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Conjurando a los beats

Iain Sinclair. Foto cortesía de www.iainsinclair.org
Iain Sinclair. Foto cortesía de www.iainsinclair.org

Una pantalla olímpica monstruosa mostrando primeros planos del triunfador Boris Johnson animando a las multitudes, construyendo los ritmos, a base de frases repetidas, con el pelo meciéndose, subiendo de volumen: todo enajenación, hipnosis de masas (…) Los episodios de euforia se alternan con la rabia contenida. Agravios justificados. Una sensación no merecida de tener derecho a algo. Antes de que los bancos suizos reanuden su servicio normal. (American Smoke. Viajes al final de la luz, de Iain Sinclair)

Iain Sinclair (Cardiff, 1943) es escritor y realizador de cine. Relacionado con la vanguardia poética de su país, escribe sobre las relaciones entre la ciudad (Londres) y el individuo, cómo le afecta la transformación del espacio urbano. Sinclair es un explorador de calles, casas y subterráneos en busca de señales olvidadas, ocultas por la especulación. Un arqueólogo de los mitos que otorgan sentido al suelo que pisa y el edificio donde vive, como ya hicieron en su tiempo Thomas de Quincey y William Blake. «Psicogeografía» es la etiqueta de ese movimiento crítico que ya estaba inventado antes de convertirse en marca para tour operators. El paseo urbano como experiencia psíquica, contemplar la ciudad como una entidad al límite de la historia en la que los habitantes sufren la transformación y el desmoronamiento. Una visión opuesta en todo a la recreación artificial del turismo. La caminata del peatón en pos de los trazos y las piedras originarias, descubrir la fuerza mágica de las construcciones, para denunciar el deterioro provocado por la mercantilización y los abusos inmobiliarios.

Sinclair lleva publicando desde los años setenta y es un escritor clave para entender la (contra) cultura británica, pero ninguno de sus libros había sido editado en España hasta 2015. La editorial Alpha Decay presentó entonces La ciudad de las desapariciones, colección de ensayos seleccionados de su obra por el traductor del libro, Javier Calvo. En ellos se demostraba la importancia de su pensamiento, agudo y minucioso, la lucha contra la gentrificación de su barrio, Hackney, y el empeño por recuperar la memoria urbana desde presupuestos muy alejados de los planes de urbanismo. Hace unas semanas, la editorial ha repetido con su libro de 2012, American Smoke. En este, Sinclair conduce su lámpara sobre otro mapa, tan importante para él como el de Londres.

Mientras la capital se preparaba para las olimpiadas, Sinclair y el artista Andrew Kötting comenzaban su protesta contra las obras que aprovechando el evento deportivo habían modificado zonas deprimidas de la ciudad para revenderlas como pisos de lujo, convertirlas en zonas amuralladas de seguridad o abandonarlas tras las maniobras de especulación. La performance Swandown consistía en navegar desde la playa de Hastings hasta Hackney por los canales de Londres a bordo de… una barca a pedales con la forma de un enorme cisne. La pareja emprendía esta deriva quijotesca, pero Sinclair se bajaría antes de llegar a la meta para tomar un avión dirección Boston, con el fin de recuperar el material perdido de un documental de los años noventa sobre los escritores de la generación beat que se había esfumado, junto con un ¿imaginario? director de sonido de la BBC que después aparecerá de forma milagrosa.

Comenzaba la ruta de American Smoke.

Cuando el autor era estudiante del Trinity College de Dublín, planificó con otros compañeros una revista de literatura que no pasaría de unos ejemplares de prueba. Para el primer número no dudó en escribir a algunos de sus ídolos para anunciarse y recabar colaboraciones. Solo contestó William Burroughs, quien envió un texto desde Tánger. Era 1962, y eso fue como si hubiese recibido una carta del mismísimo autor de la Odisea. Dentro de la literatura anglosajona (junto a Beckett, Pound, T. S. Eliot…), los autores de la generación beat eran y siguen siendo una referencia absoluta para Iain Sinclair. Los principios vitales de aquel grupo han sido recogidos en la obra y pensamiento del británico. Especialmente una idea central en ellos: el viaje como aventura, un periplo personal en el sentido homérico que marca el personaje y no el mapa. Los viajes de los beats a través de Estados Unidos en coches destartalados, a dedo o a pie camino del desierto de México, en la frontera con Canadá, la decisión de embarcar como grumetes en cargueros de petróleo o buques pesqueros por el mar de China y las costas de Sudamérica… Siempre buscando un lugar, un sentido a una obra que se escurría por las cloacas de los bares y los callejones más oscuros. El viaje del poeta ciego que engaña a los dioses jugándose su destino.

Tras décadas de lecturas y devoción, ahora Sinclair iba a andar-desandar el camino de América tras esas huellas. Su libro es un registro de recuerdos, una búsqueda de los rastros que dejaron los poetas, tanto geográficos como culturales, desenterrando los misterios de cada casa, carretera y paisaje que estos habitaron y soñaron. Y con suerte, de las reliquias, especialmente en forma de ediciones (si es que a estas alturas quedaba algo que no hubiera sido revendido a precios exorbitantes). La empresa de Sinclair tiene espíritu de epopeya absurda, porque emprende una vuelta al hogar en el que nunca ha vivido, pero que conoce casi mejor que el de nacimiento, sin olvidar la mirada del excavador cultural. Cada etapa del viaje le llevará a tejer una red invisible de ecos en el tiempo, no solo de los protagonistas de su investigación, sino también de los fantasmas de otros personajes que han viajado por esas carreteras y están conectados de alguna forma con las vidas y los espacios de ese camino. El mapa de América que traza Iain Sinclair mientras busca a los escritores de la generación beat se puntea con un impresionante vendaval de historias que se intercalan y superponen como estratos (gente del mundo del cine, el libro, la prensa, la televisión, el rock, las comunidades académicas, los hechos históricos y la geología), que completan un cuadro del continente sobre el que ha montado su peculiar mitología y metodología, más pendiente de las coincidencias y el azar que del rigor científico. La deriva del relato no es lineal ni se circunscribe a los límites de 2011. El autor salta de las anécdotas del viaje a las de la América de los años cincuenta y las mezcla con hechos de su infancia en Gales, buscando en sus días de niño alguna casualidad con el poeta Dylan Thomas, que vivió y pateó Estados Unidos, uniendo los recuerdos del rodaje de una película en la isla de Vulcano con los suyos propios, cuando dirigió un documental sobre Allen Ginsberg en Londres y los salpica con imágenes de las olimpiadas de 2012, añadiendo precisos detalles y observaciones, un mapa humano de objetos y tiempo. Pero su devoción mitómana no pierde el equilibrio en el caos. Sinclair mantiene el sentido crítico a la hora de evaluar el paso del tiempo, no sólo en la vida cultural norteamericana, sino en la suya propia.

American Smoke comienza en Massachusetts. No es una elección al azar. Fue la tierra de Charles Olson (1919-1970), el poeta más importante de las letras norteamericanas durante el siglo XX, la figura que concentra la energía de la tradición (su reinterpretación de Melville) y la vanguardia (el movimiento Black Mountain, los breves pero fulgurantes años al frente de la institución que albergó a un colosal grupo de artistas). Su imponente presencia física y su voz se extiende a lo largo del libro. Sinclair lo reverencia a través de sus versos y su forma de recitar, los viajes alucinados al sur, los duelos dialécticos con los poetas jóvenes que iban a retarlo, entre ellos un Jack Kerouac muy deteriorado por el alcohol. Olson, como los beats, fue un poeta-geógrafo que escarbó en su realidad más cercana para reconstruir la historia en palabras y poemas (como también haría William Carlos Williams). El poeta de Llamadme Ismael comparte con Sinclair la idea de la ciudad como utopía, su Gloucester natal como movimiento colectivo y exploración personal, siempre en marcha.

Esa idea de la literatura como un constante cambio, las sílabas como pasos del camino, es lo que hace Sinclair en American Smoke, mientras salta de un lado a otro del país para recordar sus encuentros con Allen Ginsberg (el brillante y bondadoso iluminado), Gregory Corso (continuo superviviente en el subterráneo) y William Burroughs (siempre vigilante, siempre escritor), y el que tiene lugar durante la redacción del libro con Gary Snyder, todavía fiero poeta frente a su dominio literario y ecológico, el presente más sincero del libro. Sinclair rememora los últimos días de Olson («Dogtown», uno de los mejores capítulos) y Kerouac (que también nació en Massachusetts), a través de testigos familiares, libros y cementerios, así como los de Ed Dorn en California. Establece las diferencias, que también son las del peso de la historia, entre los autores de la costa este y los de la bahía de San Francisco, pero no se olvida de México ni de Canadá, porque al camino de señales de humo añade su obsesión por Malcolm Lowry, otro caminante desesperado que reescribió y casi destruyó Bajo el volcán en Dollartown, en la Columbia Británica (con la aparición estelar de William Gibson de cicerone en Vancouver). Otra presencia fantasmal se incorpora a la aventura, la del chileno Roberto Bolaño, a quien Sinclair llega por su libro de escritores ficticios, La literatura nazi en América (1996, Seix Barral). Desde el avión, contemplando el desierto de Atacama, y con la figura del exiliado americano en Barcelona, símbolo de autores nómadas, perseguidos o vagabundos, Sinclair compone el mapa final de su periplo que termina no en Chile o en otro punto del continente americano, sino de nuevo en Londres, en un enclave mágico de antes de la fundación de América. Como curiosidad, los fans del autor pudieron adquirir un capítulo aparte que no se incluyó en la edición original, al estar centrado exclusivamente en un cruento periplo sobre la ciudad y el escritor W. G. Sebald, otro gran caminante de Londres.

Los beats habían caminado sobre las carreteras americanas, pero además tuvieron sueños en los que cruzaban ciudades de Europa que no conocían, incluso recorrían continentes enteros. Sinclair se lanzó a la caminata de la M25 de Londres como un sonámbulo, reconociéndose en esas pesadillas y extrayendo de la historia a viajeros disparatados que intentaron caminarse todo el planeta a pie, o casos más siniestros, como el de Albert Speer, quien sin moverse del patio de la cárcel de Spandau hizo un periplo mundial contando pisadas para disfrazar sus pasado en unos diarios kilométricos.

American Smoke no es un libro para descubrir a la generación beat, ni para satisfacer los mitos creados en torno a estos fabulosos personajes. No es un estudio exhaustivo y ni siquiera aparecen todos y todas. Es un exigente recuento de las lecturas, las ideas y las rutas que han obsesionado una vida entera y una obra fascinante, influyente como pocas, además de una invitación a la puesta en práctica de la metodología de Sinclair, que no es otra que la de escribir de la forma más antigua y más avanzada: como un acto mágico de resistencia política. Siempre en camino.

Iain Sinclair con William Burroughs. Foto cortesía de www.iainsinclair.org
Iain Sinclair con William Burroughs. Foto cortesía de www.iainsinclair.org

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