Lo importante para mí es que sé quién soy. (Cary Grant).
Cary Grant se pasó la vida interpretando a Cary Grant. Durante más de treinta años construyó en pantalla un personaje que se convirtió en icono clásico de la elegancia sin artificio, la seducción involuntaria y un toque de ligera ironía. Tras la muerte del intérprete, la actriz Polly Bergen resumió muy bien el secreto a voces de la magnitud estelar de Grant: «Hemos perdido al hombre que enseñó a Hollywood y al mundo el verdadero significado de la palabra «clase». Era la única estrella a la que incluso el resto de las estrellas admiraba». Así es: paradigma de clase, enamorador de damas y cámaras, y gentleman admirado por los demás astros hollywodienses. Cierto también que el actor acuñó la mítica sentencia existencialista: «Todo el mundo quiere ser Cary Grant. Incluso yo quisiera ser Cary Grant».
Cary Grant nació como Archibald Alexander Leach. En Bristol. No tuvo una infancia fácil y la pobreza lo empujó al mundo de la farándula. Teatro de vodevil y acrobacias. Espectáculos sin plaza fija con una troupe bohemia y nómada. En los años veinte del siglo pasado, la compañía de teatreros viaja a Estados Unidos y representa en Broadway. El joven Leach destaca: es atractivo, ocurrente y un tanto bufón sobre las tablas. Tiene gancho y magnetismo. Diez años después firma contrato en Hollywood con el nombre de Cary Grant. A partir de ese momento y sin pausa, Grant será uno de los actores más célebres y prolíficos de su generación. Se mide con los estandartes femeninos de la época en rauda esgrima verbal: Marlene Dietrich, Mae West, Carol Lombard o Katharine Hepburn. Algunas de ellas, como Dietrich y Lombard, intentaron llevar la lucha de sexos fuera del plató y entre sábanas. Pero se toparon con una sorprendente reticencia por parte del actor. Fue de esta manera como, y tal vez propiciada por el despecho, empezó la rumorología sobre los gustos sexuales de Grant. Su supuesta homosexualidad fue una sospecha que le acompañó a lo largo de los años. Incluso él mismo reconoció que algunas de sus esposas utilizaron el rumor para atizarle. Así lo recoge la exnovia del actor Maureen Donaldson en sus memorias An Affair to Remember: My Life with Cary Grant: «Mi primera mujer me acusó de ser homosexual. Todas mis esposas, menos Betsy, me han acusado de ser homosexual. Virginia fue la primera».
Virginia es Virginia Cherrill, la vendedora de flores ciega de Luces de la ciudad de Chaplin. Grant adoraba e idolatraba a su compatriota, motivo por el cual muy probablemente se interesara por la actriz de una de sus obras maestras.
El Damón y el Pitias de Tinseltown
Cary es el alegre, el impetuoso. Randy es serio, prudente. Cary es temperamental, en el sentido de que es muy apasionado. Randy es tranquilo y callado. ¿Necesito añadir que todas las solteras deseables (y algunas de las no deseables) de Hollywood se mueren por tener una cita con esos atractivos muchachos? (Ben Maddox, Solteros más codiciados de Hollywood).
Cuando Virginia y Cary empezaron a salir siempre les acompañaba aquel colega sonriente, delgado y rubio que había hecho algunas películas en Hollywood. Randolph Scott se había introducido en el cine de la mano del productor, empresario y aviador Howard Hughes. Scott y Grant se conocieron en el rodaje de la película Hot Saturday de William A. Seiter. Según aventura el periodista Marc Eliot en Cary Grant. La biografía «la atracción física entre ambos fue inmediata e intensa». Sería por ello que Grant le pediría a Scott que se viniera a vivir con él en su casa recientemente adquirida de West Live Oak Drive, en Griffith Park, justo debajo de las gigantescas letras que componían Hollywoodland. Escribe Eliot:
A Cary le gustaba tener a Randy en casa, más cuando descubrió hasta qué punto les gustaban las mismas cosas: beber, fumar y la ropa cara. Además, compartían un sentido del humor socarrón que hacía que Scott captara y se riera a carcajadas de todos los chistes que Grant soltaba.
Y ya puestos, el escritor se entusiasma y suelta su particular «Little Boy»:
También hacían buena pareja desde el punto de vista sexual. Las necesidades y deseos físicos de Grant, como los de Scott, no eran especialmente tórridos. El sexo era casi algo accesorio, un elemento más de la camaradería íntima, como de compañeros de internado británico, que los unía.
Pese a la verosimilitud (un tanto estereotipada) del relato, la alcoba, en este caso, queda fuera del alcance de los hechos. Poco nos importa, ya que el sexo no es óbice para describir una amistad que bien merece estar a la altura de los clásicos. Tanto es así que por aquellos años los dos amigos empezaron a ser conocidos como el Damon y el Pitias de Tinseltown. Poca broma. De hecho, ni pizca de gracia le hizo a los gerifaltes de los estudios que, departamento de prensa mediante, emprendieron una campaña de relaciones públicas para presentar a los dos inseparables actores como un par de mujeriegos de farra fija en su particular «mansión de solteros». Sin embargo, no ayudó a mejorar la situación el hecho de que algunas fotografías de los dos hombres en casa y con delantal llegaran a los periódicos. Seguían los comentarios sicalípticos, las coñas hipócritas y el puritanismo torticero de la prensa rosa.
Y en el momento más oportuno apareció la actriz Virginia Cherrill, que enseguida quedó prendada de Grant. Parece ser que la atracción fue mutua y la química sexual, considerable. Pese a ello, Teresa McWilliams, que durante años fue amiga de Cherrill, explica que pronto hizo mella en la relación el gran defecto, junto a la tacañería antipática y los vertiginosos altibajos emocionales, de Grant. La celopatía:
Desde el principio eran inseparables, aunque Scott estuviera siempre en medio. Inseparables y, casi desde el principio, sin dejar de pelearse. El problema fundamental eran los increíbles celos de Grant. Virginia tenía una risa encantadora y era coqueta por naturaleza, y él estaba completamente loco por ella, pero eran esas mismas cualidades las que también le volvían loco si cualquier hombre prestaba la más mínima atención a Virginia. Y algunos de los que lo hacían eran realmente formidables.
Más allá de los celos, la pareja formada por Cherrill y Grant se afianzaba. En sociedad, casi siempre se convertía en triángulo puesto que la mayoría de las veces les acompañaba el desparejado Scott. Los estudios presionaban para que el actor aguantavelas se echara novia. En lugar de eso, no se le ocurrió otra cosa que regalarle a Grant una casa junto a la playa de Malibú, en la cual poder refugiarse los dos hombres en viril francachela y disfrutar de chapuzones solazosos al sol. La estrategia de Scott surtió efecto: la casa de la playa se convertiría en lugar de descanso de los camaradas. O, atendiendo a la hipótesis del citado Eliot, en su placentero nido de amor:
Scott se la compró a Norma Talmadge, una estrella de cine mudo cuya carrera había acabado por su incapacidad de dar el salto al sonoro. La decoró con todos los lujos imaginables: gimnasio privado, piscina interior climatizada y una cocina suntuosamente equipada. Luego le entregó las llaves a Grant para demostrarle que él podía proporcionarle toda clase de comodidades que su novia actriz no podía. Aunque Scott le regaló la casa a Grant, hizo la escritura a nombre de los dos y su única condición fue que, si uno de los dos se casaba, el otro tenía derecho a comprar la mitad de la finca.
La boda de Grant con Cherrill hizo tambalear un tanto la amistad con Scott. Pero solo unos meses. Concretamente los once que duró el matrimonio. El proceso de divorcio se produjo entre mezquindades crematísticas por parte de él y acusaciones públicas de alcoholismo, maltrato psicológico y amenazas por parte de ella. Al final Grant, tocado y medio hundido, decidió llegar a un acuerdo. Y volvió a los brazos de su fiel amigo instalándose juntos en la «mansión de solteros» de West Live Oak Drive.
Por un puñado de bonos filipinos
Pregunta a Randolph Scott: ¿Les presionaron a usted o a Cary Grant para que se casaran en los años treinta… cuando usted y Cary ya llevaba juntos un tiempo? Randolph Scott: Cuando personas conocidas como las mencionadas progresan con los años, hay presión, más si se trata de una estrella nacida en otro país. (Entrevista de Boze Hadleigh).
La carrera cinematográfica de Grant, a diferencia de la de Scott, se mantenía a un ritmo frenético. Como a muchos de sus colegas, el estrés de la producción de films en cadena combinado con las juergas nocturnas a pie de estudio le provocó la caída en un incipiente alcoholismo que además afectó a sus tendencias depresivas. Es conocido y admitido por el propio actor que durante años se sometió a psicoterapia asistida con LSD. Pura alucinación. En cualquier caso, su vida profesional iba viento en popa y encadenaba éxitos con la misma celeridad que empalmaba cigarrillos y vaciaba botellas de whisky y champagne. El dinero entraba a espuertas pero el fisco no perdonaba. Tacaño como era y, al igual que muchos ricos con infancia pobre, miedoso a la ruina económica, decidió pedir consejo a Scott, que se caracterizaba por su infalible olfato para las finanzas. Fue este quien le recomendó invertir una millonada en unos bonos filipinos que, a la postre, resultaron ser fraudulentos.
Grant fue investigado y tuvo que prestar declaración ante la justicia de Washington. La polémica no llegó a más pero significó una estocada a la relación entre los dos amigos, ya que Grant culpó a Scott del desaguisado y, de alguna forma, consideró que le había tocado su sagrada cartera. Aun así, semanas después, decidieron limar asperezas cenando juntos en el Brown Derby. Cuenta el omnisciente y simpático Eliot: «Fue una velada larga, difícil y emotiva, durante la cual se abrazaron, lloraron, rieron y acordaron que había llegado el momento de pasar página. Después fueron a la playa, cada uno en un coche, pasearon juntos y descalzos sobre la arena húmeda, recordaron los buenos tiempos y juraron que siempre serían amigos».
Lo que parece probado es que la amistad no duró para siempre. Al igual que ocurre con algunas parejas que se separan prometiéndose lealtad hasta el final de los días, los intereses materiales impusieron su lógica de navajazos. Así fue como después de broncas y disputas, Grant acabó quedándose con la casa de la playa. Y con ella el certificado de defunción de su relación con Scott. Puede que por remordimientos, por añoranza desesperada o por mezcla de ambos sentimientos, la estrella refulgente Grant presionó para que contrataran al cowboy errante de serie B Scott en la producción Mi mujer favorita, secuela de La pícara puritana de Leo McCarey. De esta manera, durante el rodaje pudieron disfrutar de los últimos días juntos de esplendor en la playa.
Después de afianzar su fuste interpretativo con clásicos como La fiera de mi niña, Luna nueva y Solo los ángeles tienen alas de Howard Hawks, Gunga Din de George Stevens o Historias de Filadelfia de George Cukor, Grant dio un giro adecuado a su carrera bajo la batuta de Alfred Hitchcock. Actor y director logaron una alianza creativa infalible en la que los personajes que interpretaba Grant no solo eran la proyección de los deseos del cineasta sino que también alumbraban la parte más oscura de la personalidad del actor. Tipos ambiguos, misteriosos, torturados, esquivos, laberínticos y que fingen o quisieran ser otro. El Johnnie Aysgarth de Sospecha, el Devlin de Encadenados, el Roger O. Thornhill de Con la muerte en los talones…
O el propio Cary Grant: el hombre que más cerca estuvo de llegar a ser Cary Grant.
A Cary Grant siempre se lo clasifica como bisexual y se caso con una mujer, Burroughs también lo hizo, y por supuesto tuvieron duraderas «amistades» masculinas. Proust también vivió en un armario de madera maciza y tuvo un duelo para tratar de desmentir lo obvio. Aunque nunca hizo la comedia de casarse con una mujer.
Para el contexto homofobico de la época de estas personas, no creo que sea pertinente hablar de bisexualidad porque es algo que nunca sabremos.
Nada mas «normal» en aquella época que tener noviazgo y casarse con una mujer, como hoy lo hacen los homosexuales de Pakistán y marruecos como «algo que hay que hacer» , lo cual no excluye el compañerismo con una mujer.
Pero la bisexualidad, solamente puede darse, en mi opinión en un contexto que este verdaderamente libre de coacciones en uno u otro sentido. Y ademas es algo que es libremente asumido y razonado por la persona que dice «soy bisexual».
Cary Grant era bisexual por necesidad, en sus años jóvenes de recién llegado a Norteaméríca, era uno de los mejores gigolós de Nueva York (para no serlo, joder, que porte tenía el gachón) a la par que mantenía una relación con Orry Kelly, uno de los mejores directores de vestuario de su época.
De todos modos, poco importa su orientación sexual (y lo hijoputa y tacaño que era), nos ha legado más fantasía de la que podemos imaginar.