Este artículo ha obtenido el segundo premio del concurso DIPC de divulgación del evento Ciencia Jot Down 2016
Barcelona, 1903
El joven pintor da los últimos retoques a su creación en un taller de la calle Riera de Sant Joan. Entre las nubes del humo del tabaco se puede entrever un gesto que refleja una mezcla de melancolía y culpabilidad. Sus labios apenas se abren para musitar:
—Da igual, nadie se enterará jamás.
Cleveland, 1976
Hoy no es un día como los demás en el museo de arte de Cleveland. La Vie, una de las joyas de la colección permanente, ha abandonado la pared donde habitualmente reposa y ahora se encuentra en una sala rodeada de instrumentos científicos de última generación. Allí se han reunido una pléyade de especialistas en arte y un joven científico para intentar arrojar algo de luz sobre una de las obras más misteriosas del genio malagueño Pablo Picasso. La expectación se palpa en el ambiente.
—¿Y dices que con estos trastos que has traído podemos ver a través de la pintura?
—Con todo el respeto señor, ¡estos no son trastos! Los aparatos que veis aquí cuestan más que cualquiera de esos Chevrolets que tenéis aparcados ahí fuera. Y sí, podemos ver a través de la pintura, pero tampoco penséis que es ningún tipo de magia, ¡es ciencia! Lo que vamos hacer no es más que una radiografía, como las que te hacen en un hospital cuando te rompes un hueso. El funcionamiento es muy sencillo: ponemos una placa fotográfica detrás del objeto que queremos radiografiar y lo exponemos a una fuente de rayos X. Los rayos traspasarán el objeto en cuestión en función de las propiedades y la densidad de sus componentes. Por ejemplo, nuestros huesos, por tener calcio, absorben la radiación mucho más que los músculos o la piel, formados por átomos más pequeños. Por eso los podemos identificar en una radiografía.
—No sabía que los cuadros tuviesen calcio…
—Bueno, no solo el calcio absorbe los rayos X; si hacemos una radiografía de un cuadro los rayos atravesarán con facilidad el barniz, las resinas, los aceites… Pero no lo tendrán tan fácil con las capas de pintura. Estas atenuarán la radiación en función de lo gruesas que sean y de la composición química del pigmento que usase el pintor. Así, podremos tomar una imagen en la que veamos las capas de pintura interiores en vez de la exterior que acostumbramos a ver. Eso si el pintor no ha usado algún pigmento que tenga átomos demasiado grandes. Por ejemplo, el mercurio o el plomo absorben los rayos X casi por completo, por lo que solo veríamos una mancha blanca.
—¡Qué interesante! Antes se usaban mucho pinturas con esos compuestos que mencionas: el bermellón, el albayalde… Pero han caído en desuso, entre que son venenosos y envejecen mal… Bueno, dejémonos de cháchara y, veamos qué secretos esconde La Vie. ¡Tratad con cuidado ese cuadro, que vale millones!
—Está todo listo, empezamos con el análisis. Por cierto, ¿por qué es tan importante este cuadro? Yo solo veo a una pareja ligera de ropa a la que se les aparece una especie de virgen… Y tampoco es que esté muy bien pintado…
Como si las palabras del científico hubiesen activado un resorte, la cabeza de todos los presentes se giraron hacía él. Un insulto a sus madres hubiese creado un ambiente menos tenso. Finalmente una de las restauradoras explotó:
—¡Qué atrevida es la ignorancia! Este cuadro que no está «tan bien pintado» es una de las primeras obras maestras de Picasso. Hay una época, de aproximadamente cuatro años, en la que el azul dominó la paleta del pintor y que por eso conocemos como «el periodo azul». Pues bien, el cuadro que tienes delante de tus narices es posiblemente el más importante de ese periodo. ¿Ves al hombre «ligero de ropa»? Ese es Carlos Casagemas, uno de los mejores amigos de Picasso. Con él viajó a París siendo muy joven y, precisamente, creemos que fue su suicidio en 1901 lo que desató el periodo azul del artista.
—¿Suicidio?
—Así es, la verdad es que ambos llevaban una vida bastante licenciosa en el barrio de Montmartre. Ya sabes, solo se vive una vez, carpe diem, los pintores necesitan musas… La cuestión es que frecuentaban la compañía de ciertas mujeres, entre ellas Germaine, que podría ser la mujer desnuda del cuadro. Casagemas se enamoró terriblemente de ella, pero la cosa no funcionó demasiado bien y la historia acabó como el rosario de la aurora. En una cena, Casagemas sacó una pistola y disparó a Germaine. Afortunadamente no tuvo éxito, pero acto seguido, con la misma pistola, se quitó la vida.
—A ver si me aclaro. El tipo la intentó matar y después, ¿Picasso los pintó juntos en un cuadro?
—Pues sí, yo creo que era una manera de plasmar en la pintura lo que no pudo ser en la realidad. En ese sentido Picasso estaba influido por Nietzsche, que dijo aquello de «tenemos el arte para no morir de la verdad». Aunque en este caso no sea la expresión más apropiada… Desde luego que este cuadro, pese a lo trágico, tiene un contenido muy poético: Casagemas dibujado junto a su antigua amante por quien acabó matándose. Todo ello en un cuadro que se llama La vida. Es cuando menos paradójico, ¿no crees?
—Bueno, si usted lo dice… Miren, ¡ya podemos ver los resultados!
De este modo el científico logró escabullirse de una conversación en la que no se encontraba nada a gusto. Al colocar las radiografías sobre la pantalla luminosa se produjo un silencio instantáneo. Todos aquellos expertos en arte se habían quedado mudos a la vez. Nadie se atrevía a decir lo que era obvio para todos, hasta que al final, como aquel niño que gritó que el rey estaba desnudo, alguien consiguió articular las palabras:
—Es… el hombre es… es… ¡Picasso!
Efectivamente, los rayos X habían sido capaces de atravesar la pintura superficial y, en el lugar donde estaba el rostro de Casagemas, ahora se veía una cara que bien podría ser la del propio autor del cuadro.
—Vaya, si el cuadro ya era difícil de interpretar esto lo complica todavía más. Ya sabemos que Picasso tuvo un affaire con Germaine después de la tragedia, pero, ¡quién nos iba a decir que se había retratado junto a ella!
—O sea, que Picasso, que en teoría estaba traumatizado por el suicido del amigo, ahogó las penas con la mujer de la que este se había enamorado. ¡Desde luego que los bohemios son especiales! Supongo que después no se sentiría muy cómodo dibujando esa traición y necesitaba ocultarla —sentenció el científico que ya había sido absorbido por la intrahistoria de la obra que había venido a radiografiar— Oigan, ¿y este pájaro que se ve en medio del cuadro, qué es?
Las miradas abandonaron momentáneamente su primer objetivo y se dirigieron a una desdibujada imagen que se hallaba entre la pareja y la madre. Allí donde antes había una mujer en posición fetal se podía ver una extraña figura, una especie de Ícaro futurista, que una de las expertas intentó justificar:
—Creo que comienzo a encontrarle el sentido a tanto cambio. ¿No os parece ese fantástico personaje una especie de mensajero? Quizás un símbolo de fertilidad que parte de la pareja de amantes para llegar a esa matrona y que su cumpla el eterno ciclo de la vida, La Vie.
—Podría ser… Pero, ¿por qué quitarlo? A mí desde luego me gusta la idea.
—¡Porque Casagemas era impotente! Ese hombre pájaro estaba ahí para reflejar algo entre Picasso y Germaine, pero perdió su sentido cuando Picasso se convirtió en Casagemas. Así que a nuestro artista no le quedó otro remedio que eliminarlo.
Estas conjeturas fueron apoyadas por muchos de los presentes mientras otros se negaban a creer que aquella pieza fuese una especie de portada de una enrevesada historia de la prensa rosa. En medio de aquella acalorada discusión alguien percibió un detalle que se les había escapado:
—Oigan, me estoy acordando de aquello de que ciertos compuestos químicos absorben mucho los rayos X y dejan una imagen blanca en la radiografía. ¿Es eso lo que pasa con esa especie de esfera blanca a los pies de Casagemas, Picasso o quien Dios quiera que sea?
Como si en mitad de una noche cerrada alguien hubiese apuntado hacia la estrella más brillante, todos repararon en aquella forma sin ningún significado aparente. ¿Qué era aquello que rompía la armonía de la composición? Lo más posible era que se tratase de algo pintado con albayalde, un pigmento blanco, también conocido como blanco de España, que contiene plomo en su composición. Por eso, como bien indicaba uno de los presentes, absorbía tanto los rayos X. Pero eso era todo, nadie podía encontrarle ninguna explicación. Entonces, el científico, en un intento de expiar su anterior metedura de pata, se aventuró a hacer una interpretación de la navaja de Ockham:
—Si para ustedes esa mancha no representa nada, la explicación más sencilla sería que no fuese parte de la obra. ¿No puede ser que Picasso comenzase el cuadro por ahí y, como quien tras escribir las primeras líneas de una carta arruga el folio y lo tira a la papelera, él tapase sus errores para comenzar de nuevo? Supongo que un lienzo no se puede desechar tan fácilmente como una hoja de papel…
Aunque la conjetura del científico era errónea, su comentario fue el catalizador que la mente de un veterano historiador del arte necesitaba para exclamar ¡eureka!
—¡Perspectiva! ¡No lo estamos mirando bien! —y, cogiendo la radiografía, la giró noventa grados—. Efectivamente, un lienzo no se tira porque no te guste el dibujo, menos aún si mide dos metros de lado y eres un veinteañero que está pasando penurias económicas. ¡Aquí había otro cuadro! Picasso tuvo que pintar sobre otra obra, bien porque se había hartado de ella o porque no tenía un perra chica para gastar en utensilios. Señoras y señores, ¡acabamos de descubrir un Picasso oculto! Me juego el cuello a que se trata del desaparecido Últimos momentos —dijo con la voz entrecortada por la emoción—. ¡Disfruten del momento porque os aseguro que esto no pasa todos los días!
Y así es, debajo de La Vie se encuentra la desaparecida Últimos momentos, obra que un jovencísimo Picasso exhibía en 1899 en el bar barcelonés Els quatre gats, el favorito del artista y lugar ahora de peregrinaje para sus admiradores. Este descubrimiento solo fue posible tras obtener la radiografía de la obra y compararla con algunos bocetos preparatorios y las descripciones de los periódicos de la época. En la desaparecida obra se representaba el lecho de muerte de una persona, posiblemente Conchita, una hermana de Picasso que había muerto de difteria cuando ambos eran niños. La mancha blanca que veían los protagonistas de nuestra historia no es otra cosa que una lámpara que reposa sobre una mesilla de noche, iluminando la estancia incluso después de haber sido apagada por las pinceladas del artista.
Resulta conmovedor saber que esta obra había acompañado a los dos amigos en su viaje a París para la Exposición Universal de 1900, ignorantes de que pocos años después la temática mortuoria iba a ser reemplazada por esa complicada alegoría que es La Vie, donde Germaine, Picasso y Casagemas permanecen unidos para siempre. El propio Picasso dijo en una ocasión que conocer las obras de un artista no era suficiente. También había que saber cuándo, por qué y en qué circunstancias las realizaba. Lo que él desconocía es que apenas tres años después de su muerte, gracias a la tecnología, se iba a poder entender mucho mejor una de sus más grandes obras, aquella en la que en algún momento decidió cederle el rostro a su amigo Casagemas.
Me ha parecido interesante.
La ciencia no sólo es cultura, también nos ayuda a entender mejor otras manifestaciones culturales.
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