El primer encuentro con los dos miembros de Un Pingüino en mi Ascensor, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, casi me cambia las prioridades de la entrevista. Porque llegó primero Mario Gil (1962), que en realidad en su día llegó segundo al grupo, y cuenta que lleva ocho días sin comer. Ocho. Y casi sin beber agua. Y que le quedan siete días más así. Pensaba que eso era imposible y por un momento me planteo dedicar las preguntas a este misterio de la ciencia. Resulta que se somete a un régimen drástico asesorado por un médico de acupuntura coreano. Me asombra que no se caiga allí mismo al suelo y temo que desfallezca durante la entrevista. Pero no, como si nada. Es más, esta particularidad le dota de un notable sosiego en la conversación. Luego llega el Pingüino propiamente dicho, José Luis Moro (1965), quien empezó en solitario con el grupo en los ochenta, un fenómeno inclasificable de un tipo con un organillo Casio y mucho morro. No se sabe cómo acabó luego con Mario Gil, que no tenía nada que ver con él y venía de grupos totémicos de la Movida como Paraíso y La Mode. Tras estar medio desaparecidos, en los últimos años disfrutan de un segundo buen momento de fama, con unos conciertos divertidísimos. José Luis llega con la noticia de que se ha muerto Manolo Tena. Mario lo conocía. Y así empieza la conversación.
Mario Gil: El primer single que hice yo en mi vida, en los estudios Eurosonic, en Madrid, el single de Paraíso con «Para ti» y «La estrella de la radio», lo produjo él. Ya habíamos tocado juntos porque ellos presentaban su disco de Cucharada, El limpiabotas que quería ser torero, y les hacíamos de teloneros. A veces tocaban también ellos antes de nosotros, éramos muy amigos. Y fue a raíz de eso que el tío se interesó por Paraíso, que le parecía muy interesante, un buen proyecto.
¿Por qué «Para ti» se convirtió en una especie de himno de la Movida?
M. G.: No lo sé. El tiempo engrandece las cosas, tengo que decirlo. Fernando acertó en los clichés de los temas, al escribir la letra, y con el tiempo se ha ido engrandeciendo todo, como los discos de La Mode, que ahora me adoran y tal, pero tampoco era para tanto.
José Luis Moro: ¡Era una canción preciosa, joder!
Las canciones de La Mode han envejecido muy bien, ¿no? Tienen una calidad de sonido muy cuidada, muy pulcra. Suenan hoy muy bien.
M. G.: Te agradezco que me lo digas porque recuerdo que entonces en una entrevista con Jesús Ordovás nos preguntó qué pretendíamos con este disco. Lo típico, porque no sabían qué preguntar, porque era música con guitarras, sintes, caja de ritmos, no nos ubicaban mucho, no éramos ni punks, ni tecno, ni pop. Era una mezcolanza. Y salté a la primera: quiero que cuando mis nietos escuchen el disco no se ruboricen. Creo que ha envejecido bien. A los veinticinco años se reeditó en CD, lo escuché del tirón y estaba bien, correcto. Grabado y mezclado en doce días, una rapidez increíble para la época.
¿Por qué dices lo de La Mode, que viene la gente a recordártelo? ¿Notas aire de culto?
M. G.: Sí, gente que busca ahora cosas, mirando para atrás. Me lo dijo Marc, de los Dorian: «Ahora os estoy descubriendo, porque dimos la espalda al pop de finales de los ochenta, porque era lo que veíamos en televisión y no nos gustaba nada, era todo pop blandengue. Miramos a Inglaterra, no queríamos saber nada de eso». Y luego de golpe descubrieron joyas, entre ellas La Mode. Me quedé sorprendido.
De los grupos de la época, La Mode tenía una personalidad muy distinta, y eso que todos se curraban mucho tener una personalidad.
M. G.: Sí, destacábamos. Tocábamos en el Rock-Ola, pero solo en fiestas, no queríamos pertenecer al grupo de toda la gente que tocaba allí, que salía en la película A tope, donde salieron todos los que llevaba el mánager Santiago Cano. Nos desligamos un poco, éramos una rara avis, pretendíamos solo hacer buena música y divertirnos.
¿Tú, José Luis, oías entonces discos de La Mode?
J. L. M.: Yo era muy fan. Cuando Paraíso empezó, en el 79, tenía catorce años y me estaba desenganchando de Los 40 Principales y empezando a encontrar cosas. Escuchaba Onda Dos, que era la emisora que en aquel momento empezaba a poner música independiente y maquetas, ahí descubrí a Paraíso, a Alaska y los Pegamoides, a los Nikis… Yo era superfan de todos aquellos grupos, es cuando empecé a gastar el dinero en discos, en singles. A Paraíso nunca les vi en directo, pero a La Mode, que son posteriores, sí, dos o tres veces. En Caminos, en la sala Morasol… Míticos.
Venís de sitios muy distintos, ¿cómo acabáis juntos?
M. G.: Cuéntanos el cuento José Luis. Nuestro flechazo [risas].
J. L. M.: Yo empecé a hacer canciones solo, en mi casa, con un teclado. Intenté montar un grupo en 1982 con la gente del colegio pero se rajaron.
La sensación que daba, desde fuera, era la de un tío con un organillo Casio y nada más.
J. L. M.: Sí, sí, era tal cual.
¿Pero tenías formación musical?
J. L. M.: Bueno, había dado clases de acordeón y un poco de piano, pero sin ningún éxito. Suspendí primero de solfeo y conseguí dejarlo y luego cuando empezaron a llegar a España los teclados estos de ritmos, con los que tocaban las señoras en Estados Unidos los villancicos, convencí a mis padres no sé cómo de que compraran uno y empezamos a aprender varios hermanos. Lo bueno del teclado es una frase que a mí me gusta mucho, de un documental de la música electrónica en el Reino Unido. Los de Maniobras Orquestales en la Oscuridad decían que para tocar punk solo hace falta tocar tres acordes y para hacer lo que hacían ellos solo hacía falta apretar un botón [risas]. Es muy fácil de tocar. Para mí los instrumentos y la música siempre han sido una vía de comunicación, yo no me considero un músico, sino una persona que comunica cosas con la música.
¿De dónde viene lo de Un Pingüino en mi Ascensor?
J.L.M.: El primer concierto de mi vida fue en el cuarto de estar de la casa de mis padres con el órgano y mis amigos, aprovechando que mis padres se habían ido, y me puse un nombre que era algo así como El Estólido Pederasta y Su Incontrolable Meteorismo, ultrapedante, y hacía una versión de un tema de un anuncio de Pingouin Esmeralda [canta]: «Hazte cosas así, con Pingouin Esmeralda-da». Y la segunda vez que hice algo me puse El Pingüino Esmeralda. Luego, la primera vez que salí en público, a finales del 85, en un concurso de maquetas de Onda Madrid, no recuerdo por qué me puse Un Pingüino en mi Ascensor. Creo que tiene que ver con mi filosofía musical, que es una extravagancia casera. No hay mucho más.
Bueno Mario, en vuestros inicios vosotros tuvisteis también un nombre de nota: Rudy Soplapollas y Los Obtusos.
M. G.: ¡Sí, sí, y Cadillac Mentolado! Y con mi hermana y mi primo hicimos uno que era Anita y los Vibradores de Plexiglás.
J. L. M.: Los nombres de la época eran buenísimos. Cuando me presenté al concurso Villa de Madrid recuerdo un momento surrealista que era cuando todos los que se presentaban tenían que ir al Ayuntamiento. Había un funcionario y trescientos tíos de grupos de lo más peculiar y el hombre pasaba lista sin inmutarse: ¡Falos Halógenos! Presente. ¡Percebes Benz! Presente [risas]. Me acuerdo de esos dos. Y yo entonces pensaba que vaya mierda de nombre tenía.
José Luis, tú has citado como claves en tu formación a tu madre y sus hermanas.
Sí, mi madre es una persona supercreativa, fotógrafa, que dejó todo por amor, pero en casa siempre hacíamos cosas. En Nochebuena una obra de teatro familiar, con guion, musicales, cosas muy complicadas, surrealistas, y eso que he ido mamando, empezar a escribir nosotros nuestras cosas… Y otra escuela muy buena fueron los boy scouts, con nueve años, y todo aquel mundo de los fuegos de campamento por las noches, que había que pensar algo para entretener a los demás, era un ejercicio creativo. Mis primeros experimentos musicales, con trece o catorce años, eran cambiar la letra de canciones conocidas. Cuando salió el bonobús en Madrid me entró una obsesión por cantarlo todo con «bonobús». Hice una versión del «Voulez vous» de Abba con «bonobús», «Tú como yo» de José Luis Perales…
En una canción tuya hablas de una fiesta en la que una tía se quiere suicidar cortándose las venas con un bonobús.
J. L. M.: Es un hecho real, de una amiga. Lo intentó con la funda, que era de plástico duro. Tuvo un desengaño amoroso y la pillamos en una esquina ahí con la funda azul esa, dándole, que era imposible [risas]. Y le hice una canción. Yo he tirado mucho de mis amigos, porque he tenido la suerte de tener amigos muy locos, con capacidad de decir tonterías. Siempre he creído que en el mundo hay gente con mucho talento y muy creativa pero que no tiene el ego de pensar que puede vivir de eso. Hay gente a tu alrededor que estás una noche con ellos y es una maravilla, no paran de decir tonterías brillantes, y luego son ingenieros de no sé qué. Yo soy un chupóptero de las cosas que dicen.
Tú tienes un punto punk, aunque no es evidente a primera vista.
M. G.: Sí, sí, sí.
J. L. M.: Bueno, es un punk filosófico, comulgo mucho con esa filosofía, que defendía que lo importante era la imaginación y la técnica, bueno, era secundaria, que ya vendría, y hay una parte de verdad en eso. La parte de verdad es que cuando aprendes a tocar muy bien te empeñas en demostrarlo, ese es el gran problema de los grupos que tocan bien, que se empeñan en que todos nos demos cuenta y se vuelven un coñazo. Lo difícil es tocar bien y no querer alardear de ello, seguir siendo algo espontáneo y fresco. Yo nunca he sabido tocar bien, así que nunca he tenido ese problema [risas].
¿Y, entonces, vuestro encuentro?
J. L. M.: Mi primer disco lo grabé yo solo en 1987, con un teclado Yamaha, una especie de Casiotone pro, y como funcionó bastante bien la compañía me propuso hacer un segundo con una producción más acabada, y me propusieron dos nombres: Ariel Rot, de Tequila, o Mario. Yo era bastante de los dos, pero es que La Mode para mí era un mito.
M. G.: Yo no te veo en 2016 con Ariel Rot haciendo esta entrevista, no te veo [risas].
J. L. M.: Y dije «pues Mario», lo que yo hacía era más electrónico.
M. G.: Fue todo una conjunción porque tres semanas antes La Mode había dejado de existir, habíamos terminado nuestras peleas, y las tareas pendientes con TVE, una banda sonora para una serie europea…
¿Qué?
M. G.: Una serie que se llamaba Tom Rock y cada capítulo sucedía en un país de la UE, en el que había un personaje común, creo que dos franceses, y en España contactaron con La Mode, con Aitana Sánchez Gijón y con los Semen Up.
Vaya mezcla.
M. G.:Hicimos la banda sonora, la trama musical de la hora y media que duraba el telefilm, y fue lo último que hicimos. Entonces me llama Servando, de Aviador Dro, del sello Dro, y me dice: «Oye, Mario, ¿te apetecería producir a un pijo?» [risas]. Así. «¿Y quién es?», digo. «El Pingüino». Y le dije: «Pero ¿quién es este tío?» [risas].
J. L. M.: Bueno, ya habías producido a otro pijo. A Los Bermudas.
M. G.: Pero eso fue posterior.
J. L. M.: Más pijos todavía, tenían mucho más dinero.
M. G.: Se hacían llamar Fraude Nacional. Les cambiaron el nombre.
¿Y entonces qué pasó, cómo fue el primer encuentro?
M. G.: Nada, nos citamos en una hamburguesería en paseo de La Habana, y fue simplemente saludarle y tal y a los cinco minutos me dije: «Este tío es la hostia». Educado, simpático, agradable, como un amigo de toda la vida…
¿Y era pijo o no?
M. G.: Era pijo, por supuesto, qué le vamos a hacer [más risas].
Es que eran los ochenta.
J. L. M.: Sí, estaban muy marcadas las tribus urbanas.
Es curioso. Antes estaba muy marcado y luego se ha ido mezclando.
J. L. M.: En Madrid sí. Dicen que por ejemplo Barcelona sigue siendo más tribal.
¿Que te clasificaran como pijo te fastidiaba o te daba igual?
J. L. M.: Bueno, yo nunca me he planteado luchar contra cosas que son un poco naturales. Es verdad que yo estudié en los jesuitas, la carrera en Icade… Por otra parte, es gracioso porque hay muchas canciones, como una que se llama «Jota jota», en la que hablo de un pijo de libro que además acaba siendo paralítico cerebral y tal, como una especie de castigo, y a los pijos les encanta, como si fuera una automortificación o yo qué sé.
M. G.: Lo de clasificar a José Luis de pijo sí lo he notado muchísimo en las radios, en la televisión no. En Los 40 Principales no podías sonar mucho porque eras demasiado punk, pero ibas a Radio 3 y no podías sonar tampoco porque eras demasiado pijo.
Sí, decís que erais demasiado pijos para los indies y demasiado indies para los pijos.
M. G.: Eso ahora mismo, pero sucedía ya.
J. L. M.: Bueno, esos prejuicios ya se han perdido un poco.
Pero ese punto gamberro que había en tus letras, y entonces había varios grupos así, eso ha ido desapareciendo un poco, ¿o lo veis ahora? Ahora los grupos se toman más en serio a sí mismos.
M. G.: Se ha ido muy rápido.
J. L. M.: No, yo lo que creo que ha desaparecido es la posibilidad de que un grupo con cierto espíritu gamberro, como fueron los Hombres G por ejemplo en un principio, pueda llegar a ser grupo de masas. Eso es lo que creo que ahora no existe. Ahora hay grupos gamberros pero son underground total, son muy transgresores. En aquel tiempo la transgresión no estaba reñida con el éxito comercial, al final hasta Los 40 Principales también entraron en ese rollo, no había tanto problema.
O sea, que hoy la transgresión no vende.
J. L. M.: No vende porque hay como demasiado miedo, no sé si por un problema de las redes sociales y que Twitter se enciende con cualquier cosa…
M. G.: Tiene que estar muy bien asimilado, muy bien diluido, para que se entienda y se acepte.
Si hoy saliera un grupo de unos chavales, en plan Siniestro Total o Los Nikis, no quiero ni pensar qué pasaría si cantaran «Ayatollah, no me toques la pirola», por ejemplo.
M. G.: Sí, sí.
J. L. M.: Mira, hay una anécdota muy buena. El año pasado me llamaron los de Los Inhumanos para hacer un disco de grandes éxitos, con sus canciones y artistas de la época, para grabar un tema suyo y otro de los otros grupos. Hice la voz de un tema suyo y ellos iban a cantar conmigo «Atrapados en el ascensor». Yo entré en la pecera a cantarla y entonces llega un momento en que Alfonso, el líder de Los Inhumanos, me dice: «Oye, perdona, no digas «en esta violación», mejor di «en este revolcón»». Le dije: «Pero si la canción es así». «Ya, pero ahora no se puede decir eso». Le pregunté si me lo estaba diciendo en serio y me dijo que esas cosas ya no se las dejaban decir. Estamos hablando de 2015.
Eso es lo curioso, que aparentemente hay todo este buen rollo de libertad y comunicación, la democracia de las redes sociales, pero luego…
J. L. M.: Yo creo que las redes sociales, aunque son muy abiertas, también son muy cerriles, enseguida saltan, hay una capacidad de protestar ante cualquier cosa…
M. G.: Hay una falta de rebeldía, de sacudir un poquitín los cimientos…
J. L. M.: No es un problema de España. El otro día vi un vídeo de John Cleese, de los Monty Python, hablando de eso, de que lo políticamente correcto, un concepto que nació para proteger a gente que no podía protegerse, se había convertido en que la gente es tonta y no puedo decir nada que sea medianamente… En la comedia hay siempre crítica y si no me dejas ese margen entonces no puedo decir nada.
Más allá de lo gamberro, antes podía haber también algo parecido a una ideología. Por ejemplo, recuerdo que cuando empezaron Aviador Dro hacían unos discursos alucinantes, con tesis sobre el sistema, podías pensar que estaban locos o no, o te gustaban o no te gustaban, pero había algo más allá de la música...
M. G.: Eran la hostia, la hostia.
Hoy no hay nada de eso, ¿no?
M. G.: Porque no hay fundamento. La rebeldía máxima de la juventud de hoy es poner una foto en Twitter o en Instagram en calzoncillos o en bragas, tío. Es lo más osado, les da lo mismo.
J. L. M.: Bueno, yo procuro ser bastante cauto a la hora de juzgar a las generaciones actuales. Yo no entiendo a los youtubers, pero mis padres tampoco podían entender la música que yo escuchaba, les parecía una mierda. Yo no entiendo nada de lo que hacen los youtubers, pero han conseguido conectar con una generación, y para ellos son los nuevos punks y les hacen mucha gracia.
¿De qué edad es la gente de vuestros conciertos? ¿Dónde está la línea de separación de generaciones?
J. L. M.: Hay una clarísima mayoría de gente a partir de treinta y cinco años. Gente que lo escuchó en su momento, y luego hay un pequeño núcleo de gente que lo ha descubierto después. Y muchos niños. Les gusta mucho. Hicimos un concierto para niños antes de Navidad y fue un exitazo.
A vosotros internet os cambió la vida, porque estabais un poco desaparecidos.
J. L. M.: Nunca dejamos de hacer conciertos. En 1990 salió el cuarto disco, que creo que es el peor que hice, ahí no estaba Mario, que estaba superliado…
M. G.: ¡Di el título, que lo sepa la gente!
J. L. M.: La sangre y la televisión. Mario no estaba, la compañía decía que quería otro productor, el disco no funcionó demasiado bien y decidimos que había que empezar a retirarse, pero seguíamos tocando. Aunque no venía nadie. Ni la familia. Una cosa tristísima. Y de repente en 2002 nos llamaron para dar un concierto en la estación de Chamartín, en el antiguo Macumba, que se llamaba Élite. Era un sitio para tres mil personas y les dijimos que estaban locos, que a nosotros no venían a vernos ni cincuenta, que allá ellos, pero que sería un fracaso. Y se llenó.
M. G.: Se llenó. No sabemos cómo.
¿De repente? ¿Salisteis al escenario y había tres mil tíos salidos de la nada?
J. L. M.: De verdad que tocábamos en sitios de cien personas y venían veinte.
¿Cómo os lo explicáis?
J. L. M.: No tengo ni idea.
M. G.: Una buena promoción, interés en que volviéramos a tocar… Ese concierto fue el detonante.
J. L. M.: A partir de ahí, que ya había internet, aunque no redes sociales, pero empezaban los foros, montamos uno y los fans se encontraban y descubrían que no eran un loco en el mundo al que le gustaba esto, sino que había más.
M. G.: También nos preocupamos de que en Google saliera lo más alto posible el nombre de Un Pingüino en mi Ascensor para que la gente nos encontrara. Empezó a salir gente de todas partes, hasta de Sudamérica. Estuvimos allí tocando en 2006. En México, en el D. F., la gente venía a que le firmaras el vinilo comprado en El Corte Inglés.
¿Ahora cuántos conciertos estáis dando?
J. L. M.: El año pasado casi cuarenta.
M. G.: Lo más fuerte fue cuando nos metieron en las fiestas de Valladolid, en la plaza Mayor. Estábamos asustados, empezamos a tocar y la gente no se iba, se quedaba, bailaba, cantaba, al final gritando. Convencíamos, era lo mejor.
J. L. M. Sí, el revival de los ochenta está durando más que los propios ochenta. Y va creciendo. En 2002 igual hicimos diez conciertos, y luego cada año más.
¿Cómo os lo explicáis? ¿Es porque los que eran jóvenes en los ochenta empezaron a mirar para atrás por primera vez?
J. L. M.: Lo que más me cuesta explicar es por qué alguien que escucha esa música de doce a veinte años, de repente deja de escucharla y se olvida de ella, no sé si fue un tema generacional o qué pasó, y luego vuelve. Creo que tiene mucho que ver con internet, con la pérdida de influencia de los medios de comunicación que entonces eran los que marcaban. En los noventa todavía eran las radios las que marcaban lo que se escuchaba. A partir de 2000 han ido perdiendo influencia y la gente empezó más a decidir por sí misma, y ahí, cuando llegas a internet, el problema es que es tan grande que, como no vas a encontrar nada nuevo porque es imposible, yo creo que te agarras a tus referentes de entonces,
Ahí entra mucho la nostalgia.
M. G.: Sí, sí.
J. L. M.: Absolutamente. Una cosa que nos dicen mogollón en los conciertos es: me recuerda la mejor época de mi vida.
M. G.: Viene gente que te dice: hemos colocado a los niños, hace año y medio que no salimos y venimos a veros, qué alegría nos habéis dado. O también: he venido a regañadientes, me han empujado, y lo mejor que me ha pasado últimamente.
J. L. M.: Es verdad que hay gente que se sorprende mucho del pequeño giro que hemos dado desde que hemos vuelto a estar en el juego. El repertorio se ha ido reconstruyendo, nos hemos ido más a un género de actuación que también es medio monólogo y a la gente le sorprende. Dicen: yo pensaba que venía a ver a los típicos pesados de los ochenta y me he descojonado.
Es que en vuestros conciertos os reís un poco de todo y sobre todo no os tomáis en serio, y es que no es tan normal, todo el mundo se toma muy en serio.
J. L. M.: Claro, eso forma parte de nuestra filosofía desde el primer segundo. Nosotros nunca nos lo hemos creído demasiado. Bueno, yo por lo menos. Mario ha estado en grupos más serios.
M. G.: Bueno, yo en La Mode me lo creía muchísimo, y el batacazo que me pegué… A mí el conocerte me cambió, aprendí mucho de ti, a la hora de tratar a la gente. Mi timidez me podía, no hablaba con nadie. No era porque no me apeteciera, sino porque me sentía muy incómodo. Y, poco a poco, viendo a José Luis hablando con los concejales, con las hijas de los concejales… Era mucho más sencillo de lo que yo pensaba.
¿Por qué has dicho lo del batacazo?
M. G.: Batacazo porque nos creíamos el ombligo del mundo y de golpe llegaron los rockeros y tal y nos barrieron. Y después una compañía que no creía en nosotros, PolyGram. Hicimos el último disco, La evolución de las costumbres, que ahora en 2016 cumple treinta años, y que para mí fue un discazo, pero nadie lo siguió, nadie lo compró, hicimos una promoción demencial. Nos encontramos con el muro de la indiferencia de los medios. Los locutores, Ordovás y tal, era como: joder, otra vez los pesados de La Mode, estos engreídos. Y pensamos que era el momento de dejarlo.
Es verdad que teníais, no una pose, una imagen, anómala, fuerte. Pero es que había que tener una imagen, y estaba muy currada.
M. G.: Sí, me veo ahora en algunas fotos y …
J. L. M.: Ya, pero a los fans de La Mode nos encantaba ese rollo, que ahora lo ves y es un poco cultureta, pero en aquel momento a mí me fascinaba todo ese rollo de poner palabras en francés, los folletos esos que hacíais, eran parte de la magia del grupo… Es verdad que con los nuevos románticos en España la imagen se empezó a cuidar bastante, pero vuestro caso era muy especial, no era un simple tema de cómo me visto.
Fernando Márquez El Zurdo, el cantante de La Mode, era un personaje.
M. G.: Sí, era un personaje, y lo sigue siendo.
Después entraste en el mundo de la tele.
M. G.: Sí, por la puerta grande, hice la sintonía de El precio justo. Querían un ambientador musical que lanzara los efectos en tiempo real, algo que aquí no existía, solo en Estados Unidos. Tenía que sonar el acierto o el fallo. Con un sampler de la época, metí en un mega de memoria todas las sintonías, ráfagas y aplausos. Así empecé. Y entonces un día aparece José Luis con las Pingüinettes, vestidas de punta en blanco, se presenta en el estudio y dice que quiere hablar conmigo. Un revuelo. Venía a rogarme que tocara con él en directo, y al final llegamos a un acuerdo para tocar sábados y domingos. Entre semana seguí muchos años en la tele. En los inicios de Antena 3, menos los informativos todas las sintonías de los primeros programas, La ruleta de la fortuna, luego El informal, Telemadrid, Tele 5…
¿Y las Pingüinettes de dónde salieron?
Pues buscamos unas chicas para un concierto, que al principio llamamos las Retrettes, y después un mánager me llevó de telonero a un festival heavy en Talavera de la Reina, y como estaba muerto de miedo, para no ir yo solo, se me ocurrió como maniobra disuasoria llevar a unas gogós. ¿Quién quiere ganar veinticinco mil pelas por hacer el tonto en el escenario? Dijeron tres amigas que sí.
Oye, una curiosidad: leí que Aviador Dro telonearon a David Bowie. Mario, ¿ya estabas tú?
M. G.: Sí, sí. Pero yo todavía no estaba. En Barcelona y en el Vicente Calderón en 1987. Yo justo entré en septiembre. Fue cuando me llamó Servando: «Dos preguntas. ¿Quieres ser obrero especializado? ¿Quieres producir a un pijo?». Dije sí a la primera y no lo sé a la segunda [risas].
¿Fue en la misma llamada?
M. G.: Sí, sí.
J. L. M.: Sí, dos noticias, una buena y una mala [risas].
También sigues siendo obrero especializado.
M. G.: Sí. ¡Genocider F-15!
La locura esta de los Aviador Dro: luego ya ha sido una cosa más lúdica, pero al principio se lo creían mucho, vestidos de humanoides y tal.
M. G.: Sí, sí. Yo cuando entré revolucioné un poquitín el concepto musical que había dentro, lo veía un pelín deslavazado y volví a rehacer las bases y tal, pero eran impresionantes. Recuerdo conciertos de Aviador Dro y la gente estaba acojonada, eran muy contundentes. Yo era fan y veía esa forma tan lúdica de divertirse en el escenario, eran los Devo.
Esa forma de bailar, en plan robot.
M. G.: Me encantaba. Bueno, en «Programa en espiral» ¡sacaban dos escobas sujetas con un celofán y con un spray dando vueltas!
J. L. M.: Sí, yo también era muy fan. Iba disfrazado a los conciertos, me acuerdo uno que hubo en Chaminade, o San Juan Evangelista, que íbamos disfrazados con cascos de la construcción y a la vuelta en el autobús entraron unos pijos, mucho más pijos que yo, que conste: «¡Obreros, os vamos a matar!».
M. G.: Tanto lo más radical como lo más comercial estaba muy bien.
J. L. M.: Yo creo que en aquella época casi todos los grupos tenían un espíritu muy punki, pero unos cuantos construían melodías que eran pedazos de himnos pop y el Aviador Dro los tenía, Paraíso los tenía, Alaska y los Pegamoides, Glutamato Ye-Yé, Los Nikis… En el escenario eran muy punkorros, pero luego sabían escribir canciones.
M. G.: Algunos tenían unas formas de componer, una consecución de armonías, de quitarse el sombrero…
Bueno, hubo una escisión de Aviador Dro que eran lo más extremo del tecno industrial: Esplendor Geométrico.
M. G.: ¡Esplendor Geométrico! Ooooh.
J. L. M.: Una pasada.
M. G.: Estaban cansados de lo comercial, «La chica de plexiglás» ya les parecía demasiado, querían tirar hacia el ruido. La primera vez que se presentaron fue en Cuarta Pared, o en Espacio P, no recuerdo bien, era un sótano, y estaban metidos en el hueco de la escalera, con una especie de plástico gordo y un foco verde atrás que los iluminaba y solo veías la sombra y un ruido ensordecedor. Nos quedamos todos…
Pero si era el hueco de la escalera estaríais cuatro gatos.
M. G.: Sí, éramos veinte o treinta.
Creo que uno de ellos acabó en Pekín.
J. L. M.: Sí, tenía un restaurante.
M. G.: Es que era militar, y le destinaron a Pekín a cosas administrativas en el consulado.
¿Qué? ¿Era militar?
M. G.: Sí, Arturo Lanz era militar, ahora ha vuelto a Madrid. Y Gabriel Riaza era carcelero. Carcelero, sí. Hay una historia buenísima en Pekín de los Juegos Olímpicos. Resulta que la selección española de baloncesto tenía la base allí, en su restaurante, porque había Mahou y tortilla, y estaban encantados. Y una vez que ganaron acabaron allí todos locos saltando sobre las mesas.
J. L. M.: Y entonces les dijeron que Arturo, el del restaurante, tenía un grupo en los ochenta. «¿Ah, sí? ¿Y cuál era? Igual lo conocemos. ¿Qué cantabais?» [risas]. Entonces Arturo cantó un tema suyo brutal: «Necrosis en la poya» (sic). Allí estaban Gasol y los demás, con las familias, y no sabían qué cara poner.
M. G.: Cantó no, berrear directamente. Se quedaron acojonados, pero terminaron bailando.
En aquellos años había gente muy loca. Yo no me creo que hoy no exista gente así, pero no sé dónde está.
M. G.: Existe, pero tienes que buscarla. Antes había esas novedades que salían a flote, pero hoy está todo tapado…
Pero teóricamente hoy es más fácil que salgan cosas.
J. L. M.: Para mí el problema es que antes era todo un poco más cerrado. Había un contrato implícito entre el grupo y sus fans, que decía: yo voy a provocar porque lo que me divierte es eso y me meto con todos, digo qué público más tonto tengo, o salgo vestido de nazi, y simplemente porque es divertido, y el público lo entendía. Cuando eso sale fuera de ese núcleo, que es lo que no tiene sentido… Si vas a ver a un grupo, como uno que nos encanta, Ciclos Iturgaiz, un grupo vasco que toca unas burradas, le dan hostias a todo, a ETA y a los españoles más. Sus fans ya saben que van a eso. Cuando eso sale de ahí, a gente que lo que tenía que hacer es decir: esto no es para mí, ya está, fin de la historia. Eso es lo que no tiene sentido. Si me gusta es para mí, si no me gusta habrá otro que le guste, pero por qué voy a meterme yo en que esto exista.
M. G.: El mundo hater.
Pero tú, José Luis, en tu momento bueno tuviste mucho éxito, ¿no?
J. L. M.: Fue muy rápido, fue el segundo disco, con «Atrapados en el ascensor», y el tercero, pero tampoco fue petarlo mucho. Date cuenta de que estaba en una compañía independiente, DRO. Estaba pegando fuerte, estaba Siniestro, Duncan Dhu, los Hombres G… Pero yo nunca llegué a número uno de Los 40, por ejemplo. Llegué al tres, creo, con «Perestroika».
M. G.: La Mode llegó a número uno. Con «Lejos del paraíso», que fue el primer número uno de DRO, antes del «Cuatro rosas», de Gabinete Caligari.
¿Lo de Los 40 entonces marcaba tanto? ¿Era el único baremo?
M. G.: Es que entrabas ahí y te empezaba a conocer muchísima gente que no te conocía.
J. L. M.: Es que no había otra cosa, la tele un poco.
M. G.: Popgrama en la tele, y Aplauso, para ver quién había venido de fuera a hacer promoción. Recuerdo cuando vino Devo, una revolución.
¿Y Radio 3?
J. L. M.: Bueno, tenía un circuito mucho más pequeñajo. Si querías vender discos, tener actuaciones, que la gente te conociera, tenías que salir en Los 40.
Llegaste a actuar en una discoteca de Murcia con el Dúo Sacapuntas. Hay documentos que lo demuestran, los has puesto en Internet [risas]. ¿Fue en el momento de éxito o de declive?
J. L. M.: Fue en el momento de éxito [risas].
M. G.: Es que te exponías a eso.
J. L. M.: Es que al final en España ocurre una cosa. No sé si es único de aquí. En Estados Unidos o Inglaterra existe un circuito pop muy grande, con posibilidad de tocar en trescientas salas. Aquí no. Aquí existen cinco ciudades y el resto es tocar en fiestas de los pueblos. Y a las fiestas del pueblo va todo el pueblo. ¿Y a quién quieren ver? Al que sale en la tele. No hay fans de grupos. Y entonces te mezclas con eso, con el Dúo Sacapuntas.
¿Y cómo era lo de tocar en las fiestas de los pueblos?
M. G.: Una vez con La Mode en un pueblo de Castilla-La Mancha llegamos con los cacharros, las cajas de ritmos, secuenciadores, y llegó el concejal: «¡Esto es playback!». «No, mire, es una programación que…». «¿Y cómo funciona eso? Que os llevamos al pilón. Hazme una demostración». Y nada, le enseñé cómo era. «¿Y dónde está la cinta?». Y se ponía a buscar. Bueno, al final dijo que vale: «O sea que tienes ahí chinitos, trabajando para ti». Y nos dejó.
Mario, con La Mode, con vuestras pintas, en aquellos años os mirarían como bichos raros.
M. G.: Bueno, bueno, decían que llegaban los modernos. Atraías a la gente, venían a preguntarte, y las chicas, pero con los hermanos y los novios detrás vigilando por si les robabas a las mujeres y tal. Y con el Aviador, tío, ya era… Recuerdo en 1980, en Avilés, estaba con Paraíso en un «festival de música moderna» con Iceberg, Bloque, Aviador Dro, Paraíso y La Banda Trapera del Río. Nos quedamos a ver a Aviador Dro y claro, en Avilés, en plena reconversión industrial y minera, empezaron a tocar «Nuclear sí, por supuesto». Empezaron a caer litronas con tierra dentro, zumba, zumba. Y ellos [pone voz de robot]: «Humanos, no nos tiréis cosas» [carcajadas]. «¡Sois escoria humana, desintegráos!». Le dieron a uno, dejaron de tocar… Al final no nos querían pagar, no teníamos dinero para el hostal, buscando al representante que no aparecía, y en eso aparece el de La Banda Trapera del Río con una botella rota gritando: «¡Devolvedme el pedal del wah wah, que me lo habéis robado!». Y nosotros: «Eh, Morfi, tranquilo, ¿qué pasa? No te hemos robado nada». Y van a por los del Aviador, y ellos acojonados en fila, pegados de espaldas a la furgoneta, vestidos con esos dos coladores en la cabeza pegados con cinta [Mario se pone de pie y escenifica en la pared el episodio]. El de la Banda Trapera se quedó mirando, si saber qué hacer, unos segundos de silencio y al final dijo cabreado: Baaaah. Les mandó a la porra y se largó. Fue buenísimo.
En el mundo de la Movida al final no erais tantos y os conocíais todos.
M. G.: Eso es. Nos juntábamos en el Marquee, en Pentagrama, incluso antes del boom del 82 y tal, pre-Rock-Ola incluso, éramos, no sé, unos cincuenta, íbamos todos al mismo sitio. Oye, que tocan los Nacha, vamos. Que tocan los Tos, vamos. En el Teatro Martín hacían veladas pop, de siete de la tarde a diez de la noche y ahí tocaba todo el mundo. Lo organizaba un tal Paco Carvajal y el tío quería dar a conocer este tipo de música. Fue creciendo poco a poco. Yo, como era un chico de barrio era mi escapatoria, dieciséis años, me aburría muchísimo en Moratalaz. No sabía ligar. La vida consistía en ligar el fin de semana, pasear al perro y hablar de motos. Escuché en la emisora Onda Dos, que era una válvula de escape increíble: «¿Quieres ser una estrella del pop y tocar con excomponentes de Kaka de Luxe? ¿Eres guitarrista, bajista, teclista sin teclado?». Hostia, esta es la mía.
Pero ¿tú sabías ya algo de música, tocabas?
M. G.: Sí, yo venía de Suiza, soy hijo de emigrante, nací allí y en 1975 vinimos a España. Desde los cinco años tocaba el piano. Al venir a Madrid el maestro Asensio no me lo convalidó, el cabrón [risas]. Total, llamé a la radio y nos conocimos, con el Zurdo, Juan Luis, el otro cantante. Y allí empecé, con dieciséis años. Mi madre desesperada. ¡Un menor de edad! De hecho, el contrato del single de «Para ti» fui a firmarlo con mi madre: «A ver este contrato, pero ¿qué es esto?, ¿que mi hijo cede el 50% de todos sus derechos de por vida? ¡Esto no puede ser!». Y yo, punki, con los pelos de punta, callado, diciendo: «Mamá, por favor, firma, que han firmado todos» [risas].
Era más punki que tú.
M. G.: Mi madre, a degüello, un par de huevos macho. Le dijeron que eran trámites y al final firmé. Era así.
José Luis, tú contabas que en las casas discográficas al músico le llamaban «el producto».
J. L. M.: Sí, el royalty en el primer contrato era el 7%. En el segundo firmé uno que podía llegar hasta el 10%. Era así, una mierda.
¿Eso sigue siendo así?
J. L. M.: No lo sé, el último disco nos lo produjimos nosotros y el anterior se quedó todo el dinero el editor [risas].
¿Las discográficas os engañaron más o menos a todos cuando empezasteis?
J. L. M.: Lo que pasaba antes es que se vendían muchos discos. Un 7%, si vendías cien mil discos, era algo, pero es que ahora eso es imposible. También antes los discos costaba más dinero producirlos, y las estrellas podían decir: quiero veinticinco millones de pelas por grabar mi disco. Pero llegó un momento en que eso se abarató muchísimo.
Una cosa curiosa de tu caso es que eras tú solo, el Pingüino y ya está, entonces eran todo grupos, casi no había nadie en solitario.
J. L. M.: Bueno, estaba El Humano Mecano.
M. G.: Hostias, qué bueno era.
J. L. M.: Era sobre todo por el instrumento que utilizaba, aunque era precario y se podían hacer muy pocas cosas, pero funcionaba. Me acuerdo siempre que en el Villa de Madrid, me presenté en 1986, había trescientos grupos y yo era el único solo, algo diferente, me clasifiqué para semifinales. Estaba Ñete, el batería de Nacha Pop, que hacía el backline, y al llegar yo con mi teclado le dije que solo necesitaba enchufarlo y un micrófono y no se lo creía. En aquel momento era una cosa bastante rara.
¿Cuál es la rima de la que estás más orgulloso? ¿Quizá «el obispo Makarios y la botella de Larios»?
J. L. M.: Bueno, hay muchas. A mí me sale el lado más cultureta, y de repente hay rimas que he encontrado, hallazgos, que me gustan: como «no sufriré aunque me taladres con un Black and Decker porque estoy poseído por Gustavo Adolfo Bécquer» [risas]. Con Decker y Bécquer dices: ya tengo la canción, da igual lo que haya alrededor. Luego soy bastante maniático con los tópicos de rima del pop, que no soporto, como coche y noche…
Luego están las cotas de Mecano, como Nueva York y el jamón de york.
J. L. M.: Sí, y el somier taciturno que usar por turnos.
Tienes una foto en tu web con Mecano y un montón de grupos: Gabinete Caligari, Los Ronaldos, Los Rebeldes…
J. L. M.: Sí, la presentación de la gira de Coca-Cola de 1989. Fue divertido porque entre tantos grupos grandes yo era pequeñito a su lado, pero es que me contaron que la hija del presidente de Coca-Cola era superfan de Un Pingüino en mi Ascensor y dijo que tenía que estar. Para nosotros fue la leche.
También Mecano tenían el sambenito de ser los pijos de la época.
J. L. M.: Sí, pero es que Mecano triunfó tan rápido que traspasaron esa etiqueta. Pero sí, eran tan pijos o más que yo.
M. G.: Sí, nos jodió muchísimo porque aparecieron como nuevos románticos y nosotros: ¿De dónde vienen estos, que no han tocado en el Rock-Ola?
Sí, una osadía, no tenían pedigrí.
J. L. M.: Había muchos pijos entonces, ¿eh? Los Canut, por ejemplo, no es que fueran pijos, pero es que eran de familia de mucha pasta, Los Nikis…
Había un poco de esnobismo de que si no habías pasado por el Rock-Ola no estabas en el ajo.
M. G.: Sí, en Madrid sí. ¡Entraban en nuestro feudo! Llegaban grupos del extrarradio, de Leganés y tal… Costaba mucho aceptarlo. Y algún grupo prefabricado, que oías a todas horas en Los 40. Te preguntabas cómo lo habían conseguido, y entonces te enterabas de que lo había fabricado la discográfica.
¿Por ejemplo? [silencio y risas de reticencia]
M. G.: Había un grupo que nos llamó mucho la atención que se llamaban Greta, que aparecieron disfrazados, hipermaquillados, con ropa que no encontrabas en Madrid ni de coña… Y de Greta salió Azul y Negro. Y ahí no sigo.
¿Por qué? Con los dedos de una mano… la música de la vuelta ciclista.
M. G.: Descubrieron la música tecno y tal, dicen.
J. L. M.: Yo creo que eso era una cosa que sabíais los que estabais ahí, pero yo, como fan, me encantaban cosas como «Voy a saltar desde la torre de Madrid».
M. G.: Sí, esa estaba bien.
José Luis, no hemos hablado de tu trabajo en la, digamos, vida real. Eres un creativo publicitario de éxito y observas continuamente la realidad. ¿Cómo se comunica eso con la música? Supongo que una cosa te sirve para la otra.
J. L. M.: La verdad es que sí, aunque no siempre he sido consciente. Para la música me ha servido mucho, porque cuando no eres un genio de la música llega un momento —y eso lo he visto con la publicidad: solo tiene sentido lo que haces si le gusta a la gente y vende— en que me planteé eso: si lo que hago no le gusta a la gente no tiene sentido que siga. También, como no vivimos de la música, podemos hacer lo que nos sale de los huevos. Por otro lado, la construcción musical me ha ayudado mucho en la publicidad. Hace poco leí un artículo de un publicitario americano muy conocido que decía que los mejores maestros de cómo escribir publicidad eran los Ramones, por su capacidad de sintetizar ideas en un espacio muy pequeño.
Y en las cosas que has hecho en publicidad también metes un punto gamberro un poco loco. Georgie Dann en el Polo Norte, o un tío jugando al tenis con las pelotas que le lanza la policía antidisturbios, un anuncio de Nike que te premiaron en Cannes.
J. L. M.: Sí, siempre utilizo el humor.
Pero ¿cuando empezaste te lo tomaste como un trabajo de verdad para dejar la música?
J. L. M.: Sí, al principio, en 1992 pensé que lo de la música se había acabado. El año anterior por primera vez la discográfica me puso notas en las canciones de la maqueta que les llevé: mal, muy mal, alguna muy bien, dos regular…
¿Notas? ¿Como en el cole?
J. L. M.: Sí, ya se había ido Servando de DRO. Les dije que si había presentado veinte canciones y solo una era «muy bien», no sabía cuántas maquetas tenía que hacer. No tenía sentido.
M. G.: Humillante.
J. L. M.: Había empezado una cierta crisis en la industria, se vendían menos discos… Pero tampoco me dejaban irme a otra compañía porque me quedaban dos años de contrato, era una conducta recurrente en algunas compañías, un poco estúpida. Y dije, hala, dejo la música. Luego volvimos y empezamos a hacerlo como un hobby, una especie de segunda actividad, y creemos que una de las claves de que esto funcione es precisamente esa. Si nos apetece un concierto vamos y si no, no. Es una parte fundamental del éxito, la sensación de falta de presión. Seguramente mi cuarto disco, el peor, tiene que ver con ese mundo endogámico en el que te metes, se estrecha mucho el universo en el que te inspiras.
Mario, cuando te encuentras hoy a alguien de aquellos años de la Movida, ¿cómo os veis?, ¿como supervivientes de una gran fiesta, o de un naufragio, o…?
M. G.: Supervivientes de la heroína [piensa un poco]. Si te ves, ya te conoces, somos perros viejos. Antes hablabas de guitarras y teclados, ahora hablamos de salud. Hola y adiós, pero es que tampoco he tenido muchos amigos. Era un satélite aparte.
J. L. M.: En eso coincidimos, tampoco me mezclé mucho con la gente de la época, no éramos mucho de alternar, ni llevábamos ese rollo. Nos llevamos bien y tal, pero al contrario: para mí una de las satisfacciones de mi vida musical ha sido luego poder de repente estar en el escenario con algunos de mis ídolos, con La Mode, con el Aviador Dro o Los Nikis, que me invitaron a tocar con ellos, con eso ya me doy por satisfecho en la vida.
J. L. M.: Sí, en aquel concierto te vi muy jabalí, estabas ahí dándolo todo.
José Luis, viendo tu carácter ahora, que es muy tranquilo, tú te transformas mucho en el escenario, ¿no?
J. L. M.: Sí, yo soy bastante tímido. En el escenario hay un mecanismo mental que me desinhibe, no me pongo nada nervioso, me siento muy seguro de mí mismo y me lo paso muy bien.
M. G.: Esa timidez nos aboca a un rumor de que somos pareja gay.
J. L. M.: Hay una historia muy buena de cuando presentamos un disco en la Fnac. Mi hermana estaba al fondo y oyó una conversación de dos tíos que tenía delante. Salimos nosotros y dijimos: «Hola, buenas tardes». Y uno le dice al otro: «Te lo dije, son maricones» [risas]. ¡Pero es que no dijimos nada más, tío, te lo juro!
¿Cómo veis la música en España?
M. G.: Hay cosas muy buenas, que no salen a flote, no tienen la oportunidad. Me parece lamentable que la música que está sonando se rija por bebidas gaseosas y cervezas, véase festivales y tal. Me parece un poco penoso. Los nuevos 40 Principales son los festivales ahora mismo.
Recomendad algún grupo que merezca la pena.
M. G.: Maronda, con unas letras brillantes, Damien Lott, también de Valencia, los Beach Boys españoles de ahora, pero que es un solo tío. Si nos vamos a otro lado Ciclos Iturgaiz, superbestias…
J. L. M.: Los Ganglios, que sí han sabido usar bien YouTube… Somos muy fans de Los Gandules, que hacen versiones estúpidas de todo tipo de canciones, maravillosos. O La Casa Azul.
M. G.: Y por el lado electrónico tienes unos asturianos, Fasenuova. Brillantes y demoledores. Otros valencianos, que cantan en inglés: Starship. Un power pop deslumbrante, cosas distintas. Es que una noche volviendo de un concierto nos tragamos en Radio 3 un concierto de Vetusta Morla, Dios mío. Es que no concibo cómo puede llegar a tanta gente. Es que está tan desmenuzado, es papilla pop.
J. L. M: En un festival que nos han llamado un par de veces, Mundo Idiota, muy punki y friki, muy transgresor, descubrimos a otro tío, Paquillo No Se Asuste, una locura.
M. G.: Un tío de Zaragoza, un bajista genial, hace unas cosas… Toca por sevillanas con el bajo.
J. L. M.: Es gente que no sale porque a lo mejor solo tiene capacidad de gustar a unos pocos.
M. G.: Es que en los setenta odiábamos el rock urbano, a Leño, a Asfalto, porque hacían un tapón. A Mariscal Romero no le hacíamos ni puta gracia. Decía que éramos hijos de papá que jugábamos a ser rockeros, no éramos íntegros, del barrio de Vallecas y tal.
J. L. M.: Bueno, y hay una hemeroteca de Miguel Ríos que… Como antes no había internet esas cosas no se guardaban, pero tenía una frase, algo así como que cuando en la música surgen cosas como Siniestro Total es que se acaba una época. Luego a su programa les invitó.
M. G.: Pues todos esos, los del rock urbano, no nos dejaban salir. Hasta que esto reventó. La gente estaba harta de ellos y de los cantautores. Queríamos ver colores, fluorescentes, cortes de pelo, temas de un minuto y medio que contaran cosas insulsas… Pasa lo mismo ahora con el indie, todo ese mundo indie festivalero no deja pasar a otros. No hay festivales alternativos, los que hay los tienen que sufragar los organizadores y perder pasta, y no hay forma de promocionarlos. La gente que va a ver a estos grupos raros, ¿cómo los conoce? Redes sociales, pequeñas radios… Vete tú a Radio 3 a que te los pongan, pasan totalmente de ti. Sin embargo, en Onda Dos, en 1977, había un señor que se llamaba Jorge De Antón, el director, que permitió los casetes, porque hasta entonces estaban prohibidos, los tenías que llevar en bobina, que era un dineral. Gracias a él llevabas el casete y Rafa Abitbol, Jesús Ordovás, Diego Manrique, te lo ponían, sonara como sonara. Gracias a esa gente conseguimos salir adelante. Ahora tienen que pasar por muchísimos filtros.
J. L. M.: El problema es la dimensión oceánica de internet. Puedes llegar a todo el mundo, pero es tan grande que, ¿cómo te encuentran? Sigues necesitando un foco de influencia, como entonces la radio, o hacerte tú mismo la campaña. Nosotros hicimos un crowdfunding para grabar el último disco que funcionó muy bien, aunque fue un curro.
M. G.: Ya, pero tengo amigos que se rompen los cuernos, con promoción, YouTube, y tienen muchos likes, pero a la hora de hacer un concierto se presentan cincuenta. Sacas una tirada de trescientos discos y vendes eso, cincuenta. Eso es lo malo de internet. La cara B de internet.
El apocalipsis final
nos pilló en un macrofestival
rodeados de bebedores de agua mineral.
La brigada 666
perseguía a los diyeis
rodaban cabezas y vinilos de dramanbeis.
Tu me miraste y yo te miré
mientras satán nos hacía puré
tenías razón
debimos ir a la gira de OT.
Las criaturas del averno
arrinconaban al moderno
nunca se vió tanta melenita en el infierno.
A lucifer le vi después
junto al stand de Radio 3
torturando a un grupo de Burgos que cantaba en inglés.
_________________________
Son genios XD. Gracias por todo, Pingüinos.
Solo me casaría por dos razones :: por los 15 días de vacaciones en el curro y por intentar que estos dos señores tocasen el día de mi boda y se quedasen a la fiesta :___)
Ojalá no me hubiese pillado tan joven sus comienzos para seguirles cual grupi a todos sus conciertos. Pero nunca es tarde si hay un pingüino de por medio.
Grandes!
Arzobispo Makarios es uno de mis himnos forever.
Hice un viaje de ocho horas con un compañero de trabajo con una cinta vuestra, vuelta y vuelta. El tipo quería matarme pero al final le gustó. Es lo que pasa cuando te dan por el culo, al final te acostumbras y pagarías por ello.
Un abrazo.
El primer concierto al que acudí fue de Greta; «teatro-rock» lo llamó el articulista del periódico que dio la noticia. Tocaban en el Alfil. Fui solo. Como tras comprar la entrada me quedaba un tiempo, me di una vuelta por los alrededores (ya sin pelas para tomarme una caña) y me crucé con unos tipos vestidos de negro, zapatos de punta, que parecían mafiosos de película; me dije, ¡como molan! Luego resultaron ser los músicos, que en principio tocaban así vestidos; con el paso de las canciones cambiaban el vestuario y acababan con mallas, boas, maquillaje, pelos de colores, y tal. Al final salía un transexual (o travesti, no pregunté) de dos metros de altura, vestido como Rita Hayworth en Gilda, que hablaba con Dios y le hacía callar. La música: brutal; a mí me sonó calcada al Rock N Roll Animal, lo cual iba claramente parejo a lo que se estaba viendo. El sonido: perfecto. El aforo: vacío (también era el primer pase, el de la tarde). Después de eso me empecé a interesar por la escena alternativa: Paraíso, Kaka, Nacha, Aviador… Pero nunca, nunca, (ni nacionales, ni extranjeros, ni con amigos, ni novias, ni cervezas, ni drogas) volví a disfrutar tanto de un concierto. Debe ser algo como el primer beso, el primer polvo, la primera vez que te rompen el corazón: irrepetible.
Me gusta venir a diario a vuestra web a ver que artículos nuevos tenéis, a quien entrevistais… y leo lo que me interesa. Algunas cosas me gustan más o menos… pero empiezo a estar mosqueado con la enesima entrevista sobre los 80 y la movida. Incluso si realmente el tema tiene tantísimo interés, ¿no hay nada que preguntar más allá de los tópicos que traen a colación los mismos nombres, los mismos lugares, las mismas fechas?
Me han encantado las batallas que han contado, la única canción que recuerdo de la primera cinta que me grabé de los 40 fue la de Benito Carrizosa.
Lo único que no me ha gustado es el rollo de Mario de estarse 15 sin comer, ¿quiere palmar o qué? Que vea lo que le pasó a Manolo Tena hace bien poco por hacerse caso de magufos newageros. Mario, tío, manda a tomar por culo al caradurista coreano y ponte en manos de un nutricionista de verdad!
Yo ya no me rasco pensativo la melena porque tengo ya 60 años cumplidos y no me queda casi pelo, pero… ¡como echo de menos todo aquello!
Me he descojonao. Gracias por ser naturales y divertidos. La anécdotas de Mario (el contrato, las litronas en Avilés, el pedal robado…) son geniales.
En el barco hay un blanco
un tal señor Botha
se marea bastante
siempre está echando la pota.
De puta madre todo.
Q buena la entrevista! Me reí a mandíbula batiente.
Muy buena entrevista. Yo estuve en el concierto de 2002 en la sala Macumba. El primero de pingüino al que fui. Épico!
Treinta años y al tiempo de leer la entrevista… resulta que yo sigo con el libro de Derecho Administrativo abierto por la página número tres. Bueno, es otro libro de derecho administrativo, no asustarse. Ahora la vecina de enfrente es internet. Gracias por los buenos momentos.
Por cierto, el mayor éxito del Pingüino en los 40 fue ‘Trabajando en la Carretera’ que llegó al nº4 (Perestroika fue nº9). El nº1 de La Mode fue con ‘Arte Moderno’ en 1985, no con «Lejos del Paraíso».
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Pues en «La sangre y la televisión» está una mis canciones preferidas, «Por la mañanita». Aunque reconozco que a mis hijos les parece demasiado romántica; ellos prefieren las de letras graciosas.
Qué cojones!!! Grandes tiempos de juerga y desmadre donde todo se relativizaba…
Joder, Mario está igual, más gordito pero el mismo careto. Me encanta, muchas veces cuando viajo en el tren o el bus, siempre llevo la música de La Mode o el Aviador y se me va el tiempo volando.Que tiempos.
Que la gente se cansó del rock urbano? Mentira y de jas gordas.Después de Leño llegaron Barricada,Los Suaves,el propio Rosendo en solitario,Extremoduro,Platero y Tú,Porretas,Ska-P,Boikot,Marea,La Fuga…etc.
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