hombre, para mí todos los recursos de los que provean a los lectores para tener una guía me parecen bienvenidos. Ahora, yo les diría a los de El País o de cualquier otro periódico que, por favor, traten de ser lo más neutrales posibles. Y que traten también de no estar mirándose siempre su propio ombligo. Creo que, aparte de hacer una labor honesta, lo que hay que hacer también es manifestarla. Es decir, exteriorizarla.
¿Tiene que ver algo la edición que se hacía en 1976 con la que se hace ahora?
Te diría que editar bien siempre se ha editado, y no todos los que se han dicho editores han editado bien, pero la edición ha evolucionado. En edición nadie inventa nada; nosotros, por ejemplo, por ponerte un caso desde la perspectiva formal, hemos sido una editorial que hemos apostado siempre por libros más bien tipográficos, hemos apostado por la tipografía, y, al fin y al cabo, hemos seguido una tradición muy vieja que comienza con los grandes tipógrafos italianos y que concluye ahora. Es verdad que, por ejemplo, cuando nosotros empezamos a publicar, recuerdo que nuestras distribuidoras, es decir, los comerciales, nos decían que éramos demasiado austeros. Que teníamos que publicar con mayor colorín, con iconos en portada, más vistoso… Un poco lo que estaba haciendo con mucho acierto Alianza con las cubiertas de Daniel Gil, etc. Pero es que nosotros no éramos Alianza editorial. No nos adscribíamos a ese gusto estético, estábamos en otra cosa. Hoy hablar de edición tipográfica está a la orden del día y no extraña. A nosotros, por ejemplo, la colección de poesía, que es una colección muy despojada, muy tipográfica, se negaban incluso a distribuírnosla, porque consideraban que no era suficientemente atractiva. ¿Ese es un criterio aceptable? Por supuesto que no. Nosotros nos rebelamos contra ese criterio y al final impusimos nuestra ley, pero hasta ese punto tuvimos que enfrentarnos a la incomprensión de los propios comerciales. Aún hoy, te dicen: «No, es que tendríais que salir de ese diseño». Y te dicen: «Es que los jóvenes piden otro tipo de cosas». Y resulta que Pre-Textos tiene muchos lectores jóvenes, y yo cuando les pregunto a los lectores amigos de mi entorno si les gusta la presencia física de los libros de Pre-Textos, indefectiblemente, todos, sin una sola disidencia, dicen que a ellos lo que les gusta es eso. ¿De dónde se sacan esas leyes? Es un poco lo que yo siempre digo: que vivimos una época perversa en que la sociología precede a la verdad. Déjense ustedes de decidir por nosotros qué es lo que quiere el público. Que sea el público el que diga lo que quiere, pero déjenles que se manifiesten ellos.
Distingues entre editor-autor, y editor-editor. ¿Puedes explicarnos por qué te parece tan importante esta distinción?
La historia de la edición está llena de grandes editores-autores. Tenemos el caso por ejemplo de Pavese. Y es indiscutible el mérito o la labor que hizo Ferrater simplemente como prescriptor y como informador de muchas editoriales, ahí están los informes literarios de Ferrater para darse cuenta de la importancia. Es fundamental. Ahora, yo creo que el autor necesariamente tiene que circunscribir su campo de actuación, su mirada sobre el mundo, porque es autor, porque es creador. El editor-editor, como es mi caso, que no entro en competencia en absoluto con la gente de mi catálogo, y que además es un lector esencialmente, creo que tiene una mirada en cierto modo más libre de la realidad. Tiene una mirada menos prejuiciada de la realidad. Yo tengo unas preferencias estéticas y tienen su peso específico en el trabajo que hago, sin duda, pero yo trato de dejarlas siempre de lado. A nuestros propios lectores profesionales siempre les digo: vosotros entrad en la lectura de todo lo que se os confía, sin pedir nada a cambio previamente. Vosotros entrad en la lectura a ver de qué os provee. Y entonces empezad a opinar sobre eso, pero no andéis con unas antiparras estéticas puestas.
Eres un editor que presume de no publicar un mal libro aunque venga de un amigo. ¿Eso te ha costado alguna amistad?
Si el amigo es de verdad, al final no pasa nada salvo el disgusto inicial, que eso no lo vamos a negar, porque somos humanos. Siempre he dicho que como editor he firmado un pacto de amistad con la literatura, con la cultura escrita, y ese pacto de amistad me obliga a ser sincero.
Cuando apuestas por autores desconocidos, ¿alguna vez te ha salido bien económicamente la apuesta? Dinos algún autor reconocido que hayas descubierto.
En ocasiones sí me ha salido bien. Por ejemplo, con Juan Bonilla, que ahora ya no es tan joven. Nosotros publicamos uno de sus primeros libros, El que apaga la luz. El primero lo publicó un sello que se llamaba la Carbonería de Sevilla, que era un sitio de copas, y se hizo una edición, una tirada pequeñísima de un libro misceláneo. Fue un autor que publicamos por primera vez y era un grandísimo desconocido. Y se vendió. Y por fortuna se han dado más casos.
¿Los derechos se los habéis dado a Renacimiento?
¿Los de poesía? Es que no sé qué ha publicado Renacimiento.
Publicó las poesías. Un recopilatorio con los dos primeros que publicasteis vosotros.
Sí, pero… Juan es un amigo y no hay ningún problema, porque él dispone de eso, y nosotros no vamos a negarnos. Además, en esto de la poesía… realmente no hay beneficio, más bien lo contrario. Por parte del editor, y por parte del autor yo te diría que también, el beneficio es verse publicado en una buena colección. Ahí, lo que no podemos es pedir peras al olmo. Si Juan creyó oportuno publicar eso con Abelardo Linares, pues nosotros somos los primeros en alegrarnos. A Juan lo descubrieron en Pre-Textos. Juan era un chaval que escribía en Citas, un suplemento del Diario de Jerez con unas páginas de cultura que ya querríamos ahora, que dirigía Paco Bejarano, y que hacían él y José Mateos. Eso también les dio, a esas páginas de cultura, una agilidad y un dinamismo… y, fíjate tú, se hacían en Jerez. De ahí la importancia que tiene la periferia, lo que han denominado nuestra periferia. Yo me estoy desgañitando por decirle a la gente que más allá de Madrid y Barcelona en el mundo de la edición en este país hay vida. Aparte, que Madrid y Barcelona son los dos centros tradicionales de la edición, pero hoy la cultura no pasa por el eje Madrid-Barcelona. Eso es lo que les interesa a algunos. Hoy pasa por A Coruña, por Santander, por Bilbao, por Zaragoza, por Sevilla, por Extremadura…
Apostar por autores nuevos tiene muchos riesgos. Y uno de ellos es que una vez publicados dos o tres libros, cuando ya son conocidos y tienen éxito, te los pueden quitar, o ellos puede que quieran marcharse a otra editorial.
Hombre, se lleva con deportividad. Lo que pasa es que, claro, incluso cuando hay autores que lo que están es vendiendo o están es impartiendo o enunciando su obra desde una perspectiva moral y ética, que esos propios autores acaben incluso faltando a su palabra me parece bastante doloroso. No te voy a decir que inmoral, pero a mí, a título personal, me parece doloroso y decepcionante.
En Pre-Textos nunca le habéis puesto una faja a un libro diciendo los miles de ejemplares que ha vendido. ¿No confías en el poder del marketing?
No, para nada. Y además me parece que eso es faltarle al respeto a los lectores. Siempre digo una cosa que dijo Juan Ramón: «Yo me dirijo a lectores, no al público, porque el público ¿qué es?». El público es una masa amorfa que no sabemos muy bien. Pre-Textos se ha dirigido desde el principio a lectores. Y yo no puedo considerar al lector un número. A mí me parece que eso va en descrédito nuestro. Para nosotros los lectores son sagrados, y si por supuesto vendemos de un libro cien mil ejemplares vamos a ser los primeros en celebrar el número cien mil, pero nosotros no vamos a darle gato por liebre a la gente. Decir: «de este libro se vendieron veinticinco mil ejemplares hasta la fecha…». Me parece que es una falta de respeto al lector, de verdad.
Parece que hay un boom de pequeñas y nuevas editoriales.
Sí. Yo creo que hay un boom, no solo en España, sino te diría en el ámbito de nuestra lengua, en América. Viajo mucho por Latinoamérica, y hay nuevas editoriales en México, Colombia, Argentina, Chile… y son pequeñas editoriales de resistencia, muchas de ellas; que algunas acaban por imponerse, otras muchas, como siempre ha ocurrido, se quedan por desgracia en el camino. A mí me parece muy interesante desde la perspectiva de un editor porque han venido a revalorizar el trabajo que nosotros hemos hecho también, porque son editores con un perfil literario. En contraposición a otros editores que nacen ya con la vocación de ser comprados. Están constituyendo un catálogo para vendérselo a alguien en el futuro. Me parece totalmente legítimo, pero me parece que ese es un tipo de editor que no es comparable a esos otros editores que están trabajando y están enunciando desde una singularidad.
¿Y qué opinas del boom de la autoedición? ¿Habrá un futuro Premio Nobel de Literatura que haya empezado en Amazon?
¿Por qué no? Puede ser. Pero el boom de la autoedición creo que es un recurso que tienen los autores que se sienten desdeñados o ninguneados sistemáticamente, por qué no van a recurrir a eso. A mí me parece totalmente legítimo. Después, la labor del lector será hacer la criba, porque imagínate tú la cantidad de cosas que se pulirán… no es que no pasen la prueba del nueve, ni eso. Yo recibo una media de cien mecanoescritos, más PDF, más los libros de mis colegas extranjeros, al mes… que es como si estuviera convocando un premio constantemente. Con la advertencia previa de que no admitimos manuscritos. Fíjate lo que supone solo cuantificar eso, y dinero. Nosotros somos unos editores que contestamos a todos. Unos merecen una contestación más amplia, otros más escueta, porque también es lo que os decía, fijaos la cantidad de gente que se cree que es escritora y que no lo es en absoluto.
Enrique Redel, editor de Impedimenta, nos decía que no hay tiempo para leer manuscritos. Es una gran tragedia. ¿Eso es un lujo muy escaso en estos tiempos, tener tiempo para los manuscritos?
Yo no creo que sea un lujo, creo que es una obligación moral que tiene el editor. Enrique es mi amigo y le quiero muchísimo y aparte admiro muchísimo el trabajo que está haciendo, pero creo que es una de nuestras obligaciones morales: leer. Y leer aquello que nos llega. Hoy, por ejemplo, he recibido por parte de Italia la oferta de mandarme unos libros, una autora además que conozco previamente, y le he dicho: «Por supuesto, hazlo. Y lo que no te puedo garantizar es que te vaya a publicar, pero tú hazlo, porque mi obligación es leerte». Hay una joven, colega además, que conocí en un congreso que hubo hace poco en Castellón de jóvenes y pequeñas editoriales, y me ofrecía un libro suyo. Y yo le dije: «Mira, tengo el catálogo, y en lo que a poesía respecta, a cuatro años vista la programación completa, pero tú mándamelo». Y ella me dijo: «Es que me he enterado de que una amiga ha terminado un libro y se lo vas a publicar». Y digo: «Esa amiga, que ha acabado su libro, lleva cuatro años esperando a que Pre-Textos le levante la barrera».
Hace poco has vuelto de Colombia. ¿Está el futuro del libro en español al otro lado del océano? ¿La crisis está obligando a una editorial como Pre-Textos a vender fuera lo que ya no se vende dentro?
No. Creo que el futuro pasa por las dos orillas. Y creo que la situación de la literatura en español, a la altura que estamos del siglo, es muy buena. Te lo digo con franqueza. De las lenguas que leo, la literatura en español y en inglés creo que pasa por momentos óptimos. Y eso no se circunscribe a Inglaterra ni a Estados Unidos. También en Sudáfrica hay buenos autores, en Nueva Zelanda hay buenos autores, en Australia hay buenos autores. Una tradición literaria sólida. En las dos orillas… yo creo que la importancia de nuestra literatura está en las dos orillas. A lo mejor la balanza se desequilibra, a lo mejor hay mejores prosistas allá que acá, yo no lo sé porque no he hecho ese escrutinio.
En cuanto a la otra pregunta: no. Las crisis siempre obligan a salir con tu carterita a vender las cosas. Pero en el planteamiento de tu pregunta hay una cosa que es un poco confusa. Por ejemplo, es verdad que lo que no hemos vendido aquí lo hemos querido endilgar allí, y eso no es. Yo creo que lo que tenemos que hacer es tratar de vender lo mejor que tenemos en nuestras casas, allí y aquí. Y eso es lo que nosotros hemos intentado y creo que hemos conseguido. Además, lo hemos conseguido por una razón: si tú vas a Colombia o a México o a Argentina, por ponerte tres casos, o Venezuela o Perú, a nosotros nos consideran como locales, no nos consideran como un equipo visitante. ¿Y por qué nos consideran locales?
Porque nosotros desde el principio hemos tenido la vocación y la intención, la voluntad expresa… y cuando he ido de invitado a alguno de estos países, a empaparme de lo que allí ocurría, si allí ocurría algo que a mi juicio valía la pena, lo que hacía era traérmelo. No actuar como un nuevo colonialista cultural, que va allí para venderles el producto, desembarcan allí como muchas de las editoriales industriales para vender su producto. Sí, copan a los autores locales, pero no tienen ninguna trascendencia después aquí. No tienen una correlación en Europa. Imposibilitan que en Europa los publiquemos nosotros, porque, si nos reducen el campo de intervención comercial, nosotros no podemos publicar exclusivamente para España. Porque si España está regular, por no decir mal, en lo que a índice de lectura respecta, imagínate tú si perdemos un espacio, por pequeño que sea.
Y los talleres, los cursos, las conferencias, los congresos… toda esa actividad pública del editor, ¿cómo la llevas?
Lo hago muy gustosamente. Lo que trato es de pautar, de ponderar eso, porque si dijera a todo que sí estaría todo el día en danza. Y yo soy un editor que creo que me tomo en serio. Es verdad que en los aviones se puede leer, y en los aeropuertos se puede leer, y en un autobús no me mareo y leo, pero yo necesito leer tranquilo. Si yo no leyese, cómo realizaría escrutinio. La edición la entiendo como una de las formas posibles de hacer pedagogía. Creo que por ejemplo dar una conferencia sobre un tema determinado es hacer pedagogía. Dar una clase magistral en un curso de edición creo que es hacer pedagogía. Y además me siento a gusto y creo que tengo ascendente sobre la gente cuando les hablo de aquello que hago. Y no porque Manolo Borrás sea más inteligente y sea más simpático, sino porque creo en lo que hago. Cuando uno tiene fe, la fe que tengo en aquello que hago, es fácil vendérselo a los otros. Vendérselo lo digo en el mejor de los sentidos. Y mis amigos en prensa, que me conocen bien y pueden dar fe de ello, me han dicho: «Tú no solo luchas por lo tuyo, sino que luchas también por los demás». Y lucho por lo de los demás egoístamente también. Si el crítico centra su mirada en algo que a mi juicio es bueno, a lo mejor no estoy equivocado, porque soy yo solo el que opina eso. Las cosas aquí no se hacen gratis, pero creo que hay que hacerlas con rigor y con cierto orden y concierto.
Uno de los últimos libros que habéis editado es una antología del poeta Francisco Brines. Editáis mucha poesía. En vuestro catálogo la poesía ocupa un lugar destacado. ¿Piensas que la poesía está viviendo un buen momento o que por el contrario la poesía siempre será un género minoritario?
Creo que la poesía está viviendo un momento excelente. Y te diría que de minoritario nada. Eso ha sido otra de esas etiquetas que nos han colocado esos que siempre digo. Vivimos un momento perverso en que la sociología precede a la verdad, y no es así. Lo que pasa es que es verdad que cuando tú apuestas por valores no consensuados, estás apostando por la gente más joven, es verdad que uno pierde dinero. Pero esa es responsabilidad de cada uno. El propio Paco Brines. Paco Brines es, en justicia, uno de nuestros grandes poetas vivos, tiene un público lector bastante amplio. Observad solo el caso de un Luis García Montero: ha hecho que la poesía llegara a muchísimos sitios en que la poesía no había llegado antes. Ahora, no mido las calidades poéticas por el índice de lectores. Ha habido poetas que sin tener lectores no han dejado de ser grandes poetas. Por ejemplo, Tomás Segovia. He estado publicando no sé cuántos libros suyos, y estuve publicando uno tras otro, y no vendía ni cien ejemplares de sus libros. Hoy Tomás Segovia se ha convertido en un referente ineludible de la poesía escrita en español.
Pre-Textos tiene un gran número de escritores portugueses en su catálogo. ¿Alguna otra literatura nacional que habría que reivindicar?
Seguramente, muchas. Yo, por ejemplo, húngaro no leo. A los húngaros los tengo que leer por ediciones interpuestas, inglesas o alemanas o italianas, que los italianos también son bastante activos en la edición de los europeos. A lo mejor habría que reivindicar Hungría. No lo sé. Eso de verlo regionalmente… He insistido mucho sobre Portugal, sobre el portugués, porque me refiero a Portugal y a la otra orilla. Aunque tengo una deuda con la otra orilla porque hasta la fecha llevo publicados pocos brasileños, más portugueses que brasileños. Portugal fue un empeño nuestro muy desde el principio porque España siempre ha mirado con desprecio a su vecino pobre. Lo sigue ignorando y te voy a decir por qué. Tengo la evidencia. Publiqué a, para mi juicio, uno de los mejores poetas que ha dado este continente en la segunda mitad del siglo XX, que fue Eugénio de Andrade, un poeta ahora ya de referencia, un libro que se llamaba El otro nombre de la tierra, del que publiqué quinientos ejemplares, y tardé veinte años en vender esos quinientos ejemplares. En todo el ámbito de nuestra lengua, ojo, que somos casi quinientos millones de hispanoparlantes. Es verdad que se murió Eugénio, hicimos su antología, que hizo Ángel Campos, acababa de salir unos días antes del fallecimiento de Andrade, y la vendimos y reeditamos. ¿Por qué? Porque es evidente que en nuestra sociedad lamentablemente la muerte tiene un gran poder sancionador, que eso lo he visto yo en muchos autores muy queridos y muy cercanos a la editorial, por los que he estado rompiendo una lanza que me hubiera encantado que se les hubiera reconocido en vida, y después siempre se les ha reconocido a toro pasado. Lo de Portugal… creo que era una razón de amor por un lado, como me ocurrió con América, y después también una deuda. Portugal son nuestros hermanos que están ahí al lado, y tienen una literatura que está muy bien, señores.
¿Y qué conexión tenemos con la literatura italiana?
Los españoles desprecian e ignoran mucho de la gran tradición de la literatura italiana. Hace años, en Bolonia, di una conferencia en tándem con Franco Loi, el grandísimo poeta milanés que ha traducido a muchísimos autores españoles, y él hablaba de la recepción que había tenido España en la cultura italiana, y yo tenía que hablar de la recepción que había tenido la cultura italiana en España. Y dije la verdad: no hay una correlación. Italia ha dado unos hispanistas, y sigue dándolos, porque acabo de comprobarlo ahora en Nápoles y Roma, de un talla enorme; y en cambio, los italianistas españoles han sido pocos. Muy pocos. Y tenéis el caso de un autor como Pavese. Es un mito de la literatura… a nosotros nos cuesta Dios y ayuda vender mil quinientos ejemplares de sus libros, ¿eh? Y es Pavese. Salvo La luna y las hogueras, el resto de los libros de Pavese apenas ha tenido fortuna. ¿Qué es lo que ocurre? Un amigo y autor de la casa, en una conferencia dijo que qué pena que a Pavese no se le estuviera publicando en España. Hasta tu propio autor no tenía conocimiento de que tú estabas reeditando a Pavese. Pero eso qué te demuestra. Fíjate la prensa la labor que está haciendo. Tú estás publicando a Pavese en buenas traducciones, y no se enteran. Y después se enteran de cosas que, francamente, a mí me llenan de vergüenza. Te lo digo con franqueza. ¿Cómo es posible que te estén diciendo que estos son una autora o autor valiosos si tú sabes que va a durar un cuarto de hora? El cuarto de hora que su editorial italiana o alemana o francesa quiera darle de vida. Una vez me preguntaron a qué autor echaba de menos, y a mí hay un autor italiano que me encanta que se llama Mario Rigoni Stern, y del que no vendíamos un clavo. Publicamos dos primeros títulos, después Estaciones, su último libro, una belleza, un libro breve en el que él habla de su vida, a través de las cuatro estaciones del año. Además fue el típico escritor de frontera, un hombre que vivía in confini, en la zona del Carso. Las fronteras parece que son inalterables, y son algo que está continuamente moviéndose, él vivió la traumática experiencia de la guerra, tiene un libro que nosotros publicamos, El sargento en la nieve, que habla de la campaña que él tuvo que hacer obligado por supuesto con las tropas mussolinianas en Rusia… Este es uno de los escritores, a mi juicio, con un sentido mayor de la ecología que hay.
Hay una cosa muy importante si queremos salvarnos: la reivindicación del fondo. Abelardo mismo, Renacimiento tiene un fondo extraordinario. Pre-Textos tiene su fondo, Del Viento tiene el suyo, Cuatro Ediciones tiene el suyo. Somos pocos y cada vez menos. De los resistentes ya somos cada vez menos, y ahora Anagrama o Tusquets ya son otra cosa. Y Acantilado, porque muere Jaume. Aunque en Acantilado, Sandra Ollo está manteniendo muy bien el tipo. Creo que eso hay que reconocérselo.
A ti te dieron el Premio Líber en 2015. ¿Es importante el reconocimiento de tus propios compañeros de oficio?
Sí, claro. Y no solo es importante. Para mí fue una satisfacción y sobre todo que tus compañeros de oficio sean los que reconozcan tu labor… para mí es la mejor sanción a nuestro trabajo que puedo recibir. Además te digo una cosa: ahí sí que no se hacen distingos. Ahí no son solo editores literarios. Son editores industriales que yo, ojo, cuando establezco la divisoria, no lo hago de una manera maniquea. No creo que los editores industriales sean el ogro y sean una monstruosidad. Cada uno cumplimos con nuestro papel, y son papeles que se complementan. Los editores industriales merecen todo mi respeto. Hay muchas veces que se me quiere enfrentar a ellos, y ni hablar.
Con respecto a los grandes premios literarios. Parece que están completamente desmontados. ¿Crees que es necesario un premio a obras editadas?
Es lo que se intentó hacer con el Premio José Manuel Lara. Fue la iniciativa de su hijo, de José Manuel Lara Bosch. A mí me pareció una buena iniciativa. Después muy contestada, yo te diría que, en el fondo, nos la cargamos más bien los editores que estábamos en el jurado. Esa es mi opinión. Esa es mi opinión. No sé si esto es apropiado decirlo, pero creo que había como una… A nosotros nos trataban todos fenomenal; nadie se pudo quejar del trato que nos dieron en Planeta. Pero veía como cierto recelo entre mis colegas, qué quieres que te diga. No todos, por supuesto que no, pero yo veía… los movimientos orquestales en la oscuridad siempre existen. Aunque debo decirte una cosa: en honor a la casa matriz, jamás tuve la más mínima presión. Ni creo que la tuvieran ninguno de los que compusimos ese jurado.
Habéis editado el epistolario de un pintor como Ramón Gaya, que hasta hace poco era casi un desconocido. ¿Qué os llevó a publicarlo?
Gaya es un antiguo amigo de esta casa. Es un antiguo autor de esta casa. Es verdad que difundir la obra de Ramón no ha sido una tarea fácil, porque hemos encontrado muchísimas resistencias, de hecho las estamos encontrando… Ramón fue una persona incómoda para el establishment, para determinados poderes, sobre todo porque puso el dedo en la llaga. Ahora sí, ahora viene un francés y entonces dice lo mismo que dijo Ramón Gaya hace cincuenta o sesenta años, y todos lo celebran como la maravilla, cuando se está hablando del arte contemporáneo. Pero eso tiene que venir de Francia o de Estados Unidos, y le ríen las gracias y las genialidades a cualquiera. Una persona como Ramón Gaya, que lo hemos tenido aquí al lado, que ha estado diciendo también las verdades de la trampa y de la mentira del mercado del arte, etc., de cómo las cosas suben y bajan en ese mercado según los intereses incluso de un banco, o los intereses de un país. Por ejemplo, el otro día, sin ir más lejos, leíamos que la CIA había intercedido a la hora de que se diera el Nobel a Pasternak. A mí me da igual, el Nobel se le dio a un gran escritor como fue Pasternak, fue un Nobel bien dado. Hoy a Pasternak lo recordamos y nos hemos olvidado del 80% de los premios Nobel. La obra de Ramón Gaya me llevó a publicarlo. Cuando conocí a Ramón Gaya, leí su primera entrevista, a mí me provocó una gran conmoción. Es decir, una persona que podía enunciar las cosas como él las enunciaba, con la libertad con que las denunciaba, con la falta de presión con la que él hablaba de determinadas cosas, en las que todos, más o menos, creíamos, pero nadie había dado el paso adelante. Para mí fue una revelación. Ha habido un Manuel Borrás antes de conocer a Ramón Gaya y otro después. Ahora mismo me preguntaba una periodista cuánto tiene aún por enseñarnos la obra de Ramón Gaya. Su obra está ahí y creo que puede serle muy útil a aquel que quiera internarse en ella. Siempre, claro está, que se haya liberado antes de muchos de los prejuicios con que nos la encontramos en el siglo XX. A él hay que acudir libremente, sin prejuicios. Ramón no era antinada. Actuaba siempre a favor de las cosas. Por eso yo lo tuve como amigo. Lo que ocurría es que cuando había que ser muy duro con alguna situación, y había que descubrir y poner las cartas sobre la mesa, él era el primero que se la jugaba. Y no tenía el menor empacho de decir que a él uno de los grandes mitos del siglo XX le parecía una mamarrachada, por ponerte un caso.
¿Y cómo fue que saliste en el documental sobre Ramón Gaya?
Me lo propusieron, porque ese documental lo estaba haciendo un amigo, un joven amigo, cuyo padre fue un gran amigo de Ramón, e incluso el joven amigo pudo disfrutar todavía de Ramón, y entonces a mí me eligió como uno de los amigos más cercanos a Ramón. En ese documental intervino mucha gente y y yo me sentí muy honrado de participar en él, por supuesto.
También habéis publicado la biografía de Wislawa Szymborska. ¿Qué aporta este texto a su obra?
Yo creo que mucho. Porque la Szymborska era una mujer de una idiosincrasia muy particular. Y entre otras cosas, era muy celosa de su intimidad. Este es un libro que es producto de dos personas, dos periodistas admiradoras de su obra, que tras muchas conversaciones, tras muchísimos testimonios recibidos, escriben este libro como homenaje a la escritora, en el que revelan, y yo creo que con acierto y con un respeto enorme hacia el celo que ella tenía de su intimidad, una parte importante de la intimidad de la poeta. Pienso que ese lado humano de todo poeta es más importante de lo que creemos. Porque es parte constitutiva de la excelencia de su obra. Es un relato que te mantiene interesado desde el principio hasta el final, porque la vida de la Szymborska, siendo una vida muy doméstica y muy local, es una vida fascinante desde muchos sentidos. Fascinante desde una perspectiva suya amorosa, fascinante desde su condición de poeta, fascinante por ser una mujer que está viviendo en un país estalinista. Cómo tiene que enfrentarse a eso. De una juventud condicionada también por su militancia comunista y su posterior desengaño ideológico con ese sistema.
¿Cuál es tu poeta favorito?
Para mí hay dos poetas que son fundamentales. No, voy a decir tres. Para poner algún americano. Hemos hablado ya de Rubén Darío, pero, por ejemplo, para mí hay dos poetas en el siglo XX… Te iba a decir Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. Para mí son dos poetas indiscutibles, como dos rocas inamovibles. Ahora, claro, digo esos dos, y… ¿Unamuno? ¿Y el Cancionero de Unamuno dónde lo pondría? También le haría un sitio. Y en lo que a América respecta, para mí un poeta que es de las cumbres de la poesía en nuestra lengua es César Vallejo. Y te diría que después hay dos poetas que son menos conocidos en nuestra tradición, pero que a mí me parecen también de una gran importancia, que son López Velarde, el mexicano, y Eguren, el peruano. Y para mí esos son… ¡Hombre! Podría citar muchos: Dante me entusiasma…
Recomiéndanos alguno de tus libros.
Yo recomendaría, ya que hemos hablado antes de nuestro queridísimo Mario Rigoni Stern, cualquiera de los libros suyos que ha publicado Pre-Textos. Y desde luego, creo que nadie perderá el tiempo y saldría bastante, como dicen los italianos, colpito, bastante afectado en el mejor sentido, el libro que acabamos de publicar ahora, que son las Cartas a sus amigos de Ramón Gaya. No es un epistolario al uso. Es más que un epistolario. Es el reflejo de una soledad… y no diría de una pasión, porque aplicar el término pasión a la persona de Ramón sería como rebajarlo, pero sí de una revelación; verdaderamente, para mí, es una de las empresas intelectuales del siglo XX en español más apasionantes, y ahí sí puedo aplicarlo, que ha dado la cultura española en la última mitad del siglo pasado, que ha sido desde luego Ramón Gaya.
Fotografía: Ángel L. Fernández
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Muchas gracias por la entrevista